KILLING CASTRO
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KILLING CASTRO
tags: Castrismo, Castro, Cuba
por Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!
KILLING CASTRO
« A mi me han matado muchas veces », ha dicho recientemente Castro I (llamado en este blog Chacumbele I); es cierto, tiene razón, lo « han matado » en diversas ocasiones sin conseguir matarlo de veras, qué pena, una verdadera lástima. Pero lo cierto es que esas múltiples muertes fracasadas, y sus numerosas apariciones cada vez menos triunfantes, no sólo han deteriorado la imagen heroica que él pretendía dar, además han ido “asesinando” en la gente la expectativa gloriosa que despertaba cada vez que él anunciaba sus apariciones.
Es por lo que pienso que “matar a Castro” ha tenido el sentido que nadie se propuso originalmente y que, sin embargo, ha triunfado, sembrando en las personas un cansancio, una especie de fatiga crónica intratable e incurable de la imagen cada vez más absurda del mequetrefe Castro I. No sólo la gente –me refiero a aquellos que no tienen nada que ver con el castrismo, ni a favor ni en contra- ya suspira aliviada cuando les llega el rumor de que Castro ha muerto, además, cuando éste reaparece, esa misma gente hace un gesto de asco, de desprecio, de hastío ante su imagen. Una imagen, por demás, pitoyable, que es la de un viejo sostenido por su propia maldad y la maldad de los que lo rodean y ensalzan, a conciencia de que si se les muere, ellos no existirían tampoco. De ese pedazo de piltrafa humana, entonces, depende el futuro de algunos, y es la razón por la que un lameculo venezolano necesita revivirlo, sacarlo, mostrarlo, para que salga retratado como un pelele, peor que un espantapájaros, y que lo vea el mundo entero en ese estado de depauperación maldita.
Francamente, no sólo es la viva imagen de su fracaso personal, además es el símbolo de que hemos ganado. O, mejor dicho, ha ganado la naturaleza, invencible ante cualquier inmortal de pacotilla, como lo es Castro I, y añado también al Hermanazo.
Tantos años inventándose a sí mismo atentados y armándose guerras en su contra, para morir en una cama, como el común de los mortales, más parecido a un pobre clochard (mendigo) machucado por la vejez y el terror que a un héroe de perfil griego como lo vendió la prensa de hace cincuenta y tres años y que el pueblo cubano compró gustoso, pese a su malograda sonrisa de dientes careados, el brillo malévolo en las pupilas, y la verborrea diarreica que se gastó durante décadas (menos mal que no existía tuiter, le habría sacado chispas con sus boberías, como algunos que yo conozco).
La verdad es que yo personalmente disfruto muchísimos todas estas muertes y resurrecciones de Castro, es más, propongo que lo hagamos más a menudo. “Matémoslo” desde el exilio con mayor frecuencia, para que una vez más se vea en la obligación de mostrarse con un nuevo atuendo, a cuál más ridículo: una pamela verdeolivo, una camperita Adidas, unas zapatillas de saltamontes… y cada vez más aplastado, rebajado, acabado por su propia maldad, más destruido, balbuceante, y a todas luces sin poder entablar una conversación coherente. ¿No es magnífico?
Es verdad que nada como verlo colgado de una guásima, pataleando y con la lengua afuera, pero como no ha habido cojones por parte de ningún cubano para hacerlo, pues entonces tenemos que conformarnos con “matarlo” una y otra vez, y reírnos a carcajadas en cada una de sus numerosas resurrecciones, las que ya agotan hasta a sus propios admiradores, que más que admiración ya lo que le tienen es pura lástima, ni eso, hasta les van cogiendo roña.
El otro día, sin ir más lejos, estaba yo en casa de unos amigos que fueron de izquierda y ya no lo son, y que me confesaron que a ellos les daba pena, vergüenza ajena, ver a ese pobre diablo empecinado en recordarle al mundo que estaba vivo y que era inocente, y hasta los sacaba de quicio de sólo observarlo, batallando cual el más insólito de los siquitraques. Al rato pasó uno de los jóvenes de la casa, 18 años, francés, desde luego, y frente a la patética imagen en la pantalla, preguntó si se trataba de otro cura diabólico y perverso violador de niños. ¡Mejor imposible! Yo me revolqué por el piso de la risa, no pude evitarlo. Ya ni siquiera lo reconocen las nuevas generaciones. Para mi hija, que está bastante informada, siempre ha sido el “Coco”, con el que le metíamos miedo para que comiera; prendíamos la televisión y le decíamos: “Come, come, que si no comes saldrá de la pantalla el Coco y te comerá a ti”. Remedio santo, tú, dejaba vacío el plato.
Así que sigamos rematando a Castro, para que él siga saliendo, en la televisión, a meternos miedo, como el Coco. Así llegará el día en que se muera de verdad, y como en el cuento de La Fontaine, o de Pedro y el Lobo, de Sergueï Prokofiev, ya nadie lo creerá, nadie se interesará, porque su muerte estará tan desgastada como su vida misma y sus seguidas apariciones. Así que “matémoslo”, o rematémoslo una y mil veces más, que en cualquier momento vencerá quien siempre vence: la naturaleza. Pero para ese momento ya la gente estará harta, y ni siquiera prenderán la televisión, ni encenderán la radio, para cerciorarse si es verdad o mentira. Les importará exactamente un pepino. O un bledo, que es menos que un pepino.
Zoé Valdés.
Antiguo video para reírnos más. Si las carcajadas mataran ya sería momia, aunque ya lo es en vida:
tags: Castrismo, Castro, Cuba
http://zoevaldes.net/
por Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!
KILLING CASTRO
« A mi me han matado muchas veces », ha dicho recientemente Castro I (llamado en este blog Chacumbele I); es cierto, tiene razón, lo « han matado » en diversas ocasiones sin conseguir matarlo de veras, qué pena, una verdadera lástima. Pero lo cierto es que esas múltiples muertes fracasadas, y sus numerosas apariciones cada vez menos triunfantes, no sólo han deteriorado la imagen heroica que él pretendía dar, además han ido “asesinando” en la gente la expectativa gloriosa que despertaba cada vez que él anunciaba sus apariciones.
Es por lo que pienso que “matar a Castro” ha tenido el sentido que nadie se propuso originalmente y que, sin embargo, ha triunfado, sembrando en las personas un cansancio, una especie de fatiga crónica intratable e incurable de la imagen cada vez más absurda del mequetrefe Castro I. No sólo la gente –me refiero a aquellos que no tienen nada que ver con el castrismo, ni a favor ni en contra- ya suspira aliviada cuando les llega el rumor de que Castro ha muerto, además, cuando éste reaparece, esa misma gente hace un gesto de asco, de desprecio, de hastío ante su imagen. Una imagen, por demás, pitoyable, que es la de un viejo sostenido por su propia maldad y la maldad de los que lo rodean y ensalzan, a conciencia de que si se les muere, ellos no existirían tampoco. De ese pedazo de piltrafa humana, entonces, depende el futuro de algunos, y es la razón por la que un lameculo venezolano necesita revivirlo, sacarlo, mostrarlo, para que salga retratado como un pelele, peor que un espantapájaros, y que lo vea el mundo entero en ese estado de depauperación maldita.
Francamente, no sólo es la viva imagen de su fracaso personal, además es el símbolo de que hemos ganado. O, mejor dicho, ha ganado la naturaleza, invencible ante cualquier inmortal de pacotilla, como lo es Castro I, y añado también al Hermanazo.
Tantos años inventándose a sí mismo atentados y armándose guerras en su contra, para morir en una cama, como el común de los mortales, más parecido a un pobre clochard (mendigo) machucado por la vejez y el terror que a un héroe de perfil griego como lo vendió la prensa de hace cincuenta y tres años y que el pueblo cubano compró gustoso, pese a su malograda sonrisa de dientes careados, el brillo malévolo en las pupilas, y la verborrea diarreica que se gastó durante décadas (menos mal que no existía tuiter, le habría sacado chispas con sus boberías, como algunos que yo conozco).
La verdad es que yo personalmente disfruto muchísimos todas estas muertes y resurrecciones de Castro, es más, propongo que lo hagamos más a menudo. “Matémoslo” desde el exilio con mayor frecuencia, para que una vez más se vea en la obligación de mostrarse con un nuevo atuendo, a cuál más ridículo: una pamela verdeolivo, una camperita Adidas, unas zapatillas de saltamontes… y cada vez más aplastado, rebajado, acabado por su propia maldad, más destruido, balbuceante, y a todas luces sin poder entablar una conversación coherente. ¿No es magnífico?
Es verdad que nada como verlo colgado de una guásima, pataleando y con la lengua afuera, pero como no ha habido cojones por parte de ningún cubano para hacerlo, pues entonces tenemos que conformarnos con “matarlo” una y otra vez, y reírnos a carcajadas en cada una de sus numerosas resurrecciones, las que ya agotan hasta a sus propios admiradores, que más que admiración ya lo que le tienen es pura lástima, ni eso, hasta les van cogiendo roña.
El otro día, sin ir más lejos, estaba yo en casa de unos amigos que fueron de izquierda y ya no lo son, y que me confesaron que a ellos les daba pena, vergüenza ajena, ver a ese pobre diablo empecinado en recordarle al mundo que estaba vivo y que era inocente, y hasta los sacaba de quicio de sólo observarlo, batallando cual el más insólito de los siquitraques. Al rato pasó uno de los jóvenes de la casa, 18 años, francés, desde luego, y frente a la patética imagen en la pantalla, preguntó si se trataba de otro cura diabólico y perverso violador de niños. ¡Mejor imposible! Yo me revolqué por el piso de la risa, no pude evitarlo. Ya ni siquiera lo reconocen las nuevas generaciones. Para mi hija, que está bastante informada, siempre ha sido el “Coco”, con el que le metíamos miedo para que comiera; prendíamos la televisión y le decíamos: “Come, come, que si no comes saldrá de la pantalla el Coco y te comerá a ti”. Remedio santo, tú, dejaba vacío el plato.
Así que sigamos rematando a Castro, para que él siga saliendo, en la televisión, a meternos miedo, como el Coco. Así llegará el día en que se muera de verdad, y como en el cuento de La Fontaine, o de Pedro y el Lobo, de Sergueï Prokofiev, ya nadie lo creerá, nadie se interesará, porque su muerte estará tan desgastada como su vida misma y sus seguidas apariciones. Así que “matémoslo”, o rematémoslo una y mil veces más, que en cualquier momento vencerá quien siempre vence: la naturaleza. Pero para ese momento ya la gente estará harta, y ni siquiera prenderán la televisión, ni encenderán la radio, para cerciorarse si es verdad o mentira. Les importará exactamente un pepino. O un bledo, que es menos que un pepino.
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