HA MUERTO PANCHO
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HA MUERTO PANCHO
HA MUERTO PANCHO
Si usted camina por la calle 16 del Lawton rumbo a Juanelo, comprobará que esta calle nace o muere junto a la línea del tren. Extienda su mirada por encima de los rieles hacia la otra orilla, no dudará que existe una pequeña callecita con acera de aquel lado. Aunque usted no lo crea tiene nombre, se llama San Juan Bosco y dobla en una curvita unos metros a la izquierda de sus ojos, hay también una leve lomita en este tramo de escasos pasos. Sin aún decidirse a cruzar el trillo formado por el constante flujo de sus vecinos en ambas direcciones, fíjese bien en una humilde casita que se encuentra exactamente en línea recta con la calle 16. Ese era el hogar de Pancho y la acera que hay junto a ella, el sitio donde nos reuníamos los muchachos del barrio a escuchar Nocturno con un radio de baterías que sacaban de la casa de Estrella.
Estrella tenía varias hijas, yo llegué a ese sitio gracias a Juanito, uno de los varones que formaban su numerosa prole, habíamos coincidido en el Servicio Militar Obligatorio. Ellos tenían su campamento al fondo de la casa de Pancho, o mejor dicho, la casita de Mercedes, que así se llamaba su mamá.
Pancho era algo menor que yo, un muchachón sano, alto, muy espigado para su edad. Tenía una hermana que se llama Elisa, más joven que él y a la que Mercedes tenía bajo un estricto control, sin embargo, participaba con toda libertad en aquellas tertulias musicales de cada noche. El grupito fue creciendo, sumando todas las hijas de Estrella, que eran cuatro. Juanito no participaba, vivía muy ocupado o enamorado de su joven y bella mulatica. Pancho, Elisa y yo sumamos siete, pero después se nos integró Pastor, un muchacho algo alocado e hiperactivo que viajaba diariamente desde 20 de Mayo y Marta Abreu con el sano propósito de disfrutar el programa con nosotros. Luisito se llegaba de vez en vez y cuando reía, la bombilla del poste de la luz que existía junto a la carnicería que se encuentra donde termina la calle 16, rebotaba como destellos de faros en el diente de oro que gustaba mostrar a todos. Un tiempo después se metió a militar y abandonó nuestras reuniones. Uno que otro se llegaba esporádicamente, pero sin llegar a formar parte de nuestra nómina.
Fuera de los horarios de música, éramos chamacos dedicados a tratar de entreternos para escapar del agobiante aburrimiento al que fuimos condenados en la edad más importante de nuestras vidas. El cine fue una alternativa elegida, pero los rusos iban acaparando cada día más nuestras pantallas y el inesperado final de sus películas no podían satisfacer nuestros gustos. La pesca fue otra de las sanas salidas que encontramos, toda una noche sentados en el muro del malecón para regresar sin carnada, anzuelos y peces, nos obligaba a pensar mejor antes de emprender nuevamente otra aventura. Aquellas noches fueron inolvidables, barcos que entraban o salían del puerto, un sueño casi al alcance de mis manos. Agacharse cuando Pastor realizaba sus peligrosos lanzamientos nos mantenía despiertos, unas veces, la pesada plomada caía lejos, casi en el centro del canal. Una vez chocó contra la carrocería de una ruta 1 que viajaba a nuestras espaldas. El resto de la noche era dedicado muchas veces a compartir frustraciones, éramos tres hijos sin padres, aunque siempre consideramos a Pancho muy afortunado. Angelito, un viejo negro con la nomenclatura de un elefante era su padrastro, el padre que hubiéramos deseado Pastor y yo. Toda su grandeza se resumía en la bondad y nobleza de su carácter, sin embargo, nunca pudo conquistar plenamente las simpatías de Pancho, al menos, durante esta etapa de su vida. Por la parte de las madres no nos quejábamos, llegamos a la conclusión de que las nuestras eran muy parecidas. Solo Mercedes se diferenciaba por su negrura acharolada y brillosa, una magnífica estatua de ébano que mantuvo todo el tiempo un mocho de tabaco en su boca, aún en los tiempos de dura escasez, ella trabajaba como torcedora. Angelito era más dado al aguardiente, bebía con la sed de un camello cuando se le presentaba la ocasión, pero nunca lo vi borracho. Cuando no existía la posibilidad de ir a pescar y la cartelera de los cines no satisfacían nuestros gustos, Nocturno se encargaba de llenar ese vacío, pero esa felicidad duraba solamente una hora. Estrella se encargaba de poner fin a las tertulias casi siempre, una sola voz de ella ordenando que entraran a dormir, nos dejaban abandonados a nuestra suerte y ocurrencias que casi siempre concluían en el tema que tanto apasiona a los jóvenes, el sexo. Pastor no la había visto pasar nunca, Pancho era señorito y yo solo gozaba de muy buena teoría. Nos obsesionaba el tema e insistíamos en la misma pregunta, ¿ya probaste? Mis respuestas eran las mismas, una excelente disertación sobre mates y pajitas, eso sí, los aventajaba en algo, sabía a qué olía y se lo explicaba de mil maneras diferentes tomando como ejemplo a las merluzas que abundaban en el mercado.
Pancho me presentó a Karina una tarde que veníamos caminando desde el paradero del Lawton, era una hermosa mulatica oscura, algo subida de tono, pero sin llegar a ser negra y facciones finas. Tenía catorce años, pero su cuerpo pertenecía a una mujer totalmente desarrollada, Karina era casada y su marido se encontraba cumpliendo el Servicio Militar Obligatorio. Nos gustamos, nos empatamos sin que mediaran demasiadas palabras. Nuestra Luna de Miel ocurrió en la posada Las Palmitas de la avenida Acosta.
-¿Cómo fue? Preguntaron los dos al mismo tiempo, Pastor olvidó que a las doce de la noche comenzaba el horario de las confrontas.
-No importa, puedo irme en la 54 o en la 74, cualquiera de ellas me deja cerca de la casa. Entonces, no quise dejar de impartir la clase más importante de mi vida, mis alumnos consumían con extrema avidez cada palabra y gesto.
-¿Cuántas veces lo hiciste?
-Tres.
-¿Tres nada más? A esa jevita hay que darle más duro.
-¿Tú crees? Pregunté intrigado y preocupado de que al día siguiente se enterara todo el barrio de mi papelazo.
-¡Claro! A pollos como esos hay que darle cuero hasta que suelte el fondo. ¿Y bajaste?
-Ni se te ocurra, yo soy un hombre en todo el sentido de la palabra, por nada del mundo dejo tirarme por la ventana.
-En eso debes ser muy cuidadoso. Yo sabía que el consejo era sano e inocente, venían dados por dos amigos. La siguiente salida traté de superar aquel record, lo hicimos cuatro veces. No está mal, pensé. Cuatro palos desde las doce de la noche a las seis de la mañana, estoy bien, estoy bien, me consolaba mientras la veía caminar delante de mí mientras subíamos la loma del 5to. Distrito.
-¿Cuatro palos nada más? Protestaron los dos a la vez y lograron enojarme un poco. Esa noche partí a mi casa muy preocupado.
-¡Oye! ¿Y qué coño quieren ustedes? ¿Desean que les muestre el rabo? No jodan, lo tengo echando candela. Hasta ella, la pobre, caminaba con las piernas abiertas.
-¿Cinco palos nada más?
-¡Miren, no jodan! Ustedes son mis socios, pero se van palapinga. La experiencia fue traumática, las exigencias de mis amigos por una cantidad indeterminada de palos, yo envuelto en tarros a los diecisiete años y Karina con un embarazo no deseado sin poder cargárselo a su esposo que padecía de infecundidad. Todo se derrumbó una noche después de una larga discusión, yo por interrumpir el embarazo y ella encaprichada en parirlo. Su prima Muma pudo convencerla, pero ya habíamos roto para siempre.
Los barcos me sacaron de aquel pedazo de acera, no solo el mar se puso entre mi barrio y yo. Al regresar de uno de mis viajes a Europa, mi madre había permutado su casita de la calle San Juan Bosco por un viejo y sucio apartamento en Luyanó. Me dijo, por temor a que un día me asaltaran y asesinaran.
-Ven acá, blanquito! ¿Tú crees que puedas hacer algo por Pancho. Me dijo Mercedes una tarde mientras mordía con fuerza su mocho de tabaco.
-Mercedes, ¿qué hizo Pancho, ahora? Le pregunté muy preocupado mientras bebía un poco del café que ella había preparado y servido en una latica vacía de leche condensada que siempre encontré de un gusto maravilloso.
-¿Qué hizo? No, si ese es el problema, no hace nada.
-Y si no hace nada, ¿qué rayos quiere que haga por él?
-Esteban, que lo embulles a que estudie y sea algo en la vida como tú. Ha dejado la escuela y se pasa el día de vagabundo sin hacer nada. ¿Te enteraste? Se suicidó el marido de Karina.
-¡Coño, Pancho, asere! Me dijo la pura que estás de vago. Se quedó callado durante largo tiempo, creo que lo avergoncé cuando le hablé tan fuerte, Pastor no quiso intervenir.
-¡Consorte! Esa secundaria es una mierda y tengo puesto a un cabrón profesor pa’mi calavera. Pa’evitar problemas me fui, porque de verdad, estaba a punto de partirle el culo.
-¡Coño! Pero eso tiene solución, te puedes meter en una secundaria nocturna, pero no jodas, mi socio, hay que estudiar algo. Yo acompañé a Pancho a matricular en la escuela, se enderezó algo y Mercedes me lo agradeció.
-¡Pancho, asere! Hay una convocatoria para estudios de motoristas en la academia naval. ¿Por qué no te embullas y experimentas en este giro? La idea fue aceptada sin reparo, yo había dado varios viajes a Europa como timonel, y aunque el salario no fuera una gran cosa, me distinguía del resto de la juventud por mi ropa y todas las ventajas que significan poder escapar de aquella gran prisión. Pancho logró matricular y terminar sus estudios.
-¡Ven acá, mi hermano! ¿Tú tienes en mente volver con Karina?
-¿Cómo se te ocurre? Hace más de dos años que yo rompí esa relación y ella no se encuentra en mis planes. ¿Por qué me lo preguntas?
-Por nada malo, es que estoy puesto pa’ella y tal vez plante.
-Pues, piénsalo bien, ya sabes cómo es ella.
-Esteban, ¿por qué no le quitas esa idea de la cabeza?
-¿Cuál, Mercedes?
-Esa de casarse con Karina.
-Pero yo no lo encuentro mal.
-¡No jodas, blanquito! Todo este barrio sabe que fue tu mujer, y mira lo que pasó después.
-Mercedes, el pene no deja huellas digitales, eso ocurrió hace mucho tiempo. Si se gustan, no hay razones para interferir en esa relación.
-Ustedes los jóvenes no entienden, coño.
Pancho plantó sus banderas con Karina y tuvieron una niña. Me encontré con ambas en varias oportunidades que visitaba a Mercedes, la niña le decía abuela a la vieja, sin embargo, nunca la escuché pronunciar una palabra amable con su nuera. Karina logró penetrar los recintos de la embajada del Perú y abandonó la isla. La niña quedó bajo la protección de Pancho, los contactos de la niña con su abuela aumentaron. Poco tiempo después, la niñita fallecía víctima de un cáncer.
El camino de los marinos es tan divergente que a veces toman años en lograr que coincidan en un punto de la tierra o las manecillas del reloj. Pancho tomó su destino, todos los tomamos. Aquel grupito de muchachos que se sentaba en la acera de su casa maduró, escuchaban su programa Nocturno desde diferentes barrios de La Habana. Algunos como yo, lo disfrutaba encontrándome atracado en China o navegando por el Mar del Norte, aquellos casetes se gastaban de tanto uso. Hoy, cuando muevo con rabia y pena el teclado, coloco un CD con la música de esa época de mi vida. Viajo hasta allí y los encuentro a todos sentados, sin envejecer, cargados de sueños.
Descanso los dedos unos minutos y voy hasta la página donde anuncian la muerte de Pancho. Regreso al último día que hablé con él, yo me encontraba atracado a proa del Herman en los muelles de Regla, fui a visitar a Pancho. No era el mismo, estaba inflado, algo empachado. No lo conocí, no me conoció.
Estuvo en el lugar y momento indicado que lo convertiría en héroe, lo hicieran miembro del comité central y dejó de viajar en aquellas guaguas repletas de gente de nuestros barrios.
Hoy, escribo estas líneas para despedir al amigo de mi juventud, al que perdí hace mucho tiempo, el que me evadió cuando supo cómo yo me manifestaba para no comprometerse. Ironías del destino, me paro frente al nicho donde lo sepultaron y se me ocurre una pregunta que insistentemente me hizo aquellas noches en la acera de su humilde casa. ¿Cuántos palos le echaste? Leerá estas líneas y me mostrará su inmaculada dentadura. Quiero joderlo un poco, se me ocurre otra pregunta y deseo se siente en la misma acera donde escuchábamos Nocturno. ¿Cuántos discursos te echaste?
Ha muerto Pancho, el socio del barrio y pesquerías, el hijo de Mercedes, el hijastro de Angelito, el hermano de Elisa.
Para el gobierno cubano ha muerto el “compañero” Francisco Montalvo Peñalver, el héroe fabricado que ellos necesitaban. Asiste a su funeral una coronela, cumple una misión del partido, no lo conoció, tal vez sí, de pasada.
Ha muerto Pancho, nadie sabe de su vida después que abandonó el barrio y sus nalgas se amoldaron al asiento del Lada que le regalaron cuando se graduó de héroe. Rindo mi pluma ante el negrito descarriado de Juanelo que un día se enderezó y lo hizo tanto, que su cuello no pudo jorobarse nuevamente para recorrer su pasado. Debe estar junto a Mercedes y Angelito, junto a su niñita.
Un mocho de tabaco descansa en el cenicero de la casa, un traguito de café servido en una latica de leche condensada. Al lado, cuatro hojas escritas por mí, Mercedes las lee.
-Gracias, blanquito.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-08-07
Fotos del Funeral
NOTAS DEL PERIÓDICO GRANMA
Sepultado el compañero Francisco Montalvo Peñalver
En la mañana de ayer fue sepultado en la Necrópolis de Colón el compañero Francisco Montalvo Peñalver, quien fuera timonel del buque mercante cubano Hermann, hostigado y atacado por una nave del Servicio de Guardacostas del gobierno de Estados Unidos en el año 1990.
En aquella ocasión, por la valiente actitud del capitán y la tripulación cubana del Hermann le fue otorgada la Medalla al Valor "Calixto García".
En las palabras de despedida de duelo fueron resaltadas las cualidades y méritos revolucionarios de Montalvo.
Al entierro del destacado compañero asistieron la generala de brigada Delsa Esther Puebla Viltre, funcionarios, familiares y amigos.
Enlaces:
Nota del Granma
Nota en Radio Habana Cuba
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