UNA CARTA IMPORTANTE A LOS COMUNISTAS CUBANOS
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UNA CARTA IMPORTANTE A LOS COMUNISTAS CUBANOS
QUERIDOS AMIGOS
UNA CARTA IMPORTANTE DIRIGIDA A LOS COMUNISTAS CUBANOS.
LES SUGERIMOS QUE LA LEAN CON DETENIMIENTO, LA ANALICEN Y SAQUEN SUS CONCLUSIONES.
¡ VIVA CUBA LIBRE !
El último aldabonazo
CARTA A LOS COMUNISTAS CUBANOS
Por Juan Antonio Blanco
29 marzo 2010
Es hora de que militantes, funcionarios, militares y todos aquellos que se definen como “revolucionarios” recobren la autonomía moral y rompan toda complicidad con un sistema que los arrastra a infamias propias del fascismo.
Una turba armada con palos y barras de acero rodeó la humilde casa de familia y vociferó la amenaza de matar a todos sus residentes. Golpeaban puertas y ventanas al tiempo que se esforzaban en romper el cerrojo de la entrada.
Dentro, las mujeres trataban de asegurar que no les sucediera nada a los niños, mientras el único hombre —Luis Miguel Sigler— se disponía a inmolarse en defensa de la prole. Las autoridades nada hicieron por detener aquella salvajada porque ellos mismos la habían alentado, organizado y facilitado. ¿La Noche de los Cristales Rotos en la Alemania nazi? No. Esto ocurrió en Cuba, el pasado 25 de marzo del 2010 en un poblado llamado Pedro Betancourt.
Ser judío no es sólo la pertenencia a una religión o grupo étnico; es una condición. Los disidentes cubanos son los judíos del drama que vive la isla. Han sido disminuidos a la categoría oficial de no-personas y de su integridad física puede disponer, a su libre albedrío, cualquiera que desee vapulearla.
Es hora de que los miembros del Partido Comunista de Cuba, los funcionarios gubernamentales y todos aquellos que se definen como “revolucionarios” recobren la autonomía moral y rompan toda complicidad tácita con un sistema que los arrastra a infamias propias del fascismo. La alternativa es devenir en cómplices de actos criminales por los que algún día —ya no tan lejano— tendrán que rendir cuentas, cuando menos, ante sus hijos y nietos.
Parece acercarse la hora en que los soldados cubanos tendrán también que decidir si abren fuego contra sus hermanos —como ya ensayaron el pasado año en el ejercicio militar denominado Bastión— o viran sus armas contra quienes se atrevan a impartir esa orden. Nadie se engañe. Hoy se les pide acosar y golpear a unas indefensas mujeres, mañana se les puede ordenar acribillarlas a balazos.
Acosar a mujeres que sólo hablan con su silencio; aterrorizar familias en sus hogares; propinar golpizas a quien está indefenso en una celda no es de personas decentes. Justificar esas acciones haciendo piruetas verbales para preservar privilegios y esquivar la represión es de cobardes. Cuando no se encuentra el valor para abrazar directamente a las víctimas siempre es posible poner fin al colaboracionismo con los victimarios.
Me pregunto si hoy los comunistas cubanos están dispuestos a morir por sus ideas —como se ha declarado en miles de proclamas— o sólo a matar por ellas. Si dicen tener el coraje para enfrentar a un invasor extranjero ¿por qué no lo han encontrado aún frente a los verdugos nacionales?
La cultura de la irresponsabilidad cívica ha tocado fondo en las actuales circunstancias. Los que escogieron el camino de la resistencia o el menos heroico —pero no exento de sacrificios— del exilio antes que colaborar con ese régimen totalitario, demostraron que había otras opciones aunque fuesen costosas. Los disidentes siempre resultan molestos porque demuestran que hay alternativas al colaboracionismo y desnudan la mala conciencia de quienes no se disponen a pagar su precio.
Orlando Zapata Tamayo se acercó a la UJC porque le hicieron creer que esa institución promovía las virtudes ciudadanas que él apreciaba. Creyó en la sinceridad de Fidel Castro cuando expresó que “Revolución es (…) ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”, como todavía reza el website del Partido Comunista de Cuba. Este humilde obrero de la construcción nunca fue un oportunista. Lo enviaron a “combatir” las ideas que algunos disidentes exponían en improvisadas tertulias y aprendió a escucharlas. Cuando una de aquellas no-personas fue enviada a la cárcel, Zapata entendió la naturaleza hipócrita, intolerante y represiva del régimen que hasta entonces defendía. Comprendió que no había “batalla de ideas”, sino aniquilamiento de quien expresaba un pensamiento diferente.
El joven albañil rehusaba matar o golpear por sus ideales, pero siempre estuvo sinceramente dispuesto a morir por ellos. Quiso entender de ese modo el mandato del himno nacional cuando dice que “morir (no matar) por la Patria es vivir”.
Quizás el martirologio de Orlando Zapata Tamayo retire la venda de los ojos a quienes ya no pueden posponer por más tiempo definirse al lado del pueblo o de sus opresores. Es hora de enfrentar su conciencia. Ojalá encuentren la necesaria lucidez y coraje para preservar su dignidad en medio de tanta canallada. Zapata —que supo morir libre y digno en una lúgubre celda— les dio el último aldabonazo.
Nota sobre el autor
Juan Antonio Blanco Gil (Cuba, 1947), doctor en Historia, profesor de Filosofía y ensayista, fue militante de la Unión de Jóvenes de Comunistas desde los catorce años y del Partido Comunista de Cuba a partir de 1975.
Trabajó como profesor de Filosofía en la Universidad de la Habana e integró el equipo de autores de la revista Pensamiento Crítico. Ocupó diversas responsabilidades en el Servicio Exterior cubano. Intentó impulsar reformas dentro de Cuba y la normalización de relaciones con Estados Unidos, pero en 1996, el derribo premeditado de las avionetas de Hermanos al Rescate así como los acuerdos anti-reformistas adoptados seguidamente por el V Pleno del CC del PCC, lo llevaron a la conclusión de que el sistema cubano no era reformable y que Fidel Castro no estaba interesado en el mejoramiento del nivel de vida nacional o en mejorar las relaciones con EE. UU. Actualmente reside en Canadá.
A petición del autor, este artículo incluye su ficha biográfica. Si desea contactar con él puede escribirle a jablanco96@gmail.com.
¿Hay comunistas en Cuba?
Juan Antonio Blanco
3 agosto 2009
Cuando cayó la URSS alguien comentó que el mayor error de la CIA en sus estimados sobre aquel país era no haberse percatado de que, desde hacía ya algunos años, no quedaban apenas comunistas en el PCUS. Dicho de otro modo: los militantes ya no eran creyentes del sistema entonces vigente ni compartían sus premisas ideológicas. Me pregunto si la eterna posposición del VI Congreso del PCC por los hermanos Castro se debe en parte a la sospecha que ambos albergan de que quedan pocos comunistas en ese partido que crean en la viabilidad del actual regimen en la isla.
El discurso del General Raúl Castro el pasado 26 de Julio muestra que la elite de poder cubana está consciente de que se inicia una etapa económica y social crítica, sólo comparable a la que se produjo a la caída de la URSS.
Pese a la gravedad de esa conclusión la cúpula dirigente aun no ha alcanzado un consenso –o si ya existe continúa bloqueado por Fidel- sobre el mejor plan de acción económica para enfrentarla. Las referencias a “planes” que se hacen en el discurso reducen ese concepto a un listado de buenos propósitos y acciones puntuales (ie, equilibrar la balanza de pagos, reducir gastos sociales y productivos). Pero esas directrices generales y medidas aleatorias no constituyen una ruta crítica ni concepción estratégica creíble que permitan navegar las actuales turbulencias mundiales y faciliten el cambio hacia un modelo sustentable de desarrollo económico y social. Ni siquiera tienen posibilidades razonables de ser aplicadas con éxito dentro del actual sistema.
El General ha hablado de la necesidad de delinear un modelo económico en indirecto reconocimiento al hecho de que el actual no funciona y de que hasta ahora no hay acuerdo sobre el que pudiese reemplazarlo. Por ello es de esperar que se sigan adoptando medidas ad –hoc en el terreno del ahorro y otras en relación a la esfera monetaria, pero sin llegar a los prometidos cambios de “estructuras y conceptos” por lo que ya lleva tres años esperando el país inútilmente.
En una frase que pudiera pasar por retórica pero no dejaría por ello de reflejar la incertidumbre respecto a los anclajes externos de Cuba, el General Raúl Castro dijo que “Lo que ocurra en Honduras será decisivo para el futuro de Nuestra América”. Los reiterados viajes de Castro a Argelia y Angola –países petroleros a los que Cuba ayudó de manera decisiva en el terreno militar – así como a Brasil parecen indicar que La Habana se está procurando alternativas en caso de que en meses venideros el ALBA retrocediese y Hugo Chávez confrontase problemas internos o regionales de alguna gravedad.
La constatación de que se avecina un tiempo de agravadas escaseces y penurias los pone de nuevo ante la cíclica disyuntiva de la sociedad cubana: represión o reformas. El discurso de Raúl Castro es ambiguo y escaso en indicios claros sobre el modo en que abordarían esta vez esa opción. La impresión que deja es que su respuesta estaría en línea con la que en el pasado ha impuesto su hermano mayor: hacer sólo aquellas concesiones inevitables, factibles de ser revertidas y que no debiliten el control político del caudillo sobre la sociedad.
El gobierno cubano debería comprender que no hay nada “antisocialista” en buscar solución a problemas vitales -como son los de la alimentación y vivienda- liberando las fuerzas productivas a través de actores autogestionarios situados fuera del estado. Pero si no lo entiende e insiste en criminalizar las soluciones en lugar de fomentarlas, debe disponerse a pagar el precio de aparecer como el innecesario verdugo de la población cuando arrecie la crisis. En tal caso, debe estar igualmente dispuesto a pagar las consecuencias de su opción.
UNA CARTA IMPORTANTE DIRIGIDA A LOS COMUNISTAS CUBANOS.
LES SUGERIMOS QUE LA LEAN CON DETENIMIENTO, LA ANALICEN Y SAQUEN SUS CONCLUSIONES.
¡ VIVA CUBA LIBRE !
El último aldabonazo
CARTA A LOS COMUNISTAS CUBANOS
Por Juan Antonio Blanco
29 marzo 2010
Es hora de que militantes, funcionarios, militares y todos aquellos que se definen como “revolucionarios” recobren la autonomía moral y rompan toda complicidad con un sistema que los arrastra a infamias propias del fascismo.
Una turba armada con palos y barras de acero rodeó la humilde casa de familia y vociferó la amenaza de matar a todos sus residentes. Golpeaban puertas y ventanas al tiempo que se esforzaban en romper el cerrojo de la entrada.
Dentro, las mujeres trataban de asegurar que no les sucediera nada a los niños, mientras el único hombre —Luis Miguel Sigler— se disponía a inmolarse en defensa de la prole. Las autoridades nada hicieron por detener aquella salvajada porque ellos mismos la habían alentado, organizado y facilitado. ¿La Noche de los Cristales Rotos en la Alemania nazi? No. Esto ocurrió en Cuba, el pasado 25 de marzo del 2010 en un poblado llamado Pedro Betancourt.
Ser judío no es sólo la pertenencia a una religión o grupo étnico; es una condición. Los disidentes cubanos son los judíos del drama que vive la isla. Han sido disminuidos a la categoría oficial de no-personas y de su integridad física puede disponer, a su libre albedrío, cualquiera que desee vapulearla.
Es hora de que los miembros del Partido Comunista de Cuba, los funcionarios gubernamentales y todos aquellos que se definen como “revolucionarios” recobren la autonomía moral y rompan toda complicidad tácita con un sistema que los arrastra a infamias propias del fascismo. La alternativa es devenir en cómplices de actos criminales por los que algún día —ya no tan lejano— tendrán que rendir cuentas, cuando menos, ante sus hijos y nietos.
Parece acercarse la hora en que los soldados cubanos tendrán también que decidir si abren fuego contra sus hermanos —como ya ensayaron el pasado año en el ejercicio militar denominado Bastión— o viran sus armas contra quienes se atrevan a impartir esa orden. Nadie se engañe. Hoy se les pide acosar y golpear a unas indefensas mujeres, mañana se les puede ordenar acribillarlas a balazos.
Acosar a mujeres que sólo hablan con su silencio; aterrorizar familias en sus hogares; propinar golpizas a quien está indefenso en una celda no es de personas decentes. Justificar esas acciones haciendo piruetas verbales para preservar privilegios y esquivar la represión es de cobardes. Cuando no se encuentra el valor para abrazar directamente a las víctimas siempre es posible poner fin al colaboracionismo con los victimarios.
Me pregunto si hoy los comunistas cubanos están dispuestos a morir por sus ideas —como se ha declarado en miles de proclamas— o sólo a matar por ellas. Si dicen tener el coraje para enfrentar a un invasor extranjero ¿por qué no lo han encontrado aún frente a los verdugos nacionales?
La cultura de la irresponsabilidad cívica ha tocado fondo en las actuales circunstancias. Los que escogieron el camino de la resistencia o el menos heroico —pero no exento de sacrificios— del exilio antes que colaborar con ese régimen totalitario, demostraron que había otras opciones aunque fuesen costosas. Los disidentes siempre resultan molestos porque demuestran que hay alternativas al colaboracionismo y desnudan la mala conciencia de quienes no se disponen a pagar su precio.
Orlando Zapata Tamayo se acercó a la UJC porque le hicieron creer que esa institución promovía las virtudes ciudadanas que él apreciaba. Creyó en la sinceridad de Fidel Castro cuando expresó que “Revolución es (…) ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”, como todavía reza el website del Partido Comunista de Cuba. Este humilde obrero de la construcción nunca fue un oportunista. Lo enviaron a “combatir” las ideas que algunos disidentes exponían en improvisadas tertulias y aprendió a escucharlas. Cuando una de aquellas no-personas fue enviada a la cárcel, Zapata entendió la naturaleza hipócrita, intolerante y represiva del régimen que hasta entonces defendía. Comprendió que no había “batalla de ideas”, sino aniquilamiento de quien expresaba un pensamiento diferente.
El joven albañil rehusaba matar o golpear por sus ideales, pero siempre estuvo sinceramente dispuesto a morir por ellos. Quiso entender de ese modo el mandato del himno nacional cuando dice que “morir (no matar) por la Patria es vivir”.
Quizás el martirologio de Orlando Zapata Tamayo retire la venda de los ojos a quienes ya no pueden posponer por más tiempo definirse al lado del pueblo o de sus opresores. Es hora de enfrentar su conciencia. Ojalá encuentren la necesaria lucidez y coraje para preservar su dignidad en medio de tanta canallada. Zapata —que supo morir libre y digno en una lúgubre celda— les dio el último aldabonazo.
Nota sobre el autor
Juan Antonio Blanco Gil (Cuba, 1947), doctor en Historia, profesor de Filosofía y ensayista, fue militante de la Unión de Jóvenes de Comunistas desde los catorce años y del Partido Comunista de Cuba a partir de 1975.
Trabajó como profesor de Filosofía en la Universidad de la Habana e integró el equipo de autores de la revista Pensamiento Crítico. Ocupó diversas responsabilidades en el Servicio Exterior cubano. Intentó impulsar reformas dentro de Cuba y la normalización de relaciones con Estados Unidos, pero en 1996, el derribo premeditado de las avionetas de Hermanos al Rescate así como los acuerdos anti-reformistas adoptados seguidamente por el V Pleno del CC del PCC, lo llevaron a la conclusión de que el sistema cubano no era reformable y que Fidel Castro no estaba interesado en el mejoramiento del nivel de vida nacional o en mejorar las relaciones con EE. UU. Actualmente reside en Canadá.
A petición del autor, este artículo incluye su ficha biográfica. Si desea contactar con él puede escribirle a jablanco96@gmail.com.
¿Hay comunistas en Cuba?
Juan Antonio Blanco
3 agosto 2009
Cuando cayó la URSS alguien comentó que el mayor error de la CIA en sus estimados sobre aquel país era no haberse percatado de que, desde hacía ya algunos años, no quedaban apenas comunistas en el PCUS. Dicho de otro modo: los militantes ya no eran creyentes del sistema entonces vigente ni compartían sus premisas ideológicas. Me pregunto si la eterna posposición del VI Congreso del PCC por los hermanos Castro se debe en parte a la sospecha que ambos albergan de que quedan pocos comunistas en ese partido que crean en la viabilidad del actual regimen en la isla.
El discurso del General Raúl Castro el pasado 26 de Julio muestra que la elite de poder cubana está consciente de que se inicia una etapa económica y social crítica, sólo comparable a la que se produjo a la caída de la URSS.
Pese a la gravedad de esa conclusión la cúpula dirigente aun no ha alcanzado un consenso –o si ya existe continúa bloqueado por Fidel- sobre el mejor plan de acción económica para enfrentarla. Las referencias a “planes” que se hacen en el discurso reducen ese concepto a un listado de buenos propósitos y acciones puntuales (ie, equilibrar la balanza de pagos, reducir gastos sociales y productivos). Pero esas directrices generales y medidas aleatorias no constituyen una ruta crítica ni concepción estratégica creíble que permitan navegar las actuales turbulencias mundiales y faciliten el cambio hacia un modelo sustentable de desarrollo económico y social. Ni siquiera tienen posibilidades razonables de ser aplicadas con éxito dentro del actual sistema.
El General ha hablado de la necesidad de delinear un modelo económico en indirecto reconocimiento al hecho de que el actual no funciona y de que hasta ahora no hay acuerdo sobre el que pudiese reemplazarlo. Por ello es de esperar que se sigan adoptando medidas ad –hoc en el terreno del ahorro y otras en relación a la esfera monetaria, pero sin llegar a los prometidos cambios de “estructuras y conceptos” por lo que ya lleva tres años esperando el país inútilmente.
En una frase que pudiera pasar por retórica pero no dejaría por ello de reflejar la incertidumbre respecto a los anclajes externos de Cuba, el General Raúl Castro dijo que “Lo que ocurra en Honduras será decisivo para el futuro de Nuestra América”. Los reiterados viajes de Castro a Argelia y Angola –países petroleros a los que Cuba ayudó de manera decisiva en el terreno militar – así como a Brasil parecen indicar que La Habana se está procurando alternativas en caso de que en meses venideros el ALBA retrocediese y Hugo Chávez confrontase problemas internos o regionales de alguna gravedad.
La constatación de que se avecina un tiempo de agravadas escaseces y penurias los pone de nuevo ante la cíclica disyuntiva de la sociedad cubana: represión o reformas. El discurso de Raúl Castro es ambiguo y escaso en indicios claros sobre el modo en que abordarían esta vez esa opción. La impresión que deja es que su respuesta estaría en línea con la que en el pasado ha impuesto su hermano mayor: hacer sólo aquellas concesiones inevitables, factibles de ser revertidas y que no debiliten el control político del caudillo sobre la sociedad.
El gobierno cubano debería comprender que no hay nada “antisocialista” en buscar solución a problemas vitales -como son los de la alimentación y vivienda- liberando las fuerzas productivas a través de actores autogestionarios situados fuera del estado. Pero si no lo entiende e insiste en criminalizar las soluciones en lugar de fomentarlas, debe disponerse a pagar el precio de aparecer como el innecesario verdugo de la población cuando arrecie la crisis. En tal caso, debe estar igualmente dispuesto a pagar las consecuencias de su opción.
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