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Mensaje por Admin Mar Mar 22, 2011 9:08 pm

contado por Benavides y Cortázar



En una entrada anterior, dedicada a la vida del Diablo Rojo, confiaba en que, al mencionar las peripecias de este personaje por las calles santiagueras, muchos nacidos en esta ciudad lo recordaran; incluso, que alguno de esos niños que tantas veces cruzaron la calle protegidos por su quijotesca anatomía, revivieran esas remembranzas. En cambio, me lamenté no haberlo conocido personalmente, no haber sido testigo de sus anécdotas y poder dar fe de cuanto me llegó trasmitido por el puño y la letra de terceros. Hoy, sin embargo, retomo la imagen de Emilio Benavides Puentes, el Diablo Rojo; esta vez tras haber tenido la posibilidad de disfrutar de un documental realizado a este humilde santiaguero en 1986, por el destacado cineasta cubano Octavio Cortázar.

Emociones diversas se sienten al ver aparecer en la pantalla la imagen de un negro con rostro enjuto y canoso que en nada recuerda al mozalbete de fuertes músculos de la foto añeja; pero que, a sus 85 años, mantiene una vitalidad que desborda los tejidos de mezclilla de su uniforme miliciano. Habla con su querida ciudad de Santiago a la espalda, mientras responde, casi sin pensar, las preguntas que su interlocutor hace. Habla de su familia, sus 23 hermanos y una hermana, de la dura infancia y sus inicios en el mundo del espectáculo, hasta llegar a sus hazañas sobre patines; todo con una claridad mental envidiable.

De sus cinco viajes sobre patines entre La Habana y Santiago de Cuba, recuerda como el más difícil el de 1938, durante el cual, en el tramo recto entre Camagüey y Florida, se desplomó cuatro veces debido al intenso calor y el hambre; pese a lo cual jamás aceptó el ofrecimiento de los conductores de varios automóviles en adelantarlo en su camino, pues “siempre hay un ojo que te ve” y no quería que lo tildaran de fraude. Ese fue el viaje en que más demoró en completar el trayecto: casi trece días.

Mientras avanza el documental, las palabras de Benavides flotan en off sobre imágenes de su más encomiable obra: el cuidado del paso peatonal cercano a la escuela “Armando García”, en la popular calle Trocha. Tal y como narré en la anterior entrada sobre el Diablo Rojo, allí se ve, “con las piernas en semi cuclillas y los brazos extendidos”, anteponiendo su encorvada figura ante los automóviles; en cada mano blande cual bastón, un objeto de color rojo: una especie de “machete” en su funda, y en la otra, un tridente de tela. “Yo sé que es una locura el tirarme así delante de los carros” dice, pero la vida de los niños es lo principal. Resulta una fiesta verlo ejercer su labor, deteniendo incluso a los propios policías motorizados, quienes le dedican un saludo al pasar por su lado. Cede el paso a los automóviles con un simpático baile, que recuerda los mejores pasos del Rey del Pop; o dedica un regaño a un conductor que no frenó a tiempo ante la presencia del paso peatonal. En cuatro ocasiones había sido atropellado durante su trabajo en esa esquina santiaguera, fundamentalmente por ciclistas, pero eso no impidió que cada mañana regresara a su puesto porque, aunque sus amigos le dicen que no tiene por qué hacer eso, él prefiere no ser uno de esos “viejos” que se pasan todo el día sentado en un parque.

Pero su labor con los niños no consistió solo en proteger su traslado hacia la escuela. En el interior de la “Armando García”, el Diablo Rojo, aconseja a los pequeños de pre-escolar, les canta, les conversa sobre la importancia de la escuela y (no puede faltar), les dedica un simpático baile ante las sinceras carcajadas de los infantes. Se emociona hasta rajársele la voz cuando, una semana antes de su cumpleaños 85, los pioneros le celebran su onomástico. “Es la primera vez en mi vida que celebro un cumpleaños”, dice, y pide que lo acompañen en coro con “una poesía” que en verdad es una fusión de varios poemas que termina con los inolvidables versos de Bonifacio Byrne.

Y como para aquellos que aún puedan dudar de sus habilidades sobre el patín, se despide el documental con unas inolvidables imágenes del Diablo Rojo sobre sus patines, atados con telas alrededor de sus octogenarios pies, danzando sobre ruedas, o alzando una pierna mientras desciende Enramadas apoyado sobre solo un patín, ante la mirada atónita de los transeúntes.

Santiago se ensancha ante nuestras vistas en un alejamiento de cámara que nos despide de ese singular hombre que fue Emilio Benavides Puentes, el Diablo Rojo, quien se adentra en el imaginario popular mientras desciende la carretera del Morro montado sobre sus eternos patines.
**************************************************************

Toda una leyenda de Santiago de Cuba. Tuve la alegria de conocerlo desde nino y conversar con el cada vez que nos cruzabamos en la calle, principalmente por Enramadas y Santo Tomas o frente al Cine Cuba.

Pedro P. Dollar


Tomado del blog
http://santiagoenmi.wordpress.com/.

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