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Mensaje por Admin Vie Jun 11, 2010 8:54 am

Al comienzo del Rito de nuestra Iniciación Masónica somos conducidos por el Hermano Experto a una pequeña y oscura estancia llamada la Cámara de Reflexión, dentro de la cual permanecemos encerrados durante un período de tiempo indeterminado, y antes de entrar por primera vez en el Templo. Al introducirnos en ella dicho Hermano nos dirige las siguientes palabras:
“Aquí es donde usted va a sufrir la primera prueba, que los antiguos iniciados llamaban la . A tal fin, es indispensable que se deshaga de toda ilusión y para hacerse sensible materialmente a lo que debe ejecutar dentro de usted espiritualmente, le ruego me dé lo que lleva de valioso y particularmente, todos los objetos de metal, que simbolizan lo que reluce con brillo engañoso…Ahora, Caballero, va a ser abandonado a usted mismo, en la soledad, el silencio y con esta débil luz. Los objetos y las imágenes que se ofrecen a su vista tienen un sentido simbólico y deben incitarlo a la meditación”.

Pero lógicamente, nadie podrá hacer ese trabajo por nosotros, razón por la cual somos abandonados a nuestra suerte, recogidos en la soledad y el silencio, encerrados en fin, en nuestra particular Cámara de Reflexión y una vez allí “morir” a la condición profana. Ese acto o gesto interno de negación y muerte a un mundo y a una personalidad ficticia se vive simbólicamente (lo que por cierto hace válida y real esa experiencia) como un “regreso al útero” materno o a la matriz de la tierra nutricia, es decir, a un plano de concentración extrema donde “reflexionamos” sobre el sentido de nuestra existencia, sobre quién somos en verdad, en teoría…

En realidad, la Cámara de Reflexión es lo mismo que el, “Huevo Filosófico” u horno alquímico, símbolos todos ellos de la conciencia Herméticamente cerrada a las influencias externas y en donde, amparados en la íntima y generativa oscuridad, se lleva a cabo un proceso de cocción, fermentación, destilación, sublimación y finalmente transmutación de lo espeso en lo sutil, de lo terrestre en lo celeste. Este proceso, como sabemos, es el vivido por la semilla en su eclosión vertical hacia los espacios aéreos, o por el gusano de seda, que después de un tiempo encerrado en el capullo sale de él transmutado en mariposa, en un ser completamente otro, pasando de lo que repta a lo que vuela.

Esto que decimos está claramente ejemplificado por los diversos objetos, inscripciones e imágenes simbólicas presentes en la Cámara. Allí, depositados sobre una mesa, encontramos tres pequeños recipientes que contienen Azufre, Mercurio y Sal, los tres principios Herméticos que simbolizan el espíritu, el alma y el cuerpo, respectivamente, lo cual nos sugiere la idea de que la Gran Obra Iniciática incumbe al ser humano considerado en su totalidad y no tan sólo en un aspecto o modalidad de ésta; una jarra con agua y al lado un trozo de pan, símbolos del agua de vida y del alimento espiritual que restituyen el “recuerdo” y fortalecen al candidato después de sufrir la primera muerte Iniciática, expresada a su vez por el cráneo y las tibias cruzadas. Este es el estado que la Alquimia denomina NIGREDO, o “negro mas negro que el negro” que señala la descomposición de la personalidad. Pero esta descomposición o putrefacción contiene ya el germen de el nuevo nacimiento, anunciado por el gallo, ave emblemática del dios Hermes, y cuyo canto proferido en lo más profundo de la noche avisa sin embargo de la proximidad del día y de la luz del Sol nacida en el Oriente. En este sentido, nos dice la tradición que “cuando todo parece perdido, es cuando todo será salvado”, pues después de descender, como Dante, a las profundidades del infierno, no queda más remedio que ascender por el eje que une la Tierra y el Cielo. Y precisamente ese descenso y ese ascenso están sugeridos por las siglas V.I.T.R.I.O.L que aparecen grabadas en una de las negras paredes de la Cámara. El significado de estas siglas alquímicas es bastante elocuente al respecto: “Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás la Piedra Oculta”. La rectificación de que se trata tiene que ver con el cambio de “orientación” que se va produciendo en nosotros conforme progresamos “…por las vías que nos han sido trazadas…”, es decir, por la vía sagrada de la Iniciación, lo que es simultáneo al despertar de nuestras potencialidades internas que nos conducirán a la obtención del Conocimiento, simbolizado por la Piedra Oculta (Filosofal) o Piedra Cúbica en punta del maestro masón. Así, pues, sólo cuando el postulante sepa comprender –o asimilar en sí mismo- el mensaje de todos estos símbolos que se ofrecen a su meditación, habrá “superado satisfactoriamente la prueba de la Tierra, a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo” y estará, por tanto, preparado para llamar a las “Puertas del Templo”, lo que hace una vez que ha sido reducido a pura posibilidad de ser presta a recibir los efluvios emanados del resto de los elementos purificadores que determinarán su desarrollo y crecimiento interior: el Aire, el Agua y el Fuego.


SAL Y AZUFRE


Una vasija de sal y una de azufre se hallan además sobre la mesa, junto con el pan y el agua. Aunque la primera sea habitualmente conocida como condimento, su asociación simbólica con el segundo no deja de parecer algo extraña y misteriosa. ¿Qué significan, pues, estos dos nuevos elementos, esta nueva pareja hermética que se une a la anterior?Se trata de un nuevo tema de meditación que se presenta al candidato, sobre los medios y elementos con los cuales debe prepararse para una nueva Vida alumbrada por la Verdad y hecha activa y fecunda con la práctica de la Virtud, a la que se refieren el Azufre y la Sal en su acepción más elevada.

Como tal, indica el primero la Energía Activa, que se hace la Fuerza Universal, el principio creador y la electricidad vital que producen y animan todo crecimiento, expansión, independencia e irradiación. Mientras la segunda es el principio atractivo que constituye el magnetismo vital, la fuerza conservadora y fecunda que inclina a la estabilidad y produce toda maduración, la capacidad asimilativa que tiende hacia la cristalización, el principio de resistencia y la reacción centrípeta que se opone a la acción activa de la fuerza centrífuga.
Así pues, de la misma manera que en el pan y el agua hemos visto los dos aspectos de la Sustancia cósmica y vital, en estos dos nuevos elementos tenemos los dos aspectos o polaridades de la Energía Universal, dirigido el primero de adentro hacia fuera, apareciendo exteriormente como derecho, y el segundo de afuera hacia adentro, manifestándose como izquierdo (o sinistrorso).

Son, respectivamente, rajas y tamas –los dos primeros gunas (o cualidades esenciales) de la filosofía india-, y el impulso activo que produce todo cambio y variación, y engendra en el hombre el entusiasmo y el amor a la actividad, el deseo y la pasión; y la tendencia pasiva hacia la inercia y estabilidad es enemiga de todo cambio y variación, produciendo en nuestro carácter firmeza y persistencia, y con su dominio en la mente, la ignorancia, la inconsciencia y el sentido de la materialidad, que nos atan a las necesidades y preocupaciones exteriores y los instintos destinados para proteger la vida en sus primeras etapas.

El primero nos impulsa constantemente hacia arriba y hacia delante, nos anima y nos ahínca en todos nuestros pasos, nos da el ardor, la iniciativa, el espíritu de conquista, la voluntad y capacidad de satisfacer nuestros deseos y conseguir el objeto de nuestras aspiraciones; pero nos da también la inquietud, la inconstancia y el amor de los cambios y novedades, la impulsividad que nos inclina hacia acciones inconsideradas, haciéndonos recoger frutos maduros y perder los mejores y más deseables resultados de nuestros esfuerzos.

El segundo es aquel que nos refrena y desalienta; nos hace recoger en nosotros mismos, nos da el temor y la reflexión, nos hace abrazar y establecer igualmente en el error y en la verdad, en los hábitos viciosos y virtuosos; nos hace fieles y perseverantes, firmes en nuestra voluntad y tenaces en nuestros esfuerzos; nos da la capacidad de atraer aquello para lo cual estamos interiormente sintonizados con nuestros deseos, pensamientos, convicciones y aspiraciones. Nos da la desilusión y el discernimiento, nos aleja de los cambios y de toda acción irreflexiva, pero también de todo progreso, esfuerzo y superación.
Son las dos columnas o tendencias que se hallan constantemente a nuestro lado, en cada uno de nuestros pasos sobre el camino de la existencia, y nuestra felicidad, paz y progreso efectivo estriban en nuestra capacidad de mantener en cada momento un justo y perfecto equilibrio entre estas tendencias opuestas, conservándonos a igual distancia de la una como de la otra, sin dejar que ninguna de las dos adquiera un predominio indebido sobre nosotros, sino que obren en perfecta armonía y nos dé cada cual sus mejores cualidades: el ardor irreflexivo y la paciencia iluminada, el entusiasmo perseverante y la serenidad inalterable, el esfuerzo vigilante y la firmeza incansable, que también simbolizan, sobre la pared del cuarto, el gallo y la clepsidra.
EL MERCURIO VITAL

La acción e interacción entre estas dos opuestas tendencias es, pues, destinada para producir en nosotros, activándolo desde el estado latente en que se encuentra dentro de nuestro Germen Espiritual, el mercurio vital o principio de la Inteligencia y Sabiduría, que corresponde al satva de la filosofía hindú: el ritmo de la naturaleza, producido por la Ley de Armonía y Equilibrio.

El pensamiento en todos sus aspectos nace, pues, naturalmente, en el individuo, de la acción y relación entre sus tendencias activas y pasivas, entre el amor y el odio, la atracción y la repulsión, la simpatía y la antipatía, el deseo y el temor. Crece y adquiere siempre mayor fuerza, independencia y vigor cuando luchan entre sí el instinto y la razón, la voluntad y la pasión, el entusiasmo y la desilusión. Se eleva y florece, siempre más libre, claro y luminoso, según aprende a seguir sus ideales y aspiraciones más elevadas, y según éstas logran sobreponerse a su ignorancia, errores y temores, así como a las demás tendencias pasionales e instintivas.

En otras palabras, el pensamiento nace, crece, se eleva y sublima, logrando alcanzar horizontes siempre más altos, amplios e iluminados, según predomine en la mente y en toda la personalidad el elemento o vibración sátvica, el principio del equilibrio y de la armonía, que produce la Música de las Esferas y engendra toda creación y concepción caracterizada por su genialidad y hermosura.

Pues este mercurio sublimado es el único que puede percibir la Verdadera Luz, que se hace con su reflejo mental luz creadora, simbolizada por la Venus Celestial, antigua divinidad de la Luz, y por ende de la Belleza que la acompaña.

El fuego rajásico, encendido en el hombre, primero por los deseos y la pasión, y luego por la voluntad, el entusiasmo y sus más nobles aspiraciones (que constituyen el azufre en sus diferentes aspectos), obrando sobre la sustancia tamásica de los instintos, temores y tendencias conservadoras (la sal de la reflexión), que constituye la materia prima de nuestro carácter, hace fermentar, hervir y sublimar esta masa heterogénea en el crisol de la vida individual, produciendo finalmente ese mercurio refinado o elemento sátvico, o sea la Sabiduría, nacida de la transmutación –por medio de la sublimación y refinamiento- de la ignorancia, del error, del temor y de la ilusión.[i]


Conclusión

La sal es la sustancia de las cosas, y el principio fijo de todo lo existente. La sal obra sobre el azufre y el mercurio, y estos últimos la hacen volátil como ellos. La sal en recompensa los coagula y los fija. La sal disuelta en un licor adecuado, disuelve las cosas sólidas y les da consistencia. La sal disuelve nuestros metales, nuestros cuerpos lunares envueltos en el ego para elaborar con ellos nuestro sol interno en forma de un niño de oro. La sal disuelve y coagula todas las cosas. La tierra es de la naturaleza de la sal, y por ello se disuelve en el agua, y se coagula en el agua. Los continentes salen de las aguas saladas de la mar, y vuelven al mar.
Nuestra tierra filosófica, es decir, nuestro cuerpo humano, debe reducirse a las sales seminales, para elaborar con esas sales nuestros cuerpos solares, cuerpos conscientes, luminosos.
El azufre es un principio grasoso y aceitoso que une a la sal y al mercurio indisolublemente. El azufre tiene parte de la solidez de la sal, y parte de la volatilidad del mercurio. El azufre coagula el mercurio asistido poderosamente por la sal. El mercurio es un licor espiritual aéreo y raro. El Mercurio es el águila volante de la Filosofía. El Mercurio es nuestro Caos. El Mercurio es nuestra simiente.

La sal se halla en la orina y en el sudor. El azufre abunda en las grasas y en las axilas. El Mercurio en la sangre, Médula, humor acuoso, hueso, músculo, etc. Los principios de todos los metales (nuestros cuerpos internos) son: la Sal, el Mercurio y el Azufre. El Mercurio solo, o el Azufre, o la Sal sola, no podrían dar origen a los metales, pero unidos dan nacimiento a diversos metales minerales.

Es, pues, lógico, que nuestra conciencia debe tener Inevitablemente estos tres principios. El FUEGO es el Azufre de la Alquimia; el Mercurio es el Espíritu de la Alquimia; la Sal es la maestría de la Alquimia. Para desarrollar los valores del ser y utilizar sabiamente nuestras energías creadoras, necesitamos inevitablemente de una sustancia donde la Sal, el Azufre y el Mercurio se hallen totalmente puros y perfectos, porque la impureza y la imperfección de los compuestos se vuelven a encontrar en el compuesto.
Empero, como a los metales (nuestros cuerpos internos) no se les puede agregar sino substancias extraídas de ellos mismos, es lógico que ninguna sustancia extraña pueda servirnos, por lo tanto dentro de nosotros mismos tiene que encontrarse la materia prima para nuestro trabajo interno.
Esta materia prima para el trabajo íntimo, es la simiente de nuestras glándulas sexuales. Con nuestra ciencia y mediante el FUEGO, transformamos esta maravillosa sustancia, para que al final del trabajo, sea millones de veces más perfecta.

Con esta maravillosa sustancia elaboramos los valores del ser y utilizamos sabiamente nuestras fuerzas creadoras. En las minas vemos como los elementos groseros se van transformando con el calor, hasta convertirse en Mercurio. Vemos en las minas el Fuego, transformando las grasas de tierra, en azufre.
El calor, actuando sobre estos dos principios, engendra, según su pureza o impureza, todos los metales de la Tierra. Por medio de la cocción incesante, la Naturaleza produce y perfecciona todos los metales de nuestro planeta Tierra.

Rogerio Bacón: “Naturaleza contiene a Naturaleza, Naturaleza se alegra con Naturaleza, Naturaleza domina a Naturaleza y se transforma en las demás Naturalezas”. Los ángeles no se hacen con teorías de hombres, ni con Teo sofismos, Rosacrucismos o Espiritismos. Los ángeles son naturales, no artificiales. Naturaleza contiene a Naturaleza, y en nuestra naturaleza humana está la materia prima, con la que podemos trabajar en nuestra propia regeneración.

Es preciso cuidar nuestra sal es decir nuestro organismo físico, nuestro mercurio o sea nuestra simiente y nuestro fuego que habita en cada uno de nuestros átomos y no cansarnos de ello".
Los viejos alquimistas dicen: "Que vuestro fuego sea tranquilo y suave, que se mantenga así todos los días, siempre uniforme, sin debilitarse, si no eso causará un gran perjuicio". El Fuego se debilita y hasta se extingue, cuando abusamos de nuestra simiente, en adulterios, violaciones, pasiones incontroladas, etc. Entonces se fracasa en la sabia mezcla de nuestra sal, azufre y mercurio, entonces nos estancamos en el proceso de transformación humana.

[i] Bibliografía: “Manual del Aprendiz “, Aldo Lavagnini, Descenso al Interior de la Tierra Tomado del libro “Cosmogonía Masónica” por Siete Maestros Masones. Editorial KIER
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