EL GALLO CENIZO ***Por Esteban Fernández
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EL GALLO CENIZO ***Por Esteban Fernández
Si yo les hago la pregunta a mis amables lectores: ¿Cuál es el animal más valiente? Estoy seguro que casi nadie estaría de acuerdo conmigo. En mi encuesta personal sólo Luis Crespo y Aldo Rosado concuerdan con mi creencia.
Muchos responderían que el oso, otros que el tigre y la inmensa mayoría diría que el león. Yo sostengo categóricamente que se trata del gallo fino de pelea. El fino de verdad.
Todos los animales por muy fieros que parezcan se rajan ante un zarpazo, un trancazo o ante el río de sangre que brota de su cuerpo. Hasta un potente ruido o los tiros de un rifle pueden ahuyentar a la más peligrosa de las panteras. Mientras, los gallos finos no se huyen jamás. Los que se acobardan son porque sus progenitores no poseen una genuina alcurnia.
Si usted va a una lidia de gallos y ve que uno sale corriendo despavorido eso solo tiene una explicación: no es completamente fino, tiene unos genes corrientes. El verdadero gallo se muere hasta combatiendo contra su silueta en un espejo.
Recuerdo que yo tenía una gallina ceniza jerezana preciosa, y en un descuido la pisó el gallo del vecino que no era genéticamente puro, tuvo un montón de pollitos “plebeyos”, entre ellos uno gris lindísimo que creció para convertirse en un animal digno de observar.
Yo estaba tan embullado con el gallo cenizo que quería llevarlo a un concurso de criadores en El Vedado. Era enorme y mi hermano Carlos Enrique que era más realista que yo me decía: “Estebita, es demasiado grandulón para ser verdaderamente fino, ese gallo es capirro”…Yo le contestaba: “Lo que pasa que a ti te gustan los kikirikis”
Los muchachos del barrio me daban cranque para que lo lanzara al ruedo. Yo me resistía pero inflaron mi vanidad y me ocupé de cuidarlo esmeradamente, lo llevé a atusar y descrestar para tenerlo listo y lanzarlo a pelear a la gallería. Robertico “El Pinto” García Curbelo le enseñó el cenizo al dueño de la valla llamado Francisco Vila, este le dio un vistazo y no pareció impresionado con mi gallo pero le dijo sin ningún entusiasmo: “Dale mucho pienso, dos o tres onzas de maíz diarias, tírale pellejitos de carne y trata que coma unas bolitas de plátanos mezcladas con huevos”…
“Julicho” O’Hallorans le decía a todos los vecinos: “¡Mira a este gallo, es gigantesco, mucho más grande que todos los gallos del “Club Gallístico Mayabeque”, va a masacrar a cuantos gallitos se enfrente!”… Pero mi hermano insistía: “Va a poner pies en polvorosa al primer espuelazo”… Al fin Robertico lo llevó a pelear. Y, efectivamente, al ver la primera gota de sangre salió “mandado”. Un buen amigo que para seguirme la corriente había apostado a mi gallo sospechando que perdería lucía molesto mientras me decía: “¡Por culpa tuya perdí cinco pesos!”
Pero cuando el gallo es verdaderamente fino, hijo, nieto, y bisnieto de gallos de pura raza, no retrocede nunca. Usted lo ve tirado en el suelo, le han sacado ambos ojos y sigue dando guerra hasta el final, hasta que se muere o cuando compadecido su dueño lo levanta y lo saca de la pelea. Es decir que el que se acobarda no es el gallo moribundo sino su propietario.
Yo he visto a un gallo blanco que solamente sabía que fue blanco porque lo vi blanco al comenzar la pelea porque ahora estaba rojo, tinto en sangre, e increíblemente ganó la contienda.
Y todo este enorme preámbulo es para decirles que cuando usted vea o conozca a un anciano cubano patriota, o hable con su abuelo quien después de haber padecido muchas decepciones en la lucha contra el castrismo, lleno de achaques, todavía se siente en pie de guerra enfrente de los que destruyeron, se adueñaron y oprimen a su patria viva convencido que ese viejito es un verdadero gallo de pura cepa. Y el que se raja es porque es capirro.
Dos semanas más tarde -por las heridas o por pena- moría aquel bello gallo cenizo que al primer rasguño corrió más rápido que “El Andarín” Carvajal en sus buenos tiempos. Muy arrepentido y triste por haberlo puesto en peligro innecesariamente abrí un hueco en el patio de la casa de la avenida Juan Rodríguez en el Residencial Mayabeque, al lado de la mata de guayabas lo enterré y sin lugar a dudas ese fue un día malo para mí.
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