CUBA EN LA ENCRUCIJADA
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CUBA EN LA ENCRUCIJADA
Por Roberto Rodríguez Tejera
Por los últimos 52 años los cubanos hemos insistido, más allá de toda lógica, en que algún día Cuba será libre e independiente. El momento puede que esté llegando. Depende ahora de nosotros asegurarnos de que los que sacrifican la libertad de los pueblos en nombre de una paz y una estabilidad artificial no triunfen una vez más. ¿Estaremos los cubanos a la altura de las circunstancias? Espero que sí. El fin de los Castro se acerca: eso no está en discusión. Estamos a punto de ver la derrota de un sistema que colapsa por el peso de los fracasos, los años y la intransigencia, y el cansancio y la desidia. Sin embargo, la desinformación del régimen, y la activa colaboración de los que debieran ser aliados y dolientes, nos impiden ver lo cercano de la victoria, que por demás, viene disfrazada para que no la podamos reconocer.
Los que nos dicen que la oposición ha sido derrotada por el tiempo, por nuestros pecados y por nuestra incapacidad, o se equivocan, o mienten para salvar los restos del castrismo. Lo que termina, lo que se agota, lo que tiene que morir, es el castrismo. Y tiene que morir para que Cuba viva. A los que nos dicen que la única alternativa que tenemos los cubanos es la reforma del modelo castrista por los mismos que lo implantaron o, en su defecto, la perpetuación del modelo en su expresión más grosera y represiva, tenemos que responderle que, cuando menos, se equivocan; que la victoria está al alcance de la mano y que la derrota no es aceptable, porque aceptarla sería aceptar el fin de un proyecto de nación que se empezó a gestar en el siglo XVIII y que todavía sobrevive a pesar del castrismo. Un proyecto de nación que insiste en que la nacionalidad es fuente de derecho y que lo cubano no lo define un proyecto político en particular.
Los cubanos que pensamos que Cuba no es, ni Castro ni la revolución tenemos la obligación de no aceptar nada menos que la rendición incondicional del proyecto castrista. Todo intento de reconciliación y todo proceso de transición política tienen que comenzar por denunciar al castrismo como lo que es: una aberración política que hay que desarraigar de la vida nacional.
Sin ese requisito previo el perdón no es posible, la reconciliación sería una farsa y el futuro una quimera.
Lo que está en juego no es la victoria de un partido político sobre otro. Lo que está en juego es el mismo concepto de Nación, la posibilidad de La República. Aceptar la interpretación castrista de la nación y desde esa perspectiva comenzar la oposición a participar de un proceso de reconciliación nacional sin antes exigir ese exorcismo nacional, sería aceptar la perpetuación del Castrismo como concepto de nación.
Fidel Castro nos impuso un modo de sociedad medieval que tiene que ser desmantelado y, cuanto antes lo hagamos, mejor para todos.
La única negociación posible sería aquella que sirviera para pactar los términos y condiciones del desmantelamiento total del sistema castrista.
No nace este planteamiento de la vana soberbia que ha definido al castrismo en los últimos 50 años, ni tampoco están presentes el revanchismo ni el machismo tan característicos de este proceso y, lamentablemnte, de nuestra cultura. El futuro del país no puede ni debe estar al servicio, ni de una oposición que aspire a excluir totalmente a los que hoy están en el poder, ni tampoco de los que, al lado de los Castro, aspiren a sucederlos excluyendo del futuro de Cuba a otros cubanos.
El peligro para los funcionarios del régimen no viene de una oposición que aspira a una Cuba “con todos y para el bien de todos”. El peligro para ellos viene de las palabras y acciones de los más altos representantes del régimen, especialmente de los más recientes discursos de Raúl Castro y la reaparición de Fidel Castro. Los funcionarios del régimen no tienen que temer al exilio, la oposición interna, o a los Estados Unidos; por ahora ni siquiera a un pueblo ya cansado y lleno de legítimos reclamos, sino a la ira, la incapacidad y el desprecio por todos los cubanos de los Castro y su equipo de gobierno, anquilosados por los años, el temor y el dogmatismo.
En 1959 Castro nos impuso a los cubanos la peor de las guerras: una guerra civil. Seguimos en guerra los cubanos porque la dictadura nunca ha querido, ni quiere, repito, ni quiere, pactar la paz con la oposición; porque no ha permitido, ni planea permitir, ninguna interpretación de país que no sea la de su proyecto. Como alternativa, nos han dado los paredones de fusilamiento, la cárcel, el destierro, o el convertirnos en no-personas dentro de un país que, por voluntad de un dictador, pasó a ser un feudo suyo y de un grupo de sus seguidores, y no la patria común de todos los cubanos.
Todo se puede pactar, todo se puede negociar entre la oposición y los funcionarios dispuestos a abandonar el régimen, para la formación de un gobierno de transición; todo, menos la supervivencia de un castrismo sin Castro. El gobierno de transición, para que sea creíble, no puede incluir a nadie que no rechace de antemano todo lo que ha representado el castrismo en la vida nacional.
Se acerca el momento en que Cuba, después de 50 años, sea gobernada por un grupo de cubanos cuyo apellido no será Castro. Si fuéramos a sintetizar la misión de ese equipo de gobierno, el gobierno de transición, habría que decir que ha de ser la erradicación del concepto castrista de nación, y la implementación, al mismo tiempo, de la metodología democrática que pueda llevar a Cuba, en poco tiempo, a su transformación en un estado de derecho basado en el ideal que nació en la manigua y creció con Martí, en una República donde “la ley primera… sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
Como se ha demostrado en los últimos meses, ni la oposición interna, ni el país en diáspora, podrán ser sometidos por la fuerza, ni asumidos por la mentira y la manipulación. Tratar de ignorarlos sería condenar al fracaso todo intento de transición verdadera. Los funcionarios desencantados del castrismo que no hayan tenido responsabilidad directa en hechos de represión brutal resultan indispensables también a todo proceso de transición que, tal como lo reclama el bienestar de la nación, le cierre el paso al revanchismo y la venganza. Estos tres elementos –oposición interna, exilio y exfuncionarios limpios- están llamados a forjar la alianza que garantice el fin del continuismo, la re-fundación del estado de derecho y la rápida desembocadura en una República democrática, y es esa alianza lo único que puede ofrecer las necesarias garantías de paz para el desarrollo del proceso de transición.
Algunos, dentro de las filas de los que aspiran a suceder a los hermanos Castro, quizás crean que su supervivencia física y su supervivencia política estarán garantizadas por su habilidad para reprimir a los cubanos en la isla y por su capacidad de negociar con Estados Unidos, o sea, siguiendo, de esa forma, el modelo castrista. Confían en que la oposición será negociada por Washington. Sin embargo, se equivocan los que piensan que el gobierno de los Estados Unidos podrá imponerle a los opositores cubanos, en el exterior, o dentro del país, lealtad, sumisión y cooperación con cualquier intento de gobierno que pretenda suceder a los Castro. El gobierno de la transición deberá ser pactado de antemano e integrado por opositores y exfuncionarios desvinculados de la represión o no cesaremos, en la oposición, en nuestros esfuerzos por lograr para Cuba lo que Cuba y los cubanos se merecen: libertad política, democracia económica, y respeto pleno a la dignidad de todos los cubanos sin importar sus preferencias políticas.
Solamente la participación de la oposición en el gobierno que suceda a los Castro puede garantizar que las negociaciones con el gobierno de Estados Unidos no se conviertan en una deshonrosa y costosísima capitulación política y económica para la República de Cuba.
Solamente la oposición, como parte del gobierno de transición, puede garantizar la paz social y la esperanza. Sólo la lealtad y apoyo de la oposición al proyecto de país que se quiera construir pueden ayudar a garantizarle a Cuba su soberanía y su independencia. La credibilidad ante el pueblo está en las manos de los opositores. Sin el aporte de la oposición, los cambios económicos serían solamente oportunidades para la desestabilización del gobierno y la pérdida de la paz social. El tiempo se acaba y la crisis es de tal magnitud que ni la represión, ni la voluntad que tiene la oposición para que los cambios se realicen de forma pacífica y pactada, pueden garantizar que el pueblo tenga la paciencia y la tolerancia para continuar esperando. Si la violencia se desata, nadie puede garantizar nada.
Para que Cuba sobreviva la guerra que se inició en 1959, esa guerra tiene que terminar. Llegó el momento de pactar la paz: sin los Castro y sin el castrismo. Entre cubanos.
Ningún cubano deberá ser fusilado, ni encarcelado, ni declarado apátrida, ni traidor, ni agente de gobierno extranjero alguno, ni perseguido jamás, ni obligado a vivir fuera de Cuba, por defender una idea política. Todo esto hay que desterrarlo del futuro de la nación.
Tenemos que pactar una paz basada en la posibilidad de una patria para todos: para la oposición, para los exfuncionarios del régimen, para los negros, para los mestizos y para los blancos, para los exilados políticos y para los inmigrantes económicos, para los creyentes y para los ateos.
Se podrán abrir las cárceles para dejar salir presos politicos, antes se ha hecho. Pero mientras no digamos todos juntos ¡NUNCA MAS!, esas cárceles se pueden volver a llenar. Una meta indispensable tiene que ser la de no más presos políticos; no más presidio político.
Se podrá dejar de perseguir a los cubanos por sus ideas, por practicar una religión en específico, por su raza o por sus preferencias sexuales, pero hasta que la cultura de intolerancia y el carácter dogmático del castrismo no sean condenados por todos, no se comenzarán a erradicar esas taras que el propio castrismo nos quiere legar.
Se podrá insistir en el principio martiano de “dígase cubano y se habrá dicho todo” y seguiremos cultivando una metáfora, imprescindible como meta, pero que no se ajusta a la realidad de ayer, ni a la de hoy.
Es hora de plantearse como parte imprescindible del proyecto nacional la integración de la poblacion negra en los asuntos económicos y políticos. Esto requiere que todos hagamos desde ahora un compromiso serio, concertado y bien financiado en su momento por parte del estado cubano para ayudar a la población negra, tan pronto comience la transición, a despegar económicamente con las mismas oportunidades de éxito que los blancos con familia en el exterior o los que han ocupado trabajos en áreas dólar.
Si queremos paz social, unidad nacional y una transición exitosa después del castrismo, la poblacion negra tiene que ser incorporada desde el primer momento. Esto no admite demora.
Cuba, por su insularidad y geografía, requiere unas fuerzas armadas modernas, profesionales y listas para enfrentar los retos del siglo XXI. Igualmente requiere órganos de seguridad provistos con los instrumentos técnicos y jurídicos necesarios en una sociedad moderna.
Sin embargo, para que esas instituciones puedan obtener el respeto del pueblo y el respaldo de la oposición, el gobierno de transición, una vez establecido, debe ordenar inmediatamente la exclusión de los órganos de seguridad y defensa del país de los represores y de los agentes políticos del estado, así como de los mandos que hayan colaborado con las autoridades políticas en detrimento de esas instituciones.
Nunca más la tortura, el abuso, ni la violación de los derechos humanos deben tener cabida en organismos cuyo objetivo es defender al pueblo, y no reprimirlo.
Es requisito indispensable que se eliminen del Código Penal y de los códigos civiles actualmente vigentes las limitaciones políticas, de reunión, de libre expresión y de acceso a los medios de comunicación, así como cualquier otra limitación que impida echar a andar el proceso de participación de todos los sectores interesados en la transición, además de eliminar inmediatamente el papel rector del Partido Comunista en los asuntos del país. De igual manera, se necesita que el gobierno de transición asuma a los cubanos que vivan en el exterior y a los hijos de estos como parte de la nación, reconociéndoles iguales derechos políticos y legales que a los cubanos que vivan en el territorio nacional. La Nación supera la geografia nacional, y eso es indispensable reconocerlo de inmediato.
Para lograr la necesaria legitimidad, el gobierno de transición deberá disolver de inmediato la Asamblea Nacional del Poder Popular y convocar a elecciones nacionales para establecer un cuerpo legislativo verdaderamente representativo, independiente y legítimo, eliminando toda restricción en el proceso de postulación y posterior selección de los ganadores. Ese cuerpo legislativo, libremente electo y representativo de todos los ciudadanos, incluyendo a los cubanos en la diáspora, debe de ser la máxima autoridad en los asuntos legislativos del país y, de forma soberana, debe legislar los cambios legales necesarios para garantizar el éxito de la transición.
El futuro se nos hace presente mucho más rápidamente de lo que pensamos. Entender e identificar desde ahora y, si es posible, fortalecer a elementos dentro del régimen que aspiren a superar el castrismo una vez que comience la transición, es indispensable, así como lo es también el aislamiento de pequeños, pero poderosos, grupos de intransigentes que nos quieren imponer el continuismo.
Nos encontramos los cubanos, nuevamente, en una encrucijada muy parecida a la que tuvimos que enfrentar en 1959. Por una parte una dictadura a punto de colapsar y como remedio, en ese momento, como alternativa de futuro, tuvimos que escoger entre el castrismo o el socialismo democrático de las fuerzas progresistas. El resultado Uds. lo conocen, no hace falta abundar.
El error, la imposición, la manipulación, la conspiración, como ustedes quieran llamarle, nos ha costado muy caro: 52 años de dictadura. Quizás, porque el tiempo no está de nuestro lado, un error ahora puede ser fatal para la República. A los que nos quieren imponer un castrismo reformado, confiando en su interpretación del tiempo, o su poder económico, o sus intereses personales o económicos, o simplemente porque se creen derrotados por un régimen que los intimida y manipula aún desde su tumba, tenemos que decirle que el momento de Cuba es ahora. Que el desmonte del castrismo no es negociable, así lo quieran algunos en Washington, en el Vaticano, en Miami o en La Habana.
No es por unos pocos, ni para unos pocos: es para todos y, para siempre, que Cuba, tiene, debe y va a renacer. Y permítanme terminar diciendo, como Agustín Tamargo, y en la mejor tradición del cubano que ni se rinde ni pierde la fe: Cuba primero, Cuba después, y Cuba siempre.
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