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Mensaje por Admin Vie Mar 18, 2011 11:29 am

TONY CUESTA NARRA UNA DE SUS MÚLTIPLES HAZAÑAS-II Trasla10
Traslado de armas en alta mar


1962, septiembre 10- Fue ametrallado por un barco pirata artillado, la embarcación cubana "San Pascual" y la nave inglesa "New-Lane", que cargaban azúcar, frente a Cayo Francés, en Sancti Spíritus. El barco cubano recibió 18 impactos y el inglés 13. El día 18/09 la organización terrorista radicada en los EE.UU., Alpha 66, se declaró autora del hecho. Participaron en esta acción los terroristas Antonio Cuesta Valle, Antonio Pérez Quesada , alias Antoñico el isleño y Ángel Pouxes, entre otros. (De la lista parcial de ataques marinos realizado por los patriotas cubanos, publicados por la Tiranía )

Nos pusimos nuevamente en movimiento. Ya era bien entrado el mediodía cuando divisamos la entrada de la Marina de Homestead. Sus instalaciones, bien protegidas dentro de la Bahía de Biscayne, lejos de Miami y mucho más de Cayo Hueso hacía que su rampa, poco frecuentada por cubanos también fuese la menos vigilada por las distintas agencias federales. Pese a tener todos estos factores a favor nuestro, sabíamos que teníamos que depender de la sorpresa y la velocidad si queríamos no ser descubiertos.

Por fin, chirriando de la lindo hicimos nuestra entrada en el área de estacionamiento contigua a la rampa.....Siendo el más experimentado del grupo en maniobrar remolques me situé tras el volante. Solo necesité dos cortes para que bote y remolque quedaran alineados con la rampa. En el mismo instante en que las ruedas traseras del remolque tocaban el agua, se escapó un fuerte ruido producido por el metal al desgarrar el asfalto. De inmediato quedamos como clavados en medio del descenso.

Con la celeridad que imprimen los nervios desbocados, abandoné el sedán para averiguar lo sucedido; allí, en el vértice del ángulo que formaba la zona de acercamiento con el declive de la rampa, el sistema de enganche que tiraba del remolque, después de dejar un surco en el pavimento, se había hundido en el mismo. El exceso de carga en el bote nos acababa de jugar otra mala pasada. ¡Y en que momento! Sin pensarlo dos veces, tomé una drástica determinación.

--Ramón, hay que aligerar el bote! Con toda la gente saca todo lo que hay dentro--y señalando hacia el muellecito cercano--lleva hasta el último paquete hasta la punta de ese muelle. Que Roberto se lleve el remolque tan pronto como el bote esté en el agua...¿Entendido?

Ramón vacila, antes de actuar, me pregunta--Tony, ¿sabes a lo que nos exponemos? Por mucho que tratemos de disimularlo la gente no es comemierda, sabrán la clase de carga que llevamos...pero si tú lo ordenas, bajo hasta la calibre 50.

Te dije que lo bajaras todo. Si entre los mirones no hay un federal, nadie se atreverá a meterse con nosotros, aquí cada cual va a lo suyo. No tenemos otra alternativa. Haces lo que digo, o nos cogen varados en esta rampa de mierda, ¿Está claro?

Mis últimas palabras fueron las banderillas que necesitaba aquel toro de lidia para que embistiera el arduo trabajo. Ramón subió al bote y de inmediato comenzaron a bajar bultos alargados de los que sobresalía el negro metal de los cañones. En menos de lo que toma relatarlo quedó organizada una verdadera estela humana que transportaba nuestra carga hasta el muellecito. Ante la perspectiva de ser sorprendidos en aquella actividad por las autoridades, ni siquiera reparamos en los norteamericanos que con asombro presenciaban la inusitada escena, que realizábamos a pleno sol y sin disimulos.

Tan pronto como se aligeró la carga, el enganche del remolque se desenganchó del asfalto. Cuando al fin el bote flotaba libremente ya estaba situado tras los mandos. Arranqué los Mercury y, sin perder un segundo, arrimé la borda al muellecito donde esperaban la carga y mis compañeros Lilo y Antoñico el práctico, saltaron a bordo. Desde el muelle, Ramón y Gutiérrez, iban alcanzando las armas y paquetes. A lo lejos, ví perderse en una curva al sedán con el remolque; al menos esta parte del equipo se había salvado.

Ahora los curiosos habían aumentado y eran mas atrevidos y suspicases. Les veía cambiar miradas de inteligencia y cuchichear exitados...¡ teníamos que apurarnos y no tratar de estirar demasiado nuestra buena suerte.

Con astuta preocupación observé que con cada paquete que entraba en el bote, su borda se acercaba peligrosamente a la superficie del mar, especialmente por popa, donde gravitaba el peso de los motores. Allí el agua sobrepasaba el espejo y amenazaba hacer lo mismo con el falso espejo y penetrar en el interior de la embarcación. Al entregarme Ramón lo último que quedaba en el muelle, observé como llegaba a la Marina un perseguidor de la Patrulla de Fronteras con el faro rojo funcionando intermitentemente. Ante la inminencia de la captura, alguien se olvida de mantener la banda del bote pegada al muelle y de que Ramón todavía permanece en el mismo. Del perseguidor, que se ha detenido en la misma rampa, emergen dos agentes. No tengo tiempo de maniobrar y acercarme de nuevo al muelle, pero no quiero quedarme sin la ayuda de Ramón y que éste sea capturado.

¡Salta coño, salta que te cogen! Con espanto veo que Ramón lo va a hacer por la popa. Si salta por allí vamos a naufragar ridículamente en la misma rampa. A como dé lugar hay que impedir que lo haga.

--¡Cebollón, salta por la proa...! Si lo haces por la popa tu peso nos hundirá. Ramón da media vuelta. Corre en dirección a nuestra proa y gritando: ¡Allá va eso!, cae estrepitosamente sobre la proa. El impacto de sus 220 libras alza la popa, de inmediato acelero gradualmente los motores. Al volverme para mirar hacía atrás por el espacio enmarcado por nuestros dos inocentes cañas de pescar, veo llegar a la punta del muellecitoa los dos agentes de la Patrulla de Fronteras. Aunque hemos escapado por un pelo, no ha llegado el momento de cantar victoria; todavía nos queda evitar los helicópteros, salvar el peligro de la Bahía de Biscayne, y todo con un bote sobrecargado que apenas hacer diez nudos y que va calando demasiado.

Tan pronto como abandonamos el canal de salida, situé nuestra proa en Este perfecto y me dispuse dejarle aquella peligrosa navegación al práctico, entre nosotros y Elliot Key, que por el Este separa a la Bahía de Biscayne del Océano. Nos quedaba un verdadero laberinto de bajos y arrecifes. Aunque el tiempo y la visibilidad eran perfectos, sólo Antonio Quesada, alias Antoñico el isleño, podía sacarnos de allí.

Ya con Antoñico tras la rueda (del timón), nos dimos el primer descanso en aquel ajetreado día. De la nevera sacamos las últimas latas de Coca Cola y cinco Whoppers de los Burger Kings. Aquel sería nuestro último almuerzo semi-convencional en muchos días.

(Continuará)- De su relato "Guerrillas Marinas".

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Mensaje por Admin Vie Mar 18, 2011 7:27 pm

TONY CUESTA NARRA UNA DE SUS MÚLTIPLES HAZAÑAS-II Elliot10
Elliot Key


1962, septiembre 10- Fue ametrallado por un barco pirata artillado, la embarcación cubana "San Pascual" y la nave inglesa "New-Lane", que cargaban azúcar, frente a Cayo Francés, en Sancti Spíritus. El barco cubano recibió 18 impactos y el inglés 13. El día 18/09 la organización terrorista radicada en los EE.UU., Alpha 66, se declaró autora del hecho. Participaron en esta acción los terroristas Antonio Cuesta Valle, Antonio Pérez Quesada , alias Antoñico el isleño y Ángel Pouxes, entre otros. (De la lista parcial de ataques marinos realizado por los patriotas cubanos, publicados por la Tiranía )

Mientras Antoñico zigzagueaba en un mar que para nosotros era igual en todas partes, Lilo sacó de la banda de popa una de nuestras cañas de pescar de utilería. Casi de inmediato subió a bordo una enorme barracuda. En la eventualidad de que algún guardacostas nos interceptara, unos pescados acabados de anzuelar no nos vendrían mal a bordo para encubrir nuestra verdaderas actividades.

En el aquel cruce transversal de la Bahía de Biscayne, el práctico me dio mis primeras lecciones empíricas de navegación. Por la coloración del fondo y los pequeños rizos de la superficie, combinándolos con la baja y la pleamar, fui aprendiendo a determinar la profundidad y la extensión de los diminutos canales entre los bajos y arrecifes. Aquel pescador profesional sabía tanto de las condiciones del tiempo y de navegación, que poco después diría: "prefiero tener a Antoñico conmigo a bordo, que al mejor de los radares y medidores de profundidad".

A la vista de Elliot Key, Antoñico nos anunció que como estábamos en plena marea baja, si queríamos ahorrarnos un largo rodeo, no nos quedaba otra alternativa que bajarnos a empujar para trasponer una barra de arena que nos cerraba el paso. Con los Mercurys levantados para que sus propias propelas no tocaran el fondo, le metimos las nalgas y las espaldas a la popa y comenzamos a empujar. Pulgada a pulgada logramos que el bote salvara aquel último obstáculo. Poco después, por babor, dejábamos atrás a Elliot Key y nos adentrábamos en el Océano.

Com sabíamos que el combustible apenas alcanzaría para llegar al objetivo y solo regresar hasta algún cayo de Las Bahamas, estábamos obligados a realizar todos los esfuerzos por ahorrar hasta la última gota de gasolina. Si lográramos planear le sacaríamos el máximo rendimiento a los motores, y lo que era más importante, al rescatar nuestra normal línea de flotación, alejaríamos aquel mar que amenazaba tragarse el barco. De no lograrlo, una simple olita de dos pies pondría término a nuestra operación. Realmente aquel proyecto parecía haber salido de las mentes de un grupo de kamikases japoneses, más que las de un grupo de cubanos exiliados.

Reemplacé a Antoñico tras los mandos. Luego de advertirles que había que actuar con precaución y cautela fui moviendo mi tripulación hacia la popa: Cuando la proa se levantara lo más posible al agua, habría llegado el momento de intentar la maniobra. Aceleré a fondos los motores. Pese a que nuestras propelas eran de doble propósito (fuerza y velocidad), cuando mis compañeros se fueron moviendo nuevamente hacia la proa, por mucho que lo intenté no pude lograr que el casco planeara. Para llegar a nuestra primera escala, Cayo Orange, tendríamos que atravesar la Corriente del Golfo en toda su extensión, si el más leve aire batía en contra de la corriente, las olas se alzarían y nada nos salvaría del naufragio.

Ante tan pocas halagüeñas perspectivas, decidí transferir la responsabilidad de llegar a tierra firme, con aquel bote medio hundido, a quien consideraba muy superior a Antoñico el Isleño: Dios y sus incalculables poderes.

Gracias a que el mar se mantuvo tan tranquilo como una mesa de billar, cayendo el atardecer arribamos a Cayo Orange; el que así lo bautizó le hizo un gran favor, pues no tenía nada ni de cayo ni de orange (naranja), sino puro arrecife de unos doscientos metros cuadrados de extensión, sin agua y sin ninguna vegetación. Su mejor identificación la constituía se semi derruída caseta de radar y telecomunicaciones, utilizada durante la Segunda Guerra Mundial en la lucha contra los submarinos alemanes.

Antoñico nos guió hasta el único lugar de desembarco en aquella masa de coral, después de todo, no vendría mal estirar las piernas y realizar las impostergables necesidades del cuerpo humano. Poco después Gutiérrez abría una lata gigante de espaguetis con bolas de carne, aquella fue nuestra primera comida en territorio inglés.

Antes de que se extinguiera la última luz solar, consideré de utilidad para las futuras operaciones, realizar un breve reconocimiento del islote. Entusiasta ante cualquier expedición no importa lo insignificante que esta fuese, Lilo se ofreció para acompañarme. Al terminar la inspección y disponerme a regresar al bote, mi acompañante con una expresión poco usual en su siempre despreocupado semblante, agarrándome de un brazo me detiene para decirme" --¡Escúchame Tony! yo no te lo dije antes porque temía que mi confesión me fuera a descalificar para esta misión...aunque anduve con tu primo Fernando en Cuba en Pleno clandestinaje, jamás he tirado un tiro y nunca me ví envuelto en ninguna acción de guerra. Además...

Cuando trato de interrumpirlo argumentándole que todos tuvimos alguna vez nuestra primera acción, Lilo continuando su discurso, no me deja ni abrir la boca.--Déjame terminar y después dime todo lo que quieras. Yo quiero pedirte un favor muy especial entre hombres, entre revolucionarios...lo único que quiero que me prometas es que, cuando suene el primer tiro si me apendejo, me metas un balazo en la cabeza y me tires por la borda. ¿Puedo confiar en que cumplirás mi petición?

Disimulo mis ganas de reir y la certidumbre que tengo de que estoy ante un valiente; su insólita petición avala la seguridad que tengo en relación a su futuro comportamiento. Sin embargo estoy obligado a darle alguna respuesta a aquel hombre.

--¡Despreocúpate Lilo! Tu petición ha resultado innecesaria. Entre nosotros el que se apendeje le damos, sin que lo pida, un balazo en la cabeza y se lo tiramos a los tiburones.

Tan pronto como Lilo descargó su única preocupación volvió a ser el optimista y alegre compañero de siempre.

(Continuará)- De su relato "Guerrillas Marinas".

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Mensaje por Admin Dom Mar 20, 2011 8:30 pm

1962, septiembre 10- Fue ametrallado por un barco pirata artillado, la embarcación cubana "San Pascual" y la nave inglesa "New-Lane", que cargaban azúcar, frente a Cayo Francés, en Sancti Spíritus. El barco cubano recibió 18 impactos y el inglés 13.

El día 18/09 la organización terrorista radicada en los EE.UU., Alpha 66, se declaró autora del hecho. Participaron en esta acción los terroristas Antonio Cuesta Valle, Antonio Pérez Quesada, alias Antoñico el isleño y Ángel Pouxes, entre otros. (De la lista parcial de ataques marinos realizado por los patriotas cubanos, publicados por la Tiranía).

Antes de dejar Orange revisé nuestra reserva de combustible. El recorrido que acabábamos de hacer con el mar friccionándonos todo el casco sino también casi todas las bandas, nos había consumido poco más de cien galones. Si no éramos capaces de mejorar el rendimiento de cada galón, ni siquiera podríamos llegar a nuestro objetivo. Me tragué aquella desalentadora realidad, y antes de comunicársela a mis compañeros, decidí intertar la misma maniobra que nos había fallado tan pronto como abandonamos las costas de la Florida. El rugido de los Mercurys me dijo que esta vez sí lo íbamos a conseguir. Sin disminuir la aceleración, fui moviendo la tripulación hacia adelante. Como una mosca que se acaba de despegar del papel engomado, el bote dió un respingo y salió a planear.

TONY CUESTA NARRA UNA DE SUS MÚLTIPLES HAZAÑAS-II Bancod10


Al unísono, todos gritamos de alegría, cuatelosamente fui recortando máquina y pude sostener el planeo a 4,500RPM; el peso que habíamos perdido por el combustible consumido, era el responsable de aquel favorable cambio. Ahora íbamos cruzando cerca de los 30 nudos y la proa apuntaba hacia Dog Rock al norte del banco de Cayo Sal. (En la foto: Vista áera del Banco de Cayo Sal y Cayo Anguila).

Tan pronto rebasamos Dog Rock, pusimos rumbo hacia la útima escala: Cayo Anguila. Este cayo de unas trece millas de longitud, se extiende de Norte a Sur y su parte más ancha no excede de un centenar de metros. Esto hace que sus contornos se asemejen a una gigantesca anguila nadando en el océano. Su rala vegetación sería incapaz de ocultar a un hombre y mucho menos a su embarcación.

Antoñico, que se conocía palma a palmo el cayo, no solo localizó el único y diminuto manantial existente, sino que también encontró un refugio ideal para nuestro bote en una rajadura de las rocas; la misma tendría unos 15 pies de largo por unos 30 de ancho. Esta circunstancia nos permitió amarrar todo los cabos a tierra. El bote quedó tan firmemente atado como si estuviera en una marina de Miami.

Alrededor de las tres de la tarde, comenzamos a preparar las armas y equipos. La alegría del próximo combate era experimentada por todops menos por Antoñico. Con su callosa mano como viscera, llevaba largo rato comtemplando un horizonte que para todos prometía el mejor de los tiempos; sin embargo, nuestro práctico veía algo bien distinto en aquella límpida atmósfera.

--Tony, creo que vamos a tener que esperar un ratico antes de que podamos cruzar el canal, el tiempo se va a joder muy pronto.-- Y no se equivocaba; esa noche un viento de más de 20 millas nos obligó a posponer la partida. Pero ¿Hasta cuándo?

(Continuará)- De su relato "Guerrillas Marinas".

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