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Mensaje por Admin Sáb Jul 09, 2011 10:23 pm

La verdad detrás de los encuentros culturales (I).

por Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!





Para nadie es un secreto que Fidel y Raúl Castro siempre tuvieron sus planes con el exilio cubano. Ambos sabían que era un negocio redondo. Primero, dejándolos ir se quitaban de encima a la gusanera pequeño burguesa y a los opositores problemáticos, a sus familiares de paso, aunque al no poder salir todos masivamente, y dejar familia en la isla, estarían obligados a ayudarlos y a mandarles dinero de forma constante, pero eso no sucedería en los primeros años. Durante los primeros años ellos tendrían a los soviéticos, y si la cosa no marchaba con los soviéticos, ya para entonces el exilio estaría madurito, sofocados y con la lengua afuera, locos por volver, y dispuestos a perdonar a la familia que, obligados a ser comunistas y a pelearse con ellos, les dieron la espalda cuando Papá Fidel se los impuso. Pero sobre todo, ya los gusanos, ya se habrían hecho ricos, ya habrían hecho el suficiente dinero para poder hacer de Miami, la segunda ciudad de Cuba, para los Castro la primera es Santiago de Cuba, La Habana no cuenta para ellos. La Habana es sólo el cuartel que les fue asignado cuando –según ellos- triunfaron. El cuartel que debieron tomar y adaptar a sus ambiciones personales. Y entonces, en la hora oportuna, les daría la posibilidad de regresar temporalmente, convertidos en mariposas. Esa oportunidad la encontraron con el traidor de Jammy Carter.

Cuando Miami estuviera lista, preparada para que ellos pudieran hacer lo que quisieran con ella, la llenarían aún más de cubanos, de varias generaciones, y de este modo las nostalgias de lo que esos cubanos dejaron, cambiaría, y cada vez se sentirían más nostálgicos de lo que cada uno vivió. No importa si estas últimas generaciones crecieron en el castrismo, porque el castrismo mismo les faltaría y esos exiliados, que para entonces ya serían emigrantes económicos, lo defenderían con los dientes aun en el corazón del exilio, porque es lo único que les ataría a la isla: la perversidad del horror, la dependencia del verdugo, como en la película Portero de medianoche de Lilianne Cavani.

Todo estuvo previsto, todo. Y para eso fueron sembrando desde el inicio agentes en Miami y en otras partes claves del mundo. Algunas ciudades se les escaparon, París fue una de ellas, porque ellos jamás creyeron que los exiliados que llegarían a Francia tendrían la suficiente capacidad de triunfar, ni de ser reconocidos como tales. Pero en Miami sembraron desde el inicio a unos falsos exiliados que hicieron bastante dinero y que en momentos claves volverían a Cuba, siendo aceptados por el castrismo, a bombo y platillo, lo que le daría a los nuevos exiliados la clave, o el ejemplo, de que lo único que tendrían que hacer para ser perdonados de su supuesta traición era ganar dinero y entenderse con los gerifaltes del castrismo. Y eso muchos lo han entendido y puesto en práctica más que eficazmente. México y Madrid constituyeron otros puntos clave.

Como he dicho en otras ocasiones en este blog, los encuentros culturales fueron siempre el plan de Alfredo Guevara y de Raúl Castro. Fidel Castro nunca estuvo de acuerdo con esos encuentros porque nunca confió en los artistas ni en los intelectuales, sin embargo, le encantaba coquetear con ellos, y burlarse de ellos. Yo nunca me consideré amiga de Alfredo Guevara y sabía que mucho menos él me consideró nunca su amiga, más bien todo lo contrario. Lo conocí a través de Manuel Pereira (escritor en el exilio desde hace ya veinte años), y lo primero que le AG comentó a Pereira era si yo no había sido mandada por el enemigo para espiarlos. Sin embargo, al inicio -no olvidar que yo tenía 19 años-, como muchos otros jóvenes entre los que se encontraban el poeta Osvaldo Sánchez, el dramaturgo Nicolás Dorr (menos joven que nosotros), el mismo Manuel Pereira, y otros, podíamos pensar, dado la manera como Alfredo Guevara se expresaba, que en el régimen castrista estaban los liberales y heréticos como el mismo Alfredo Guevara se presentaba y los que seguían la línea dura de Fidel Castro, como era el caso de Machado Ventura.

La gente como Guevara seguía la cuerda más floja de Raúl Castro. Así se nos presentó el dilema. Dilema que había sido representado del mismo modo a generaciones anteriores por el mismo Alfredo Guevara, como hizo con Guillermo Cabrera Infante, cuyo testimonio lo dejó en una de las novelas más importantes y esclarecedoras de la literatura cubana: Delito por bailar el chachachá (Alfaguara).

Donde es evidente que el comisario no es otro que Alfredo Guevara. Es por eso cuando leo entrevistas recientes con Guevara, así como sus conversatorios con estudiantes universitarias, veo lo mismo que quiso hacer con nosotros, sólo que con nosotros no pudo, y tampoco con la generación de Guillermo, que lo conocía de antemano. Yo trabajé cuatro años en el ICAIC, y cinco en la UNESCO, aunque en ésta última no fui yo la que iba nombrada como diplomática, iba mi esposo Manuel Pereira, yo siempre fui, incluso cuando me casé por segunda vez con José Antonio González, una esposa acompañante. Trabajé tres meses castigada en el Servicio Cultural de la Embajada por haber quitado un cuadro con la figura de Fidel Castro y haber colocado en su sitio una paloma de la paz de Picasso. En esos tres meses me dediqué la mayor parte del tiempo a salvar la biblioteca de Alejo Carpentier, la que los diplomáticos de la embajada iban a botar a la basura. Ese fue esencialmente mi trabajo.

Regresé a Cuba, y nadie me dio trabajo, estuve desempleada por varios años, sin embargo pude incorporarme al movimiento pictórico de los años ochenta, y eso se lo deberé siempre a Osvaldo Sánchez, quien había pasado unos tres meses en París conmigo, en una gira de jóvenes poetas, entre los que nos encontrábamos él y yo, Efraín Rodríguez y León de la Hoz. Los que vivieron conmigo esa experiencia saben de lo verde que yo me encontraba ya en aquellos momentos y cómo fui llamada incluso por los embajadores y los profesores franceses que organizaron aquella gira por múltiples “indisciplinas” políticas y morales, según ellos. La política era que no me daba la gana de que me llamaran una hija de la revolución, la moral: porque Osvaldo Sánchez me hizo una foto desnuda en el Pont d’Arles, y uno de los que estaba presente nos chivateó. A mi regreso a París los dos embajadores me llamaron a contar.

Con el tiempo empecé a creer en Alfredo, nunca lo consideré un amigo ni él tampoco a mí, pero tal como presentaba su idea de la cultura nos cuadraba a muchos jóvenes, puedo citar a Consuelo Castañeda, José Franco, Humberto Castro, Moisés Finalé, José Bedia, Gustavo Acosta, Carlos Alberto García, entre muchos otros, que se beneficiaron más que yo de las giras que Alfredo Guevara organizaba con Venecia, con Brasil, y de los viajes a París con otros países a los que esos artistas iban, no viajaban sólo pintores, también lo hacían músicos, como Jorge Luis Prats, que incluso tocó en la Salle Pleyel de Paris, y Nelson Domínguez que expuso en París, como Manuel Mendive y otros artistas que le deben su introducción en Europa (obra aparte desde luego) a las gestiones políticas de Alfredo Guevara, cuyo plan no era otro que el de convertir a esos artistas en representantes del castrismo, como típicos frutos de la revolución cubana.

Yo nunca fui invitada a esas giras, ni siquiera como esposa acompañante. Entre otras cosas por eso, porque yo era una mujer, y como bien dijo el mismo Alfredo Guevara en una ocasión, hablando de Vénus una yorkshire que él tenía junto a otro yorkshire que era su predilecto Bacus, Vénus (acentuado en francés) “está en esta casa por lo mismo que están las mujeres de mis amigos, para acompañar a Bacus”. Con lo cual deduje que nos consideraba a todas unas perras y no lo que éramos o intentábamos ser. Y ahí fue que me dije que yo nunca podría ser verdaderamente amiga de un hombre que pensaba de este modo, incluso si su forma de enfrentar la realidad cubana distaba mucho de lo que yo había visto hasta entonces, tanto en estilo como en proyectos, y por lo que había empezado a respetarlo como tantos otros.

Con el tiempo las cosas variaron. AG hacía como que cada vez dependía moralmente más de nosotros, porque Fidel Castro lo despreciaba –aunque Raúl siempre llegaba a tiempo para salvarlo del peligro de otra traversée du désert-, y nosotros hacíamos como le creíamos. Yo siempre en un plano muy secundario, el plano en el que él me había situado, y que me convenía perfectamente. Nunca nada de lo que él hizo dependió de mí y de este modo jamás le hice daño a nadie. Como ha sido el caso de un Leonardo Padura, que desde su puesto de la UNEAC, y delante de mis ojos, confeccionó una lista para Carlo Feltrinelli, al que yo acompañaba en ese momento, en el que eliminó a una cantidad de autores jóvenes, que yo le había dado a Feltrinelli, para publicar en Italia, y la sustituyó por los autores de siempre: Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, etc… Recuerdo la carcajada de Feltrinelli, con el que hice una buena amistad, cuando ya en la calle me repetía “… pero a este tipo (Abel Prieto), y a su ayudante (Padura), le hemos pedido una lista de autores jóvenes para publicar en Italia y me han eliminado a todos los que tú me has dado y han puesto a los vejestorios de siempre…”. Carlo era un hombre abierto, joven, que dudaba de la utilidad de la muerte de su padre, y que tenía en aquel momento otra idea de la vida, fíjense que digo otra idea, cuando no hay más que una, la de la vida misma. Sin embargo, Alfredo Guevara había sido un tío para él, así lo afirmaba, porque Alfredo era la persona que invitaba a su madre constantemente a Cuba, y que se ocupaba de él desde lejos, desde que su padre había fallecido cuando le estalló en las manos una bomba en el centro de Roma que él mismo estaba colocando. Su padre era el editor Feltrinelli, que todos ustedes recordarán. De este modo, fíjense la jugada, el padre cae en la trampa en la que lo metieron los Castro de a lleno, y el hijo queda pendiente del cariño de un castrista, y no del más burdo. ¿Cuántos no habrá así por el mundo?

De este modo para volver a ciertos puntos importantes, no me cabe la menor duda que gente como Max Lesnick y el mismo Inmundo García, más tarde, supongamos que aún sin saberlo, y tal vez por dependencia sentimental, hayan caído en la trampa de convertirse en voceros reales del castrismo. En cualquier caso ellos no lo esconden, y son bastante creciditos para comprender que cualquiera que apoya –como lo han hecho ellos- a una dictadura, sin cuestionarles nada, y sin conocerla desde el interior (en el caso de Lesnick, al menos en los años después de su partida, y él se fue bien pronto), los convierte en colaboradores del horror. Ellos decidieron, ellos fueron parte de la materia prima inicial y de la siguiente de lo que está ocurriendo ahora con esos encuentros que se producen en Miami en estos momentos. Pero no son los únicos, ni los más importantes, ni los que decidirán nada. El día que no les convengan más a los Castro, y creo que ese día está muy próximo, dado que ya están quemados, les darán la patada por el culo correspondiente.

Olvidé decirles que en aquella gira en el año 1986 por Francia, en la que estuvimos Osvaldo Sánchez, León de la Hoz, Efraín Rodríguez y yo, la gran figura invitada era Reina María Rodríguez. De hecho yo había sido añadida a última hora, porque Alfredo Guevara no quería que yo tomara protagonismo por encima de la persona a la que él le interesaba verdaderamente promocionar: a Manuel Pereira. Y a mí me añadieron debido a que uno de los organizadores, el profesor francés Alain Sicard, había quedado prendado de mi poesía, la que le había dado a leer un profesor alemán: Martin Franzbach, quien me había leído a su vez porque Pereira le había hablado de mí y me había presentado orgulloso como una gran poeta, todo eso porque yo estaba casada con él, desde luego.

A Reina María no la vi en aquel momento, cuando ella llegó a París yo estaba todavía en Cuba, yo llegué la semana después, y ya ella se había rajado de la gira, y había decidido regresar a Cuba, frente a la gran estupefacción y el encabronamiento poco disimulado de los organizadores. Sus argumentos, según me contaron, fueron los siguientes: Ella no podía vivir lejos de Cuba, no soportaba viajar, había dejado a los niños con su madre y con su tía periodista y si los americanos invadían a Cuba durante su ausencia qué sería de ellos; pero además, para colmo, en esa semana la llevaron a conocer París en automóvil, al parecer no quiso ni siquiera bajarse del coche, y cuando la pasaron por la Avenue Foch se aterró al ver a las prostitutas y a los putos (todos de lujo), no sé si la llevaron por la de la rue Saint Denis (donde está la prostitución de los bajos fondos, aunque de lujo comparada con la de la Cuba actual), ahí fue donde, según me contaron, le dio la pataleta, y quiso regresar al instante a Cuba, alegando que tenía la regla y que a ella le daba muy mala. Desde entonces los jodedores empezaron a llamarla Regla María, en lugar de Reina María.


Yo puedo entender a Reina María, su comportamiento provenía de esos miedos, de los miedos inculcados por el castrismo. De esos miedos algunos nos hemos liberados, otros no, otros hicieron su fond de commerce.

Aparte, yo conocía a Reina María muy bien a través de su obra y de su mamá, que había sido la costurera de mi madre y mía desde mi infancia, ella me confeccionó algunas batas de cumpleaños. Por lo que en ocasiones yo estaba probándome una prenda de ropa y entraba Reina María que regresaba de su trabajo en Radio Enciclopedia, si no me equivoco, y entonces su madre pedía permiso para dejarnos un momento. Conocí a su hermano de ese mismo modo, y supe de su suicidio; durante el Festival de la Juventud y los Estudiantes. Beneranda una amiga de mi madre nos comentó que el joven era amanerado, y que lo acusaron de maricón, y como era militante se tomó esto muy en serio, y se lanzó del último piso de un edificio de becarios en el Vedado. Nunca he hablado de esto con Reina María, nunca me he atrevido a preguntarle. Mi madre enseguida visitó a la suya, y no le preguntó nada tampoco. Estuvimos en su casa, eso sí, y le dimos el pésame. No estoy justificando nada del comportamiento posterior de la escritora, ni de lo que escribió después, pero estoy dando ciertas claves de por qué los miedos, un día, pueden convertirse en gestores de tu propio destino.

Reina María nunca fue amiga mía, ni me interesó jamás ir a su casa ni participar de sus recitales, los que primero se daban en su casa y luego en la azotea. Ella me invitó, pero me bastó ir en una ocasión y tropezarme allí a un tipo al que todo el mundo conocía en La Habana y sus predios como seguroso y policía de la cultura, para no acercarme jamás por allí. Lo cierto es que cuando salió La Nada Cotidiana en Francia, al poco tiempo, Le Monde le hizo un reportaje a ella y a su azotea, esto fue en 1995, su lenguaje no había cambiado un ápice, o sí, ahora era más defensora del castrismo que antes. Y seguía hablando de sus niños, los que ya eran hombres hechos y derechos, y poniéndolos como excusa para no dejar Cuba. Y vendía esa imagen de madre coraje, anclada en su azotea, a la espera de la próxima invasión norteamericana, y creyendo, como Pablo Milanés cree hoy, que la revolución debía cambiar algunas cositas para ser verdaderamente perfecta.

Reina María fue en un tiempo lo que es hoy Yoani Sánchez, una intocable, nadie la podía criticar, nadie podía decir que a su azotea asistían segurosos para tomarle la temperatura a los poetas y escritores que allí se reunían y delatarlos luego, y mucho menos que ella lo permitía para poder existir, porque no me creo ni un segundo que ella no supiera que esto sucedía. Estuvo en el encuentro de Suecia, organizado por René Vázquez Díaz, y visitó a Pepe Triana en París (alguien al que los castristas quieren recuperar de todas todas) y también le cantó la marimba de que las cosas en Cuba han cambiando, esto me lo comentó el mismo Pepe Triana, si ahora dice otra cosa es asunto suyo y por algo será, o por alguien que tendrá cerca. Me la encontré luego en La Napoule, yo me había ganado una beca, en un castillo del sur de Francia, a través de la DRAC, cuando llegué allí me encontré con Eduardo Manet, que me apartó enseguida, y llevándome a mi cuarto me pidió que entendiera, yo no sabía ni de lo que hablaba, entonces me rogó que no me enfrentara con Reina María. Le dije, por favor, explícame. Nada. Ella estaba allí, becada también, con su esposo de entonces. Todo muy perfectamente casual.

Bajamos al comedor. Yo acababa de llegar y ellos ya se encontraban allí. Yo fui a saludarla. Ella me dijo: Me dijeron que te habías quedado calva. Ese fue su saludo (imagínense que se lo hubiera dicho a alguien que hubiera estado enfermo). Le respondí que no, que me había rapado la cabeza, y no sé qué otra idiotez más.

Cenamos en grupo, yo subí a mi cuarto. Pasé los tres días siguientes trabajando encerrada, bajé a leer al público cuando me correspondió. Y luego me fui a París.

Manet me ha reconocido muchos años después que él creía que los artistas y escritores de adentro y de afuera debían abrazarse en un abrazo cordial, y más tarde me ha reconocido su equivocación, la que tuvo también con Karla Suárez. Otra que viviendo primero en Italia y luego en Francia, siempre ha hecho el discurso pro castrista que los castristas italianos, franceses, latinoamericanos y españoles han querido escucharle. Escritores como Manet son las cibles (objetivos) de esta gente, ellos forman parte de lo que dijo Fernando Rojas hace unos días: “Ellos nos pertenecen”. Sin embargo, no creo que Manet se deje manejar fácilmente.

Los que se dejan manipular por el castrismo, venga de donde venga esa manipulación, y las razones que tengan, lo saben, son conscientes de ellos.

Pero por hoy ya es bastante, mañana seguimos…


Zoé Valdés.


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