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Mensaje por Esteban Casañas Lostal Sáb Mayo 08, 2010 6:39 pm

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Me encontraba en plena etapa de exámenes y acostumbraba a emplear hasta el último segundo de respiro para repasar la materia en cuestión. Ese día me disponía a enfrentar una de las asignaturas más complejas y abstractas de nuestra profesión, me refiero a la Astronomía Náutica. El examen debía realizarlo a bordo del buque escuela “Viet Nam Heroico” y como se encontraba atracado por Regla o el puerto pesquero, no deseaba tomar dos guaguas para dirigirme hasta el Muelle de Luz. Podía hacerlo en la ruta 15 y bajarme en la última parada de la Lonja del Comercio, pero luego debía caminar unas tres cuadras vestido con el uniforme blanco y no quería sudarlo. Me incliné por andar desde mi barrio hasta la terminal de Palatino, es verdad que debía caminar muchas cuadras más, pero a la hora que lo hacía el sol no se encontraba tan alto y calentaba menos. Aprovechaba ese trayecto para hacerme preguntas que yo mismo respondía y el viaje caminando se me hacía un poco más corto.
Cuando tomas la guagua a la misma hora de siempre, encontrarás sin dificultad los mismos rostros, poco importa el país, aquí en Montreal me sucedió lo mismo. Llegas a establecer ciertas relaciones de confianza con esas personas, pero en el caso cubano es un poco más exagerado. Algunos pasajeros llegaban a la parada con un vasito de café para el chofer y cuando se retardaba un poco en llegar, el hombre los esperaba con todos nosotros a bordo como pago de gratitud por ese gesto tan hermoso.
Todos los días, encontraba a una hembra despampanante en la parada de la ruta 16. Ella paralizaba el tráfico cuando se disponía a cruzar la calle y todos los presentes, hombres y mujeres, estábamos obligados a abandonar nuestros pensamientos para observarla. Tres días después de aquella coincidencia, fui elaborando una frase, un piropo, un guiño, cualquier cosa que pudiera regalarle a ese monumento, pero mi timidez era capaz de superar y vencer todos mis deseos. Al día siguiente me prometía lo mismo, ¡coño, tengo que decirle algo! Nunca lo hacía, me ponía nervioso y temblaba ante su presencia. Varias veces marcó delante de mí o detrás en la colita formada en aquella parada. Fila que en esos tiempos la gente realizaba muy disciplinadamente, la crisis del transporte era tolerable entonces. Yo temblaba como un guanajo y cuando me llenaba de valor, ¡pan!, ahí mismo saltaba ella y me cortaba la inspiración. No hay nada que joda más, tienes pensada y organizada un grupo de palabras que deben salir disparadas en forma de ráfagas, entonces sale ella a preguntarme la hora y derrumba cada letra como fichas de dominó.
Tenía el American Practical Navigator y me esforzaba en concentrarme, pero llegó el momento de su cruce por la calle, los vehículos detenidos, las pitadas y los chiflidos de la gente. Detuve mi lectura y los ojos viajaron involuntariamente hacia sus caderas y senos, sus piernas y rostro, todo era perfecto. El libraco era sumamente grueso y por poco se me cae por aquel nerviosismo que ella lograba crear en mí. Lo sostuve bien fuerte entre las manos y disimulé no enterarme de su presencia detrás de mí.
-¡Oiga, compañero! ¿Eso es una novela? Enseguida se volcaron todos los rostros de la cola hacia mi persona. No es que los cubanos seamos algo chismosos, es que como todos somos compañeros, la privacidad se largó al carajo y tenemos derecho a intervenir libremente en la vida de los demás. Por poco me da un infarto al escuchar la pregunta de aquella hermosa mujer y lo pensé tres veces antes de responderle.
-¡No, compañera! No es una novela, es un libro técnico. Creo que la gente se sintió algo aliviada también, pude satisfacer la curiosidad de los presentes, todos me escucharon. Es increíble esa capacidad nuestra para prestar atención a lo que hablan otras personas. Creí que ella quedaría complacida con mi respuesta y olvidé de paso el piropo que había preparado para esa mañana, los anteriores no contaban tampoco, ni aparecerían en medio de ese nerviosismo que hacía temblar mi voz.
-¿Y usted se puede meter todo eso? Lo dijo con esa gracia propia de una diosa, ella lo era. Todos los rostros de la cola giraron nuevamente hacia mí, los compañeros esperaban por mi respuesta y aquella me salió del alma.
-¡Yo, sí! Yo me lo puedo meter completo, solo que lo hago hojita a hojita, el problema es tratar de hacerlo de un tirón. Los compañeros me apoyaron con una sonada carcajada, nadie puede imaginar el alto grado de solidaridad que se vive entre nuestra gente. Ella cambió de colores y temí lo peor, un infarto, por ejemplo.
-¡El coño de tu madre! Los compañeros la apoyaron también con otra carcajada colectiva y en eso llegó la guagua.
¡Mira qué clase de lío me he buscado por este cabrón libro! Pensé mientras lo abordaba. Mañana me voy en la ruta 15, tengo un examen de Navegación y no sé qué pudiera decirme esta loca cuando me vea con un rollo de cartas náuticas.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-05-08

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