MI BARCO (X) Motonave "Jade Islands"
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MI BARCO (X) Motonave "Jade Islands"
Motonave "Onyx Islands"
MI BARCO ( X ) MOTONAVE “JADE ISLANDS”
El barco había arribado a La Habana con los cadáveres de tres tripulantes fallecidos por ingerir alcohol metílico, eran rezagos de aquella fatal “ley seca” impuesta en un país cuyos habitantes sienten pasión por el sexo, la rumba y el alcohol. La vida con la carencia de uno de esos ingredientes pierde sentido. Para el marino no era nada nuevo, solo faltaba un punto muy importante de su vida, el contrabando. Mujeres, alcohol y contrabando formaron una ecuación indisoluble de sus vidas, pero nunca se les hubiera ocurrido hurtar el alcohol venenoso utilizado para dar mantenimiento a motores eléctricos con la finalidad de beberlos y olvidar en algo la crudeza de esas vidas. El marino tenía plata que perdía en lujurias y manoseos con las hembras encontradas a su paso. Luego, ese dinero era recuperado con sus pequeños contrabandos para continuar o tratar de recuperar el tiempo perdido en su aventura tan divertida y preñada de peligros. Las cosas se pusieron muy malas en nuestra tierra y la mayoría de ellos se encontraron de pronto en la calle, fueron sustituidos por el hombre nuevo que recién había parido o abortado esa revolución. El contrabando era tan penado como un acto contra la patria que comenzaba a confundirse con una puta cualquiera, sus hombres eran estrechamente vigilados. Estábamos obligados a convertirnos en individuos impolutos, leales, incorruptos, limpios de ideales, intransigentes con nosotros mismos y fieles trasmisores del ideario novedoso que pretendía exportar nuestra tierra, fuimos parte de la primera generación del hombre nuevo que luego se transformó en un monstruo. Cero alcoholes, borracheras, fiestas y esa alegría del que se siente descubrir no una tierra, todo un planeta. Cero hembras y bacanales amorosos, marinos con almas de monaguillos, puros, ingenuos, santos, vírgenes. Quisieron convertirnos y nunca pudieron, es imposible lograr tanta pureza humana en una tierra que tiene sus fronteras con el infierno y el diablo siempre acechando. ¿Contrabando? Pobre del que fuera sorprendido con un solo dólar en los bolsillos, enemigo, desviado, producto del pasado, quien pudiera adivinar la condena. Total, tantas almas incineradas para luego lograr un producto mucho peor.
Yo no vi cuando los desembarcaron, pero escuché toda la historia y batallas desatadas entre los cocineros para no entrar a la gambuza. Comida y compañeros de trabajo sentados o acostados entre carnes, pollos y pescados, terrible escenario que hace perder el apetito.
El sobrecargo era el gordo Argüelles, más de seis pies de estatura con un noventa y cinco por ciento de su nomenclatura compuesta de alcohol. Ya le he dedicado algunas páginas a este santo que solo caminaba la máxima distancia existente entre el buque y el primer bar atravesado en su camino. Después, varios de nosotros debíamos tirar todos los cables de remolques disponibles para arrastrarlo hasta el barco. ¡Qué tiempos aquellos tan hermosos donde no se abandonaba a nadie! Éramos verdaderos marinos.
El Capitán Pedro J. Ferreiro Casas ya ha sido merecedor de algunas letras, no voy a dedicarle tanto honor inmerecido, era la nota mala en aquel teclado, la mota negra caída desde el cielo como una terrible y fatal condena.
-Lo lamento, regrese a la empresa e informe que ya tenemos Tercer Oficial a bordo. Logró recordarme al enano Lozada cuando me recibió en el Viet Nam, le di poca importancia, ni me molesté.
-Yo le sugiero que vaya usted a informarlo directamente, mientras tanto permaneceré en el buque hasta que logre aclarar la situación, es la orden que recibí. Tampoco le cayó muy bien la respuesta recibida, no me dieron camarote ni me incluyeron en la lista de guardia. Mucha paciencia, mucha paciencia, pensé cuando salía de su camarote. ¡Aleluya! Me topé de frente con Eloy Paneque Blanco, aquel “Capitán Bayamo” que habían desenrolado del Viet Nam Heroico el mismo día de nuestra partida. Me dijo que se encontraba de Tercer Oficial y no lo comprendí muy bien. ¿Cómo era posible? Paneque solo había recibido clases de asignaturas flojas dentro de nuestra profesión, ninguna de ellas servían para determinar la posición del barco. ¿Cómo se la arreglaba en el puente con un capitán tan comemierda como éste? Pensé y rectifiqué, no voy a romperme la cabeza, Paneque no es mala gente.
En el portalón alguien conocido me puso al corriente del ambiente reinante en aquella nave, resultó ser que una parte de su tripulación estaba compuesta por aquellos “tira tiros” de la Sierra Maestra y eran los niños malcriados del capitán. Pertenecían a un enorme grupo de ellos que arribó a nuestra flota después que los dejaron fuera en la repartición del pastel. Sabiéndose ellos en parte traicionados y abandonados, amparados por su condición de excombatientes, hacían lo que les venía en ganas. La mayoría era buena gente, pero nada confiables para tenerlos integrados en una brigada de guardia, se requería de mucho tacto para tratarlos. Uno que otro supo aprovechar muy bien su vieja condición de combatientes y lograron imponer su voluntad ante primeros oficiales flojos de piernas.
Era mi tiempo de suerte y debía utilizarla con inteligencia. Unos días después de mi presentación, el capitán me informa que realizaría el viaje ocupando la plaza de Segundo Oficial. No recuerdo si tenía acumuladas las suficientes singladuras exigidas para el ascenso al cargo superior, tampoco me importó mucho, solo necesitaba ponerme al día en lo referente a publicaciones y actualizaciones de cartas náuticas. Aquel interés mostrado por mantener a Paneque ocupando la plaza de Tercer Oficial me benefició. Mis conclusiones fueron muy simples, si Paneque, quien no sabía ni timbales de navegación ocupaba la plaza de tercero, yo podía cómodamente aprovechar esa oportunidad que el destino había puesto en mis manos.
Motonave "Amber Islands"
Después de una oportuna corrección a mi hoja de enrolo, partimos para Santiago de Cuba y lo hacía con un salario oficial de doscientos cincuenta pesos, ya había multiplicado por cinco lo que había ganado cuando entré en Mambisa, sobraban razones para ser feliz.
El tiempo corría veloz y no me daba cuenta, ya andábamos por el año setenta y cuatro, siete años me separaban de aquel pantaloncito con el zurcido invisible, nuevas amistades, mujeres, placeres, países.
Santiago no cambiaba desde mi primera visita, ardiente, sedienta de pasiones y bebida, mujeres con gargantas masculinas que soportan el paso del ron seco sin protestar. Fiesta cuando se puede, una cama poco disponible, amor en El Morro, apretones en parques, mates donde fuera posible. Sudores y escasez de agua, vaginas con olores misteriosos, colas, colas, más colas y la gente gritando que era la cuna de la “revolución”, ¡qué tontería!, no tenían donde caerse muertos.
-¡Muchachos, inviten a sus novias! Nos dijo esa tarde la negra Carmen Rosa cuando finalizó el trabajo “voluntario”. –Yo pongo la guagua y el camión para transportar las cosas de la fiesta. Manifestó en el salón de oficiales mientras la gente disfrutaba de algunas cervecitas y pinchitos. El padre de “Renato Guitart” se encontraba invitado, desde ese día dejaríamos de llamarnos “Jade Islands” y se arriaría la bandera de Malta para izar la cubana. En los codastes y amuras se cambiarían los nombres por uno con toques de guerra y escasamente tropical. Carmen Rosa era una de las mujeres que trabajaba en el departamento de “Atención a tripulantes” de la delegación de Santiago de Cuba, y para ser justo, el único lugar del país donde verdaderamente funcionaba.
¡Qué fiesta! Inolvidable, los muchachos se volvieron locos e invitaron a todas las puticas del parque Céspedes, pero calcularon mal y sobró una que resultó muy problemática. Bronca entre mujeres a bordo de la guagua cuando regresábamos, ya escribí sobre eso. -¡Muchachitas, hay maridos para todas! Gritaba desesperadamente Carmen Rosa tratando de apaciguar la situación y algo borrachita también.
El primer cocinero Expósito iba como secretario del partido, un blanco alto del poblado de Regla, hombre a todo dar y con un método de dirección que no repetí en mis años posteriores. En ese buque no se comía tanta mierda con reuniones del partido ni círculos de estudios, los problemas internos se resolvían a trompadas y antes de llegar a puerto cubano, todo el mundo se ponía de acuerdo para llenar las actas con el cumplimiento de los planes de trabajo orientados por el partido. Puedo asegurar que compartí con una de las últimas mejores tripulaciones que lograron sobrevivir en nuestra flota, después de mi partida los desintegraron cuando le ganaron una pelea jurídica a la empresa.
El mulato Alfredo Vásquez se encontraba de Primer Oficial, pero cuando terminamos todas las operaciones en Santiago se quedó de vacaciones y fue ascendido Tony, el Segundo Oficial que se encontraba descansando unos días. Manolito “Huevo de Toro” era el Jefe de Máquinas, se quedó también de vacaciones y fue relevado por Manuel Tapia Dorticós. La pieza más destacada en todo ese tablero le correspondió al enfermero Manuel Castañeda, alias “El Cabronazo”. No encontré otro igual a ese viejo en los años de marino, hombre, amigo, paciente, inoportuno, profesional, discreto, jodedor, padre, excelente bailador, sincero, humilde. Dios lo tenga en buen lugar, imagino haya muerto hace varios años, era el tipo más querido a bordo de nuestro buque.
El Jade Islands era uno de los buques de mayor porte en nuestra flota en aquellos tiempos, algo viejo ya, pero en buenas condiciones. Había sido construido el año1957 en Alemania y tenía una eslora máxima de ciento cincuenta y siete metros. Disponía de siete bodegas de carga y su sistema de izaje contaba con una mano de puntales por cada una de ellas. Algo que tenía en su contra lo era el reducido caballaje de su máquina principal, razones de su pobre velocidad. La acomodación podía calificarse de regular, muy pocos camarotes tenían baño incluido, y lo peor, el diseño de las tazas de sus servicios sanitarios eran de un modelo único. Generalmente todas esas tazas tienen el orificio de descarga casi en la misma vertical donde se encuentra el orificio que lo está invadiendo. En ese caso no era así, el orificio de desagüe de la taza se encontraba delante del pipí del hombre o mujer que se sentara en ella. Atrás, una superficie horizontal donde se quedaba depositada la mierda. ¿Qué ocurría? Si habías tenido una cena abundante el día anterior, la presión del agua era insuficiente para evacuar esas libras de desperdicio humano, y aunque así lo hiciera, siempre te veías obligado a usar una escobilla para limpiar las huellas. Los peores momentos sucedían cuando padecías algo de estreñimiento, imaginen que se encuentren disparando un mojón sólido que no se parte con nada. Terrible, cuando aquella bala topaba la superficie horizontal se detenía y no se doblaba por mucho que pujaras. Tenías que levantar un poco el culo para poder terminar de hacer tus necesidades y luego, la bronca con la presión del agua y que el tipo quisiera caer por el orificio. Coño, tan inteligentes que son los alemanes, no me explico cómo carajo se les ocurrió inventar aquella porquería. Ni se imaginan la cantidad de veces que me cagué en sus madres, y paro de hablar mierda.
Motonave "Ivory Islands"
En el puente disponíamos de muy poco, hoy me río de esos grandes navegantes de aparaticos electrónicos. Un solo radar de anillos fijos y poco alcance, el radiogoniómetro era de orientación manual, un VHF de sus tiempos y el ecosonda, para de contar. Era un buque diseñado para verdaderos navegantes, como ocurrió en todos los de su época.
Hubo algo que me alegró el alma, estaba desesperado por conocer al “campo socialista” y el buque inauguraría la línea “Bulcuba”, o sea, Bulgaria-Cuba. Al fin conocería el futuro que nos esperaba, no estaba muy complacido con las observaciones realizadas en China, Corea del Norte y Viet Nam, nunca creí que llegáramos a lograr los “éxitos” de los asiáticos, ni los deseaba tampoco. Estaba muy contento ante la presencia de un nuevo descubrimiento.
Ferreiro resultó uno de los capitanes más nerviosos o pendejos de toda la historia naval cubana, era dramático encontrarse en el puente junto a él en momentos de recalada. Gritaba como una loca y sus saltos casi topaban con el techo. Impartía cuatro o cinco órdenes al mismo tiempo, se cagaba él e infundía miedo en todos los que se encontraran a su alrededor. En aquellos tiempos el paso por el Estrecho de los Dardanelos se podía realizar sin Prácticos, no sé actualmente. Las guardias del puente se repartían en dos turnos, uno de ellos formado por el Capitán y el Segundo Oficial. El otro sería integrado por el Primer y Tercer Oficial. Casi siempre el de menor jerarquía se dedicaba a obtener posiciones, mientras el otro le maniobraba a los buques en el área. Normalmente se llamaba al telegrafista cuando se cruzaban mensajes con la lámpara Aldis y en ese estrecho era muy utilizado ese sistema de comunicación. En mis guardias nunca hubo necesidad de acudir a los servicios del telegrafista, tenía pleno dominio del código Morse y era capaz de recibir y transmitir por señales lumínicas, pero no fueron escasas las oportunidades en las que me vi obligado mandar al carajo a Ferreiro. Resultaba desesperante verlo saltar y gritar como una loca en momentos críticos, con el tiempo se acostumbró a mis malas respuestas y me dejaba trabajar tranquilo.
Hicimos una escala en Cádiz para reparar un problema que apareció en la caldera, muy oportuna aquella visita inesperada a las tierras de la “madre patria”. Diversión, pacotilla y algo de contrabando, el tabaco cubano era muy bien aceptado por los consumidores españoles. Ferreiro se negó a utilizar los fondos asignados para la compra de víveres, manifestó en una reunión que la cantidad asignada en el campo socialista era muy superior y colaborábamos de esa forma al ahorro de divisas tan necesarias en un país “bloqueado” por el imperialismo. Mareó a toda la tripulación con aquella muela política, y para serles franco, no había huevos para enfrentarse a una propuesta donde se resaltaba el “patriotismo” de nuestro pueblo.
La realidad era otra, Ferreiro era un individuo miserable consigo mismo, el que peor vestía en toda la tripulación y quién estaba dispuesto a someterla a innecesarios sacrificios a título personal. En ese “campo socialista” donde las asignaciones de dinero superaban a los dólares de los capitalistas, no existían muchas ofertas para abastecer al buque y todos los productos eran de pésima calidad. También, atentaron contra nosotros otros factores de índole cultural y culinaria. Los búlgaros, rumanos y rusos tenían una dieta muy diferente a la nuestra con raíces españolas y africanas. Eso significó todo el viaje de regreso consumiendo frijoles blancos (judías para nosotros), no tenían otro grano disponible para ofrecernos y aquello fue considerado como una ofensa por parte de la tripulación.
Cuando zarpábamos de Cádiz tuve que llevarle unos documentos a Ferreiro y cuál no sería la sorpresa recibida. El hombre estaba muy ocupado, con el uso de un pequeño embudo plástico, devolvía a las botellas el sobrante de ron dejado en las copas por las autoridades.
-Cuando me vaya a invitar a un trago, yo tengo que abrir la botella, ¿me escuchó? Le avisé a todos mis amigos a bordo y pocos aceptaron creerme, no lo imaginaban miserable hasta esos límites.
Motonave "Manuel Ascunce Domenech"
-¡Oh, Bulgaria! Tierra de hermosas mujeres, banderas y consignas del proletariado. No vivían tan mal, mucho mejor que nosotros, pero muy distantes de la gente del otro lado. Jorge Dimitrov por aquí, Jorge Dimitrov por allá, la Hoz y el Martillo por donde quiera, las notas de la Internacional te emboscaban en cualquier tienda, la estatua del soldado desconocido te vigilaba al final del bosque que bordea su puerto, banderas rojas, rojas, rojas adornando parques y avenidas junto a algunos tulipanes. Desconfianza, todo podía ser pantalla, ya estaba acostumbrado a ellas y los búlgaros no podían engañarme. Lo de nosotros era vacilar, marinos al fin, poco nos importaban esas batallas ideológicas entre el capitalismo y el socialismo, ¿puede existir algo más importante que meter el pito después de una larga navegación? Lo dudo, esa acumulación de un semen que pronto se convertirá en queso no te deja pensar mucho. Organizamos una fiesta, no olviden que yo pertenecía a la Unión de Jóvenes Comunistas por desgracias de mi destino.
Nadie quiso bailar con Mylonka y la dejaron abandonada, era verdaderamente tremenda “patona”. La música andaba por un lado y sus pies en otro continente, yo no pretendía que ella se convirtiera en una competencia de Alicia Alonso, todo lo contrario, mientras más alejada se mantuviera de su embrujo respondía a mis intereses. Fui hasta el camarote y le escribí una tarjeta postal en mi inglés de pacotilla, se la entregué junto a un tulipán y una copa de champán búlgaro. Es bueno destacar que aquellas fiestecitas las organizábamos con los aportes individuales de todos los muchachos puestos para el “daño”. Realmente la vida era muy barata en Bulgaria y se aceptaban estos lujos. Una botella de Havana Club en el cabaret del bosque costaba cuando aquello unas seis levas, unos tres dólares americanos, más de media semana de trabajo para nosotros. Había jóvenes dispuestos a cualquier sacrificio con el propósito de empatarse con uno de esos huequitos tan tiernos y tibios que a los hombres enloquecen, no digo yo. El que no se “pusiera”, ese no entraba a nuestra fiesta. Después, se cursaba una invitación formal de la UJC del barco a los komsomoles de la escuela de enfermeras de Varna. Eso no fallaba, si las enfermeras cubanas eran algo puticas, las de Bulgaria deberían serlo también. ¡Coño, qué análisis más pendejo! ¿Qué tiene que ver la enfermería con la putería? Puede que muy poco, pero adivinamos.
Esa tarde terminé empatado con Mylonka, la muchacha más bella con la que haya tenido una aventura amorosa en toda mi vida. Hablaba alemán, ruso, búlgaro y francés, pero a la muy cabrona nunca se le ocurrió aprender una sola palabra de inglés. ¡Mímica! Eso es, cuando el hombre no hablaba se entendía por señas, así fueron nuestras relaciones, increíblemente llegamos hasta la cama, no sin antes hacer el amor ante la mirada indignada de la estatua del soldado desconocido.
Violeta vino un poco después, hablaba más inglés que yo, lo suficiente para comprendernos y alternar mis citas amorosas. Era hija de un oficial del ejército búlgaro de alto rango, vivía en los edificios que se encontraban después de la Academia Naval. Hicimos el amor muchas veces en ese bosque y nos refugiamos también bajo la protección de la estatua del soldado desconocido, ya éramos casi amigos. Mylonka me gustaba mucho, pero Violeta me arrebataba, la comprendía perfectamente antes de llegar a un orgasmo. Después vino Margarita, tenía suerte para las flores, eso pensé aquel viaje. Tenía que asegurar muy bien el horario de mis citas, pero como buen Segundo Oficial y ese manoseo casi diario con los cronómetros, me permitieron vencer esa crónica impuntualidad de los cubanos.
Julio Suárez (nombre de guerra del padre de Yndamiro Restano), era el representante de la marina cubana en Bulgaria. No sabía absolutamente ni cojones del negocio de transportación marítima, su curriculum tenía como antecedentes el haber pertenecido a la clandestinidad en las luchas “revolucionarias” pre-Castro, mérito suficiente para ocupar cualquier puesto sin importar el daño causado a su paso. Todo barco que arribaba a Varna, tenía garantizado un período de fondeo no inferior al mes y cuando aquello, podíamos viajar a tierra diariamente con el pago de un eficiente servicio de lanchas. Un viaje a Europa que normalmente ocupaba dos meses y medio de extensión durante viajes a países del Oeste, muy bien podía consumir seis meses cuando viajabas a los países “hermanos”. La ineficiencia e incapacidad operativa en los puertos era descaradamente detectable, como en Cuba, todo era una mierda, teníamos muy buena escuela.
Motonave "José Antonio Echeverría" (1)
En Cuba nadie me creía, la gente se envenenaba con la propaganda y confiaba cada día más en el futuro, yo era pesimista y mal calculador. El viaje duró casi seis meses y el posterior también. Se repitieron las visitas a los lugares descubiertos y mantuve estrecha amistad con la estatua del soldado desconocido. Había conocido a Violeta en el Seaman Club de Varna y la invité en mi segundo viaja a pasar un rato agradable en aquel lugar. Por poco cae presa por andar con un extranjero, eso era yo aunque viniera del campo socialista. La conocí allí porque fueron invitadas varias muchachitas de su escuela con el propósito de distraer y sacarle plata a los extranjeros, yo me encontraba sentado entre ellos. Sentí mucha vergüenza por las humillaciones que sufrió delante de mí, yo fui el culpable de su mal rato, tampoco lo comprendía mucho, ese día el local estaba ocupado por muchachitas de otra escuela.
La tripulación era fenomenal, estupenda, fiel, trabajadora y muy jodedora. Hay personajes que resultan inolvidables, Francisquito el timonel, Douglas Rodríguez, El Cabo, Tetera (murió en la colisión del cementero Capitán San Luís), Tony, Bonachea el contramaestre, Trucutú el cocinero, Chicho, Justo. ¿Quién pudiera recordarlos a todos?
Tuve la única pelea donde defendí a trompones el cumplimiento del orden interno del buque, fue contra el engrasador Justo, un huevón que se negó a cubrir su guardia, hasta ese día. Gané aquella pelea realizada dentro de un círculo de tripulantes en uno de los muelles de Varna, ese día se le destruyó a Justo el cartel de “guapo”. Así eran las cosas entonces, para ser oficial se requería tener un poco de huevos, yo era un muchacho todavía, pero dispuesto a mantener las charreteras que adornaban los hombros de mi camisa.
PD.- No poseo fotos del buque "Jade Islands", sin embargo, todas las fotos mostradas corresponden a buques de su época.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-04-06
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