La busqueda del Sentido de la Vida
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La busqueda del Sentido de la Vida
Algo que distingue al ser humano del resto de las especies conocidas
que pueblan nuestro planeta es su capacidad para hacerse preguntas.
Para muchos, tal vez también para usted, la vida discurre en un
permanente diálogo, en el que la conciencia no cesa de plantearse
interrogantes y sugerir respuestas. Sin embargo, la verdadera
respuesta, aquélla que esperamos encontrar como una experiencia
plena, única, auténtica, parece escurrírsenos de las manos, como la
fina arena.Sí, es muy probable que usted se haya preguntado en muchas
ocasiones qué sentido tiene una vida que está predestinada a perecer
algún día. ¿Acaso el ser humano es un organismo biológico dotado
de conciencia, cuya existencia se desarrolla a lo largo de unas
décadas, para acabar disolviéndose en la nada? ¿No siente usted en
lo más profundo de su ser algo que parece latir más allá de lo que la
conciencia puede abarcar, algo que llama a trascender el espacio y el
tiempo? Sin embargo, todo cuanto vemos a nuestro alrededor lleva impreso el
sello de la decadencia. De igual manera que los mayores imperios
han acabado sucumbiendo al paso del tiempo y ahora sólo podemos
contemplar sus ruinas y sus legados culturales, cualquier experiencia
en la vida se nos presenta como fugaz y transitoria.
Así podemos comprender que el principio universal del eterno
retorno –por el que todo parece girar en ciclos sin fin, en un continuo
nacer, florecer y marchitarse– rige el orden de este mundo.
Quizá haya experimentado la insatisfacción de no haber conseguido
nada auténticamente duradero. Incluso todo conocimiento debe
abandonarse un día por otro conocimiento que, en muchas ocasiones,
implica reconocer que estábamos equivocados. Y esta permanente
insatisfacción genera en nosotros una peculiar desazón, una
incomodidad que nos impulsa una y otra vez a buscar algo que
colme nuestras ansias de verdadero saber.
Muchos son los caminos que podemos recorrer para satisfacer esta
necesidad. La ciencia, el arte, la religión... nos ofrecen múltiples
respuestas y posibilidades, pero probablemente si ahora está leyendo
esto es porque percibe en su interior que todavía queda algo por
descubrir. Las respuestas que nos proporciona la ciencia oficial nos
parecen especulativas e insuficientes; las propuestas de las religiones
tradicionales ya no conectan con las demandas actuales de la
sociedad y los caminos del arte se vuelven estériles ante el constante
incremento del sufrimiento mundial. Éste es un estado de conciencia
que muchos seres humanos comparten hoy en día: el de saberse
humildes buscadores de la verdad.
Porque, ¿qué sentido puede tener una vida caracterizada por la lucha
continua? Seguramente aspiramos a una perfección, a un mundo
ideal; pero ¿dónde podemos encontrar tal perfección? O, mejor
dicho, ¿cómo es posible alcanzar un estado de ser semejante?
Allá donde miramos encontramos lucha y muerte; no hay especie o
manifestación de vida conocida que escape de semejante
experiencia. Para todo ser vivo, la supervivencia es casi siempre la
preocupación más importante, hasta el punto de que el ser humano
ha convertido esta cuestión en uno de los mayores y más fructíferos
negocios. Si reflexiona al respecto, seguro que encontrará numerosos
ejemplos.
Así pues, debemos reconocer que muchas de las cosas que nos
acontecen en el normal desarrollo de la vida no nos satisfacen, no
responden a nuestras expectativas. El mundo nos ofrece infinidad de
alternativas para satisfacer nuestros deseos más variados y, sin
embargo, un vacío y una desesperación profundos atenazan los
corazones de innumerables seres humanos, cuyas almas se sienten
como pájaros que por error han entrado en el interior de una casa y,
en su desesperado intento por recuperar la libertad, se golpean una y
otra vez contra el cristal de las ventanas.
Pero no hay nada peor que caer en la desesperación. El príncipe
Sidharta –quien más tarde alcanzó el estado de Buda– tuvo que salir
del palacio en el que vivía, de esa burbuja ilusoria que le envolvía y
le protegía de la turbadora realidad del mundo, para descubrir que
sólo andando se hace camino, que sólo la transformación interior
puede llevarnos a un estado de conciencia más pleno y, por tanto, a
una experiencia y un conocimiento superiores de la vida. Fue
confrontado con la enfermedad, la vejez y la muerte, y sólo tras este
impactante descubrimiento decidió abandonar la falsa seguridad que
le protegía y embarcarse en la mayor empresa que jamás puede
plantearse un ser humano: el conocimiento de sí mismo.
En la medida que este conocimiento se amplía, la conciencia
adquiere la capacidad para comprender las leyes que rigen el
universo. De este modo, poco a poco, las preguntas van encontrando
respuestas.
Este conocimiento de la verdadera situación en la que nos
encontramos –que, más que conocimiento, es el “reconocimiento” de
la realidad que se esconde tras el velo de la ilusión de Isis–, es el
punto de partida del camino rosacruz; pues nada puede transformarse
si no se conoce antes. El rosacruz sabe que debe comenzar por
conocerse a sí mismo, porque esta es la senda que lleva a conocer las
leyes que rigen el mundo y la voluntad de Dios.[center][b]
que pueblan nuestro planeta es su capacidad para hacerse preguntas.
Para muchos, tal vez también para usted, la vida discurre en un
permanente diálogo, en el que la conciencia no cesa de plantearse
interrogantes y sugerir respuestas. Sin embargo, la verdadera
respuesta, aquélla que esperamos encontrar como una experiencia
plena, única, auténtica, parece escurrírsenos de las manos, como la
fina arena.Sí, es muy probable que usted se haya preguntado en muchas
ocasiones qué sentido tiene una vida que está predestinada a perecer
algún día. ¿Acaso el ser humano es un organismo biológico dotado
de conciencia, cuya existencia se desarrolla a lo largo de unas
décadas, para acabar disolviéndose en la nada? ¿No siente usted en
lo más profundo de su ser algo que parece latir más allá de lo que la
conciencia puede abarcar, algo que llama a trascender el espacio y el
tiempo? Sin embargo, todo cuanto vemos a nuestro alrededor lleva impreso el
sello de la decadencia. De igual manera que los mayores imperios
han acabado sucumbiendo al paso del tiempo y ahora sólo podemos
contemplar sus ruinas y sus legados culturales, cualquier experiencia
en la vida se nos presenta como fugaz y transitoria.
Así podemos comprender que el principio universal del eterno
retorno –por el que todo parece girar en ciclos sin fin, en un continuo
nacer, florecer y marchitarse– rige el orden de este mundo.
Quizá haya experimentado la insatisfacción de no haber conseguido
nada auténticamente duradero. Incluso todo conocimiento debe
abandonarse un día por otro conocimiento que, en muchas ocasiones,
implica reconocer que estábamos equivocados. Y esta permanente
insatisfacción genera en nosotros una peculiar desazón, una
incomodidad que nos impulsa una y otra vez a buscar algo que
colme nuestras ansias de verdadero saber.
Muchos son los caminos que podemos recorrer para satisfacer esta
necesidad. La ciencia, el arte, la religión... nos ofrecen múltiples
respuestas y posibilidades, pero probablemente si ahora está leyendo
esto es porque percibe en su interior que todavía queda algo por
descubrir. Las respuestas que nos proporciona la ciencia oficial nos
parecen especulativas e insuficientes; las propuestas de las religiones
tradicionales ya no conectan con las demandas actuales de la
sociedad y los caminos del arte se vuelven estériles ante el constante
incremento del sufrimiento mundial. Éste es un estado de conciencia
que muchos seres humanos comparten hoy en día: el de saberse
humildes buscadores de la verdad.
Porque, ¿qué sentido puede tener una vida caracterizada por la lucha
continua? Seguramente aspiramos a una perfección, a un mundo
ideal; pero ¿dónde podemos encontrar tal perfección? O, mejor
dicho, ¿cómo es posible alcanzar un estado de ser semejante?
Allá donde miramos encontramos lucha y muerte; no hay especie o
manifestación de vida conocida que escape de semejante
experiencia. Para todo ser vivo, la supervivencia es casi siempre la
preocupación más importante, hasta el punto de que el ser humano
ha convertido esta cuestión en uno de los mayores y más fructíferos
negocios. Si reflexiona al respecto, seguro que encontrará numerosos
ejemplos.
Así pues, debemos reconocer que muchas de las cosas que nos
acontecen en el normal desarrollo de la vida no nos satisfacen, no
responden a nuestras expectativas. El mundo nos ofrece infinidad de
alternativas para satisfacer nuestros deseos más variados y, sin
embargo, un vacío y una desesperación profundos atenazan los
corazones de innumerables seres humanos, cuyas almas se sienten
como pájaros que por error han entrado en el interior de una casa y,
en su desesperado intento por recuperar la libertad, se golpean una y
otra vez contra el cristal de las ventanas.
Pero no hay nada peor que caer en la desesperación. El príncipe
Sidharta –quien más tarde alcanzó el estado de Buda– tuvo que salir
del palacio en el que vivía, de esa burbuja ilusoria que le envolvía y
le protegía de la turbadora realidad del mundo, para descubrir que
sólo andando se hace camino, que sólo la transformación interior
puede llevarnos a un estado de conciencia más pleno y, por tanto, a
una experiencia y un conocimiento superiores de la vida. Fue
confrontado con la enfermedad, la vejez y la muerte, y sólo tras este
impactante descubrimiento decidió abandonar la falsa seguridad que
le protegía y embarcarse en la mayor empresa que jamás puede
plantearse un ser humano: el conocimiento de sí mismo.
En la medida que este conocimiento se amplía, la conciencia
adquiere la capacidad para comprender las leyes que rigen el
universo. De este modo, poco a poco, las preguntas van encontrando
respuestas.
Este conocimiento de la verdadera situación en la que nos
encontramos –que, más que conocimiento, es el “reconocimiento” de
la realidad que se esconde tras el velo de la ilusión de Isis–, es el
punto de partida del camino rosacruz; pues nada puede transformarse
si no se conoce antes. El rosacruz sabe que debe comenzar por
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Master53cu2002- MIEMBRO
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