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¿QUIENES SON LOS VERDADEROS BANDOLEROS EN CUBA, Y SUS CÓMPLICES?
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¿QUIENES SON LOS VERDADEROS BANDOLEROS EN CUBA, Y SUS CÓMPLICES?
No hay cosa que me reviente más que se hagan críticas a la población cubana y se la clasifique de ladrones, sin antes analizar el origen de esos robos, y destacar quiénes son más ladrones, si el gobierno o la gente de a pie.
Así, de este modo, cuando la copia de CDs y de DVDs, de música, de películas, y hasta de programas de televisión, ha llegado a las calles cubanas –por cierto, de lo que ya yo escribí a inicios del 2000, en mi antigua tribuna del periódico El Mundo, y en cuyo texto condenaba la piratería originada por el castrismo. El artículo me mereció que personas del ámbito cultural español me respondieran con cartas elogiosas, las que agradezco, pero todavía estoy esperando que se atrevan a condenar a la dictadura castrista por ser una de las primeras en piratear los derechos de autor de los creadores.
Allá por los años setenta y ochenta, las películas que se veían en Cuba, en los cines, eran películas pirateadas. Cuba jamás pagó derechos de autor. Así, por ejemplo, El Padrino, de Francis Ford Coppola, se vio en blanco y negro. Francis Ford Coppola visita a menudo la isla, y no ha dicho ni mú en contra de la piratería estatal castrista.
El castrismo fue el iniciador de la piratería, si nos ponemos como nos tenemos que poner: bonitos, hay que decirlo. Es esa la razón por la que muchísimas películas se veían en los cines con tremenda mala calidad o con los colores adulterados debido al tráfico de copias fílmicas, que se hacía en cine, y a través de España. En Madrid estaba asentada una productora de dos latinoamericanos que copiaban películas a tutiplén, de cada copia que se hacía de una película, siempre se reproducía una destinada a Cuba. Uno de ellos tenía un cine, el proyeccionista y él sacaban la copia de madrugada y la llevaban a un laboratorio donde, con la complicidad de otro latinoamericano, duplicaban la primera copia, violando así los derechos de autor y las leyes correspondientes que amparan la propiedad intelectual, y las enviaban directamente al ICAIC. Las películas se estrenaban en los cines con la aprobación de Fidel Castro, que antes las veía, revisaba y aprobaba en una sala del séptimo piso del Instituto de Cine. A eso le llamaban “burlar el bloqueo”.
Según me cuentan, esos latinoamericanos regresaron a su país con unos cuantos millones, lo que está por comprobar. Yo los conocí, sé quiénes son.
Cuando empezó el furor de los reproductores de videos, la cosa se hizo más fácil, el régimen fundó Omnivideo, con la ayuda de otros residentes extranjeros en la isla, directamente con el Ministerio del Interior, en los que había chilenos implicados, y creo que hasta mexicanos. No doy nombres por razones obvias. No sólo las películas de Omnivideo se copiaban de las cintas originales, además también se extraían a través del satélite, desde una parábola comprada en Estados Unidos; e incluso, en muchas ocasiones se copiaban de la sala de montaje de algún cineasta célebre e ingenuo que dejaba su película a la vista de cualquiera que pudiera pasar por allí. Y ya sabemos que los brazos de la dictadura son largos.
El régimen castrista robaba esas películas, e incluso, cuando querían, reeditaban la película y cortaban imágenes que pudieran herir la sensibilidad de los comunistas. De tal suerte, que cuando la película La Decisión de Sofía se estrenó un sábado, tarde en la noche, en copia Omnivideo, una mano oscura del ICAIC, con aprobación de sus jefes, editó y eliminó el nombre del director de fotografía, que no era otro que Néstor Almendros, ganador del Oscar. Néstor Almendros es el cineasta cubano-catalán exiliado, autor de varios documentales importantes en contra del castrismo.
Así que, si en la actualidad el pueblo cubano copia o quema CDs y DVDs para revenderlos en la calle no ha hecho más que seguir el ejemplo de lo que ha venido haciendo el castrismo desde los años setenta hasta ahora, robar y traficar con los derechos de autor de los creadores.
Por otra parte, los que hoy critican tales acciones por parte del pueblo, no se detienen ni un segundo a acusar a los que han originado que Cuba se convierta en una tierra de delincuentes y cómplices, y tampoco asumen, que muchos de ellos han quemado discos, han copiado en llaves USB programas de televisión de Estados Unidos, e incluso hasta blogs escritos en el exilio. Así que primero revísense y no vengan ahora a hacerse los suecos o los limpios, que en Cuba no hay nadie limpio de polvo y paja. Y para condenar a los vendedores de la calle, primero deben condenar a la dictadura que engendró tal fenómeno y que robó y sigue robando a los artistas del mismo modo, sólo que oficialmente.
En cuanto a los tabacos. Todavía me cae peor que se delate a las personas que le roban al Estado para fabricar tabacos clandestinos o falsos tabacos, porque el primero que roba es el Estado a los campesinos tabacaleros, y al pueblo que no tiene ni derecho a fumar bueno; y ya para cerrar, los extranjeros que compran tabacos en Cuba, se limpian el sainete póstumo, y no se preguntan cuántos esclavos han tenido que trabajar, y ser mal pagados, y explotados, para que ellos disfruten de una cachada de humo. ¡Qué se jodan y fumen papel de Juventud Rebelde y de Granma!
Basta ya de ir por la vida delatando al pueblo, y de tapar a la dictadura. Que a los que verdaderamente hay que denunciar son a los bandoleros hijos de Lina que le han robado todo, absolutamente todo, a los cubanos.
Zoé Valdés.
http://zoevaldes.net/
Así, de este modo, cuando la copia de CDs y de DVDs, de música, de películas, y hasta de programas de televisión, ha llegado a las calles cubanas –por cierto, de lo que ya yo escribí a inicios del 2000, en mi antigua tribuna del periódico El Mundo, y en cuyo texto condenaba la piratería originada por el castrismo. El artículo me mereció que personas del ámbito cultural español me respondieran con cartas elogiosas, las que agradezco, pero todavía estoy esperando que se atrevan a condenar a la dictadura castrista por ser una de las primeras en piratear los derechos de autor de los creadores.
Allá por los años setenta y ochenta, las películas que se veían en Cuba, en los cines, eran películas pirateadas. Cuba jamás pagó derechos de autor. Así, por ejemplo, El Padrino, de Francis Ford Coppola, se vio en blanco y negro. Francis Ford Coppola visita a menudo la isla, y no ha dicho ni mú en contra de la piratería estatal castrista.
El castrismo fue el iniciador de la piratería, si nos ponemos como nos tenemos que poner: bonitos, hay que decirlo. Es esa la razón por la que muchísimas películas se veían en los cines con tremenda mala calidad o con los colores adulterados debido al tráfico de copias fílmicas, que se hacía en cine, y a través de España. En Madrid estaba asentada una productora de dos latinoamericanos que copiaban películas a tutiplén, de cada copia que se hacía de una película, siempre se reproducía una destinada a Cuba. Uno de ellos tenía un cine, el proyeccionista y él sacaban la copia de madrugada y la llevaban a un laboratorio donde, con la complicidad de otro latinoamericano, duplicaban la primera copia, violando así los derechos de autor y las leyes correspondientes que amparan la propiedad intelectual, y las enviaban directamente al ICAIC. Las películas se estrenaban en los cines con la aprobación de Fidel Castro, que antes las veía, revisaba y aprobaba en una sala del séptimo piso del Instituto de Cine. A eso le llamaban “burlar el bloqueo”.
Según me cuentan, esos latinoamericanos regresaron a su país con unos cuantos millones, lo que está por comprobar. Yo los conocí, sé quiénes son.
Cuando empezó el furor de los reproductores de videos, la cosa se hizo más fácil, el régimen fundó Omnivideo, con la ayuda de otros residentes extranjeros en la isla, directamente con el Ministerio del Interior, en los que había chilenos implicados, y creo que hasta mexicanos. No doy nombres por razones obvias. No sólo las películas de Omnivideo se copiaban de las cintas originales, además también se extraían a través del satélite, desde una parábola comprada en Estados Unidos; e incluso, en muchas ocasiones se copiaban de la sala de montaje de algún cineasta célebre e ingenuo que dejaba su película a la vista de cualquiera que pudiera pasar por allí. Y ya sabemos que los brazos de la dictadura son largos.
El régimen castrista robaba esas películas, e incluso, cuando querían, reeditaban la película y cortaban imágenes que pudieran herir la sensibilidad de los comunistas. De tal suerte, que cuando la película La Decisión de Sofía se estrenó un sábado, tarde en la noche, en copia Omnivideo, una mano oscura del ICAIC, con aprobación de sus jefes, editó y eliminó el nombre del director de fotografía, que no era otro que Néstor Almendros, ganador del Oscar. Néstor Almendros es el cineasta cubano-catalán exiliado, autor de varios documentales importantes en contra del castrismo.
Así que, si en la actualidad el pueblo cubano copia o quema CDs y DVDs para revenderlos en la calle no ha hecho más que seguir el ejemplo de lo que ha venido haciendo el castrismo desde los años setenta hasta ahora, robar y traficar con los derechos de autor de los creadores.
Por otra parte, los que hoy critican tales acciones por parte del pueblo, no se detienen ni un segundo a acusar a los que han originado que Cuba se convierta en una tierra de delincuentes y cómplices, y tampoco asumen, que muchos de ellos han quemado discos, han copiado en llaves USB programas de televisión de Estados Unidos, e incluso hasta blogs escritos en el exilio. Así que primero revísense y no vengan ahora a hacerse los suecos o los limpios, que en Cuba no hay nadie limpio de polvo y paja. Y para condenar a los vendedores de la calle, primero deben condenar a la dictadura que engendró tal fenómeno y que robó y sigue robando a los artistas del mismo modo, sólo que oficialmente.
En cuanto a los tabacos. Todavía me cae peor que se delate a las personas que le roban al Estado para fabricar tabacos clandestinos o falsos tabacos, porque el primero que roba es el Estado a los campesinos tabacaleros, y al pueblo que no tiene ni derecho a fumar bueno; y ya para cerrar, los extranjeros que compran tabacos en Cuba, se limpian el sainete póstumo, y no se preguntan cuántos esclavos han tenido que trabajar, y ser mal pagados, y explotados, para que ellos disfruten de una cachada de humo. ¡Qué se jodan y fumen papel de Juventud Rebelde y de Granma!
Basta ya de ir por la vida delatando al pueblo, y de tapar a la dictadura. Que a los que verdaderamente hay que denunciar son a los bandoleros hijos de Lina que le han robado todo, absolutamente todo, a los cubanos.
Zoé Valdés.
http://zoevaldes.net/
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