WILLIAM MORGAN: EL YANQUI COMANDANTE DE LA SIERRA MAESTRA
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WILLIAM MORGAN: EL YANQUI COMANDANTE DE LA SIERRA MAESTRA
SALE A LA LUZ ÚLTIMA CARTA DE WILLIAM MORGAN, JEFE REBELDE DE EEUU QUE LUCHÓ JUNTO A CASTRO
Por: Michael Sallah y Alfonso Chardy
El día antes de ser brutalmente ejecutado, William Morgan*, sentado en su mísera celda en la cárcel cubana, escribió su carta final a su anciana madre en Ohio.
Acusado de tratar de derrocar el gobierno de Castro, el hombre conocido como “el yanqui comandante” escribió que no se arrepentía de haber peleado en una revolución que había cambiado a Cuba, defendió el papel jugado en combatir a los líderes que asumieron el poder, y dijo que estaba listo para morir.
“Y si mi vida ayudará al pueblo de Cuba, entonces estoy contento de darla”, escribió antes de ser llevado ante un pelotón de fusilamiento.
Durante 51 años, la carta original escrita por una de las figuras más fascinantes de la revolución cubana permaneció oculta, y nunca fue entregada a su familia.
Hasta ahora.
Medio siglo después de que Morgan fuera fusilado en la prisión de La Cabaña, el hombre a quien se confió la misión de pasar la carta original a la familia de Morgan, la encontró guardada en sus archivos personales. Son cinco sencillas páginas dobladas.
Semanas después, envió una copia de la nota a un reportero de The Miami Herald, quien a su vez se la hizo llegar a la heredera más cercana de Morgan que aún vive: su viuda, en Ohio.
“Me conmovió profundamente”, afirmó Olga Morgan Goodwin, una cubana que se casó con Morgan durante la lucha en las montañas del Escambray. “William la escribió en los últimos minutos de su vida”.
Lo que no queda claro es por qué la carta original, escrita en la oscuridad de una celda, demoró tanto en llegar.
Henry Raymont, quien tiene ahora 85 años, el periodista de UPI que entrevistó a Morgan antes de su juicio, recordó haber asistido al momento en que el prisionero escribió su adiós a su madre, sentado en un banco de su celda, en el que decía: “Soy un hombre muy afortunado, ya que por lo menos sé cuál será el momento de mi muerte y puedo prepararme para ella”.
Luego de que Morgan fuera fusilado, Raymont corrió a enviarla por los cables de noticias de UPI con instrucciones de hacerla llegar a Loretta Morgan en Toledo.
“Yo sé que la envié”, comentó Raymont. “Ellos pasaron el texto entero en el cable”.
Pero cuando Loretta Morgan murió en un hogar de ancianos en 1988, no había copia alguna del cable de UPI en su preciada colección de objetos de su hijo, que incluía media docena de cartas enviadas por él desde las montañas durante la revolución, dijo la viuda de Morgan, quien tiene ahora 76 años.
Cinco décadas después, la carta ofrece una inusual visión del carismático héroe que capitaneó una banda de guerrilleros en una ofensiva por las montañas que ayudó a derrocar al dictador Fulgencio Batista en 1959.
Mientras se espera que la carta provoque debates sobre el lugar de Morgan en la historia revolucionaria, su descubrimiento ha ocurrido en un momento en que sus parientes continúan una campaña no menos inusual: la de traer sus restos a Estados Unidos.
A petición de la familia, una delegación encabezada por el ex presidente Jimmy Carter pidió a líderes cubanos en el 2011 que devolvieran su cadáver, enterrado en el Cementerio de Colón, a Estados Unidos. A pesar de garantías de que el gobierno de Castro estaba evaluando la petición, La Habana todavía no ha tomado una decisión.
“Sigo esperando”, afirmó su viuda.
En el momento culminante de la Guerra Fría, Morgan hizo historia en forma dramática al conducir su unidad a una asombrosa serie de victorias en las montañas.
Morgan, una figura jactanciosa con vínculos con el bajo mundo, se ligó a la revolución trayendo armas de contrabando a los rebeldes, pero se unió a la causa después de que otro contrabandista de armas fue asesinado por los guardias de Batista, afirmó a los reporteros en una ocasión.
La historia nunca ha sido confirmada, pero ex rebeldes afirman que el fornido nativo de Ohio, un hombre sin pelos en la lengua, se apareció en las montañas a principios de 1958 mostrando la habilidad para capitanear su propia columna.
Aunque se escribió mucho sobre las hazañas de Morgan, incluyendo artículos en The Miami Herald y The New York Times, se sabe muy poco sobre las últimas horas de su vida.
Dos reporteros que cubrieron su juicio en marzo de 1961 escribieron que Morgan, de 32 años, se declaró inocente y dijo que él “iría a pie y sin escolta al paredón” si lo hallaban culpable.
Pero la carta recién descubierta brinda un retrato del líder rebelde estadounidense que ha estado oculta para la historia por mucho tiempo: no se arrepintió nunca de sus actos.
En lugar de eso, criticó duramente al nuevo gobierno por abandonar los objetivos de “la Revolución por la que yo luché”.
“Porque ningún hombre tiene derecho a imponer su voluntad o sus creencias a los demás”, escribió Morgan. “Todos los hombres tienen un derecho innato a una mejor vida para sí y para sus familias. Yo he pasado todo mi tiempo en Cuba tratando de ayudarlos a lograr eso”.
Al deshacerse de Morgan, Castro eliminó a uno de los principales combatientes rebeldes que podrían haber desatado una insurrección en la zona central de Cuba, según los historiadores.
Apenas dos años antes, Morgan había sido hecho comandante —el único estadounidense en conseguir el rango más alto en las fuerzas rebeldes— e incluso había ayudado a Castro a aplastar un intento de golpe de Estado del dictador dominicano Rafael Trujillo en 1959.
Su relación empezó a deteriorarse en una conferencia de prensa tras el fallido golpe de Estado, cuando Castro le entregó a Morgan un fajo de billetes confiscados a los conspiradores a modo de recompensa, avergonzando a Morgan en la televisión nacional.
“William se indignó”, recordó Goodwin. “El no hizo eso por dinero”.
A medida que Castro empezaba a crear relaciones con los soviéticos en 1960, Morgan rompió con él y empezó a enviar en camiones armas de fuego y granadas de mano a las montañas desde una fábrica que él dirigía, según entrevistas y archivos del FBI.
Tras su arresto en octubre, fue encerrado en la famosa prisión de La Cabaña, donde se levantaba todos los días haciendo ejercicio y corriendo alrededor del patio.
“Quiero que sepas que yo he estado preparado para esto desde el primer día que pasé en la cárcel”, escribió a su madre. Morgan sospechaba además que su juicio, en unas pocas horas, estaba ya decidido. “Yo dejo como legado mi amor por Dios y por mi patria”.
Aunque Morgan señaló en su carta que él pensaba que su esposa y sus dos hijas de brazos estaban a salvo —“y esto me da una enorme tranquilidad de espíritu”— no era así: Olga había salido corriendo de la embajada brasileña, donde le habían concedido asilo, para pedirle a otros rebeldes que salvaran a su esposo. Fue arrestada y pasó en la cárcel los 13 años siguientes.
Aun en la víspera de su muerte, Morgan suplicó a su madre “que no juzgara mal a Cuba o a su pueblo, al que he llegado a querer”, insistiendo qué la revolución seguía siendo esencial para los derechos del mismo.
“El camino de la libertad es duro, y está cubierto de la sangre de aquellos que tienen que morir para que los derechos del hombre puedan seguir viviendo”, escribió.
Juan Antonio Blanco, profesor de la Universidad Internacional de la Florida, quien leyó la carta, dijo que Morgan creía que el destino de la revolución no había sido decidido aún y era todavía “una obra en curso”. “Es fácil mirar atrás con vista de 20/20, pero no era algo tan claro para la mayoría de la gente en ese momento”.
Un experto fue un poco más allá, diciendo que Morgan pide a su madre que no condene a la revolución. “El hecho de que él enfrenta el pelotón de fusilamiento es menos importante”, afirmó Louis Pérez Jr., historiador de la Universidad de Carolina del Norte. “El todavía sigue simpatizando con la [causa]”.
En ese momento, él pensaba que todavía había suficientes guerrilleros en las montañas para derrotar a las fuerzas de Castro y llevar a cabo las reformas prometidas durante la lucha, dijo Goodwin.
Cuando Morgan se dirigió al paredón a las 9:45 p.m. del 11 de marzo de 1961, la petición de indulto de su madre había sido ignorada.
En sus últimos momentos, pidió que le quitaran las esposas, y luego abrazó al jefe del pelotón de fusilamiento y a John McKniff, el sacerdote que narró los hechos en una carta. “Dile a los muchachos que los perdono”, afirmó Morgan.
Tras colocarse ante la pared rocosa, manchada de sangre —con sus botas militares puestas— se quitó un rosario del cuello y se lo dio al sacerdote, de 56 años.
Lo siguiente no está claro, pero según una versión, a Morgan se le ordenó arrodillarse y rogar por su vida, lo cual lo llevó a gritar en respuesta: “¡Yo no me arrodillo ante nadie!”
Los soldados le dispararon a las rodillas, haciéndolo caer, y esperaron un momento antes de dispararle al pecho. “Murió mostrando un valor extraordinario”, afirmó su abogado defensor, Luis Carro.
Cuando el abogado llamó por teléfono a Loretta Morgan, de 65 años, en Ohio para darle la noticia, “ella se alteró tanto que no pudo terminar la conversación”, declaró Carro a la prensa.
No se sabe si alguien se tomó el trabajo de leer el cable de UPI con la carta de Morgan a su madre o si le entregaron en personas las palabras transcritas.
Raymont insiste en que ella recibió el cable. “Estoy seguro”, subrayó.
Morgan, a quien se le negó llamar por teléfono a su madre, le escribió que esta era “la carta más larga que he escrito nunca”, pero que quería que ella supiera que “lego mis acciones y mi vida para que otros las juzguen, y a ti y a papá les lego mi amor”.
En un saludo final, dijo que se daba cuenta de que su muerte sería un golpe para ella, pero firmó con un último pedido: “Una cosa, mamá”, escribió, “no llores por mí”.
El Yanqui Comandante
Revolución
“My people never gave up,” she said.
* Morgan, quien había sido asignado a un plan industrial en la Sierra del Escambray, seguramente con el propósito de mantenerlo aislado pues ya sus comentarios eran conocidos en contra de los continuos fieros ataques que se le hacían a los Estados Unidos, se pone a organizar un movimiento con el Comandante Jesús Cabrera, y otros oficiales del Ejército Rebelde anticomunistas, para revertir el proceso marxista de la revolución. Castro, al tener conocimiento de estos hechos de Morgan, lo manda a detener, y lo envía para la Fortaleza de la Cabaña (octubre 1960).
Después de tenerlo preso unos meses, el 9 de marzo 1961 le celebran juicio, donde el fiscal lo acusa de ser agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y es condenado a muerte.
A los dos días, el 11 de marzo, en la madrugada, el Comandante de la revolución William Morgan, a la edad de 33 años, es sacado de La Cabaña, y frente a Castro, mientras era conducido hacia el paredón de fusilamiento, con un valor indescriptible según testigos, volvió a cantar una vieja composición patriótica estadounidense, posteriormente fue fusilado. A su esposa la condenaron a 12 años de cárcel en 1961. En 1980, después de haber cumplido completamente su condena, viajó a Estados Unidos en un programa de refugiados.
Fuentes: El Nuevo Herald, Google noticias, El Lagarto Verde, Google Imágenes
<p> http://lagartoverde.com/2012/04/
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