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Mensaje por Admin Jue Jun 10, 2010 3:22 pm

La gran Edad Media, la de las catedrales, muere con el sigo XIV. Ciertamente, se construyen aún iglesias, se esculpen obras maestras, se transmite todavía una enseñanza iniciática por medio de las imágenes. Pero el estado de ánimo cambia a partir de la desaparición de los templarios; los masones no gozan ya de una protección tan poderosa y en adelante tendrán que enfrentarse con las autoridades civiles y religiosas sin la mediación de la orden caballeresca asesinada.

El siglo XIV ve el nacimiento de la burguesía reconocida como valor social, del comercio capitalista y de la guerra en estado endémico. Algo se ha roto en el alma de los europeos, y aparecen las desgracias: epidemias y hambrunas siegan numerosas vidas, cierta animosidad perturba las relaciones humanas.

De hecho, se inicia una gran crisis religiosa; cada vez se cree menos en las enseñanzas de la Iglesia, pues demasiados sacerdotes traicionan sus deberes y no respetan el Evangelio. ¿Cómo encontrar una nueva moral en un mundo donde el dinero y la ambición comienzan a ocupar el primer lugar? El espectro de la muerte aparece en la iconografía, ha llegado el tiempo de vivir como apetezca.

Poco tiempo después del suplicio de Jacques de Molay, en 1314, el Parlamento de París proclama un decreto inspirado por Felipe el Hermoso: el cargo de carpintero real es suprimido, pues quienes lo ocupaban tenían siempre vínculos con el Temple. Los masones no tienen, pues, representante oficial en el seno del gobierno. Como una catástrofe nunca viene sola, disensiones internas agitan a las cofradías; en 1322, algunas logias se convierten en cismáticas, pero ignoramos las causas de esta escisión.

En 1326, el Concilio de Aviñon propina un nuevo golpe a los masones: condena secretamente a las cofradías profesionales por su voluntad de secreto, sus signos particulares, sus contraseñas, su lenguaje esotérico y sus símbolos. La fraternidad iniciática disgusta mucho a los miembros del consejo; crea “un círculo cerrado” en el seno de la cristiandad. En el colmo de la herejía, los masones eligen a maestros que dirigen la comunidad sin preguntar la opinión de la Iglesia y según principios espirituales que no están por completo de acuerdo con el dogma. Las grandes fiestas anuales de los masones compiten con las fiestas religiosas y apartan a los buenos cristianos de la ortodoxia. Esta vez, la amenaza es seria; la sociedad medieval se descompone progresivamente y la Iglesia no tiene ya confianza, al parecer, en las cofradías que le han ofrecido un magnífico atavía de catedrales.

Mientras que el conflicto entre la iglesia y la masonería parece inevitable, el papa Benedicto XII aparta de pronto esas sombrías perspectivas. En 1334, confirma todos los privilegios anteriormente concedidos. En 1363, Raymond du Temple se convierte en maestro de obra del rey Carlos V y sabrá ganarse la confianza del monarca, del que fue incluso consejero y amigo.

Hacia 1370 se redactan en York unos reglamentos masónicos que siguen a las ordenanzas de 1352. Se trata de cartas y constituciones que forman lo que se denominan los “Antiguos Deberes” de los que existirán más de ciento treinta versiones entre 1390 y los inicios del siglo XX. Es la primera vez que los albañiles constructores ponen por escrito una pequeña parte de su regla de vida. Esta necesidad de legislación no es un progreso, muy al contrario, los maestros la sintieron porque temían por el porvenir espiritual y material de la Orden.

A mí entender, los maestros tenían perfecta conciencia de la inestabilidad de la época. Sensibles a las advertencias del Concilio de Aviñon, estimaron que la “revelación” de algunas leyes propias de su organización atenuaría el carácter peligroso del secreto. Cada vez aislados, los masones temen una acción violenta semejante a la que destruyó a los templarios.

Hacia mediados del siglo XV, los maestros de obras comprenden que es preciso definir de nuevo las bases de la Masonería, sospechosa de herejía. En 1459 se reúnen en Ratisbona para revisar las antiguas costumbres de las logias y redactar nuevas Constituciones para los canteros. Los reglamentos concretan varios puntos de la regla de vida de los iniciados y se aplicará todavía a comienzos del siglo XVIII

A finales del siglo XV, la masonería tiene más de treinta mil miembros, sin embargo no lograron impedir una evolución: la aceptación de no profesionales en las logias.

Por aquel entonces no se trataba aun de intelectuales y filósofos sino de herméticos, de antiguos templarios, de afiliados al catarismo, de hombres relacionados con el esoterismo, puesto que la intolerancia comienza a reinar en varios estados europeos, y así todos los que desean entregarse a la búsqueda espiritual al margen del dogmatismo, afluyen hacia la masonería.

Renacimiento es el nombre dado al amplio movimiento de revitalización cultural que se produjo en Europa Occidental en los siglos XV y XVI. Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes aunque también se produjo la renovación en la literatura y las ciencias, tanto naturales como humanas. El nombre Renacimiento se utilizó porque éste retomó los elementos de la cultura clásica. Además este término simboliza la reactivación del conocimiento y el progreso tras siglos de estancamiento causado por la mentalidad dogmática establecida en la Europa de la Edad Media. El renacimiento planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, el interés por las artes, la política y las ciencias, cambiando el teocentrismo medieval, por el antropocentrismo renacentista.

El artista y escritor italiano Giorgio Vasari fue uno de los primeros autores en utilizar esta expresión en su obra Vidas de pintores, escultores y arquitectos famosos, publicada en 1570, pero hasta el siglo XIX este concepto no recibió una amplia interpretación histórico-artística.

Sin embargo, Vasari había formulado una idea determinante, el nuevo nacimiento del arte antiguo, que presuponía una marcada conciencia histórica individual, fenómeno completamente nuevo en la actitud espiritual del artista.

El Renacimiento considera al hombre medida de todas las cosas. Como arte esencialmente cultural presupone en el artista una formación científica, que le hace liberarse de actitudes medievales y elevarse al más alto rango social

Con la vuelta a la antigüedad resurgirán tanto las antiguas formas arquitectónicas, como el orden clásico, la utilización de motivos formales y plásticos antiguos, la incorporación de antiguas creencias, los temas de mitología, de historia, así como la adopción de antiguos elementos simbólicos. Con ello el objetivo no va a ser una copia servil, sino la penetración y el conocimiento de las leyes que sustentan el arte clásico.

El surgimiento de una nueva relación con la Naturaleza, que va unida a una concepción ideal y realista de la ciencia. La matemática se va a convertir en la principal ayuda de un arte que se preocupa incesantemente en fundamentar racionalmente su ideal de belleza. La aspiración de acceder a la verdad de la Naturaleza, como en la Antigüedad, no se orienta hacia el conocimiento de fenómeno casual, sino hacia la penetración de la idea.

Históricamente, el Renacimiento fue contemporáneo de la Era de los Descubrimientos y las conquistas ultramarinas. Ésta "Era" marca el comienzo de la expansión mundial de la cultura europea, con los viajes portugueses y el descubrimiento de América, lo cual rompe la concepción medieval del mundo, fundamentalmente geocéntrica.

El Renacimiento comenzó en Italia en el siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI. En este período, la fragmentaria sociedad feudal de la Edad Media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual dominada por la Iglesia, se transformó en una sociedad dominada progresivamente por instituciones políticas centralizadas, con una economía urbana y mercantil, en la que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las artes y de la música. El desmembramiento de la cristiandad y el desarrollo de los nacionalismos, la introducción de la imprenta, entre 1460 y 1480, y la consiguiente difusión de la cultura fueron de la mano, potenciándose mutuamente, con la revolución operada en el mundo de las ideas. El determinante, sin embargo, de este cambio social y cultural fue el desarrollo económico europeo, con los primeros atisbos del capitalismo mercantil. En este clima cultural de renovación, que paradójicamente buscaba sus modelos en la Antigüedad Clásica, surgió a principios del siglo XV un renacimiento artístico en Italia de empuje extraordinario.

El artista tomó conciencia de individuo con valor y personalidad propios, se vio atraído por el saber y comenzó a estudiar los modelos de la antigüedad clásica a la vez que investigaba las técnicas del claroscuro, las formas de representar la perspectiva, y el mundo natural; especialmente la anatomía humana y las técnicas de construcción arquitectónica.

El paradigma de esta nueva actitud es Leonardo da Vinci, personalidad eminentemente renacentista, quien dominó distintas ramas del saber, pero del mismo modo Miguel Ángel Buonarroti, Rafael Sanzio, Sandro Botticelli y Bramante fueron artistas conmovidos por la imagen de la Antigüedad y preocupados por desarrollar nuevas técnicas escultóricas, pictóricas y arquitectónicas, así como por la música, la poesía y la nueva sensibilidad humanística. Todo esto formó parte del renacimiento en las artes en Italia.

En Occidente, la fecha de la aparición de un interés público por el hermetismo greco-egipcio se puede situar en el siglo XV, en el marco de la Academia Platónica de Florencia. Dado que Italia está más abierta al mediterráneo que Francia, también es más sensible a las influencias del Oriente Próximo, por lo que las modas egipcias se desarrollaron en ella en una fecha más temprana.

En febrero de 1439 una delegación bizantina es recibida en Florencia en ocasión del concilio de unión entre las iglesias de Occidente y de Oriente. Entre los consejeros de Juan VIII se encontraba Gemiste Pléthon (1360-1452) humanista y neoplatónico, seguidor de las doctrinas de Proclus (432-485). Cabe mencionar la importancia de este personaje en todo lo que respecta a la renovación del interés por el neoplatonismo en esa época. Los conocimientos esotéricos de Pléthon, su erudición enciclopédica y eclecticismo en materia de religión –conoce los oráculos Caldeos, la tradición zoroástrica, el brahmanismo, etc- le confieren un gran prestigio ante los florentinos. Con él se recupera la idea de una tradición interrumpida de sabiduría transmitida a los iniciados.

En esa época, Cosme de Médicis despacha a través del mundo mediterráneo a agentes encargados de recoger manuscritos. Hacia 1450 un monje le lleva de Macedonia un manuscrito griego que contenía catorce de los quince tratados del Corpus Hermeticum, manuscrito hoy conservado en la Biblioteca Laureanciana. En el transcurrir de aquel año, Cosme solicita a Marsilio Ficino (1433-1499) que instale una “Academia”. El príncipe es un financista y un político temible, no deja de ser por eso un letrado y un mecenas preocupado por incrementar la erudición gracias a la fortuna de la familia. Las propuestas de Pléthon lo seducen y retomando el término de “Academia”, que se aplicaba entonces a los discípulos del cardenal Bessarion, lanza su gran proyecto de prospección y de traducción. En 1463, justo un año antes de la muerte del príncipe, este le pide a Ficino que privilegie la traducción del Corpus Hermeticum. Así, en 1471 se reveló a Occidente el pensamiento alejandrino de los siglos II y III que encontraremos a menudo en el fondo doctrinal de los ritos masónicos especulativos.

Siguiendo a Agustín y Cicerón, Ficino restituye una genealogía mítica del “Tres veces grande”. Hermes es presentado como un eslabón de la cadena de oro del conocimiento, eslabón inaugural de la Prisca Theologia, una tradición ininterrumpida de sabiduría, al cual sucederán Orfeo, Aglaofemo, Pitágoras, Filolao y finalmente Platón. Ficino retoma así la enseñanza de los padres –Agustín, Lactancio y Clemente de Alejandría- en una nueva perspectiva, apoyada más bien en Lactancio, afirmando que Hermes es un profeta. De esta revolución proviene sin dudas el interés de Ficino por el tema de la Luz. Desde su primer ensayo en 1452, Sobre la visión y los rayos de la Luz, hasta la Concordancia entre Moisés y de Platón y la Confirmación del cristianismo por el socratismo, en 1481.

Christian Gadea Saguier
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