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Mensaje por Admin Jue Jun 10, 2010 3:08 pm

EL HUMANISMO MASONICO Tapaco10


Esta semana terminé el proceso de edición de mi próxima obra que llevará el título de Los hijos de la Luz. El libro además inaugura las publicaciones de mi editorial. La obra devela la verdadera identidad de los maestros masones y la lucha del librepensamiento contra el dogmatismo para lograr el progreso humano. Trata sobre las poderosas sociedades guardianas del misterio de la Luz y desmiente las versiones que confunden las ideas liberales, el afán de progreso, el culto al trabajo y la búsqueda del conocimiento, con el culto diabólico del espíritu.

En este libro explico cuáles son las ideas, los pensamientos y la identidad de los hombres que participaron en la organización del mundo y qué influencias tienen actualmente en las decisiones de los Estados.


Con una prosa amena y precisa, en esta lúcida investigación filosófica descubro las relaciones entre los actos y las palabras de los “Hijos de la Luz” y su enfrentamiento con el dogmatismo. Indagar en sus identidades es una invitación a reflexionar sobre la evolución del conocimiento humano desde una perspectiva diferente donde propongo humanizar todo el simbolismo ecriptado que representa el Maestro Hiram en la Masonería.


El desenlace de Hiram

En la leyenda del grado, los que asesinaron al Maestro Hiram están personificados en la Mentira, la Ignorancia y la Ambición. La Mentira atacó primero y le pegó un golpe, símbolo de un velo que cubrió la cabeza y lo hizo desconocido. La Ignorancia asestó el segundo golpe, guiada por la Mentira, se encargó de impartir imposturas. La Mentira y la Ignorancia eran audaces y sus triunfos fueron rápidos. La Ambición, que había dirigido la trama, viendo la credulidad y la debilidad de los demás obreros, se dijo así misma: todo va bien, pronto ocuparé el lugar del Maestro.

La causa de nuestro acervo duelo es la contemplación de la mentira, la ignorancia y la ambición como elementos que amargan y matan la vida. Ellos alejan al hombre de los manantiales de regeneración y de fuerza que la naturaleza abre a todas las aspiraciones, como la madre derrama sus pechos en la boca sedienta del hijo, después que lo ha formado y nutrido en su sangre. De la vida universal venimos y a la vida universal volveremos, y en este tránsito solo estos malos hábitos nos apartan de las ondas claras y serenas del bienestar. Este es el sentido que resplandece en la leyenda simbólica del grado.

Unidos los tres asesinos en torno al cadáver de la inocente víctima y al contemplar ensangrentado y lívido el rostro de aquel Maestro tan bueno, puesto que era tan justo y laborioso, sintieron alzarse desde el abismo de su ser al no contar con la palabra que buscaban. Creyendo ocultar el homicidio, resuelven conducir el cuerpo a un pie de una montaña, donde lo entierran y, aturdidos, clavan en la fosa una rama de acacia para que no reconocieran que la tierra había sido removida. Luego, fueron a ocultarse en una profunda cueva, vana precaución, porque llevaban consigo sus propias conciencias horrorizadas, pues pretender que la razón no acuse al culpable es como impedir que la semilla no germine.

Así aparece la aurora del día siguiente, convocando a los obreros al trabajo. Y cuáles serán la sorpresa y la turbación al no encontrar en el Templo al querido Maestro, siempre el primero en concurrir, como siempre el último en retirarse al descanso. Lo buscan ansiosos, lo llaman con una congoja creciente. El Maestro Hiram no aparece ni responde. Donde el día anterior repercutían las alegres notas del trabajo, ahora todo yace envuelto en silenciosa tristeza de desolación. Se hace imposible trabajar en el desorden y la ignorancia. Hiram representaba la verdad que alumbra, la razón que guía y en la verdad inspirada.

Roto el acuerdo armonioso de la fraternidad, de la disciplina, no estimula, ni puede hacer fecundo el trabajo. Siete días transcurrieron en la más punzante zozobra. Presa Salomón de la misma pena, y participando de las sospechas del crimen, que también comenzaban a asaltar a los obreros, nombró en grupos de a tres una comisión de nueve maestros de completa confianza para que averiguaran el destino del inconsolablemente llorado Hiram.

Entretanto, aprovechándose de la confusión que sobrevino en el taller y para extraviar las sospechas, volvieron los tres compañeros asesinos al Templo y se mezclaron con los otros. Así, la Mentira, la Ignorancia y la Ambición se presentaron para consolar y dirigir a los mismos a quienes habían sumido en el llanto y, hasta imaginándose por el momento asegurada la impunidad, continuaron sus planes ambiciosos. Propusieron glorificar al Maestro levantándole altares para que le tributasen culto los hombres. Muchos se dejaron seducir, pero los prevenidos no entraron en el juego. La anarquía se produjo. Rota la cadena de unión, que era la fuerza de aquella sencilla y sincera familia, los buenos quedaron a merced de los malvados, sirviéndoles de instrumentos inconscientes contra su propia causa y propósitos.

Felizmente, la vegetación de la mentira y del error es efímera: crece a veces, rápida y avasalladora, pero su savia es débil y enfermiza, se agota al fin; mientras que la vegetación de la verdad y la justicia, aunque lenta, es indestructible. Inútiles fueron ya las intrigas, las persecuciones, todas las violencias y los recursos a que apelaron aquellos traidores, que bajo la careta de leales discípulos del Maestro buscaron fundar su despotismo personal.

De los nueve comisionados por Salomón, todos pagaron con la vida la lealtad y su denuedo, pero eran remplazados por otros igualmente animosos y convencidos de que sus esfuerzos no serían inútiles.

Cuando, ya desalentados y extenuados por el trabajo y la lucha, con el pensar del deber cumplido y legar a sus descendientes la prosecución de nuevas investigaciones, les llamó la atención un ramo de acacia que se agitaba de modo extraño sobre la tierra removida. Arrancaron el árbol, reconociendo con sorpresa que era como una planta viva, como un símbolo palpitante de la madre naturaleza. La ficción se revistió de realidad, y una intuición profunda llenó de luz los ojos de los obreros, a la vez que una fuerza soberana agitó sus cansados músculos.

Removieron la tierra y el hombre, aparentemente un cadáver, fue descubierto. Al lado de aquel hombre aparecieron una regla y un compás y sobre el pecho, la letra “G”. Levantaron el velo que cubría el rostro, y al verlo exclamaron en una explosión de suprema alegría.

La Era de la Luz

Así se presenta la leyenda de Hiram en cada ceremonia de exaltación a la maestría. Como podemos comprender, el doloroso drama del Maestro Hiram personifica el prototipo justo que triunfa sobre la muerte y la corrupción, la renovación de la vida individual más allá de la muerte aparente. El personaje de Hiram se presta a interpretaciones lo suficientemente amplias como la alegoría de los fenómenos de la naturaleza cósmica, gobernados por sus leyes de vida y de muerte en sus transformaciones periódicas. Esto es, tratándose de sociedades, por leyes de armonía y desorden, de composición y descomposición, de progresos y regresiones atávicas, así es sobre todo un símbolo moral.

Es el hombre de bien perseguido, el pensador vilipendiado, el inventor despreciado. Es Job en su féretro; Prometeo en su roca; De Molay en su hoguera; son los filósofos y herejes sacrificados por los esbirros de la Inquisición; los intelectuales arrojados al exilio por pensar diferente. Es todo aquel que sufre por una causa justa; todo libertador que sucumbe por la humanidad.

No obstante, Hiram no es solo el justo, sino también la justicia. Es la libertad violada. Es la civilización amenazada por la invasión. Es la cultura intelectual y moral de un pueblo minado por la superstición y el fanatismo. Es la idea de progreso, bajo todas sus formas, contenida tanto por los sofismas como por las persecuciones.

Pero la libertad y la justicia, la civilización y el progreso son fuerzas indestructibles que, como Hiram, pueden sufrir un eclipse momentáneo, pero que, al igual que los Hijos de la Luz, persisten y viven bajo la rama de acacia hasta que amanezca el día en que la humanidad toda desee romper las cadenas de la mentira, la ignorancia y la ambición que mantienen en vilo el progreso de la humanidad. A pesar del ritmo, de las detenciones y los retrocesos, la evolución marcha hacia un porvenir mejor.

La identidad de los masones

La Masonería procura inculcar en sus adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y de las artes. Tiende a extinguir los odios de raza, los antagonismos de nacionalidad, de opiniones, de creencias e intereses, uniendo a todos los hombres en bien de la humanidad. Impulsa a sus miembros a transformarse en elementos útiles para la sociedad.

Enseña mediante sus grados y ritos que no son de un siglo, tampoco se establecieron de una vez para siempre, sino que fueron apareciendo en épocas diferentes como pensamientos e ideas que gradualmente se desarrollaron y se unieron por una atracción natural y progresista de la civilización. Claro que la Masonería consiste en algo más que conferir grados, en la exacta repetición de las lecturas de cada grado, y en el familiar conocimiento de las fórmulas y palabras que se usan en la apertura y en la clausura de sus trabajos.

La misión principal de la Masonería es enseñar la ley de evolución y del progreso, el hombre hacia la perfección. No es posible hallar una verdadera interpretación de la Masonería si no se relaciona su sistema estrechamente con el proceso evolutivo de la humanidad. Todo en ella gira en torno de un progreso gradual de la oscuridad a la luz y todo lo que la luz trae aparejado.

La finalidad de sus grados consiste en presentar al masón objetivos de evolución en vida, no para el mundo de las ideas, sino para concretarlos en la Tierra, por lo cual debe esforzarse a implementar. El camino evolutivo, en el cual se funda la Masonería, es, desde todo punto de vista, práctico y útil. Significa, para el que recorre un progreso en capacidad mental, conocimientos, visión, sabiduría y fuerza espiritual que lo comprometen a volcarlos en bien de la humanidad.

La Masonería ofrece ayuda y guía para que nos volvamos cada día más conscientes de que nada puede detener el impulso que motiva el progreso humano en su peregrinaje de la oscuridad a la luz, de la irrealidad a la realidad, y de lo perecedero a lo imperecedero. Es un despropósito ser masón y no preocuparse por estos temas, que son individuales y a la vez colectivos.

Procura demostrarnos, en fin, que seremos esclavos de nosotros mismos y susceptibles a circunstancias limitadoras solo hasta que tomemos conciencia de que el hombre es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros, y que la búsqueda del propio interés racional y de nuestra felicidad es el más alto propósito en la vida.

La posesión de antiguos secretos que excitan la curiosidad de los hombres y atraen de una manera irresistible a sus templos no le bastaría para afianzar perpetuidad y vitalidad perenne. La Masonería se desarrolla en los siglos porque sus fines son más nobles y elevados que la simple conmemoración de sus misterios secretos, porque requiere que ellos se conviertan en norma de vida de sus adeptos y que estas normas se cumplan a cabalidad. De lo contrario, ¿para qué sostener algo que no se practica?

En fin, la Masonería es una institución universal, esencialmente ética, filosófica, iniciática y progresista. Ella tiene por principio la libertad absoluta de conciencia y la fraternidad humana. Constituye el centro de unión para los hombres de espíritu libre de todas las nacionalidades y credos. Como institución docente formativa tiene por objeto el perfeccionamiento del hombre y de la humanidad. Promueve entre sus adeptos la búsqueda incesante de la verdad, el conocimiento de sí mismo y del hombre en el medio en que vive y convive, promueve el estudio de la moral universal, de las ciencias y las artes para alcanzar la fraternidad universal del género humano.




Christian Gadea Saguier
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