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Mensaje por Esteban Casañas Lostal Lun Dic 28, 2009 7:29 pm

¡TODO A BABOR! ShipPhotoPrima
Motonave "Otto Parellada", escenario de esta historia.


¡TODO A BABOR!


-¡Práctico-Habana, aquí la motonave Otto Parellada que te llama! Un molesto ruido, interferencias producidas por ondas parásitas invadió el receptor, el capitán le bajó el volumen y esperó por la respuesta. Varios minutos después repitió la solicitud de comunicación, pero esta vez decidió ahorrar palabras. –¡Práctico-Habana, Otto que te llama! Haló la silla que tenía designada en el puente y la acomodó junto al equipo de V.H.F. Ya sabía que debía estar armado de mucha paciencia cuando de comunicaciones se tratara con cualquier punto de la isla, todos eran impredecibles, sorprendentes, inoportunamente descuidados.
–¡Pongan media avante! Ordenó sin quitarle la mirada al equipo de radio y Amador corrió hasta el telégrafo para trasmitir la orden a máquinas. Los walkie-talkies de los oficiales se encontraban acomodados sobre la mesa de ploteo, habían sido revisados y comprobado su funcionamiento. -¡Práctico-Habana, Otto que te llama! Esto no cambia, ¿qué carajo estarán haciendo?, ¿no tendrán un operador de guardia? Comenzó a dar síntomas de impotencia y eso era malo, se desahogaría con nosotros hasta el límite de su cuerda y luego lo haría por el teléfono, era necesario calmarlo para que aquellos no se ensañaran con el barco. Era muy sencillo jodernos, lo hacían a menudo cuando el capitán les caía mal. -¡Capitán! Tiene el número cinco en el orden de las maniobras programadas para hoy. Solían decir con frecuencia, tal vez riéndose después de soltar el pulsor del teléfono. -¿Y por cuál van? Preguntaban habitualmente los ingenuos sin darse cuenta que les ofrecían razones para divertirse. –Vamos por la número dos, capitán. Respondían y colgaban sin ofrecer más explicación, entonces, llegaba ese espacio de tiempo dedicado a la meditación y los cálculos. Van por la segunda maniobra programada para este día y son las ocho de la noche, es muy probable que mañana entremos a puerto, no existe otra esperanza con este ritmo. Ellos sabían que te estaban torturando y se reían mientras esperaban otra llamada cargada de ansiedad. Sobre el buró, una botella de Havana Club a medias que fuera regalada por el capitán del último barco en salir, no necesitaban pensar las respuestas a los futuros reclamos.
-¡Capitán! Tenemos problemas con los remolcadores, la lancha de los caberos se rompió, sería una justificación de rutina, la que utilizaban a diario. ¿Por qué no tendrían un vehículo para mover a los caberos como es usual en muchos países? No podían tenerlo, era ilógico. Si lo tuvieran, los caberos se dedicarían a realizar mudanzas o a botear hacia otras zonas de la ciudad para buscarse unos pesos, ¿y la gasolina, quién la pone? Muchas dificultades, papeles, trámites, reuniones, demasiado burocratismo para asignarle un vehículo a los caberos. ¡Qué sigan en su lancha y no jodan, el país está bloqueado por el enemigo! Concluyó el secre del partido en una de las agotadoras reuniones donde se planteó el problema. Tal vez la lancha no esté rota na y Mazacote ande ocupado bajando la pacotilla de los marineros. ¡Tiene que luchar! Siempre se moja con algo, ruedas de cigarros, varos, algún trapito, ¡y hasta jama!, ¿por qué, no? Y se enchumban todos, él mismo, los caberos, los marineros de los remolcadores y hasta el lanchero de los Prácticos. No voy a romperme más la cabeza, estoy cogiendo cuerda y eso es malo, pensó el capitán.
–¡Práctico, Otto que te llama! Otra vez el silencio como respuesta y el molesto ruido que ataca directamente a la paciencia. -¿Tú sabes si el telegrafista le dio mantenimiento a la antena del V.H.F? Preguntó con vagancia y me hice el sordo, no pensaba colaborar en la búsqueda de un inocente para culparlo por aquel silencio que comenzaba a torturarnos. Desistió en volver a llamarlos y aplicó una vieja táctica. -¡Vamos a ver Morro-Habana, motonave Otto Parellada, ¿me escuchas? Su atención Capitanía, aquí la motonave Otto Parellada que te llama. Cambió inmediatamente al canal diez del V.H.F, ellos sabían que lo haría y se cortaron las risas, cambiaron también.
–¡Mambicuba-Habana, Otto Parellada que te llama!
-¡Vamos a ver, Otto Parellada! Aquí la estación de Prácticos de La Habana. Era un truco que no fallaba y el Capitán lo conocía, una llamada a los verdugos pondría a correr a los siervos descarriados. La respuesta llegó inmediatamente.
-¡Buenas noches, Prácticos! Estamos de través con el Morro y a tres millas de distancia. -¡Otto Parellada, aquí Morro!
-¡Otto Parellada, aquí Capitanía.
-Otto Parellada, aquí Mambicuba.
-¡Otto Parellada, aquí Práctico-Habana! Capitán, lamento informarle que el puerto estará cerrado hasta el día de mañana por las perturbaciones atmosféricas que se están registrando, usted debe observar la marejada existente y la imposibilidad de nuestra lancha en salir a recogerlo, cambio.
-¡Para máquinas! Soltó con violencia el teléfono y caminaba desesperadamente por el puente de babor a estribor, corría prácticamente y su maratón no parecía tener fin.
-¡Para máquinas! Repitió Amador y accionó la palanca del telégrafo. La aguja del tacómetro fue descendiendo hasta quedar en cero, unos minutos después nos atravesaríamos a la dirección del viento y la mar, era lo normal, comenzarían nuevamente los molestos bandazos que experimentamos a lo largo de toda la costa cubana.

Tuve el honor y si se quiere, el privilegio de trabajar con grandes navegantes al inicio de mi vida como marino. Hombres a los cuales el gran almirante no hubiera dudado en enrolarlos cuando emprendió aquella loca aventura por descubrirnos. De sus conocimientos y experiencias me nutrí cuando era un simple marinero. Luego, cuando al fin me hice oficial, pude comprender la magnitud de sus proezas. Me prometí algún día ser como ellos, no solo eso, mis ambiciones dictaron un rumbo diferente con el propósito de superarlos, eso deseaba, ser superior a todos ellos.
Los admiré y admiro al extremo de no poder olvidarlos, sus hazañas serían temas de estudio para generaciones posteriores. Yo estaba allí, siempre por delante de mí, tratando de vencer cada dificultad que yo mismo sembraba en mi camino, como una mina que mal pisada te hiciera volar por las nubes. ¿Era malo ser así? Creo que sí, el tiempo lo demostró.
La cuerda del reloj se va agotando y debo rescatar todo lo que me pertenece antes de caer vencido por el cansancio, eso es lo que formará parte de mi equipaje cuando el uniforme final sea de madera. Debo olvidar cualquier manifestación de humildad o modestia, lo que es mío, lo fue y lo será, nunca renunciaré a esa propiedad. Regreso sobre mis pasos para reclamar el título de Capitán que un día me arrebataron, lo haré con todo mi derecho, ese será el regalo que le deje a mis nietos.
Nunca fui agregado de nadie, desde mi primer viaje fui enrolado como Oficial. Pudo haberme ayudado mucho el finalizar los estudios de primer expediente, noventa y ocho de promedio no lo alcanzó otro, solo yo. No fue una gracia o premio de mis profesores, fue el resultado de todo un esfuerzo realizado, superior a mí, agigantado por mis sueños. Todo el amor que comencé a sentir por esa profesión que llenó a plenitud mi vida y le dio un verdadero sentido a mi existencia, iría creciendo con cada singladura, bandazos, pantocadas. Leo a estúpidos que me atacan diciendo que soy un marino frustrado, me río ante la infamia e ignorancia con la que tratan de herir mis sentimientos. Pocas veces uno manifiesta sentirse verdaderamente realizado, el exceso de modestia puede mellar el orgullo de una persona cuando se sabe seguro de sí mismo. Me río ante ese desfile de estupideces y regreso, claro que lo haré para arrebatar la gloria de unas manos a las que nunca pertenecieron, debo hacerlo porque es todo lo que tengo para dejar como legado.
¿Cuántas veces un Capitán de nuestros tiempos legaría sus responsabilidades en un Segundo Oficial? No creo que exista mucho esa posibilidad, aún, contando con una ayuda técnica superior a la de mi época. Recaladas importantes fueron realizadas por mí, poco importa recordarlas ahora, Rotterdam, Amberes, Río Elba, Polonia, Finlandia, Suecia, Tokio, Singapur, Shanghai. Estrecho de los Dardanelos sin Práctico, solo en el puente con un radar de anillos fijos. Canal de Suez con el Práctico orándole a Alá en el cuarto de derrota por más de una hora y pegando la frente a una esterilla traída como equipaje, me dejó solo en medio del Canal, ¿me conocía aquel árabe?, lo dudo. Pero hay seres que si son honestos pueden dar fe de todo esto que les cuento y Calero es uno de ellos. ¿Llegó a director de la Empresa? Sí, muy bueno y querido por todos nosotros, pero no lo hubiera sido si el que escribe estas líneas no lo salvara de una inminente varadura a bordo del buque angolano N’Gola. –¡Cuando determines la posición del buque me llamas! No apeló a otra persona con graduación superior a mí, lo conocía perfectamente y me eligió para esa tarea siendo un simple Segundo Oficial.
Por aquellos que confiaron en mi trabajo no puedo ocultar mi profundo agradecimiento, ellos sabían lo que hacían, pero no siempre delegaban en mí responsabilidades que no pertenecían por esa confianza referida. Mis últimos años como marino sirvieron para escoltar a individuos verdaderamente incompetentes, inútiles, imbéciles. Seres que fueron ascendidos por su incondicionalidad al régimen y porque ostentaban su condición de militantes del partido. Navegación Mambisa fue muy cuidadosa en ese aspecto, por cada Capitán burro que comandara una nave, tendría la necesidad de enrolar a un Primer Oficial con experiencia que llevara el peso de toda la aventura. ¿Ejemplos? Remigio Aras Jinalte, Gabriel Sánchez, Jorge Torres Portela, Arquímides Montalbán, ¿cuántos socotrocos será necesario mencionar como alegato a mi demanda? La lista sería muy larga y ya el tiempo ha pasado, ellos mismos han sido sepultados con la misma pala que una vez enterraron mis sueños.
Quinientas singladuras fueron presentadas formalmente, quinientas singladuras más, quinientas más, ¿no eran quinientas las exigidas para ingresar al curso de Capitán? Sí, solo que la lista de aspirantes debía ser aprobada por el comité del partido y yo no era militante. ¡Claro que era un tipo frustrado! Puede que lo sea aún, no digo yo, todo el sacrificio de una vida destruida por la pluma de un idiota. ¿Qué diferencia existía entonces entre un Capitán y un Primer Oficial? Muy poca, solo algunas asignaturas militares, un poquito más de Derecho y un cursillo diferente de inglés. ¿Algo más? Mienten si afirman lo contrario, porque los programas de esos cursos pasaron por mis manos cuando era profesor de Navegación en la Academia Naval del Mariel. Técnicamente no se había inventado nada en nuestra carrera, la última novedad fue la navegación por satélite y estaba al alcance de cualquier menor de edad, lo otro, lo básico de un navegante, eso se mantenía y se mantiene inalterable.
Nunca tuve dudas de mi capacidad para comandar una nave, no había espacio para tal desconfianza, durante mis últimos años era quien verdaderamente desarrollaba ese papel a bordo de los buques navegados. Sin embargo, mi examen de Capitán lo realicé junto aun hombre técnicamente preparado, solo que los nervios lo traicionaban en los momentos de peligro.

-¡Práctico Habana, Otto que te llama!
-¡Adelante, Otto!
-¡Mira! El buque acaba de arribar de un viaje alrededor del mundo, no resulta fácil mantenerse al pairo fuera del puerto hasta mañana, ya los familiares deben estar esperando por la tripulación.
-¡Correcto, Capitán! Nosotros comprendemos la situación, pero el puerto se encuentra cerrado hasta mañana.
-¡Ven acá! ¿Y si yo logro entrar al buque hasta la Pila Vieja?, ¿ustedes embarcarían allí? Hubo unos minutos de silencio, ¿La Pila Vieja? Así le llamaban los marinos a ese pequeño monumento localizado frente al muelle de Caballerías, exactamente en el cuchillo donde se encuentra la parada de las guaguas que se dirigen hacia el puerto. La oferta era tentadora, significaba prácticamente recogerlos en su casa, ellos radicaban en el antiguo edificio que hace esquina y sirve de fondo al Templete. Se estaban ahorrando el riesgo de una peligrosa maniobra de entrada, subirían al barco y como es de suponer, se abastecerían como era de costumbre, algo siempre se les pegaba por ofrecimiento voluntario del Capitán o solicitud desvergonzada. No es que abrigue el insano propósito de desacreditar a los Prácticos de La Habana, solo reflejar el comportamiento que corresponde a una época donde la inmoralidad tomó como pradera a todo el país. ¿Miento? El Práctico que sacó al buque “Viñales” donde deserté, le robó un par de zapatos al Capitán en una de sus salidas del camarote, así estaban las cosas al nivel de gente considerados profesionales, porque si un mérito no se les puede negar a esos hombres, era el que realizaban maniobras dificilísimas dentro de un puerto casi siempre congestionado y con escasos equipos auxiliares. Si alguien deseaba conocer el verdadero uso del ancla de un barco, tenía que obligatoriamente acudir a la experiencia de esos hombres, pero lo cortés no quita lo valiente.
-¡Otto Parellada, Práctico Habana!
-¡Adelante, Práctico!
-Otto, si ustedes logran entrar, nosotros embarcaremos a la altura de la Pila Vieja. Aquella respuesta esperada garantizaba la satisfacción de algunos productos en franca demanda, no me equivoqué, pero mis deseos de tener relaciones sexuales debía controlarlos, un solo fallo en la maniobra nos lanzaría a todos por el tejado y la primera caída sería en Villa Marista.
-¡Oká, muchas gracias! Procedemos en demanda del canal de entrada. ¡Media avante! Amador movió la palanca del telégrafo y se me quedó mirando, preguntaba algo con sus ojos. El Capitán salió alerón de babor, yo me mantenía junto al timonel.
-¡Oye! ¿Tú no vas a dejarlo entrar? La cosa está en candela. Dijo Amador y no le respondí, unos minutos antes habíamos estado observando el rompimiento violento de las olas en contra de las rocas sobre las que se levanta el faro. El Castillo de la Punta era sepultado constantemente por esas rachas de agua de mar y por el malecón habanero apenas se observaba movimiento de vehículos. Salí en dirección al alerón y me situé junto a él, nos conocíamos desde hacía muchos años y compartimos varios momentos de peligro, pero insignificantes ante el que teníamos frente a nuestra mirada.
-Mi hermano, si fracasas en el intento nadie te va a llevar cigarros al Combinado del Este. Le dije y creo que no escuchó muy bien. Para encontrar el eje de entrada al canal de la bahía, debes aproximarte a una distancia que resulta peligrosísima en estas condiciones meteorológicas. Dios quiso que fuera así, nos regaló una bahía en forma de bolsa extremadamente protegida, ¿cómo la habrán descubierto durante el primer bojeo? Vista a solo una milla desde el mar, La Habana oculta su parte más antigua por una elevación que no solo sirve de protección y trampa a los ojos de quienes la observan, pensándolo bien, esa loma donde se levanta el faro como una vulgar verga y se exhibe a un Cristo en una pose que no se sabe si nos quiere bendecir o lanzarnos alguna amenaza o advertencia, la bahía toma cierto aspecto de cárcel de la que resulta casi imposible escapar. Detrás de esa loma que uno observa como línea continua de la costa a solo una milla de distancia, se encuentran atrapados millones de pestañas que no logran dormir, nidos de ratas con barbacoas, paredes que se desgastan sin dolor con el soplido de los vientos ayudando a aumentar su aspecto leproso. Dicen que las mordidas de las ratas no duelen porque te van soplando en la medida que te devoran, eso le ha pasado a La Habana, todos la muerden mientras soplan o dejan escapar lascivos gemidos de placer o dolor. La Habana, una puta divertida que te abre sus piernas por un pañuelito de cabeza, un jabón o un pan con jamón para aliviar sus insaciables tripas. Allí estaba, bloqueada por ese muro de rocas impenetrable y con su mar de cómplice atravesada, negándote la entrada después de darle la vuelta al mundo cargando sus miserias. La oscuridad que provocan cientos de cúmulos majaderos y que se extiende a cada rincón de sus calles, era rota con intermitencia por las luces de las linternas de los hombres que se encontraban en la proa.
-¡Todo a babor! Gritó metiendo la cabeza por la puerta del puente.
-¡Todo a babor! Repitió el timonel. El buque comenzó a caer lentamente y cuando se puso atravesado a la mar comenzó a experimentar esos bandazos esperados. Entré al puente y le dije algo a Amador.
-Ordénale al Tercer Oficial que vaya para la proa hasta que tú puedas bajar. Pocos minutos después subió al puente y tomó uno de los walkie-talkies. Lo vi avanzar a la proa por la banda de estribor.
-¿Tú me escuchaste? ¡Mira la marejada que hay! La situación en la boca del Morro debe ser extremadamente peligrosa, la mar se encuentra totalmente de través y el buque no va a responder muy bien. Le manifesté cuando estuve nuevamente a su lado, él se negaba a cambiar el sentido de su mirada, lo noté muy nervioso.
-Yo creo que podemos entrar. Fue lacónica su respuesta, algo temblorosa.
-Una cosa es lo que tú creas y otra la realidad. No tienes necesidad de tal sacrificio, tu mujer viaja contigo, esta gente no se merece el esfuerzo que puedas hacer para que vayan a dormir con sus mujeres.
-Podemos intentarlo. Yo sé que podíamos intentarlo, siempre lo hicimos en situaciones de peligro, pero las razones que nos empujaron fueron diferentes, yo no estaba dispuesto a arriesgar mi carrera para que un solo de aquellos hombres se acostara con sus mujeres, no valía la pena el precio de tal sacrificio. Me inclino a pensar que él deseaba probarse a sí mismo, era un duelo peligroso entre su ego y su conciencia donde todos podíamos salir muy mal parados.
-Bueno, vamos a intentarlo, pero en caso de peligro anula la maniobra y esperemos a que se calme la marejada. Tal vez me escuchó, eso pienso, aunque no puedo asegurarlo, era un hombre demasiado terco cuando tomaba una decisión.
-¡Full avante! Amador accionó la palanca del telégrafo y la nave se estremeció cuando aumentaron las revoluciones de su máquina. El gobierno era pobre y la fuerza del mar lo empujaba contra la costa. ¡Veinte grados a babor! Volvió a gritar asomándose por la puerta del puente.
-¡Veinte grados a babor! Respondió el timonel mientras el buque continuaba aproximándose peligrosamente al malecón habanero. De repente, la noche se hizo más negra que de costumbre y rompió un fuerte aguacero que limitaba la visibilidad.
-¡Métele todo a babor! Cancela la maniobra hasta que pase esta turbonada.
-¡Todo a babor, emergencia avante! La proa trataba de luchar en contra de las olas que le llegaban desde el norte. Poco a poco logró imponer su voluntad y pasamos a menos de un cable de las rocas contra las cuales chocaba con violencia el mar Con rumbo norte nos íbamos alejando de la entrada, el Capitán bajó a su camarote mientras permanecíamos Amador, el timonel y yo en el puente. Mantuvimos el mismo rumbo hasta alejarnos unas siete millas de la costa, una vez allí paramos máquina y esperamos por su regreso.
-¡Vamos a intentarlo de nuevo! ¡Media avante! Su rostro había perdido el brillo, era indudable que se había lavado la cara cuando bajó al camarote, quizás para calmar sus nervios, tal vez obedeciendo las órdenes de su mujer, un hombre no es suficientemente bueno si no lo acompaña la sombra de una buena capitana y ella lo era. Otra vez caímos a un rumbo totalmente perpendicular al malecón habanero, era lo usual y casi siempre desarrollado a la altura del hotel Nacional, teníamos la sensación de continuar con el buque Rampa arriba, luego, unas cuartas antes de tener de través al faro del Morro, se ordenaba caer todo a babor en demanda del canal de entrada. Yo conocía a la nave mejor que él por mi tiempo a bordo de ella, no solo por esa razón, la mayor parte de las maniobras realizadas las delegaron en mí, tenía una idea bastante exacta de su diámetro táctico, cómo era capaz de responder a las órdenes del timón con la mar por la popa, aletas, través, amuras, proa. Ese buque era mi mujer de turno y sabía cómo se meneaba en la cama, yo lo aventajaba en el dominio de todas sus debilidades. Lo dejé solo en el alerón y entré a impartirle órdenes a Amador y al timonel, su nerviosismo aceleró que tomara esa decisión y lo hacía para protegerlo a él y la nave.
-Amador, repite las órdenes que te de el Capitán, pero solo obedece las mías, ya sabes lo que te quiero decir. Amador no era un tonto, fue compañero mío de estudios durante el curso de Primer Oficial, se encontraba ocupando la plaza de Segundo Oficial cumpliendo una sanción administrativa, no recuerdo en cuál barco hundió a un zampán chino con víctimas incluidas, pero eso le puede pasar a cualquier navegante que ande por esos rumbos, las imprudencias de esos pescadores siempre tienen resultados fatales.
-No hay líos, eso fue lo que te dije. Fue toda su respuesta.
-Timonel, voy a estar al lado tuyo, responde las órdenes que te de el capitán, pero cumple las que yo te diga. ¿Comprendido?
-¡Como usted ordene, Primero! Era un tipo serio que había estado escuchando todo el intercambio de palabras entre Amador y yo, no fue necesario insistir para que comprendiera lo difícil de la situación que se presentaba, me conocía de viajes anteriores y de otros barcos, es una pena que ahora no recuerde su nombre.
-¡Todo a babor! Gritó el Capitán desde el alerón.
-¡Todo a babor! Repitió el timonel.
-¡Timonel, todo a babor! Le dije bajito.
-¡Timón a la vía! Busca el mechero de la refinería. Gritó el Capitán.
-¡Timón a la vía! Buscando el mechero de la refinería. Respondió el timonel.
-¡Mantén quince grados a babor y ponle la proa al faro del Morro! Le ordené.
-¡Proa al faro del Morro! Respondió bajito.
-¡Diez grados a estribor! Ordenó el Capitán.
-¡Diez grados a estribor! Respondió el timonel.
-¡Timón a la vía! Trata de calzar la caída, ponle la proa a la boya de entrada.
-¡Calzando la caída y poniendo proa a la boya de entrada. Me respondió el timonel mientras una enorme ola levantaba a la nave y jugaba con ella como si se tratara de un barquito de papel. De pronto, nos enfilamos con violencia hacia el castillo de la punta.
-¡Veinte grados a babor! Se escuchó desde el alerón. ¡Veinticinco! ¡Todo a babor! ¡Timón a la vía! ¡Listas las anclas! ¡Diez a estribor!
-¡Repite, repite las órdenes! Le dije al timonel.-¡Pon todo a babor! ¡Amador, toda avante!
-¡Todo a babor! Respondió el timonel.
-¡Toda avante! Dijo Amador. El buque respondió a las órdenes que se le impusieron y la proa se apartó, pasó a solo unos metros de los arrecifes que protegen al Castillo de la punta.
-¡Media avante, Amador! Timonel, busca ahora el mechero de la refinería, ponle diez grados a babor para buscar el centro del canal.
-¡Media avante!
-¡Buscando el centro del canal!
-Amador, pon poca avante y dile al pañolero que coloque la escala de Prácticos por estribor. ¡Vete para la proa!
-¡Poca avante! Mi hermano, te felicito, eres un caballo. Me extendió su mano sincera.
-¡Coño, Primero, usted es un animal! Lo felicito.
-Dejemos todas estas mierdas y vamos a felicitar al Capitán. Yo fui el primero en extenderle la mano, el buque se desplazaba lentamente por el canal de entrada, una larga pitada estremeció cada rincón de La Habana Vieja. Un grupo de niños y mujeres corría paralelo al barco en un tramo del malecón, gritos van, gritos vienen, mis hijos estaban en ese grupo, nunca tuvieron idea de la proeza desarrollada por su padre esa noche. En el salón de tripulantes de corrió la noticia y fueron muchos los que se acercaron a felicitarme, respetando la ética profesional lo negué.
El tiempo se acaba, la lista de los míos y los de mi generación va disminuyendo, debo estar preparado. Salgo apurado y trato de recoger todo lo que es mío, no es mucho, no lo hago por vanidad o avaricia, es solo una necesidad. Tengo poco, casi nada, solo dejo mis glorias y orgullo archivadas en cada una de mis líneas. Mañana, cuando no estemos, un día, nuestra memoria servirá para amenizar una fiesta cualquiera, y todos, cada uno de los presentes, tratará de justificar su existencia. Entonces, solo así, reverdecerá por unos minutos el recuerdo de esos abuelos y cada uno tratará, quizás exageradamente, regalarles historias, fábulas, epopeyas y cuanto recuerdo puedan rescatar del olvido al que en vida sepultaron con la indiferencia. Yo solo les ahorro ese trabajo, no tendrán necesidad de mentir o exagerar. Nunca llegué a Capitán, ese título me lo robaron por mis discrepancias ideológicas con el sistema imperante en mi país, pero ese día, el día que logré meter al buque Otto Parellada en la bahía de La Habana, ese día les arrebaté mi título de las manos, comprobé lo que yo sabía, hacía mucho tiempo que yo era Capitán.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-12-28

¡TODO A BABOR! YoenelOttoParellada

Esteban Casañas Lostal
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