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Mensaje por Admin Mar Ene 21, 2014 9:10 am

La prosa de un poeta silenciado
***********

Se cumple el centenario del nacimiento del escritor cubano Gastón Baquero
Un libro reúne ensayos y textos inéditos del autor, lastrado por su ideología
************


Por Elsa Fernández-Santos
Madrid 17 ENE 2014

Nacido en Banes, el mismo pueblo de la provincia de Oriente de la que era oriundo el dictador Fulgencio Batista, Gastón Baquero se exilió en España huyendo de la revolución cubana. El estigma de escritor conservador y anticastrista marcó sus casi cuatro décadas de vida lejos de la isla. Lidió con la extendida antipatía hacia la disidencia cubana y con el aún más doloroso naufragio interior del exilio. Sin embargo, no le faltaba la experiencia de otros exilios: fue mulato y homosexual en una tierra tan racista como homófoba. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento (en mayo de 
1914), la Fundación Banco Santander edita en su serie Cuadernos de Obra Fundamental Fabulaciones en prosa,volumen que recoge ensayos (algunos inéditos) del poeta.


La prosa de un poeta silenciado  ***   Por Elsa Fernández-Santos GASTONBAQUEROsentadoyencolores 
(Gastón Baquero. Foto añadida por el bloguista de Baracutey Cubano)

Prosa dedicada a su dilatadísima cultura (sabía tanto de literatura como de música, filosofía, arte y plantas), reflexiones surgidas desde su alma renacentista o nacidas de sus complejos anhelos espirituales. En un capítulo dedicado a Víctor Hugo se arranca el escritor cubano su propia espina: “Señores: la ideología de un poeta, por detestable que sea, no puede alejarnos de la consideración de su poesía”.

“Sus escritos en prosa no son otra cosa que una extensión de sus poemas. Hablamos, pues, de poetizaciones en prosa”, afirma Alberto Díaz-Díaz, antólogo y prologuista de un volumen que incluye, entre sus pasajes inéditos, comentarios literarios sobre Guillermo Cabrera Infante, textos históricos o cartas a amigos como Gerardo Diego y ensayos dedicados a figuras como Paul Valéry, Thomas Mann, Goethe, Gore Vidal, Bernard Shaw, Paul Claudel, Andrés Bello, Cecil Beaton, Pablo Neruda o los españoles Julián Marías y Manuel Gómez Moreno.

Díaz-Díaz recuerda el “dolor de raza” que cargó siempre a sus espaldas Baquero, un hombre que defendía su “espiritualidad africana” y que de alguna manera representaba esa singular condición del cubano, cuyas venas se alimentan por igual de sangre europea, americana y africana. La enorme dificultad que encierra reconstruir las raíces del escritor radica no solo en la tabla rasa que marca todo exilio sino en la imposibilidad de discernir qué es fabula y qué no lo es en el relato sobre sus orígenes. De cuna extremadamente humilde, Baquero construyó una fantasía de rico burgués que muchos creyeron cierta. Gerardo Diego decía de él que pertenecía a esa clase de “hombres capaces de albergar en sí mismos varios hombres, varias almas disimuladas en el habitual repliegue de su vida vulgar”. Y Francisco Umbral, explica Díaz-Díaz, le dedicó columnas en las que daba por ciertas las cosas que Gastón contaba de sí mismo. “Le vacilaba con sus cuentos”, explica el especialista, para quien, buscando eufemismos para el siempre estrecho atributo de mentiroso, dice que Baquero sufría “esa esquizofrenia múltiple de los fabuladores”. “Negro bembón”, escribió Umbral, “o no tan negro, sino mulato, quizás cuarterón, apareció por Madrid, Gastón Baquero, director que fuera del Diario de la Marina, de La Habana, a poco de la revolución de Fidel. Negro bembón, mi querido gigante negro y reaccionario, enorme poeta en el influjo barroco de sus paisanos Lezama Lima y Carpentier […][...] o sea, ese barroquismo negro que se torna luctuoso, suntuoso, fúnebre y lento como lo hubieran querido André Breton o Baudelaire”.

Gastón Baquero murió en mayo de 1997 en una residencia de ancianos en las afueras de Madrid. Había abandonado su viejo, abigarrado y destartalado piso del barrio de Salamanca cuando dejó de valerse por sí mismo. Querido por autores tan poco sospechosos como la filósofa María Zambrano o el poeta gallego Celso Emilio Ferreiro, Baquero (colaborador de ABC, Arriba o El Alcázar) recuperó su voz poética en el silencio del exilio, pero su obra nunca superó el lastre provocado por los prejuicios ideológicos. El legado del poeta sigue siendo desconocido para la mayoría en Cuba. Según Díaz-Díaz, en la isla está editado poco y mal. “Como tantas cosas, se ha manipulado. Así que no le pregunten a un cubano por Gastón Baquero porque no lo conocerá”.


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La prosa de un poeta silenciado  ***   Por Elsa Fernández-Santos Empty CARTA DE DESPEDIDA DE GASTÓN BAQUERO AL PARTIR AL EXILIO

Mensaje por Admin Mar Ene 21, 2014 9:18 am

CARTA DE DESPEDIDA DE GASTÓN BAQUERO AL PARTIR AL EXILIO
Texto de Gastón Baquero, Diario de la Marina, 19.4.1959


La prosa de un poeta silenciado  ***   Por Elsa Fernández-Santos Gastonbaquero2


Al iniciar un viaje que por muchos motivos puede denominarse de vacaciones, consideramos obligado ofrecer a los lectores amigos los otros se lo explican todo a su manera algunas consideraciones sobre la actitud de este columnista antes y después del 1º de Enero.


Veníamos en silencio, sin escribir, desde la aparición de la censura. Meses y meses previos al desenlace de una etapa histórica, nos vieron callados, y posiblemente interpretados por algunos frívolos o por algunos ciegos apasionados como indiferentes a un dolor patrio o como partícipes de la mentalidad y ejecutoria que producía esos dolores. A cada cual su juicio, su interpretación, su creencia, que sólo puede modificarla el tiempo. Es inútil razonar contra los prejuicios.


Las personas de nuestra manera de pensar nos veíamos cada día más arrojadas a un callejón sin salida. Estábamos contra el crimen y la violencia, pero no podíamos irnos con la revolución. Comprendíamos que ya la tragedia cubana avanzaba con violencia arrasadora y que no tenía nada que hacer la voz del periodista, y menos si éste pertenecía a la ideología conservadora. Se habían gastado las palabras persuasivas, los llamamientos al cese de la lucha, las apelaciones a buscar una salida incruenta. La palabra pertenecía a las armas, que no se han hecho para propiciar el entendimiento. A quienes no podíamos ni aplaudir lo que ocurría, ni dar por bueno lo que venía, no nos quedaba otra postura que la del silencio. Y al silencio fuimos.


Los tiempos cubanos, como los de casi todos los países en esta hora del mundo, se inclinaban visiblemente hacia las soluciones extremas. Muchos creían que se gestaba simplemente la caída del gobierno con su reemplazo por otro mejor, pero adscrito en definitiva a una línea jurídica, económica, social, política, dentro de una tradición inaugurada en la Carta Magna de 1940. Quienes veíamos que la nueva generación iba mucho más allá, y propugnaba una revolución y no un simple cambio de gobernantes abogábamos, por no tener fe en las revoluciones, por salidas de otro tipo, que eliminaran el gobierno malo, pero que no abrieran la terrible incógnita de una revolución social siempre más radical y profunda de lo que ¨afortunada o desdichadamente¨ Cuba puede y debe intentar en esta hora.


¿Y por qué no tenemos fe en las revoluciones? No es porque ellas produzcan trastornos, lesionen intereses, vuelquen las costumbres. No tenemos fe en ellas porque siempre se fijan tareas que requerirían la asistencia de grandes genios, la milagrosa autoridad de ángeles y santos para cambiar de la noche a la mañana la naturaleza humana. Las revoluciones quieren hacer por decreto que en un instante se precipite el progreso, y nazca el hombre nuevo y surja por encanto la ciudad soñada. Su gran paradoja consiste en que no quiere dar al tiempo lo que es del tiempo, ni al hombre lo que es del hombre, sino que intenta saltar, a pies juntillas, por encima del tiempo y del hombre para llegar de una vez a la meta teóricamente fijada. Provocan sufrimientos y conmociones que alteran a fondo y por mucho tiempo el desarrollo normal y seguro, el avance lógico y humano hacia el mejoramiento constante de las formas de vida. Quiere la perfección de la noche a la mañana y es en definitiva una noble pero trágica terquedad ideológica, soberbia intelectual, que quiere desconocer la naturaleza humana y piensa que las grandes ideas, el afán por la justicia, la sed de verdad, no han aparecido en el mundo porque a éste le han faltado revolucionarios. La historia muestra que los revolucionarios han contribuido como nadie a la aparición de nuevas ideas, de mejoramiento y de justicia, pero que los revolucionarios, cuando triunfan, ya no saben sino saltar hacia el porvenir, de un golpe, ignorando la dura materia del tiempo y la fuerte resistencia del hombre. Mientras no llegan al poder son un bien, pues traen el fermento de la inquietud y el aguijón del progreso.

La prosa de un poeta silenciado  ***   Por Elsa Fernández-Santos GastonBaqueroMadridLibros


(Gastón Baquero en su Exilio en Madrid)

El progreso cubano culminó, como se sabe, en la fuga del dictador, en la impotencia de la junta militar, y en el ascenso al poder de la juventud partidaria de la revolución. Los caracteres ideológicos de ésta no fueron nunca disfrazados por sus dirigentes. En el manifiesto dado por el Dr. Fidel Castro en diciembre de 1957, al desembarcar en Cuba, están contenidas todas las ideas que hoy se van convirtiendo en leyes. (Nota de Mons. Carlos M. de Céspedes: el desembarco del Granma tuvo lugar el 2 de diciembre de 1956, no de 1957; a qué manifiesto se está refiriendo Gastón, ¿no será acaso a La Historia me absolverá, manifiesto pronunciado por el Dr. Fidel Castro en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada y al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en 1953?). Si algún capitalista se engañó, fue porque quiso; si algún propietario pensó que todo terminaría al caer el régimen, pensó mal, porque claramente se le dijo por el Dr. Castro que todo comenzaría al caer el régimen; y si alguna persona alérgica a las grandes conmociones económicas y sociales siguió y ayudó al Movimiento, creyendo que éste venía solamente a tumbar a Batista, pero no a cambiar costumbres muy arraigadas en la organización económica y social, se equivocaron totalmente o no leyó con atención aquel manifiesto. El Dr. Castro no ha engañado a nadie, aunque mucha gente conservadora y enemiga de las convulsiones le siguieron sin preguntarse detenidamente hacia donde la llevaban.


Y como este columnista no fue ni es partidario de las revoluciones, ni de las transformaciones violentas de la estructura social (lo que no quiere decir que permanezca indiferente ante los males y renuncie a la superación de estos por medios que le parecen menos dañinos y más duraderos), no creyó nunca que se debió abandonar los esfuerzos para poner fin pacífico y no revolucionario a los horrores que Cuba padecía. Por supuesto que esta idea no sólo fue derrotada por los hechos lo que es mortal para una idea sino que se prestó y se presta a las interpretaciones más agresivas y mortificantes sobre el origen de la actitud.


Al triunfar la revolución no faltaron los atolondrados que seguían creyendo que por haber sido más o menos antibatistianos eran ya suficientemente revolucionarios. No veían que el 1º de enero, volado ya el posible puente de una junta militar delicia de los que querían dinamitar la casa, pero sin derribar las paredes ni el techo, Cuba entraba a vivir una etapa histórica absolutamente distinta. Esta etapa iba a requerir una nueva mentalidad en las clases, en los ciudadanos, en el Estado, en las costumbres, pero muy pocos lo sospechaban.


Al principio, todo fue júbilo. La caída de una dictadura que cometió tan terribles errores y realizó tantos horrores, fue ocasión justificada para el desbordamiento oceánico de alegría pura y sincera, sin diferencia de clases ni de individuos. Todos eran felices porque había caído la tiranía; pero muchos no sospechaban siquiera que recibían entre palmas una revolución social. Ya de Batista estaban hasta la coronilla los más tenaces batistianos. El río de sangre, la inseguridad para la vida y la propiedad, la censura de prensa, el imperio del terror como norma de gobierno, habían llegado a sensibilizar hasta a los reacios al dolor ajeno. Cuba había apurado el límite de la resistencia física y de la resistencia moral. De todos sus sufrimientos parecía librarse, en jubilosa catarsis, cuando ofrecía enardecida a los revolucionarios victoriosos el laurel de la gratitud y el aplauso de la admiración. Y como en 1902, como en 1933, como en 1944, el pueblo cubano se dispuso a iniciar de nuevo el camino hacia la honradez administrativa, la libertad ciudadana, el respeto a los derechos, la desaparición de los privilegios, y la vida reglada por la paz, la cultura y el progreso.


¿Cuál era la actitud correcta de quienes no creímos en la revolución y no hicimos por ella nada, aunque tampoco hicimos, en conciencia, nada contra ella? A nuestro juicio, lo decoroso, lo justo, era el silencio. Fácil nos hubiera sido, de quererlo, y pese al riesgo de esa burla, presentarnos en pose demagógica, arrojando flores al paso de los vencedores. ¿No es esto lo usual?¿ No hemos presenciado el desfile ignominioso de los incorporados, de los revolucionarios del 2 de Enero, de los radicales que no tienen mucho que perder y de los conservadores y hasta reaccionarios disfrazados de dantones? Quienes comprendimos que el 1º de Enero se iniciaba en Cuba una etapa de gran conmoción social, de renovación que iba mucho más allá de lo imaginado por tantos y tantos que confunden revolución con antibatistismo y sentíamos que esas nuevas ideas triunfantes no eran las nuestras, no podíamos hacer otra cosa que callarnos y dejar que la revolución misma se abriese paso entre las clases sociales, perfilando su real fisonomía y declarando paladinamente a quienes aún vivían engañados cuáles eran sus verdaderas proyecciones.


Ahora nos encontramos en el ápice del despertar. Aquella señora que compró sus bonitos del 26, no soñó que la revolución le iba a rebajar el 50% de sus rentas por alquileres; aquel industrial que por ideología o por miedo abrió sus arcas, creyó que tenía adquiridos títulos revolucionarios y subsiguiente influencia; aquel sacerdote que hizo de su sotana un manto de piedad para salvar vidas de jóvenes acosados y de su Iglesia un centro de conspiración, creyó que se tendría en cuenta su filosofía de la sociedad y de la vida. Cuantas ilusiones, esperanzas, elucubraciones y cálculos han fallado. Pues llegó la revolución de veras, radical, inflexible, sin compromiso ante sus ojos y anhelosa de llevar a cabo un enorme cambio, un programa descomunal de contenido económico y social, que ha venido gestándose en la mente de los cubanos revolucionarios desde los mismos años inaugurales de la República. Llegó la revolución en la que no tienen cabida el perdón de los errores, el pensamiento conservador, la doctrina tradicionalista ni el conformismo acomodaticio que, es cierto, ha frustrado tantas esperanzas del cubano.


Al chocar frente a frente con la realidad, muchos se han asustado. No sabían que una revolución era así. Pues así, y más, son las revoluciones. Por eso ante ellas, quienes no tenemos vocación política y no nos inclinamos a participar en movimientos contrarrevolucionarios por mucho que la revolución nos persiga, no sabemos hacer otra cosa que ponernos al margen, dejar pasar el poderoso torrente y desear, sin el menor resentimiento, que triunfe y se consolide cuanto sea bueno para Cuba, y que se disuelva rápidamente en el vacío cuanto pueda ser un mal para esta tierra de la cual pueden incluso hasta arrojarnos, pero no pueden impedir que la amemos con la misma pasión que pueda amarla el más revolucionario de sus hijos.


Al iniciar este viaje, lector, dejamos en manos de nuestro querido Director y amigo, José Ignacio Rivero, hombre cristiano, hombre de carácter, nuestro cargo en el DIARIO DE LA MARINA, de Jefe de Redacción, que tanta honra nos deja para siempre. Comprendemos que hay momentos en los cuales pueden ser confundidas, con daño para lo que más importa que es el DIARIO, las actitudes personales, las ideas propias, con las actitudes del periódico. En medio de la pasión, del asombro de las clases, del choque ideológico inesperado, tiene por ahora poco que hacer un periodista verticalmente conservador, un derechista en tiempos de derrota para las derechas. Cabe la adaptación sinuosa, o cabe el combate. Aquella es lo innoble y éste es lo absurdo. Desde lejos hablaremos, en tanto Dios provea otra cosa si nos da venia para ello el Director y si no se oponen ciertos defensores de la libertad de pensamiento¨, de otras tierras, de otros cielos, de otros personajes. Posiblemente, con toda posibilidad, volveremos de un modo o de otro a defender aquellas ideas en las cuales creemos sobre la sociedad, la economía, las relaciones humanas, la libertad frente al comunismo esclavizador, ideas de las que nos sentimos orgullosos, por maltratadas, incomprendidas y vilipendiadas que hoy se hallen. El mundo las necesita, aunque no quiera verlo. El miedo a defender las ideas que van contra la corriente o que son estigmatizadas como nocivas, es la mayor de las cobardías. Vale más morir junto a una idea vencida, en la cual se cree todavía, que uncirse al primer carro victorioso que pasa, renunciando a tener ideas, a defender una ideología, a proclamar la visión propia y sincera que se tiene de los hombres y del mundo.


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