EL LEGADO TEMPLARIO
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EL LEGADO TEMPLARIO
Jacques DeMolay
Para la mayoría de los historiadores, con los violentos acontecimientos de comienzos del siglo XIV cayó para los templarios el telón del último acto. Consecuentes con ello, no se molestan en buscar indicios de una posible continuación de su existencia.
En cambio la tradición ocultista siempre ha hablado de unos descendientes espirituales de aquellos caballeros templarios y dice que siguen viviendo entre nosotros, e incluso hay asociaciones actuales que se pretenden sus herederas. Es más, como ha demostrado de manera persuasiva la abundancia de estudios recientes, no sólo sobrevivió la Orden sino que ejerció una influencia enorme sobre la cultura occidental.
Son profundas y de largo alcance las consecuencias de ello. Porque si se dedicaron a recoger conocimientos esotéricos y alquímicos, tal como nosotros y otros investigadores creemos, cualquier caso de supervivencia de los templarios apuntaría a algún tipo de continuidad de importantes secretos a través de una tradición oculta que quizá seguiría existiendo hoy día.
Estos secretos, entre los cuales figurarían quizá los conocimientos científicos de los antiguos alquimistas y las prácticas mágicas de las tradiciones esotéricas orientales, tal vez están supérstites todavía, incluso en nuestra misma sociedad. En tal caso, y en tanto que ejemplos caracterizados de un antiguo sistema de creencias y prácticas heréticas, quizá los templarios de hoy arrojarían alguna luz sobre nuestra investigación. Ante todo debíamos persuadirnos de que los templarios no se extinguieron.
El sentido común nos dice que es muy implausible que unas gentes tan bien organizadas se entregasen como corderos destinados al sacrificio. En primer lugar no todos los caballeros de Europa cayeron en la encerrona de aquel trascendental viernes trece. Ese tipo de cataclismo para la Orden sólo ocurrió en Francia, y aun allí algunos lograron escapar. En otros países hubo criterios discrepantes en cuanto a la persecución y supresión. Eduardo II de Inglaterra, por ejemplo, se negó a creer que los templarios fuesen culpables de lo que se les acusaba, e incluso se embarcó en un acalorado debate con el papa. Además se negó de plano a utilizar la tortura contra los caballeros.
En Alemania se produjo una escena estupendamente cómica cuando Hugo de Gumbach, el Maestre de los templarios alemanes, hizo una espectacular entrada en el sínodo convocado por el arzobispo de Metz, armado hasta los dientes y acompañado de una veintena de aguerridos caballeros cuidadosamente elegidos. Una vez allí proclamó que el papa era un corrupto y que convenía fuese depuesto; que la Orden era inocente... afirmación que estaba dispuesto a defender en juicio de Dios mediante combate singular contra los allí reunidos, uno a uno o todos a la vez. Tras un instante de estupor se disolvió la asamblea allí mismo y dejaron la prueba de la inocencia de los templarios para otro día.
En Aragón y Castilla los obispos procesaron a los templarios y dictaminaron su inocencia. Sin embargo, por muy tolerantes o muy liberales que los jueces quisieran mostrarse para con los caballeros, la bula del papa disolviendo formalmente la orden en 1312 no se podía ignorar. Pero incluso en Francia los ejecutados fueron relativamente pocos; muchos recobraron la libertad después de retractarse, y en otros países se reconstituyeron bajo un nombre distinto, o ingresaron en otras órdenes ya existentes, como la Teutónica de los caballeros alemanes.
Desde el punto de vista histórico nada indica que los templarios desapareciesen efectivamente. Lo natural sería que hubiesen pasado a la clandestinidad para reagruparse y reconstituirse, o mejor dicho, el procedimiento utilizado para su disolución garantizaba en la práctica esa consecuencia.
Recordemos que los caballeros «de número» eran muy distintos del círculo interior, los de la minoría dirigente y además depositaria de conocimientos secretos. Es bastante posible que los caballeros de uno y otro nivel estableciesen sus propias organizaciones clandestinas, lo cual equivaldría a crear dos organizaciones distintas cada una de las cuales pretendería ser la legítima heredera del Temple.
Cuando se disolvió la orden, gran parte de sus tierras pasaron a manos de sus rivales, los hospitalarios. Por el contrario, en Escocia e Inglaterra no hubo mucha transferencia de propiedades; todavía en 1650, algunas fincas de Londres que habían sido del Temple estaban en poder de familias descendientes de templarios según consta documentalmente.1 Lo que aquí nos interesa, sin embargo, no es la continuidad en el régimen de posesión de terrenos y edificios, sino la del conocimiento esotérico templario.
Aunque no hay pruebas concluyentes de que los templarios fuesen los inspiradores de la red clandestina de los alquimistas, sabemos que el «círculo interior» prestaba atención a la alquimia, y lo indica por ejemplo la cercanía entre los centros de aquéllos, como Alet-les-Bains, y las encomiendas templarias. Hemos visto también que los alquimistas, lo mismo que los templarios, veneraban a Juan el Bautista.
Recientemente algunos estudiosos han presentado pruebas convincentes de que la francmasonería tuvo sus orígenes en la herencia templaria: es la tesis de Michael Baigent y Richard Leigh en The Temple and the Lodge y asimismo la del historiador e investigador norteamericano John J. Robinson en Born in Blood, quienes coinciden en esa conclusión tras plantearse el tema desde puntos de vista totalmente diferentes.
Aquéllos habían reseguido la continuidad de los templarios partiendo de Escocia, mientras que el segundo se dedicó a buscar los orígenes de los ritos masónicos actuales, y también él se halló conducido por esa pista hasta los templarios. Resulta así que los dos libros se complementan mutuamente y proporcionan un cuadro bastante completo de los vínculos entre esas dos grandes organizaciones ocultas.
El punto principal de discrepancia entre Baigent-Leigh y Robinson es que los primeros consideran que la francmasonería tuvo su origen en unos templarios aislados, acogidos al refugio de Escocia, y que pasaron a Inglaterra en 1603 cuando subió al trono el rey escocés Jaime VI, con el consiguiente aumento de influencia de la aristocracia escocesa. En cambio Robinson cree que fue en Inglaterra donde se convirtieron en francmasones los templarios. Aduce este autor con bastante fundamento que los templarios fomentaron la insurrección campesina de 1381 que se dedicó a atacar concretamente las propiedades de la Iglesia y las de los caballeros hospitalarios —las dos organizaciones principales enemigas de aquéllos—, mientras que tuvieron buen cuidado de no dañar los edificios que habían sido de los templarios antiguamente.
Muchas personas ajenas a estos asuntos creen que la francmasonería es una especie de cofradía de viejos camaradas un poco chiflados, y de paso sirve como camarilla de introducidos que reparte lucrativos negocios e influencias entre sus miembros. En cuanto al rito, se contempla como la parte extravagante de la cuestión, consistente en arremangarse la pernera y proferir juramentos arcaicos desprovistos de sentido. Es posible que la situación haya cambiado, pero en sus primeros tiempos la francmasonería era una escuela mistérica con iniciaciones solemnes basadas en las tradiciones ocultas de la antigüedad, y expresamente encaminadas a obtener la iluminación trascendental además de la función evidente de asegurar la cohesión entre los hermanos.
En efecto fue una organización oculta en su origen, con dedicación explícita a la transmisión de un conocimiento sagrado. Buena parte de lo que hoy llamaríamos ciencia salió en realidad de esa cofradía, como lo evidencia la constitución de la Royal Society inglesa en 1662, que se ocupaba y sigue ocupándose de reunir y dar a conocer el conocimiento científico. Fue el establecimiento oficial de lo que había sido en principio el «Colegio Invisible» de los masones, creado en 1645. (Y tal como sucedía en tiempos de Leonardo, se consideraba que el conocimiento oculto y el científico, lejos de ser antitéticos, eran una y la misma cosa.)
Aunque muchos francmasones modernos sin duda se someten a sus iniciaciones respetando lo solemne y con un sentido de espiritualidad, el panorama de conjunto sí podría decirse que es el de una organización que ha olvidado su sentido originario. Es así que la corriente mayoritaria de la francmasonería actual es la Gran Logia, de fundación relativamente reciente, como que fue constituida el día de san Juan Bautista (24 de junio) de 1717. Con anterioridad había sido una verdadera sociedad secreta, pero la aparición de la Gran Logia marcó la época de su conversión ya realizada en un cenáculo algo pomposo donde se reunían unos amigos, y tomaba un carácter semipúblico porque ya no tenía ningún secreto que guardar.
Así pues, ¿qué antigüedad atribuiremos realmente a la francmasonería? La primera referencia comprobada data de 1641, pero si existió la relación con los templarios obviamente debe de ser mucho más antigua. Según los indicios que cita John J. Robinson hubo logias allá por 1380, y un tratado de alquimia datado hacia 1450 utiliza explícitaniente la palabra Freemason.
Si hemos de dar crédito a lo que dicen ellos mismos, los masones proceden de las cofradías medievales de canteros (stonemasons), que habían adoptado ademanes y códigos secretos de mutua identificación porque eran portadores de un conocimiento tal vez peligroso, el de la geometría sacra. Sin embargo, y como han demostrado las extensas y meticulosas investigaciones de John J. Robinson, esos gremios brillaron por su ausencia en la Inglaterra medieval.6
Otro mito de los francmasones es la pretensión de que los canteros habían recibido dichos conocimientos secretos de los constructores del fabuloso Templo de Salomón. Si fue así, ¿podían permitirse no hacer caso de otro grupo mucho más obviamente vinculado a dicho templo? Pues en apariencia, evitaron la vinculación más evidente de todas, la de la orden oficialmente llamada de los Pobres Conmilitones de Cristo y del Templo de Salomón, es decir los templarios.
No obstante, antes de la formación de la Gran Logia los francmasones propagaban en realidad el mismo tipo de información que los templarios sobre geometría sacra, alquimia y hermetismo. Por ejemplo, los primeros masones prestaron mucha atención a la alquimia, y un tratado alquímico de mediados del siglo XV alude a ellos bajo el nombre de «obreros de la alquimia». Uno de los primeros iniciados masónicos de que haya constancia fue Elias Ashmole (admitido en 1646), el fundador del Ashmolean Museum de Oxford, que fue alquimista, hermético y rosacruz. (Y el primero que escribió acerca de los templarios en términos elogiosos desde la supresión de éstos.)
Una de las joyas de la corona masónica es el curioso y fascinante edificio llamado la Rosslyn Chapel, a las afueras de Edimburgo. Visto de fuera parece hallarse en estado tan ruinoso que vaya a derrumbarse de un momento a otro, pero el observador queda desengañado al contemplar la robustez del interior... como no podía ser de otra manera, porque la capilla Rosslyn es en la actualidad el foco de los francmasones modernos y de muchas organizaciones templarias.
Construida entre 1450 y 1480 por el Laird de Rosslyn sir William Saint-Clair, en su origen quiso ser la capilla de la Virgen de un santuario mucho más grande que iba a construirse siguiendo el modelo del Templo de Salomón, pero en realidad se quedó por los siglos tal como estaba. Los Saint-Clair (cuyo apellido cambió más adelante a Sinclair) fueron los protectores, hereditarios de la francmasonería en Escocia desde el siglo XV en adelante, no sería por coincidencia que antes hubiesen atendido a la misma misión en favor de los templarios.
En efecto, la orden del Temple estuvo conectada con los Sinclair y con Rosslyn desde sus mismos orígenes: el Gran Maestro y fundador Hugo de Payens tuvo por esposa a una tal Catalina Saint-Clair. Este linaje de los Saint-Clair/ Sinclair, de ascendencia vikinga, es una de las familias más misteriosas y notables de la Historia, y destacaron en Escocia y Francia desde el siglo XI. (Por cierto que el apellido familiar recuerda al mártir escocés Saint-Clair, quien murió decapitado.)
Hugo y Catalina visitaron las propiedades de los Saint-Clair en Rosslyn y establecieron allí la primera encomienda templaria de Escocia, que fue luego cuartel general.
(Como se ha mencionado, Pierre Plantard ha adoptado el patronímico «de Saint-Clair» buscando deliberadamente relacionarse con la rama francesa de esa antigua familia. Varios comentaristas se han preguntado si tendría derecho a utilizar el apellido; lo seguro es que tiene al menos una buena razón para hacerlo.)
Indudablemente los templarlos hicieron de Escocia uno de sus principales refugios después de la disolución oficial. Quiza porque dicho país fue en tiempos el reino de Roberto Bruce, excomulgado también, de manera que el brazo del papa no alcanzaba allí. Es bastante plausible que la desaparecida flota templaria recalase en las costas de Escocia, como argumentan Baigent y Leigh.
Uno de los acontecimientos críticos en la Historia de las islas británicas fue sin duda alguna la batalla de Bannockburn, que ocurrió el 24 de junio (día de san Juan Bautista) de 1314 y supuso una derrota definitiva de los ingleses a manos de las fuerzas de Robert Bruce. Sin embargo, los indicios dan a entender que éste contó con una ayuda formidable... a saber, la de un contingente de templarios que salvaron la jornada en el último momento.
Desde luego eso es lo que creen los modernos caballeros templarios de Escocia (que se dicen descendientes de aquellos fugitivos), motivo por el cual celebran en la capilla Rosslyn los aniversarios de la batalla de Bannockburn y dicen que fue la ocasión en que «se alzó el Velo que cubría a los caballeros del Temple». Entre los que combatieron en Bannockburn al lado de Robert Bruce estuvo un sir William Saint-Clair (diferente del mencionado antes), que murió en 1330 y fue enterrado en Rosslyn... en una característica sepultura templaria.
En cuanto a la capilla Rosslyn, observamos algunas anomalías evidentes en su ornamentación. En el interior de ella no quedó ni un centímetro cuadrado sin esculpir y no sólo está repleta de símbolos, sino que el edificio entero se alzó con arreglo a los elevados ideales de la geometría sacra. Muchos de sus elementos son innegablemente masónicos; así, por ejemplo, exhibe la «Columna del Aprendiz» en explícito paralelismo con el mito masónico de Hiram Abiff, y el aprendiz representado en ella recibe el nombre de «el Hijo de la Viuda», que responde a una significativa terminología masónica (y también ha tenido su importancia para la presente investigación). En el dintel contiguo a esa columna leemos la inscripción:
El vino es fuerte, el Rey es más fuerte, las mujeres son fortísimas, pero LA VERDAD vence a todos.
Ahora bien, y aunque la mayor parte del simbolismo de Rosslyn sea masónico, definitivamente también es templario: la planta de la capilla tiene la forma de la cruz templaria y algunos relieves presentan la famosa imagen de dos jinetes sobre un mismo caballo que fue el sello de los freires. En las cercanías hay una antigua arboleda que tenía forma de cruz templaria.
Pero también existe en la capilla Rosslyn mucho simbolismo que no es clásicamente masón ni templario. Hay una plétora de imágenes paganas, e incluso algunas islámicas. En el exterior un relieve representa a Hermes, clara alusión al hermetismo, y en el interior se encuentran más de cien representaciones del Hombre Verde, el dios de la vegetación en el antiguo panteón céltico. Tim Wallace-Murphy, el historiador oficial de la capilla Rosslyn, ha relacionado al Hombre Verde con el dios babilónico Tammuz, una más de las divinidades que mueren y resucitan. Todos estos dioses tienen atributos parecidos, y suele representárseles con la cara verde, aunque fue Osiris, el esposo de Isis, el así representado más habitualmente.
Cuando visitamos a Niven Sinclair, un miembro de la ilustre familla, quedamos prácticamente abrumados por un aluvión de pruebas de que los Sinclair no sólo habían sido templarios, sino también paganos. Apasionado estudioso de la Historia de Rosslyn y de los Sinclair, Niven nos suministró algunos indicios muy reveladores de lo ocurrido con los conocimientos perdidos de los Templarios.
Según él, están codificados en la obra de la capilla Rosslyn para que fuese posible transmitirlos a futuras generaciones. Como él dice,
«el conde William Saint-Clair construyó la capilla en una época en que los libros podían ser quemados o prohibidos. Era necesario dejar un mensaje a la posteridad».
Mientras Niven iba entusiasmándose con su tema nosotros admirábamos el ingenio aplicado por su antepasado sir William a la creación de ese libro de piedra. O como él nos dijo,
«si vais a la catedral de San Pablo, os bastará una sola visita para verla toda. Pero la capilla Rosslyn es diferente. Figuraos si habré estado allí en cientos de ocasiones, y cada vez descubro algo nuevo. En eso consiste su belleza».
Rosslyn dista de ser una capilla cristiana típica. Según Niven,
«se dijo que el conde Guillermo la erigió “a la mayor gloria de Dios”, pero si es así, llama la atención que se encuentren tan pocos símbolos cristianos en ella».
Los Sinclair medievales promovieron activamente celebraciones paganas y proporcionaron refugio a los gitanos (de quienes se ha dicho que figuran «entre los últimos practicantes del culto a la Diosa en Europa»). También es revelador que según muchas autoridades la cripta de la capilla Rosslyn tuviese en tiempos una Virgen negra.
Acabábamos de darnos cuenta, no sin cierta sorpresa, de que los templarios no fueron ni con mucho los devotos soldados de Cristo del imaginario popular. Ese camuflaje creado por ellos mismos ha tenido mucho éxito, pero evidentemente cuidaron también de sembrar pistas que manifestasen sus auténticas preocupaciones a quienes «tuviesen ojos para ver». La ornamentación de la capilla Rosslyn no era sino un ejemplo más de ese mensaje críptico pero revelador.
Como una consecuencia más de la afición de los templarios al conocimiento y su conservación, encontramos asimismo en Rosslyn el llamado «Manuscrito Rosslyn-Hay», la obra escocesa en prosa más antigua que se conoce. Se trata de una traducción de escritos sobre caballería y gobierno debidos a Renato de Anjou; en la encuadernación figura la leyenda «JHESUS (sic) - MARIA - JOHANNES».
Y tal como ha dicho Andrew Sinclair en The Sword and the Grail (1992):
No es corriente esa adición del nombre de san Juan a los de Jesús y María, pero puesto que tuvo la veneración de los gnósticos y la de los templarios [...]otro rasgo llamativo de la encuadernación de ese libro es la utilización del Agnus Dei, el Cordero de Dios [...]. El sello templario del Cordero de Dios también se halla esculpido en la capilla Rosslyn.
El conde William y Renato de Anjou debieron de tener alguna relación, puesto que ambos fueron miembros de la Orden del Vellocino de Oro, grupo cuyo designio declarado era la restauración de los antiguos ideales de caballería y hermandad de los templarios. Queda claro que los templarios sobrevivieron en Escocia y siguieron teniendo actividad externa, no sólo en Rosslyn sino en otros emplazamientos también.
En 1329, sin embargo, el idilio se vio de nuevo amenazado cuando el papa le anuló la excomunión a Robert Bruce y pareció que el largo brazo de Roma podía llegar hasta ellos. En algún momento se discutió incluso la posibilidad de lanzar una cruzada contra Escocia, y aunque no llegó a concretarse, los templarios escoceses juzgaron más prudente pasar a la clandestinidad lo mismo que muchos de sus hermanos del resto de Europa. Y de ahí nacieron los comienzos de la francmasonería, según se afirma.
Es de señalar que algunas ramas de la francmasonería han afirmado siempre que eran descendientes de los templarios y que tenían sus orígenes en Escocia, pero pocos historiadores lo tomaron en serio, pese a que algunos de éstos también eran masones. Podemos suponer que aquellos masones «del Temple» heredaron por lo menos una parte de los secretos templarios auténticos. Esos conocimientos que incluyeron la sabiduría hermética y alquímica, además de la geometría sacra, todavía se juzgan valiosos, tal vez porque responden a preocupaciones muy diferentes de las que interesan en el mundo moderno actual, hablando en líneas generales.
Fue otro escocés, Andrew Michael Ramsay, quien pronunció ante los francmasones de París, en 1737, lo que luego se llamó Ramsay’s Oration. Caballero de la Orden de San Lázaro, y tutor de Bonnie Prince Charlie—es decir, Carlos Eduardo Estuardo, llamado «el Joven Pretendiente»—, el «caballero» Ramsay recordó a los congregados con especial énfasis que ellos eran descendientes de los caballeros Cruzados, alusión apenas velada a los templarios. Y no tuvo otro remedio que recurrir a un eufemismo porque los templarios todavía eran anatema para la sociedad francesa. En el Discurso dijo también Ramsay otra cosa más discutible, que los masones tenían sus orígenes en las escuelas mistéricas de las diosas Diana, Minerva e Isis.
En los años transcurridos el Discurso ha concitado mucho desdén y no sólo por la mención a los cultos de divinidades femeninas, sino porque el caballero Ramsay había asegurado que la Orden no descendía de los canteros medievales; los entendidos en el tema se centraron en esa proposición y dijeron que al ser ésta evidentemente incierta, quedaba en tela de juicio todo el resto del Discurso. Pero tal como ya hemos mencionado aquí, los estudios recientes han demostrado que no hubo tales gremios medievales de canteros en Gran Bretaña, así que quizá convendría conceder al buen caballero, por lo menos, el beneficio de la duda en cuanto a ésta y las demás proposiciones suyas.
Este Discurso de 1737 fue la primera insinuación pública de que los francmasones descendieran de los templarios: ¿hubo tal vez alguna relación con el hecho de que apenas un año más tarde el papa condenase a toda hermandad francmasónica? Y más consternante todavía, a esas alturas del siglo XVIII algunos masones fueron encarcelados y torturados por la Inquisición de resultas de esa bula papal.
Después de la alusión no tan indirecta de Ramsay a la conexión templaria, se produjo otra declaración más explícita y parece que autorizada, aunque éste es uno de los episodios más polémicos en la Historia de la francmasonería. Un tal Karl Gotthelf, barón Von Hund und Alten-Grotkan, aseguró que había sido admitido en una Orden Masónica del Temple, lo cual ocurrió en 1743 y en París, haciéndosele entrega de la «auténtica» Historia de la francmasonería y autorizándosele a fundar logias en base a tal línea de autoridad, que él llamó «la Observancia Estricta del Temple», aunque en Alemania, y esto también es significativo, se llamasen la Confraternidad de Juan el Bautista.
Logia de Estricta Observancia Templaria El Leon Coronado 1743
En cuanto a esa Historia auténtica que se le suministró, entre otras informaciones decía que cuando fue disuelta la orden algunos caballeros huyeron a Escocia y se establecieron allí. El barón Von Hund tenía en su poder una nómina que dijo ser la de los Grandes Maestres sucesores de Jacobo de Molay en la clandestinidad del movimiento templario.
Baron Von Hund
Las logias de Von Hund tuvieron un éxito fulgurante, pero por desgracia no hizo amigos entre los historiadores, que denunciaron sus afirmaciones como charlatanería sin fundamento y desdeñaron «por absurda» su versión de la «Historia auténtica». También han pasado de su lista de supuestos Grandes Maestres. La razón primera de esa descalificación global fue que atribuía sus afirmaciones a noticias de unos contactos anónimos —lo que él llamaba «los Superiores Desconocidos»—, lo cual desde luego daba la impresión de que todo fuesen invenciones suyas. Es cierto que las comunicaciones anónimas son episodio frecuente en los grupos ocultistas, como podemos atestiguar personalmente. Pero en los últimos tiempos se han asignado a los Superiores Desconocidos algunos nombres y apellidos muy verosímiles, tanto es así que no hay que descartar que hubiese dicho la verdad en cuanto a sus comunicantes, después de todo.
Es de observar que los historiadores nunca han logrado dar una nómina definitiva de los Grandes Maestres de los templarios históricos, atendido el estado fragmentario de los archivos disponibles. Sin embargo la lista de Von Hund es idéntica a la que aparece en los Dossiers secrets del Priorato de Sión.
Basándose en sus pesquisas, Baigent, Leigh y Lincoln se persuadieron de que la lista del Priorato era la más exacta de todas las existents, aunque repitámoslo una vez más, como la documentación escasea nunca podremos estar seguros del todo. En todo caso ha resistido el escrutinio de los profesionales y bien pudiera ser que fuese correcta. Pero aun queriendo ser muy escépticos, si hacia 1950 el Priorato pudo sacarse de la manga una lista retrospectivamente correcta, en 1750 Von Hund difícilmente podía inventarse una lista similar, porque entonces no estaban accesibles los archivos, ni se disponía de estudios históricos acerca de los templarios. Al menos el documento señala una relación común entre la Observancia Estricta del Temple y el Priorato.
Mucho se ha escrito sobre las pretensiones de Von Hund y su organización, pero es curioso que no se le haya ocurrido a nadie fijarse en sus posibles motivos. De hecho su Observancia Estricta era, fundamentalmente, una trama de alquimistas, y él mismo fue alquimista ante todo y principalmente. ¿Quizá continuaba la tradición de los templarios?
Cualquiera que sea la verdad en cuanto a la organización y las preocupaciones de Von Hund, la francmasonería templaria no tardó en establecerse y se convirtió en una corriente importante de la masonería a ambas orillas del Atlántico. (Se ha sugerido que los templarios se «ocultaban» eficazmente en los grados superiores de la francmasonería.) También influyó la francmasonería templaria en otra evolución que luego se revelaría importante para nuestra línea de investigación: la francmasonería de rito escocés, en especial su forma llamada Rito Escocés Rectificado, que tiene un seguimiento particularmente numeroso en Francia.
Entre los francmasones franceses circulaba una curiosa leyenda sobre «Maître Jacques», un personaje mítico que fue patrono de las cofradías medievales de canteros en Francia. Según la narración fue uno de los maestros canteros que trabajaron en el Templo de Salomón. Después de la muerte de Hiram Abiff salió de Palestina y se embarcó rumbo a Marsella junto con trece oficiales. Los seguidores de su gran enemigo, el maestro cantero Père Soubise, le perseguían dispuestos a matarlo, y entonces él se escondió en la cueva de Sainte-Baume, la misma que más tarde ocupó María Magdalena. Pero no le valió de nada, porque fue traicionado y muerto. Este lugar todavía recibe una peregrinación de masones cada día 22 de julio.
El movimiento llamado de los rosacruces es otro firme candidato al título de herederos de la sabiduría esotérica del Temple. Tras haber recibido muchas burlas de los historiadores, que lo consideraban una invención de comienzos del siglo XVII, en la actualidad va ganando terreno la convicción de que sus raíces auténticas están en las tradiciones del Renacimiento. El «ideal rosacruz», o la actitud aunque todavía no recibiese tal nombre, se distingue como fuerza impulsora del Renacimiento y tiene su prototipo en Leonardo. Como ha escrito la distinguida autora Frances Yates:
¿No sería quizá partiendo de la actitud del Mago que una personalidad como Leonardo pudo coordinar sus estudios matemáticos y mecánicos con su obra como artista?
Desde luego Leonardo vivió en una época en que los grandes movimientos intelectuales y místicos atraían como imanes a los sedientos de conocimiento y de poder. Teniendo en cuenta la animadversión de la Iglesia era preciso que tales movimientos permanecieran en la clandestinidad, pero sabemos que las tres ramas que florecieron en secreto fueron: la alquimia, el hermeticismo y el gnosticismo. La escuela hermética que proporcionó tan destacados ímpetus a la ilustración renacentista-rosacruz, y el gnosticismo que inspiró a los cátaros, son dos evoluciones de las mismas ideas cosmológicas.
Según éstas el mundo material es el peldaño más bajo en una jerarquía de «mundos» —o de «esferas», como decían ellos, «planos» o «dimensiones» en la terminología actual—, siendo Dios el más alto. El hombre es un ser que fue divino y ha quedado «atrapado» en su cuerpo material, pero aún engloba una chispa divina (como dice el tan repetido adagio hermético, «acaso no sabéis todavía que sois dioses»). Es posible para el hombre reunirse con lo Divino, o mejor dicho es su deber.
Los gnósticos expresaban esta idea desde una perspectiva religiosa (y entonces la reunión con lo Divino se equipara a la salvación), mientras que los herméticos la pensaban en términos mágicos, pero da lo mismo. Es imposible trazar una división nítida entre el gnosticismo y el hermeticismo, como lo es distinguir netamente entre religión y magia.
Pero hay más todavía, y es que el gnosticismo y el hermeticismo se retrotraen ambos a la misma época y el mismo lugar: el fermento de ideas que ocurrió en Egipto, y más especialmente en la ciudad de Alejandría, durante los siglos I y II de nuestra Era. En aquel gran crisol de concepciones religiosas y filosóficas se fundieron las creencias de muchas culturas —la griega, la persa, la judía, la egipcia antigua e incluso las religiones del Lejano Oriente— para dar origen a ideas que hoy son los fundamentos de la nuestra. (La estrecha relación entre el gnosticismo y el hermeticismo viene documentada por el hecho de que los «evangelios gnósticos» encontrados en Nag Hammadi incluyan tratados concebidos como diálogos con Hermes Trismegisto.)
La cosmología del Pistis Sophia, el evangelio gnóstico que atribuye papel protagonista a María Magdalena, en esencia no difiere de la que propugnaron los magos renacentistas como Marsilio Ficino, Cornelius Agrippa o Robert Fludd. Las mismas ideas, y en igual cultura, época y lugar engendraron la alquimia. Aunque ésta bebió también de fuentes muy anteriores, la alquimia en el sentido que entendemos hoy fue un producto de Egipto durante los primeros siglos de nuestra Era. Jack Lindsay ha explorado las raíces de la alquimia y sus paralelismos con las doctrinas herméticas y gnósticas en su libro The Origins of Alchemy in Graeco-Roman Egypt (1970).
No es difícil comprender el atractivo del gnosticismo, aunque en sí no fuese fácil como opción de vida, dada la trascendencia que atribuía a la responsabilidad individual en función de las acciones. También es evidente el peligro que representaba para la Iglesia de Roma. Se atribuye a Hermes Trismegisto la exclamación «¡oh, qué milagro es el Hombre!», que viene a resumir aquella idea de la chispa divina encerrada en el ser humano. Ni los gnósticos ni los hermeticistas se humillaban ante su Dios; a diferencia de los católicos, no se consideraban unos indignos ni unos réprobos merecedores, a lo sumo, del purgatorio.
El que se cree portador de una chispa divina recibe con ello la noción que hoy llamaríamos «autoestima» o confianza en sí mismo, el ingrediente mágico que le permite realizarla plenitud de sus posibilidades. Ésa fue la clave del Renacimiento, mirado en su totalidad; a consecuencia de esa nueva intrepidez se abrió súbitamente el mundo y comenzó una época de navegaciones y descubrimientos como no se había visto nunca. Peor aún, desde el punto de vista de la Iglesia, la noción de la posibilidad individual de obrar el bien implicaba que las mujeres valían tanto como los hombres, al menos espiritualmente. En el gnosticismo la mujer siempre tuvo algo que decir, e incluso actuaba corno oficiante de ceremonias religiosas. En esto vio la Iglesia católica uno de los grandes peligros del gnosticismo.
Además la idea del origen esencialmente divino de la humanidad no se compaginaba con la doctrina cristiana del «pecado original», es decir que todos los hombres y mujeres nacen con la mancha del pecado en castigo por la caída de Adán y Eva (sobre todo esta última). Es así que todos los infantes son engendrados por medio de un «pecaminoso» acto sexual, por donde tanto las mujeres como los hijos quedaban comprendidos en una especie de conspiración permanente contra los hombres más virtuosos y contra un Dios vengativo. Los sistemas gnósticos y hermético no hacían caso de ningún «pecado original».
A cada individuo se le invitaba a explorar sus mundos externos e internos buscando la experiencia de la gnosis o conocimiento de lo Divino. Se propugnaba, por tanto, un camino de salvación individual, en total contradicción con la idea del magisterio eclesiástico y el papel mediador del sacerdote en la comunicación de Dios con los hombres. La idea gnóstica de una línea directa con Dios, como si dijéramos, amenazaba la propia existencia de la Iglesia. Si la grey no precisaba de sacerdotes para salvarse, ¿en qué se fundaba la prevalencia de la jerarquía? Lo mismo que en el caso de la alquimia, el gnóstico y el hermético prudentes procuraban mantenerse ocultos a los ojos de la Iglesia.
Una ciencia prohibida y una filosofía excomulgada: los practicantes de tales creencias desde luego se autoexcluían, como diríamos hoy, y era inevitable que buscaran refugio en las tramas clandestinas. Muchos de esos hombres (pero también hubo mujeres entre los alquimistas del Renacimiento) profesaban opiniones extrañas sobre asuntos como la arquitectura y las matemáticas, además de albergar ideas teológicas excepcionalmente, heterodoxas. Se trataba de gentes peligrosas, por consiguiente, y tanto más porque la necesidad de guardar secreto suele concentrar las actitudes subversivas. Una manifestación principal de esa herejía fue el movimiento rosacruz.
La palabra «rosacruz» se acuñó en el siglo XVII, pero designaba un movimiento establecido desde bastante antes. Su primera floración importante, como la de tantos otros movimientos que han tenido trascendencia, se registró durante el Renacimiento. O mejor dicho, apenas sería exagerado afirmar que los rosacruces eran el Renacimiento.
En la segunda mitad del siglo XV cobró un auge extraordinario la afición al hermeticismo y a las ciencias ocultas. Aunque apenas se manejó por aquel entonces ninguna información nueva, lo que sucedió fue que coincidieron muchas influencias y muchos personajes contemporáneos en el afan de explorar las consecuencias de la doctrina hermética hasta donde alcanzasen sus límites. De súbito, esto pareció materia digna del debate intelectual, sacándola de los enclaves secretos donde había permanecido confinada hasta entonces. Si los entusiastas del Renacimiento hubiesen podido actuar a su antojo, poco habría tardado el hermeticismo en dejar de ser «oculto».
Esta marea de fascinación hacia todo lo hermético tuvo un centro principal en la corte de los Médicis de Florencia (donde influyó poderosamente sobre Leonardo da Vinci, entre otros muchos grandes pensadores). Bajo el patrocinio de los Médicis, en especial Cosme el Viejo (1389-1464) y su nieto Lorenzo el Magnífico (1449-1492), se emprendió la primera gran síntesis de las muchas ideas ocultistas dispersas.
Cosme no sólo envió emisarios en busca de obras legendarias como el Corpus Hermeticum, supuestamente escrito por el mismo Hermes Trismegisto, sino que además financió la traducción de esos textos. La corte de los Médicis era el salón donde pontificaban pensadores tan famosos (aunque la cabeza les oliese a pólvora en ocasiones) como Marsilio Ficino (1433-1499), el traductor del Corpus Hermeticum, y Pico della Mirandola (1463-1494), éste autor de una aportación destacable al introducir la teoría y la práctica de la cabalística en aquel crisol de ideas atrevidas.
Tal vez inducido por su aristocrático patrono a una sensación de seguridad algo errónea, Mirandola proclamó con excesiva franqueza sus ideas ocultistas y no tardó en ver sus libros puestos en el índice papal de los prohibidos. Él mismo fue amenazado por el papa Inocencio VIII y por algún tiempo pareció que iba a correr la suerte de todos los que se enfrentaban al Vaticano, pero entonces sucedió algo misterioso. El nuevo papa, Alejandro VI, de la familia Borgia, retiró sorprendentemente todos los cargos y amenazas, e incluso le escribió una carta en la que le expresaba su simpatía personal. El porqué nunca se supo. Claro que éste fue el papa que hizo decorar sus habitaciones particulares en el Vaticano con frescos inspirados en temas del Egipto antiguo, sobre todo la diosa Isis.
Los historiadores modernos tienden a negar el poder y la influencia de lo oculto. Si lo mencionan es sólo para poner de relieve, por comparación, el triunfo de la Era de las Luces, cuando todas aquellas «necedades supersticiosas» fueron rechazadas por quienquiera tuviese un adarme de sentido común. Pero el ocultismo no había desaparecido durante el Renacimiento, sino que fue su motor principal. La fascinación por lo oculto no era un mero síntoma, sino la causa de la nueva apertura en el mundo de las ideas.
En una serie de libros, Frances Yates ha escrito la verdadera crónica de la acción ocultista como impulsora del Renacimiento. Tal como ella señala, la nueva filosofía oculta se propagó desde Italia al resto de Europa, el punto culminante de cuyo proceso fue la campaña europea de Giordano Bruno (1548-1600), el gran predicador del hermeticismo que viajó por muchos países, entre los cuales Alemania e Inglaterra, para postular el retorno a lo que era, en esencia, la antigua religión egipcia, y denunciar con característica franqueza los que él consideraba males del cristianismo institucionalizado.
Como hemos visto, se creía que el fundador de la ciencia hermética había sido Hermes «el tres veces grande» por medio del fragmento de la Tabla Esmeralda, en el cual condensó muchos y portentosos secretos. Pocos herméticos creyeron esa leyenda en realidad, aunque sí aceptaron la significación del antiguo panteón egipcio. Sin embargo, y por más que los hermeticistas del Renacimiento creyeran que sus secretos procedían del Egipto de los faraones en tiempos de Moisés, en realidad correspondían a una época mucho más próxima a la del Jesús histórico.
Las raíces de aquellas ideas en Egipto se retrotraen hasta los siglos I a III de nuestra Era; con anterioridad a esto sólo puede tenerse por cierta la confluencia de numerosas culturas. No obstante, estudios recientes han demostrado que las investigaciones anteriores habían sobrevalorado la aportación de la filosofía griega y que otras ideas, efectivamente derivadas de la religión de los antiguos egipcios, tuvieron en el desarrollo de las creencias herméticas una influencia mayor de la que venía atribuyéndoseles.
Así pues, los hermeticistas habían visto que si bien la antigua Grecia tuvo mucho que ofrecer al raciocinio humano, era sobre todo en Egipto donde se encontraban las claves del conocimiento que ellos buscaban. También comprendieron que ese conocimiento no estaba ahí para ofrecerse a quienquiera que lo buscase, sino que el sistema egipcio se hallaba codificado en una escuela mistérica y que sus secretos requerían vocación por parte del aprendiz, quien se vería obligado a recorrer las arduas etapas de una iniciación progresiva.
Giordano Bruno llegó a Inglaterra en 1583 y trabó conocimiento en seguida con luminarias tales como sir Philip Sydney, el autor de la Arcadia, entre otras obras. Sydney, discípulo del doctor John Dee (1527-1606), el gran ocultista inglés, fue sin duda un personaje importante en ese mundo semiclandestino, como lo indica el hecho de que Bruno le dedicase dos obras durante su estancia en Inglaterra.
Es posible que asistiera al encuentro entre Bruno y Sydney otro personaje de los círculos de la sociedad isabelina que participaban de las aficiones ocultistas, un tal William Shakespeare. (Hay quien considera significativo que el primer Globe Theatre de Londres se construyese con arreglo a los principios de la geometría sacra, y no falta quien opine que la última obra de Shakespeare, La Tempestad, trata del doctor Dee y hace alusión a gran número de conceptos rosacruces.)
En cuanto a Bruno, aunque su nombre apenas lo mencionen los libros utilizados para enseñar Historia en las escuelas, fue un personaje de estatura comparable a la de Lutero o Calvino. Lo mismo que éstos, o mejor dicho lo mismo que la mayoría de los grandes protagonistas de la Contrarreforma, fue intolerante y obstinado. Era el estilo de la época, pero a diferencia de ellos, lo que predicaba Bruno distaba de ser ninguna versión del cristianismo aceptado, y bastaba con eso para que tuviese los días contados. Con su carácter rimbombante, además, era fácil prever como acabaría, y fue que tras haber sido traicionado y denunciado a la Inquisición por un discípulo desengañado lo apresaron en Roma y lo quemaron vivo en 1600.
En Alemania dejaba una sociedad secreta de su invención, la de los «giordanisti». Poco se sabe de ella, aunque debió de ser una influencia principal en la aparición de los rosacruces en Europa. Aunque también debería reconocérsele un mérito comparable al mencionado doctor John Dee, un genuino brujo galés y hombre de muchos recursos que no sólo fue astrólogo y consejero de Isabel I, sino además agente secreto, alquimista y necromántico. (Un detalle poco conocido acerca del doctor Dee es que su nombre en clave como espía era «007».)
De esas raíces nació el movimiento rosacruz, uno de los más misteriosos de la Historia. Su existencia la dieron a conocer dos folletos anónimos, Fama Fraternitatis o «Descubrimiento de la Fraternidad de la muy noble Orden de la Rosa Cruz» y Confessio Fraternitatis o «La Confesión de la Laudable Fraternidad de la muy honorable Orden de la Rosa Cruz». que circularon por Alemania en 1614 y 1615. Estas publicaciones anunciaban una cofradía secreta de adeptos mágicos, los rosacruces, que recibieron el nombre de su legendario fundador Christian Rosenkreutz, o «Cristiano Cruz de Rosas».
El héroe había viajado supuestamente por Egipto y los Santos Lugares para recoger conocimientos secretos, u ocultos, que transmitir a una nueva generación de adeptos. Pero si su vida fue insólita, su muerte y sepultura lo fueron todavía más. Se dijo que Rosenkreutz tenía 106 años de edad en 1484, cuando murió, y fue enterrado en un lugar secreto que permanecía iluminado por «un Sol interior». Y que su cuerpo permaneció «incorrupto», es decir que no sufrió la habitual descomposición cadavérica, suceso post mortem que por lo visto afecta a un número extraordinario de personas, entre ellas no pocos santos católicos.
En esos Manifiestos rosacruces, como no tardaron en llamarse los documentos citados, no se transmitía ninguno de los secretos en cuestión, pero como proclamaban la existencia de la hermandad parecían indicar que si alguien tenía interés en conocerlos podía ponerse en contacto con ésta. A lo mejor esto lo concibieron como una especie de test de iniciativa, porque no daban señas útiles para los posibles corresponsales. En ese detalle se apoyan los historiadores oficiales que desdeñan toda la historia a título de fabulación absurda. Pero corno ha demostrado Frances Yates, los autores de los Manifiestos revelaron un conocimiento profundo y auténtico de la sabiduría hermética y la alquimia; es de resaltar, por ejemplo, que trataban de la alquimia como una disciplina espiritual y tuvieron buen cuidado de marcar distancias con respecto al afán de fabricar oro, al que tildaban de «impío y maldito».
Cualquiera que sea la verdad acerca de los orígenes de los rosacruces, es seguro que ejercieron influencia sobre muchos pensadores de fama mundial, como Robert Fludd (1574-1637) y sir lsaac Newton. Y por mucho que extrañe, también Francis Bacon, pese a su fama de racionalista, fue, en esencia, un rosacruz. Lo cual tiene su coherencia, porque el movimiento rosacruz fue una síntesis de todos los conceptos herméticos y ocultos ya existentes y la única novedad consistió en el nombre. Frances Yates no tiene reparos en caracterizar a Leonardo, nada menos, como «uno de los primeros rosacruces».
Ese nombre también figura en la relación de los Grandes Maestres del Priorato de Sión, aunque él no se habría considerado rosacruz porque la palabra aún no existía en su época. Otros personajes de esa lista no conocieron tal inconveniente, por ejemplo Johann Valentin Andreae (1586-1654), dramaturgo y poeta alemán que fue también «pastor», es decir cura luterano. Según los Dossiers secrets empuñó el timón del Priorato desde 1637 hasta 1654, aunque son muchos más los que creen que los Manifiestos rosacruces los escribió él mismo, o fue por lo menos su inspirador.
Desde luego escribió en 1616 lo que vino a constituir el tercer Manifiesto, Las Nupcias Químicas de Christian Rosenkreutz, es decir bastantes años antes de la supuesta ascensión a la jefatura del Priorato. A lo mejor fue su actividad como destacado rosacruz lo que le valió la elección. Todo indica que el tema de la Rosa Cruz es el hilo común que reúne a los cuatro supuestos Grandes Maestros cuya magistratura abarca la duración del siglo XVII. Si admitimos esto tendremos que conceder todavía mas credibilidad a dicha nómina, porque no fue hasta después de 1970 cuando Frances Yates demostró la existencia y la influencia del legado rosacruz.
Entre los Grandes Maestros del Priorato la serie de los rosacruces, comenzó, a más tardar, con Robert Fludd, el alquimista inglés que lo fue entre 1595 y 1637. El mismo Fludd dijo haber buscado a los rosacruces después de leer sus manifiestos y con intención de unirse a ellos. pero no lo consiguió. No obstante, escribió mucho sobre el tema e incorporó ideas de aquéllos en obras suyas tan leídas como la Utriusque cosmi historia o «Historia de los dos mundos» (1617).
(Es interesante la observación de Lewis Spence, comentador de temas de ocultismo, según la cual las obras de Robert Fludd posteriores a 1630 usan «un lenguaje con recio sabor a francmasonería» y que organizó «su sociedad» por grados.)
El sucesor de Fludd fue el propio Andreae, quien ostentó la dignidad de Gran Maestro hasta su muerte en 1654, y el Maestro siguiente fue el químico Robert Boyle, de Oxford.
Que sepamos, Boyle nunca mencionó la palabra «Rosa Cruz» en sus obras, pero demostró un conocimiento no poco profundo del contenido de los Manifiestos. Y cuando fundó lo que luego llegaría a ser la Royal Society llamándolo El Colegio Invisible hizo con ello una alusión irónica a la descripción que los rosacruces hacen de sí mismos como la sociedad «Invisible».
Aparece entonces Isaac Newton, supuesto Gran Maestre del Priorato desde 1691 hasta 1727. Se sabe desde hace tiempo que practicaba la alquimia, y también tuvo en su poder un ejemplar de la traducción inglesa de los Manifiestos, aunque hay indicios de que no dejó de advertir el carácter legendario del personaje de Rosenkreutz. (Para los comentaristas de temas esotéricos al menos, siempre estuvo claro que esa narración nunca se propuso que nadie la tomase como verdad literal.)
No ha sido sino recientemente, sin embargo, que se ha descubierto el pleno alcance de las aficiones ocultistas de Newton. Más del 10 por ciento de lo que escribió fueron tratados de alquimia, y lo que quizá sea más revelador, dibujó una hipotética reconstrucción de la planta del Templo de Salomón.
Los rosacruces también aparecen muy conectados con el florecimiento de la francmasonería. A los dos primeros francmasones ingleses conocidos, Elias Ashmole y el alquimista sir Robert Moray, se les relaciona con el movimiento rosacruz. En particular Ashmole fue rosacruz notorio mientras que Moray, según Frances Yates, «hizo probablemente más que nadie en lo tocante a promover la fundación de la Royal Society».
En la primera literatura masónica se hallan además alusiones que vinculan explícitamente a «los Hermanos de la Rosa Cruz» con los francmasones, si bien dan a entender también que se trata de sociedades distintas, aunque emparentadas.
Esas relaciones mutuas entre rosacruces, francmasonería, hermeticismo y alquimia, que hasta ahora demostraban Frances Yates y otros historiadores por el procedimiento de ir casando indicios con paciencia de benedictinos, han quedado súbitamente iluminadas por el descubrimiento reciente de una colección de documentos que ilustran hasta qué punto estaban integrados todos estos movimientos y personajes.
En 1984 Joy Hancox, profesora de música en Manchester, quiso escribir una Historia de la casa en que vivía y se tropezó con una colección de papeles, que eran principalmente diagramas y dibujos geométricos, reunida por John Byrom (1691-1763) y conservada por los descendientes de éste pese a que no sabían lo que significaban. Esos papeles, que son más de 500, versan principalmente de geometría sacra y arquitectura, y contienen símbolos cabalísticos, masónicos, herméticos y alquímicos.
La importancia de la «Colección Byrom» consiste, como hemos dicho, en la luz que arroja sobre las relaciones entre estos temas y entre las personas —la crema de las instituciones intelectuales y científicas de la época— que compartieron esas preocupaciones. Byrom, personaje destacado del movimiento jacobita que se había propuesto restablecer a los Estuardo en el trono de Inglaterra, fue miembro de la Royal Society y francmasón. También pertenecía al «Cabala Club», por otro nombre llamado Club del Sol, cuyos miembros se reunían en el mismo edificio de las inmediaciones de San Pablo de Londres donde tuvo su sede una de las cuatro logias fundacionales que luego confluyeron en la Gran Logia de la Francmasonería inglesa. Sus diarios revelan que tuvo relaciones con los intelectuales más notables de aquellos días.
La obra incorporada en su colección tomó de todas las sociedades y personajes de que hemos venido hablando hasta aquí, incluyendo a los rosacruces, a John Dee (de quien Byrom fue pariente político), a Robert Fludd, a Robert Boyle... e incluso a los caballeros templarios.
Encontramos en ella diagramas que detallan la geometría sagrada de muchos edificios de distintas épocas, como queriendo demostrar la continuidad en el conocimiento de los principios inspiradores de esas construcciones. Por ejemplo, uno de aquéllos muestra que la planta de la capilla del Kings College en Cambridge, edificio de mediados del siglo XV —y una de las últimas grandes estructuras góticas que se construyeron en este país»— se inspiró en el Árbol de la Vida de los cabalistas (aunque ya Nigel Pennick, autoridad en materia de simbolismo esotérico, había llegado a la misma conclusión).
A lo que parece el trazado de la capilla deriva de una catedral del siglo XIV, la de Albi del Languedoc, que más antiguamente fue uno de los centros cátaros. También hay en la colección un diagrama de la Temple Church de Londres, así como los de otros edificios del Temple, siempre dentro de la misma línea de demostrar que todas estas obras formaban parte de una tradición continuada, y que eso lo sabían los miembros de las cofradías rosacruces/masónicas del siglo XVIII. La colección Byrom incluye asimismo materiales que tratan del Templo de Salomón y el Arca de la Alianza.
Si los masones fueron los descendientes de los templarios, como parece, ¿Podría ocurrir que los rosacruces también hubieran sido del mismo linaje? El propio nombre «Rosa Cruz» evoca poderosamente a aquellos caballeros cuyo emblema era una cruz roja o rosada. En las Nupcias Químicas del pastor Andreae recurre con frecuencia el tema de la cruz roja sobre fondo blanco, y la obra en general trae muchas connotaciones de los relatos del Grial, material templario donde lo haya. Y la presencia de lo mismo en los papeles de Byrom, predominantemente rosacruces, sugiere un origen común entre esa fraternidad y la de los masones.
Ahora bien, así como los masones eran y son una organización determinada, y se sabe quiénes son sus miembros y dónde se reúnen, los rosacruces han tenido siempre un perfil mucho más huidizo, a tal punto que la denominación «Rosa Cruz» ha acabado por tomar más bien el significado de un ideal, no de una afiliación concreta. Y en efecto, los mismos Manifiestos se refieren a los rosacruces como una «sociedad invisible». Pero la primera sociedad rosacruz «concreta y visible» fue la Orden de la Cruz Oro y Rosa fundada en 1710 por Sigmund Richter en Alemania, cuya finalidad principal eran los estudios alquímicos.
Sesenta años más, tarde esta Orden se convirtió en una logia masónica dependiente de la Observancia Templaria Estricta, manteniendo siempre, sin embargo, su naturaleza alquímica. Bajo este nuevo avatar tuvo muchos miembros influyentes, como por ejemplo Franz Anton Mesmer (1734-1815) el descubridor del «magnetismo animal» (pero no un precursor del hipnotismo como se cree comúnmente). El mismo hecho de que una sociedad rosacruz fuese admitida tan fácilmente como logia de la tendencia antedicha demuestra la herencia común de ambos movimientos.
Después de 1750 los hilos de la trama se enredan de una manera inextricable. Si antes hubo distinciones claras entre los masones, los rosacruces y las organizaciones que se remitían a unos orígenes templarios, de improviso estos grupos empezaron a entretejerse hasta parecer que todos eran uno y lo mismo. En algunas obediencias de la francmasonería, por ejemplo, los Iniciados tomaban títulos de «caballero templario» y «rosacruz», sin que sea posible averiguar si la filiación fue auténtica o sencillamente eligieron llamarse así por grandilocuencia. Se ha calculado que entre 1700 y, 1800 se añadieron a la francmasonería más de 800 grados y ritos.
Esta enorme proliferación de sistemas y rituales masónicos dificulta sobremanera el propósito de trazar la genealogía entre los templarios y los masones y rosacruces. En muchos casos resulta prácticamente imposible determinar cuáles de dichos sistemas fueron innovaciones del siglo XVIII y cuáles tenían auténtica solera.
En cambio, sí es posible reseguir un hilo común entre ciertos sistemas masónicos desautorizados o rechazados por la corriente principal de la francmasonería. Se trata en estos casos de variaciones de la francmasonería «oculta» y todas ellas se retrotraen a la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund, aunque prosperaron especialmente en Francia (véase el apéndice III. La clave de todo ello es un sistema masónico llamado el Rito Escocés Rectificado, el cual se consagró concretamente a los estudios ocultos y hace gran hincapié en sus orígenes templarios. Es también la forma de francmasonería que tuvo relaciones más estrechas con las sociedades rosacruces.
El empleo de la palabra «Templaria» llegó a ser conflictivo para esa escuela de la masonería. Hubo fricciones entre sus miembros y los francmasones «ortodoxos», que rechazaban oficialmente la proposición de unos orígenes templarios y a quienes irritaba más especialmente la afirmación de von Hund de que «todo masón es un templario». Pero hubo algo todavía más preocupante, que fueron las sospechas que suscitaban entre las autoridades, ya que corrían numerosos rumores de que los templarios tenían un plan secreto para tomar venganza contra la monarquía francesa y contra el papado por la disolución de su orden y la ejecución de Jacobo de Molay.
A causa de todo esto fue preciso celebrar en 1778 una convención de masones «templaristas», que se reunió en Lyon y creó el Rito Escocés Rectificado, y acogida a éste una Orden interior llamada de los Chevaliers Bienfaisants de la Cité Sainte, que a fin de cuentas no era sino otro modo de decir «templarios».
Influencia importante de la convención de Lyon —y del esoterismo francés subsiguiente— fue el filósofo ocultista Louis Claude de Saint-Martin (1743-1804).
Aunque personalmente se consagró al celibato, según parece, su filosofía se centraba en una veneración de lo Femenino representado por Sophia, a quien consideraba «la forma femenina del Gran Arquitecto». El «martinismo» fue la filosofía oculta más seguida, no sólo en aquellas escuelas de la masonería oculta sino asimismo en las sociedades rosacruces francesas del siglo XIX, de las cuales hablaremos más extensamente en el próximo capítulo.
Algunos años después de la asamblea de Lyon, en 1782 se reunió otra gran conferencia masónica, esta vez con asistencia de representantes de los grupos masónicos de toda Europa y celebrada en Wilhelmsbad de Hessen bajo la presidencia del duque de Brunswick. Sus finalidades, entablillar las graves fracturas en el seno de la masonería y resolver de una vez por todas la cuestión de las relaciones entre la francmasonería y los caballeros templarios. Las conclusiones fueron humillantes para el barón Von Hund, quien había acudido a defender la tesis templaria, y significó el práctico fin de la Observancia Templaria Estricta.
Sin embargo los templaristas ganaron una batalla, y fue que la conferencia votó la admisión del Rito Escocés Rectificado, que venía a ser lo mismo que la Observancia Templaria Estricta aunque bajo otro nombre.
En la francmasonería oculta son importantes también los sistemas conocidos como de «Rito Egipcio»; luego llegarían a serlo asimismo para nosotros en orden a nuestra investigación. Pero todos derivan de la Observancia Templaria Estricta en la que Von Hund tenía puestas todas sus complacencias, y por tanto muy estrechamente vinculadas al Rito Escocés Rectificado.
Se diferencian de la corriente principal de la masonería, según la imagen que tenemos de ella, por la atención especial que dedican al principio femenino (en algunas de sus formas admiten logias femeninas activas). Todos los francmasones reverencian al misterioso «hijo de la viuda». En los Ritos Egipcios, la «viuda» es Isis.
Última edición por Admin el Jue Oct 08, 2009 10:32 pm, editado 3 veces
EL LEGADO TEMPLARIO II
Isis amamantando a Horus
El Priorato de Sión, que también declara un gran interés hacia Isis, empezó como círculo interior de la orden templaria según sus propias afirmaciones; como es lógico, desarrolló en el decurso de los años y adquirió otras asociaciones esotéricas, algunas de las cuales son bastante reveladoras por sí mismas. Parece que fue una influencia destacada la de Jacques-Étienne Marconis de Nègre (1795-1865), que fue fundador de uno de los Ritos Egipcios de la francmasonería oculta en 1838, llamado el «Rito de Menfis», el cual también se remitía a la tradición «templarista» de Von Hund.
Soberano Santuario Menfis-Misraim
Marconis de Nègre trazó para su organización un complicado «mito fundacional» en el cual planteaba la acostumbrada pretensión grandilocuente que retrotraía el rito a la antigüedad y a un grupo llamado la Sociedad de los Hermanos Rosacruces de Oriente. El cual a su vez había sido fundado por un sacerdote de la antigua religión egipcia, llamado Ormus, que se convirtió al cristianismo gracias a la persuasión de san Marcos, y entre cuyos discípulos hubo miembros de la secta esenia.
El mito de Ormus plantea cuatro influencias: la rosacruz, la egipcia, la esotérica judía del género cabalístico (pues se creía, no se sabe si con fundamento o no, que los esenios habían sido cabalistas) y la cristiana, ésta quizá de alguna especie herética.
Lo que nos interesó en realidad de esa leyenda fue lo que también saben los lectores de The Holy Blood and the Holy Grail: que el Priorato de Sión adoptó como «subtítulo» este nombre de «Ormus». Más adelante nos enteramos de que desde su primera aparición, la historia de Ormus estuvo relacionada con la Orden de la Cruz Oro y Rosa en 1770 cuando se convirtió en logia de la Observancia Templaria Estricta. Pero como veremos luego, hay en todo esto un trasfondo con muy extensas implicaciones por lo que se refiere a nuestra investigación.
Dicho lo anterior tal vez no sorprenderá que existan sociedades que pretenden ser las sucesoras oficiales de los templarios. Muchas de ellas podemos descartarlas fácilmente, si bien la Orden Antigua y Militar del Templo de Jerusalén presenta credenciales persuasivas y dignas de ser tenidas en cuenta. Con sede en Portugal actualmente, dice dedicarse a obras de caridad y estudios históricos, aunque hay un grupo escindido que opera desde una población suiza con el evocador nombre de Sión. Pero los orígenes de esa forma resurgida estuvieron en Francia.
La Orden Antigua y Militar del Templo de Jerusalén fue fundada en 1804 por un doctor con el sonoro nombre de Bernard Raymond Fabré-Palaprat, que decía estar autorizado por la Carta de Transmisión de Larmenius, o como suele decirse abreviadamente, la Carta Larmenius. De ser eso cierto, desde luego constituiría una buena prueba de que Fabré-Palaprat era realmente del auténtico linaje templario, porque esa certificación fue escrita supuestamente en 1324 por Johannes Marcus Larmenius, quien recibió del mismo Jacobo de Molay el nombramiento de Gran Maestre. También se dice que el documento lleva las firmas de todos los Grandes Maestres subsiguientes de la orden, lo cual llama la atención si se acepta el criterio de que después del martirio de aquél no hubo ninguno más.
Como era de prever los historiadores rechazan la Carta tildándola de falsificación. E incluso los autores de mentalidad más abierta, como Baigent y Leigh, la consideran una impostura. Pero por lo general los críticos no la han visto en realidad, sino que basan sus objeciones en una traducción decimonónica del latín original. (El documento escrito en latín es una trascripción basada en un código cuya clave es la geometría de la cruz templaria.)
Uno de los motivos para creer que sea una falsificación es precisamente la calidad del latín, demasiado bueno para la época —como se sabe, el latín medieval era muy deficiente—, pero lo sucedido en realidad fue que el traductor corrigió la sintaxis. Los críticos observaron también que la lista de declaraciones de Grandes Maestres se repetía exactamente, palabra por palabra, coincidencia difícil en un lapso tan largo como el de 13241804; pero una vez más, fueron normalizadas al transcribirlas y eran todas diferentes en el original. Se caen por la base, en consecuencia, los dos motivos principales para rechazar la Carta Larmenius.
Otra de las críticas dirigidas contra la Carta se refiere a un pasaje en el que carga contra los «desertores templarios Escotos», los cuales, augura Larmenius, serán «fulminados por un anatema» (junto con los caballeros hospitalarios). Suponiendo que aquellos cismáticos eran masones de la Observancia Estricta del barón Von Hund, los historiadores ven ahí otra demostración de la falsedad de la Carta, porque creen que el barón inventó la «transmisión escocesa» alrededor de 1750. Pero se perfila un panorama muy diferente si dijo la verdad sobre los auténticos orígenes de los francmasones.
De hecho la Orden Antigua y Militar del Templo asegura que la Carta existía por lo menos cien años antes de su publicación por Fabré-Palaprat, cuando Felipe, duque de Orleans —el mismo que luego fue regente de Francia—, la invocó al efecto de justificar su autoridad para reunir en Versalles una asamblea de miembros del Temple. De ser cierto, tal acontecimiento constituiría en sí mismo una prueba de la continuidad de la presencia templaria en Europa continental. (Este duque de Orleans fue el que introdujo al caballero Ramsay en la Orden de San Lázaro.)
Además de la Carta Larmenius, Fabré-Palaprat tenía en su poder otro documento importante cuya autenticidad tampoco quiere admitir la mayoría de los comentaristas. Se trata del Levitikon, una versión del Evangelio de Juan con matices de carácter flagrantemente gnóstico, que él dijo haber encontrado en una librería de viejo. Demasiada casualidad, diríamos una vez más, pero si el documento fuese auténtico entenderíamos mejor que se considerase necesario guardar secreto sobre buena parte de los conocimientos gnósticos. Porque esa variante del Evangelio de Juan llamada el Levitikon —según algunos data del siglo XI, que ya es antigüedad— cuenta una historia bastante distinta de la que hallamos en el más conocido libro del Nuevo Testamento atribuido al mismo autor.
El Levitikon le sirvió a Fabré-Palaprat como base para la fundación de su Iglesia Neotemplaria de San Juan en 1828. A su tiempo recibió en ella a los seguidores que tenía y cuando murió, diez años más tarde, le sucedió un francmasón de los grados superiores, sir William Sydney Smith, un héroe de las guerras napoleónicas.
Traducido del latín al griego, el Levitikon consta de dos partes. En la primera figuran las doctrinas religiosas que debe recibir el iniciado así como los ritos relativos a los nueve grados de la Orden templaria. Describe la «Iglesia de san Juan» y explica por qué se llaman a sí mismos johannites, «juanistas» o «cristianos de origen».
La segunda parte es como el Evangelio normal de Juan salvo algunas omisiones significativas. Faltan los capítulos 20 y 21, los dos últimos del Evangelio. También suprime todo asomo de lo milagroso en sucesos como la conversión del agua en vino, la multiplicación de los panes y de los peces, y la resurrección de Lázaro. Y elimina ciertas alusiones a a san Pedro, entre éstas las palabras de Jesús «sobre esta piedra edificaré mi iglesia».
Aunque esto ya sea bastante asombroso, lo son más, o escandalosas dirían muchos, las adiciones que contiene el Levitikon: se describe a Jesús como un iniciado en los misterios de Osiris, la deidad egipcia principal de la época.
Osiris fue el consorte de su hermana, la bella diosa Isis, entre cuyos atributos figuraban el amor, la sanación y la magia. (Este tipo de relación, aunque hoy lo juzguemos repugnante, formaba parte de la tradición faraónica, y le parecería perfectamente normal a cualquier creyente del antiguo Egipto.)
Su hermano Set le envidió la posesión de Isis y conspiró para matar a Osiris. Lo cual consiguieron los sicarios de Set, que despedazaron el cuerpo de aquél y esparcieron sus restos. Terriblemente afligida, Isis recorrió el mundo para buscarlos con la ayuda de la diosa Neftis, quien, aunque esposa de Set, desaprobaba el crimen. Las dos diosas recobraron todos los pedazos del cuerpo de Osiris excepto el falo. Isis rehizo el cuerpo y con ayuda de un falo artificial concibió mágicamente y dio a luz el infante Horus.
En algunas versiones de la leyenda tuvo más tarde una aventura con Set, cuya motivación no se ve clara, si bien parece que debió de intervenir algún elemento de venganza en esa relación. Esta unión enfureció a Horus, que era ya un muchacho, por considerarla una ofensa a la memoria de su padre Osiris. Entonces desafió a Set y lo mató, perdiendo un ojo en la pelea. Pero sanó y el Ojo de Horus se convirtió en el talismán mágico favorito de los egipcios.
El Levitikon, además de sentar la extraordinaria afirmación de que Jesús fue un iniciado del culto de Osiris, asegura también que había transmitido sus conocimientos esotéricos a Juan, el «discípulo predilecto». Y continuaba afirmando que, por más que Pablo y los demás Apóstoles hubiesen fundado la Iglesia cristiana, ellos no eran los conocedores de las auténticas enseñanzas de Jesús. No habían sido admitidos a su círculo interior. Según Fabré-Palaprat fueron las enseñanzas secretas, en la forma transmitida al discípulo amado, las que los caballeros templarios conservaron, y acabaron por sufrir esa influencia.
Recoge el Levitikon una tradición supuestamente preservada de generación en generación por una secta, o Iglesia, de cristianos de san Juan en el Próximo Oriente. Éstos decían ser los herederos de la «enseñanza secreta» y verdadera vida de Jesús, a quien llamaban «Yeshu el Ungido». En realidad, si existió esa secta la versión de la vida de Jesús que tenían era tan heterodoxa que uno se pregunta para qué se llamarían «cristianos».
Pues según ellos, no sólo Jesús fue un iniciado de Osiris sino que además era un hombre corriente y no el Hijo de Dios. Decían que fue hijo ilegítimo de María; así pues, ni hablar de nacimiento milagroso de una Virgen, doctrina que según ellos era una ficción ingeniosa, por más que insultante para la razón, que habían inventado los autores de los evangelios con intención de ocultar la ilegitimidad de Jesús, cuando en realidad la madre no tenía ni la menor idea de quién había sido el padre.
Según las creencias de la secta de Juan, el título de «Cristo» no era exclusivo de Jesús, ya que la palabra griega original Christos significa, sencillamente, «el Ungido» y esto podía aplicarse a muchos, incluso a los reyes y a los funcionarios del Imperio romano. Consecuentes con ello los dirigentes juanistas reclamaban el título de «Cristos» para sí mismos. (También el Evangelio de Felipe, uno de los textos de Nag Hammadi, llama Cristos a todos los iniciados gnósticos.)
Se dijo que este grupo había sido una secta gnóstica que guardó varios secretos esotéricos, entre ellos los de la cábala. Y además concibieron un plan para transformarse en una organización clandestina destinada a ser (en palabras del escritor decimonónico Éliphas Lévi) «el recipiente único de los grandes secretos religiosos y sociales, capaz de hacer reyes y pontífices sin exponerlos a las corrupciones del poder», es decir, una organización mistérica que no estaría expuesta a los altibajos e incertidumbres de la política ni de los cambios sociales en el decurso de los años.
Su instrumento iban a ser los caballeros templarios, y Hugo de Payens y los demás fundadores habían sido, efectivamente, iniciados de la Iglesia de Juan. Pero los templarios se corrompieron a su vez por afán de riquezas y de poder, razón por la cual fue necesario que desaparecieran. El rey francés y el papa no podían permitir que se divulgase la verdadera naturaleza del peligro templario, y por eso inventaron las inculpaciones de idolatría, herejía y deshonestidad. Pero antes de ser ejecutado, Jacobo de Molay, siempre citando palabras de Éliphas Lévi, «organizó e instituyó la Masonería Oculta».
De ser verdaderos esos asertos sufriría un vuelco espectacular la versión aceptada de la Historia. Se habría descubierto el vínculo directo y autorizado entre cierto tipo de francmasonería y los antiguos templarios, de lo cual bien podríamos deducir que esos masones en particular tenían algo que enseñarnos en cuanto a la sabiduría templaria.
Como acabamos de ver, Éliphas Lévi en su Historia de la magia dedicó un apartado a la tradición juanista descrita en el Levitikon. La primera vez que leímos aquella obra manejábamos la traducción de A. E. Waite al inglés, pero luego nos tropezamos con otra versión del mismo pasaje en un libro de Albert Pike, el erudito estudiosos de la masonería y Gran Maestre del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en América, Morals and Dogma of the Ancient and Accepted Scottish Rite of Freemasonry (1871). Hay varias diferencias entre ambas versiones, pero ¿cuál de ellas era la auténtica?
Albert Pike
Las cotejamos con la edición original francesa de la obra de Lévi, y hallamos que Pike había introducido ciertas adiciones o correcciones de su cosecha, probablemente basadas en su propia interpretación de esa tradición. Por ejemplo, reproduce la última parte de la histórica frase que hemos citado antes diciendo «Masonería Oculta, Hermética o Escocesa».
También corrige palabras de Lévi relativas a una relación entre los templarios juanistas y los rosacruces. Lo que escribió Lévi fue, en la traducción fiel de A. E. Waite:
Los sucesores de los antiguos rosacruces, modificando poco a poco los métodos austeros y jerárquicos de sus precursores en la iniciación, se habían convertido en una secta mística y abrazaron celosamente las doctrinas mágicas templarias, en virtud de lo cual se consideraban únicos depositarios [sic] de los secretos insinuados en el Evangelio según san Juan.
Pike, y esto es revelador, corrigió la frase aquí puesta en cursiva de esta manera:
[...] y se unieron con muchos de los templarios, entremezclándose el dogma de ambos [...].
Los cambios de Pike son significativos porque, mientras Lévi era un observador y comentador del mundo ocultista y masónico, pero espectador externo en cierta medida, aquél en cambio estaba introducido, y mucho. Por eso consideró necesario corregir la versión de Lévi, y en vez de decir que los rosacruces adoptaron «doctrinas templarias» Pike asegura que llegaron a unirse con los grupos templarios sobrevivientes.
Pero la modificación más notable de Pike introduce un elemento enteramente nuevo. Después de la frase donde dice que Jacobo de Molay instituyó la «Masonería Oculta, Hermética o Escocesa», agrega Pike que dicha orden:
adoptó a san Juan el Evangelista como uno de sus patronos asociándole, para no suscitar las sospechas de Roma, a san Juan el Bautista [...].
Esto es curioso, y aun nos parece poco decir. Atendido que tanto Juan el Evangelista como Juan el Bautista son santos católicos reconocidos, ¿por qué era necesario que la veneración dirigida a uno de ellos sirviera de «tapadera» para la del otro? Y sin embargo Pike, el más erudito de los estudiosos de la masonería, no habría introducido esa información al reproducir un pasaje del libro de otra persona si no hubiese tenido sus buenos motivos para ello. Nos pareció evidente la necesidad de seguir profundizando en ese tema juanista dentro de la tradición masónica.
Como vimos en el capítulo anterior, A. E. Waite había aludido a una «tradición juanista» que influyó en las leyendas del Grial, lo cual nos pareció extrañísimo al principio. Pero ahora empezaba a encajar: está claro que esa «tradición juanista» tiene alguna relación o con Juan el Evangelista, o con Juan el Bautista.
Ese hilo oculto desde luego no era una novedad en nuestra investigación. Hemos encontrado también una «tradición juanista» entre los temas principales del Priorato de Sión, claramente vinculada a un san Juan, aunque para ellos, según hernos creído averiguar es san Juan Bautista el que prevalece.
Como se mencionó en el capítulo 2, el Priorato asegura que Godofredo de Bouillon se reunió con los delegados de una misteriosa «Iglesia de Juan» por otro nombre llamados los Hermanos de Ormus, y como resultado de dicho encuentro se decidió formar un «gobierno secreto». A su tiempo fueron creados los caballeros templarios y el Priorato de Sión como partes de ese plan maestro. Hay que hacer hincapié de nuevo en que, al menos según esa versión, tanto el Priorato como los templarios se crearon conforme a los ideales de la misteriosa Iglesia de Juan.
Aparte algunos detalles secundarios, este relato es idéntico al del Levitikon, y establece cuando menos que el moderno Priorato y los templarios forman parte de la misma tradición.
El concepto de los templarios como organización secreta con autoridad para poner y quitar reyes tiene su paralelismo en los caballeros templarios del Grial según la versión del Parzival de Wolfram von Eschenbach, y, ciertamente hay indicios de que los templarios pretendieron ese derecho. El problema es que la mayoría de esas reivindicaciones exóticas de un pedigrí histórico milenario, en realidad sólo se retrotraen a las organizaciones neotemplarias del siglo XIX.
Pero cobrarían consistencia si apareciesen indicios independientes que confirmasen la relación entre sus movimientos y otras organizaciones que demostradamente estuviesen ahí siglos antes, como ocurre con el vínculo entre rosacruces y masones.
Otra dificultad estriba en que se plantean dos pretensiones distintas. La una, que ciertas formas de la francmasonería son descendientes directas de los templarios. La otra, que los mismos templarios eran continuación de una tradición más antigua, herética, y que nos lleva a la época de Jesús. Por desgracia, ni aunque se demuestre lo primero no significa que lo segundo sea automáticamente cierto.
La insistencia alrededor de una versión no canónica del Evangelio de Juan desde luego incita a la reflexión, aunque parece darse alguna confusión entre Juan el Evangelista y, Juan el Bautista. Como hemos visto, Albert Pike cae en el absurdo cuando dice que los masones utilizaron al Bautista para encubrir su veneración secreta por Juan el Evangelista. ¿Por qué iban a ocultar su reverencia hacia ningún santo, cuando ambos son perfectamente aceptables para la Iglesia? Lo único que consigue Pike es llamar la atención sobre ambos Juanes y, envolverlos en un aura de misterio e intriga. Tal vez era ésa su intención. En otro lugar A. E. Waite cita unos escritos masónicos acerca de la masonería juanista, que se pretende a su vez relacionada con una cristiandad juanista centrada en la figura del Bautista, a quien considera «el único profeta verdadero».
Tenemos, pues, que Juan el Bautista era el santo patrono tanto de los caballeros templarios como de los francmasones. Es así que la Gran Logia de Inglaterra se fundó un 24 de junio, día de san Juan Bautista. Y que todo Templo masónico tiene en el suelo dos líneas paralelas: la una representa la vara de Juan «el Evangelista» (suponiéndose que éste es la misma persona que Juan, «el discípulo predilecto»), mientras que la otra simboliza la vara del Bautista. Está claro que ambos Juanes revisten particular importancia para la fraternidad, aunque la prioridad corresponde al más antiguo de los dos.
Pero hay más, y es que juran por los santos Juanes, aunque los masones hoy día, según confiesan ellos mismos, no tienen ni idea de por qué se venera tanto a los dos. Pudiera ocurrir que con los años hubiese cundido alguna confusión entre ambos personajes bíblicos, y que el término de johannite comúnmente entendido como seguidor del Predilecto se refiera en realidad a los del Bautista.
Pero con independencia de si el Juan reverenciado por los masones es el joven o el viejo —o ambos—, hay un nombre que brilla por su práctica ausencia en las logias, y es el del mismo Jesús, que no tiene una presencia destacada. Se suele decir que esto obedece a que los masones no son primordialmente una organización cristiana; basta que uno se declare teísta para ser admitido. Pero en este caso, ¿por qué dedican tanta veneración a unos santos cristianos como son los Juanes?
La idea de que el Evangelio de Juan contiene secretos arcanos, o que existe otra versión del mismo, recurre en el decurso de esta investigación. Se ha dicho que los cátaros poseyeron una variante herética y esto se convirtió en una obsesión para sir Isaac Newton. (Como ha escrito Graham Hancock, «[...] pese a sus arraigadas convicciones religiosas y gran devoción, a veces parece que viese en Cristo a un hombre especialmente inspirado... pero no al Hijo de Dios».)79
De manera que tanto los francmasones del Rito Escocés como los templarios de la «transmisión Larmenius» conservaron tal vez los secretos originarios de los freires, y por ambas vías éstos se retrotraen a la «secta de Juan». Aunque no se halla nada especialmente juanista en los Ritos Egipcios de la francmasonería, todos estos sistemas derivan de la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund. Y el Priorato de Sión se vincula con los tres sistemas.
Hemos mencionado que Pierre Plantard de Saint-Clair ha dicho que el propósito de la orden del Temple era «ceñir espada por la Iglesia de Juan y portar el estandarte de la primera dinastía, las armas que obedecieron al espíritu de Sión».
El resultado de ese gran designio sería un «renacimiento espiritual» que «transmutaría toda la cristiandad». Es obvio que eso no ha ocurrido... y sin embargo, nuestras investigaciones demuestran que la revelación susceptible de traer un cambio tan portentoso existe y espera la hora de hacer su espectacular entrada en la escena mundial, sea bajo la forma del Priorato, sea bajo la de alguna escuela mistérica aliada de tipo juanista.
En cualquier caso, hemos alcanzado un resultado bastante notable: empezábamos con la aparente obsesión de Leonardo por Juan el Bautista y hemos reseguido ese leve indicio hasta dar con el Priorato de Sión, que también tenía algo que ver con ese santo. No era mucho, de momento, pero al seguir las pistas desde los templarios hasta los masones y luego hasta los demás grupos ocultos, se nos revela una conexión mucho más convincente. Es la herejía juanista lo que aparece bajo los distintos disfraces del panorama ocultista clandestino, y también el Priorato pertenece a esa tradición según ellos mismos confiesan.
Quedaban sin respuesta todavía muchas preguntas importantes, pero empezaba a perfilarse un cuadro coherente, en el que Juan el Bautista aparecía relacionado con una tradición oculta y mantenida por vías muy diversas e intrincadas. Esto, sin embargo, era sólo una parte de lo que se concretaba como una herejía con dos temas principales, siendo el otro la veneración secreta de la Diosa, o del principio de lo Femenino.
Por supuesto resulta difícil conciliar ese otro tema con las formas externas de ciertas organizaciones, como los mismos francmasones, que revisten una exclusividad masculina excepcional. Pero es evidente que vale la pena poseer los secretos que se ocultan detrás de esos temas —el de lo Femenino y el de los sectarios de Juan—, cuando vemos que fueron defendidos, guardados y protegidos a todo evento y además suscitaron especial hostilidad por parte de la Iglesia de Roma.
Esto último no debe sorprender mucho porque la segunda pista de los secretos esotéricos antiguos, la veneración de lo Femenino, adoptó en seguida formas de magia sexual trascendental con todas las implicaciones del poderío inherente a la mujer.
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