GIRÓN LEJOS DE GIRÓN *** Por Esteban Fernández, Jr.
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GIRÓN LEJOS DE GIRÓN *** Por Esteban Fernández, Jr.
Por Esteban Fernández, Jr.
El corazón se me quería salir por la boca. Ni por un segundo intenté esconder mi alegría. La radio anunciaba que "aviones piratas" habían bombardeado la base aérea de San Antonio de los Baños. Los que éramos enemigos de la satrapía no podíamos disimular la emoción. ¡Al fin íbamos a ser libres! En realidad, con sólo varios meses de castrismo, increíblemente ya nos parecía una eternidad. A lo descarado, sin pena y sin miedo, nos abrazábamos súper contentos en el parque de mi pueblo.
Y más euforia nos producía que por la televisión nos anunciaban que: “El ataque aéreo del 15 de abril era el preludio de una invasión armada pagada, organizada y dirigida por los Estados Unidos de América". Yo daba saltos frente a nuestro televisor Zenith de 17 pulgadas. Mi papá, muy orgulloso, me decía: "Te lo dije, que los americanos no van a dejarnos en la estacada"...
Las preguntas desesperadas eran: ¿Qué hacemos, a dónde nos dirigimos, cómo incorporarnos a la lucha, cómo ponernos en contacto con los líderes nacionales de la clandestinidad?
A Jesús Hernández y a mí nos acosaban a preguntas, porque la gente sabía que éramos humildes miembros de una célula estudiantil del "Movimiento de Recuperación Revolucionaria". Pero no teníamos ni idea de cómo responder a todas las interrogantes, que en realidad, eran también las nuestras. Me fui hasta el Central Providencia buscando a Gilberto Salgado, quien se suponía que era mi jefe, pero no lo encontré por ningún lado.
¡Y llegó la invasión el 17, dos días má tarde! El himno nacional resonaba a todo meter en la radio controlada, y se transmitían exhortaciones a la lucha. Un magnífico síntoma fue que los fidelistas locales parecían amedrentados por completo y quitaban de sus puertas los cartelones de "Comités de Defensa" y las odiosas consignas de “Esta es tu casa Fidel” y "Gracias Fidel...
Y de pronto, comenzaron los arrestos masivos. Se estaban llevando detenido a todo aquel que ellos consideraban “no estar claro”. Fui a la casa de mi amigo José Ángel Goyriena y su abuela, Agustina, me informó que le habían dicho que a su nieto se lo llevaban preso para el Palacio de los Deportes en La Habana.
Creo que todavía no sé habían disparado 20 tiros en Playa Girón y ya mi padre, casi a empujones, me montaba en la ruta 33 rumbo a la casa de mi prima Silvia en Luyanó. Por una parte estuvo bien que me sacara del pueblo, porque dos horas mas tarde ya estaba un grupo de facinerosos del G2, al mando de Candín Roque Hernández, tocando violentamente a la puerta de mi casa para localizarme.
Pero también resultó contraproducente porque lo mismo hicieron en la casa de mi prima buscando a Papo y a Pancho los dos hombres que allí vivían. Sin embargo, a mi me ignoraron por completo cuando estaba sentado en el columpio del portal. Una porque no me conocían y la otra porque prácticamente era un muchachito solamente reconocido y detestado por la esbirrada güinera.
La alegría que sentimos al principio se esfumaba por completo. Los presos sumaban miles. Fusilaron a un montón de patriotas. Ninguno de los conspiradores fue avisado ni recibieron órdenes de ningún tipo para unirse a los invasores en un apoyo interno. Y por la madrugada comenzaron a sentirse disparos al aire, estaban celebrando la victoria castrista. Eso fue peor que si me hubiera dado un ataque fulminante al corazón.
Mi tristeza era enorme. Solamente un cubano, un brigadista llamado Felipe Rivero Díaz, que al barrer el piso con la tiranía por la televisión, logró levantarme la moral. Varios días mas tarde el tirano reconoció que era marxista-leninista desde que estaba en la barriga de Lina. Y los oportunistas -muchos están en el exilio desde hace rato- rompieron record inscribiéndose en las milicias.
Y 51 años después del 17 de Abril de 1961 todavía me duele en el alma lo sucedido. ¡Qué distintas hubieran sido nuestras vidas con un poquito de apoyo aéreo de nuestros ‘hipotéticos’ aliados del Norte! Mi padre no salía de su asombro. El pobre, con lo seguro que estaba de la inminente llegada a Güines del general retirado Dwigt D. Eisenhower al frente de las tropas libertadoras.
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