EL FENOMENO SOLSTICIAL EN EL SER HUMANO (EDITANDO)
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EL FENOMENO SOLSTICIAL EN EL SER HUMANO (EDITANDO)
Solsticio es un término astronómico relacionado con la posición del sol en el ecuador celeste. El nombre proviene del latín solstitium (sol sistere o sol quieto).
Los solsticios son aquellos momentos del año en los que el sol alcanza su máxima posición meridional o boreal. En el solsticio de verano del hemisferio norte el sol alcanza el cenit al mediodía sobre el Trópico de Cáncer y en el solsticio de invierno alcanza el cenit al mediodía sobre el Trópico de Capricornio. Así las fechas del solsticio de invierno y del solsticio de verano están cambiadas para ambos hemisferios.
A lo largo del año, la posición del sol visto desde la tierra se mueve hacia el norte y el sur. Los solsticios son los momentos del año en los que la posición del sol sobre la esfera celeste alcanza sus posiciones más boreales o australes.
La existencia de los solsticios está provocada por la inclinación axial del eje de la Tierra. En los solsticios la longitud del día y la altura del Sol al mediodía son máximas (en el solsticio de verano) y mínimas (en el solsticio de invierno) comparadas con cualquier otro día del año. En la mayoría de las culturas antiguas se celebraban festivales conmemorativos de los solsticios, también se siguen conmemorando en la Masonería.
Jano y la celebración solsticial
En la antigüedad, los solsticios junto con los equinoccios eran llamados puertas del cielo (Janus Coello), pues éstos determinan el paso de las dos grandes fases donde la naturaleza ofrece sus frutos y los cambios más notables y opuestos.
Por ello, en su calidad de puerta, Jano, más que representar los solsticios, es el arquetipo de la actitud reflexiva y profunda que pretende obtener experiencia positiva y actual de la observación del comportamiento del sol y su relación con la tierra, la vida y el hombre, durante el día, el mes y el año. De ahí, su representación bifronte, teniendo al fondo el horizonte, donde se sobresale el sol y sobre éste la luna en cuarto creciente.
Desde tiempos de Numa Pompilio (h. 715 - 672 a.C.), el primer mes del año lleva su nombre (Januarius, Januario, Janvier, January, etc.). El día primero de este mes se ofrecía un sacrificio llamado Janual, compuesto de vino y frutos. Los próceres iban en procesión al capitolio y todos los ciudadanos se hacían mutuos presentes. Esta tradición ha perdurado hasta nuestros días a través de los aguinaldos de navidad y las felicitaciones de año nuevo (celebrado a los 7 días del solsticio de invierno).
Jano presidía los Collegia Fabrorum, depositarios de las iniciaciones que, como todas las civilizaciones tradicionales, estaban vinculadas con el ejercicio de la artesanía. Estos colegios, lejos de desaparecer con la antigua civilización romana, pervivieron sin interrupción en los gremios de canteros que, a lo largo de la Edad Media, mantuvieron el mismo carácter iniciático del cual hoy conserva la Masonería.
Jano, desde la perspectiva iniciática, es propiamente el Janitor que abre y cierra las puertas del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos. Un dios bifronte, con dos rostros que según la interpretación tradicional, se consideran como representación respectiva del pasado y el porvenir.
Con este punto de vista, hablamos, también, de un tercer tiempo o un “triple tiempo” donde conviene añadir que el auténtico rostro de Jano es el de quien contempla el presente con una nueva conciencia y no los dos visibles, solamente. Este tercer rostro, oculto al mundo aparente, es el tercer ojo del despertar de conciencia, ojo que simboliza el “sentido de la eternidad” en la iluminación.
El solsticio en la logia
En el interior de las logias encontramos las imagines del sol, la luna y de la bóveda celeste sembrada de estrellas, y puesto que la luz física viene desde el oriente, las logias, en las que se aúnan los esfuerzos más sublimes y generosos que tienden a enaltecer e ilustrar la inteligencia humana, vienen a convertirse simbólicamente en otros tantos focos de luz, o sea en otros tantos orientes. En la logia los solsticios se hallan representados por las dos columnas que se encuentran al occidente, a ambos lados de la puerta de entrada, marcando el límite de la marcha aparente del sol, durante los doce meses del año.
La puerta desde los primeros orígenes del hombre ha sido considerada el paso de un mundo al otro. Simboliza la comunicación entre dos estados y, sobre todo, la posibilidad de acceso de uno al otro. Es la frontera que separa un ámbito interno de luz, al que se aspira a acceder, de otro de tinieblas, de donde se viene. La puerta es la delimitación de dos mundos, el interior o sagrado y el mundo exterior o profano.
Debemos recordar que la palabra “profano”, nombre con el que se llama a los no iniciados, deriva de la raíz latina fanum que significa templo y de la cual se deriva la voz pro-fanum cuyo significado es todo aquello que está situado por fuera de las puertas del Templo. En otro grado de significación, la Puerta, para el candidato que la busca, no tiene un significado de llegada sino, por el contrario, es el punto de partida hacia otra condición del ser.
La puerta no es un elemento pasivo en la configuración de un templo masónico, no es la simple discontinuidad de una pared para permitir o impedir la entrada. Por el contrario tiene una función muy activa y la capacidad de transmitir un mensaje, como cualquier otro elemento simbólico del Templo.
La función activa de la puerta como símbolo se traduce en la capacidad de facilitar el paso o de impedirlo, es decir, el paso a su través es selectivo y requiere de un reconocimiento previo para entrar. Se desprende, también, una función de seguridad en el sentido de garantizar que el recogimiento del interior no será perturbado por ningún elemento ajeno a la Logia.
Si la puerta garantiza la protección de una eventual acción externa, también protege de la posible pérdida de las energías recibidas en el interior del templo durante la celebración del ritual masónico. En ese sentido, la puerta, herméticamente cerrada, guarda el calor de las energías recibidas y garantiza que los Trabajos alcancen el punto de ebullición máximo, cuyos frutos son los secretos que deberán ser guardados en lugar seguro y sagrado.
Por lo tanto, éste símbolo se puede considerar como el reflejo de la puerta del Gran Atanor alquímico, el cual va a permitir la creación de un calor reverberado en su interior que transformará la materia.
Alegoría del fenómeno
En el solsticio de verano, aparece la naturaleza con su mayor esplendor, los rayos vivificantes del sol derraman, por donde quiera, brillantez, lozanía, hermosura y vigor, dando fertilidad a los campos, verdor a las praderas, colorido a las flores, existencia y calor a los seres vivos y diafanidad a los cielos.
En el solsticio de invierno, al alejarse el sol de nuestro cenit para prodigar sus rayos fecundadores en otro hemisferio, nuestros campos pierden su manto esmeralda, nuestro cielo se cubre de bruma, el cierzo paraliza el crecimiento de las plantas al detener la circulación de la savia que las nutre, y la tristeza tiende por todas partes su cendal grisáceo. El astro fulgente, que rige los destinos cósmicos de nuestro planeta, obedeciendo las leyes universales, llega a un grado de declinación meridional respecto a nuestro horizonte, que solo nos manda brillo apagado de mortecina luz.
El alejamiento del sol trae consigo una metamorfosis completa en las manifestaciones de la naturaleza, al grado de transformar en lóbrego y estéril desierto lo que antes era un oasis.
Así el olvido de nuestros deberes, el abandono de la virtud, la satisfacción sin freno de las pasiones, la corrupción de las costumbres, el egoísmo que domina el corazón degenerado por los vicios, hacen monstruosa un alma que antes era abrigo de nobles y elevados sentimientos, pero que, lo mismo que el prado, vuelve a florecer al sentir de nuevo las caricias del radiante sol.
Aquel espíritu esclavizado por la intemperancia y la perversión, recobra todo su imperio sobre las pasiones, y se levanta regenerado y libre a cumplir su alto destino al influjo potente de la sabia y morigeradora doctrina que le inculca la Masonería cuando lo admite en su seno amoroso, dándole calor y nueva vida con su luz.
Aunque el verano sea considerado generalmente como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, los dos solsticios correspondientes tienen, sin embargo, un carácter exactamente contrario.
Por paradójico que parezca, es muy fácil comprenderlo si se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer, y lo que ha llegado a su mínimo no puede sino comenzar a crecer.Así, el solsticio de verano marca el comienzo de la mitad descendente del año, y el solsticio de invierno, el de su mitad ascendente.
En realidad, el periodo “alegre”, es decir, benéfico y favorable, es la mitad ascendente del ciclo anual, y su periodo “triste”, es decir, maléfico o desfavorable, es su mitad descendente.
El solsticio de invierno marca un momento en que el tiempo se detiene, el presente se manifiesta en un instante de eternidad. Es un tiempo de silencio, de recogimiento interior y meditación. Un momento donde aquella semilla se pudre en el interior de la tierra, esperando pacientemente que llegue el tiempo para crecer y manifestarse.
Es tiempo de afirmar nuestros valores y convicciones, para que cuando llegue la primavera podamos vivirla a pleno no en nuestros templos sino en la sociedad, esa sociedad que necesita de masones verdaderos y no de hombres vestidos con oropeles y grandilocuentes discursos.
Las fiestas solsticiales son el momento simbólico en que los masones se recogen hacia el interior de su microcosmos y advierten nuevas verdades morales y nuevas realidades espirituales que les permiten continuar con la “Gran Obra”.
Conclusión
Así planteadas las cosas, los masones no estamos para vivir, celebrar o festejar el pasado, ni para soñar el futuro, sino para construir el presente con una nueva conciencia, teniendo al pasado por base y al futuro por meta.
Este fenómeno solsticial existe en la tierra antes que el hombre pudiera calcularlo y como no pudiendo cambiar el fondo las cavilaciones han luchado por dotarla de una forma, pero jamás se podrá cambiar su sentido en el universo. Ahora, existe al menos un rincón en el universo que con toda seguridad podemos mejorarlo y somos nosotros mismos.
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