LAS FRITAS DE MARIANAO
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LAS FRITAS DE MARIANAO
La Quinta Avenida de La Habana se extiende desde el túnel que la conecta con la calle Calzada, del Vedado, hasta el río Santa Ana, en la localidad de Santa Fe.
A partir de ahí se convierte en Carretera Panamericana y llega a Mariel.
Su trazado resultó decisivo para el fomento del reparto Miramar y también del Country Club Park y del reparto Playa de Marianao, que se ubica entre Miramar y el Country.
Las clases adineradas salieron paulatinamente de la parte más vieja de la capital cubana y construyeron sus casonas y palacetes en el Cerro y el Vedado. Más tarde emigrarían hacia el oeste, más allá del río Almendares.
En el diseño de la importante vía intervino el arquitecto norteamericano John F Duncan, autor del monumento al presidente Grant, en Estados Unidos, junto al arquitecto cubano Leonardo Morales, graduado en la Universidad de Columbia.
Por eso se dice que Miramar, con sus manzanas rectangulares de 100 x 200 m, se parece tanto a Manhattan. Se erige, en su comienzo, la Fuente de las Américas.
Más allá se encuentra el reloj, que es símbolo del municipio Playa y que, si funcionara, dejaría escuchar un sonido similar al de las campanas del Big Ben, de Londres.
Pese a su paseo central arbolado, la Quinta Avenida no es una vía homogénea; cambia por trechos según su arquitectura y la época de construcción.
Quizás el tramo menos parecido al resto es el que media entre las rotondas de las calles 112 y 120. Allí, en la acera sur, frente al famoso Coney Island Park, existía un conjunto de bares, billares y centros nocturnos como Panchín, Pompilio, Rumba Palace, El Niche, Choricera, Los Tres Hermanos, Pennsylvania, La Taberna de Pedro… con piso de cemento y techos de zinc y que lindaban con lo marginal, pero que eran visitados por todas las clases sociales.
Pennsylvania era el escenario de la vedette Tula Montenegro, que lucía una anatomía descomunal.
En algunos de aquellos tugurios estaba Teherán, que había cosechado éxitos en el Cotton Club, de Broadway, mientras que en Choricera o en El Niche montaba Silvano Shueg Hechevarría, el célebre Chory, sus espectáculos escalofriantes con aquella música que sacaba de timbales, sartenes y botellas vacías.
Marlon Brando, que durante sus estancias cubanas, era habitual en la zona, quiso llevarse al Chory a Hollywood, seguro de que allí sería todo un éxito. Pero el cubano se negó a complacerlo, aunque sí trabajó junto a Errol Flynn en una película que el actor australiano-estadounidense filmó en La Habana.
Delante de esos centros nocturnos, en la propia acera, se alzaba todo un tinglado de puestos de fritas. Uno al lado del otro. Lo que hizo que la zona fuera conocida como las fritas de Marianao. Detrás, disimulados por los ficus, había un número impreciso de casas de cita y prostíbulos.
Hace pocos meses, en ocasión de una visita a la capital cubana, Robert Duval, el “consejero” de El Padrino, y Sam Murray, el actor de Cazafantasmas y Perdido en Tokio, me pidieron que los llevara al Shanghai, el teatro pornográfico del Barrio Chino habanero, y a las fritas.
Nunca antes ellos habían estado en La Habana. Conocían dichos sitios solo de oídas. No pude complacerlos. Ya nada de eso existe. Desaparecieron muchos de aquellos locales o se convirtieron en cafeterías de comida rápida, identificadas por una estridente pintura de rojo catchup y amarillo mostaza.
Más allá de lo anecdótico, algún día habrá que valorar cuánto deben el son y la rumba, y la rumba de cajón, a aquella escuela de músicos populares y a ese escenario imprescindible que para la música cubana fueron las Fritas de Marianao, de la Quinta Avenida.
Allí sonaba lo más estridente, lo más arrebatado, lo que de verdad hacía gozar. “Con un carácter impuesto por lo popular y hasta populachero, la zona de la playa de Marianao se convirtió en otro foco de la vida nocturna habanera”, escribe el musicólogo Leonardo Acosta.
Por sus precarios escenarios pasaron figuras como Benny Moré, Antonio Arcaño, Arsenio Rodríguez, Carlos Embale, Tata Güines y, se dice, un muy joven Juan Formell con su amigo Changuito y decenas de artistas hoy no tan conocidos, como el olvidado travesti Musmé.
Mucho contrastaban aquellos centros nocturnos de mala muerte con los clubes que abrían sus puertas al norte de la Quinta Avenida, algunos de ellos muy exclusivos, como el Habana Yacht Club, pero allí estaban.
No había más que cruzar la calle para insertarse en la aventura.
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