La Diáspora sefardita en Egipto
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La Diáspora sefardita en Egipto
Aunque dentro del continente africano, los judíos egipcios llegarían a ser muy pronto parte del Imperio Otomano, por eso vamos a tratar de ellos en primer lugar, casi como continuación del capítulo anterior.
Los judíos vivían en Egipto, de forma probablemente ininterrumpida, desde los días del Segundo Templo, si no antes (Landau, 1992, p.170 y ss). Algunos de los más grandes pensadores judíos, como Maimónides, florecieron allí bajo dominio musulmán. En 1492, cuando los judíos exiliados de España se refugiaron en Egipto, el país comenzaba a estar bajo el dominio de los Mamelucos. En 1517, sin embargo, las luchas intestinas entre los Mamelucos facilitarían la conquista de Egipto por el Imperio Otomano, cuyo dominio del país duraría cuatro siglos. Este dominio puede dividirse en dos partes desiguales. Durante la primera, que comprende desde la conquista otomana hasta la invasión de Napoleón Bonaparte en 1798 -casi tres siglos-, Egipto fue lo que se puede considerar como una típica provincia otomana; en cambio, el poco más de un siglo que abarca la segunda parte, y que va de la invasión napoleónica al inicio de la I Guerra Mundial y el desmembramiento del Imperio Otomano, es una época de modernización al estilo occidental y de cambio gradual del dominio otomano por el europeo.
Los exiliados judíos de España y Portugal llegaron a Egipto probablemente por tierra, a través de los países del Magreb donde se habían instalado inicialmente la mayor parte. Algunos se fueron a Palestina y otros se quedaron en Egipto, fundiéndose con los judíos que vivían en las ciudades del delta del Nilo y dedicándose a sus tradicionales actividades comerciales.
Durante la invasión napoleónica, el número total de judíos, calculado en siete u ocho mil en el siglo XVIII por un viajero francés, se redujo a tres mil, aunque aumentó hasta cinco mil en la primera mitad del siglo XIX. En 1882, cuando los británicos invadieron Egipto, había diez mil judíos, y esta cifra aumentó a veinticinco mil en 1897; treinta y seis mil seiscientos treinta cinco en 1907 y hasta cincuenta y nueve mil seiscientos ochenta y uno en 1917. Hubo varias razones para ese importante crecimiento; en cambio, el descenso de la población judía en los dos últimos tercios del siglo XVIII fue el resultado del progresivo debilitamiento de la autoridad y, por consiguiente, de la seguridad, así como de la gradual sustitución de judíos por cristianos en muchos trabajos lucrativos.
Por el contrario, el citado aumento de judíos durante el siglo XIX es un reflejo del mejoramiento de la seguridad bajo el mandato de Muhammad Ali y sus descendientes, y, más tarde, el de los británicos.
Por otra parte, los judíos y los demás grupos se sintieron atraídos por las nuevas perspectivas económicas surgidas tras la inauguración del canal de Suez: llegaron del Yemen, del Este de Europa y de otros sitios donde eran perseguidos (inclusive de Palestina, durante la I Guerra Mundial).
En cuanto a su distribución se puede decir que la población judía en Egipto se mantuvo en los lugares iniciales. Así pues, entre el 80% y el 90% de los judíos egipcios vivían en El Cairo y Alejandría durante el siglo XIX y la primera parte del XX. Aunque El Cairo predominó desde el principio, la población judía de Alejandría creció a un ritmo constante, tanto en términos absolutos como en porcentaje, por la sencilla razón del papel decisivo que tuvieron el comercio y el turismo, al ser el puerto más grande de Egipto.
En cuanto a su organización, en principio hubo semejanzas básicas, externas e internas, entre la organización de la comunidad judía de Egipto y la de otras asentadas en los territorios otomanos. En un primer nivel, el sistema conocido como millet, instituido por el Imperio Otomano, otorgaba a los grupos religiosos más importantes que lo conformaban una amplia autonomía, es decir, privilegios para administrar por sí mismos todas las instituciones religiosas y hasta las no religiosas, entre las que se incluían materiales judiciales y tributarios. Los líderes de cada minoría religiosa eran los responsables de sus prerrogativas ante las autoridades otomanas en Egipto. Los judíos desarrollaron un sistema de autogobierno bastante sofisticado, lo cual les permitió conservar su propia identidad religiosa y cultural, dejando abiertas, al mismo tiempo, las vías de comunicación con el entorno no judío.
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