MI BARCO (VII) PASO DEL SOL POR EL MERIDIANO
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MI BARCO (VII) PASO DEL SOL POR EL MERIDIANO
MI BARCO ( VII )
PASO DEL SOL POR EL MERIDIANO
Mi número de expediente 3009 había sido cambiado al de 6264 y a partir de ese momento pasaba a integrar las listas del “Departamento de Cuadros”. Algo distante quedaba también el 34596, aquel número de expediente correspondiente a Capacitación con el que viajara mi primera vez y no cambiara hasta que Veliz me nombró timonel. Simples números lograban que experimentara alguna transformación en mi vida y le brindaba la importancia que no tenían, eran solo eso, simples números.
Me presenté nuevamente en el “Jiguaní, mi hoja de enrolo decía “Agregado de Cubierta”, habían transcurrido más de cuatro años desde aquella primera vez y estaba consciente de que ya mi camarote se encontraría por encima de la cubierta principal, dos cubiertas por encima de ella, para ser más exacto.
La tripulación me recibió de la misma manera que se hace con un atleta que regresó de la Olimpiada, al caso era igual, yo lo hice con la medalla de oro y ellos la celebraron como suya, era muy querido entre mi gente. Los miembros de cubierta se mantenían en sus puestos, solo el lugar abandonado por mí fue ocupado por otro timonel. Raúl Hernández Sayas salió de vacaciones y lo lamenté mucho, podía aprender aún más bajo su supervisión. El tiempo empleado por los puertos del interior del país, estuvimos bajo el mando del Capitán Lapido. Un viejo bonachón y medio calvo que usaba lentes con cristales del grueso del fondo de una botella. Recuerdo que pasamos un pequeño susto a la salida de Cárdenas, el buque se salió del eje del canal y su costado tocó las rocas de su pared por la banda de estribor. Se estremecieron todos los palos y el Práctico logró enderezarlo. Cuando subimos a dique en reparación posterior, notamos la falta de unos tres metros de la quilla de balance. Ramón Lapido abandonó la isla por la década de los ochenta, murió siguiendo las viejas tradiciones marineras, se hundió con su barco, pero no encuentro una fecha precisa de ese triste acontecimiento, solo dan como referencia que ocurrió en el lago Maracaibo.
De regreso a La Habana fue relevado por el Capitán Héctor Fernández, un blanco bajito que venía de las filas de la Empresa de Navegación Caribe. Casi rubio y colmado de pecas, andaba siempre con los labios cuarteados, usaba también espejuelos de alta graduación. Era muy buena persona, noble en extremo para nuestra idiosincrasia y el puesto que ocupaba en el barco. Indiferente a las decisiones tomadas por los que ostentaban cargos políticos a bordo, quienes poco a poco y probando fuerzas, iban imponiendo su voluntad, caprichos y métodos muy alejados de la vida y tradiciones marinas. Una vez tuve el atrevimiento de llamarle la atención y decirle sin tapujos que se pusiera los pantalones como capitán del barco. Su respuesta se ajustó a la corriente adoptada por nuestro pueblo, no deseaba buscarse problemas.
Luís R. Del Valle, quien había embarcado años atrás como agregado de cubierta, era la persona que ocupaba la plaza de Primer Oficial. Un hombre muy decente y técnicamente bien preparado. Tuvo el mérito de haber soportado los rigores a los que son sometidos los guardiamarinas siendo mayor de edad, hace un tiempo recibí la noticia de que estuvo mucho tiempo sin barcos cuando desapareció la flota, flaco y al parecer enfermo. Es otro de los buenos que ya nos dejó y Dios lo debe tener a buen recaudo.
La nota relevante de esa tripulación la ocuparon varios personajes muy famosos, solo me voy a ocupar de dos de ellos por encontrarse directamente vinculados a mí. Como Segundo Oficial iría Fernando Miyares Gutiérrez, ya le he dedicado algunas páginas a este incompetente y no merece el honor de ser destacado en mis líneas. Desgraciadamente no puedo ocultarlo y regresa otra vez. Hasta el momento de mi enrolo, Miyares ocupaba la plaza de Tercer Oficial y el partido, defensor de su militancia, ejerció todo su poder e influencias para que fuera ascendido al cargo superior. Aquella maniobra me benefició también, influyeron dos factores a mi favor que fueron tomadas en cuenta para saltar inmediatamente al cargo de Tercer Oficial sin pasar por la etapa de agregado. Yo había sido el primer expediente de mi promoción y me conocía al dedillo aquella nave donde había navegado como timonel y pañolero. No hace falta mencionar las magníficas relaciones que mantenía con todos los tripulantes, privilegio negado a Miyares, persona no grata a bordo y detestado por la mayoría de ellos. No se hizo esperar, inmediato cambio de camarote y entrega formal del cargo antes de partir.
Sufrí como nadie ese proceso de transición mental por el cambio de simple marino a oficial, durante un largo tiempo pensaba y actuaba como marinero. Me reunía a compartir con mi gente en su salón y renunciaba a dejar de disfrutar todas las juergas que acostumbramos en nuestras salidas a tierra. Involuntariamente mantenía cierta distancia de la oficialidad, lo que provocaba aumentara las simpatías de la gente hacia mí. Me estaba convirtiendo además en un oficial populista que se tomaba en serio los reclamos de la marinería, más que oficial, actuaba como cualquier dirigente sindical y eso no era bien visto por la oficialidad del buque aunque a mí no me preocupara. Muy tarde me di cuenta que los tiempos comenzaron a cambiar y que maliciosamente o inocentemente, yo estaba siendo utilizado por personas que tenían miedo a reclamar sus derechos. No muy tarde me puse a pensar en todo aquello que ocurría y llegué hasta una pregunta, ¿soy indio o cowboy? Tuve que ir cambiando el rumbo unos ciento ochenta grados, yo me había graduado de cowboy y esa misma gente a las que tanto defendí, no se ocultaron mucho para realizar sus traiciones, me miraban en el fondo como lo que era, no como el simple indio que compartió arcos y flechas en su tribu.
Otro de esos personajes peligrosos que desfilaron por aquella nave, reducto de las últimas buenas tripulaciones que tripulé, fue el sobrecargo “Arsenio”. Ya le he dedicado también sus líneas, solo puedo sintetizar su personalidad diciendo que hijoputas como él solo se logran en un laboratorio. Iba ocupando la secretaría del partido a bordo y se destacó por ese rancio extremismo impuesto en nuestra tierra.
La flota se vio incrementada en personal por otro gran grupo de muchachos, esta vez pertenecían a un contingente conocido como “Los Plataneros”. Todos eran de origen campesino y se ganaron ese apodo por su permanencia en un plan de cultivos de plátanos, les pasó lo mismo que a mí para poder embarcarse. En su afán por eliminar toda señal del sistema anterior y con aquella moda del “hombre nuevo” idealizado por Castro y el Che, nuestra flota se vio invadida por esos guajiritos. Pensaron que ellos serían la solución a los problemas ideológicos que se aferraban a nuestras vidas, muy simples cuando los observas desde un prisma diferente, pero se equivocaron, esos guajiritos se convirtieron en los primeros depredadores que existieron en nuestra marina mercante. Las puertas de los camarotes aprendieron a cerrarse mientras dormías por temores a los robos que se producían de noche, tampoco seré injusto, debo reconocer que los hubo muy buenos entre ellos.
Esteban Casañas, Luís Castell, Venancio Galarraga y Esmildo Rodríguez en la popa
Partimos para Japón con la planificación de una reparación general en Hong Kong, la sola mención de este último país era razón de felicidad entre todos los marinos, era uno de los más baratos del mundo y valía la pena el sacrificio de más de treinta días de navegación para alcanzarlo.
Ya he mencionado cuáles son los sentimientos y todo lo que fluye por la mente de una persona que, sorprendido por la vida, se encuentra un día solo en el puente de un barco ante un enorme radar. Del Valle me entregó la guardia recordándome los puntos donde debía cambiar de rumbo, lo hizo muy simple, confiado encontrarse ante un experimentado navegante. Mis ojos recorrían la carta sin comprender mucho, estaba nervioso, muy nervioso, pero me negaba a demostrarlo y debía proceder con calma si deseaba alcanzar el éxito. Otros ojos, los del timonel, se encontraban fijos en cada uno de mis movimientos, cualquier fallo recorrería los oídos de quienes me conocían y esperaban algo de mí. Cuando la vida pone una oportunidad ante tus manos, debes interpretarla como un desafío y enfrentarla con valor si deseas ser algo o, tener al menos alguna hoja en tu almanaque para arrancarla un día y poder sentir orgullo de ti mismo. Ese fui yo en aquel momento, un tipo fajado con el destino que me había tocado. Se requiere mucha ecuanimidad, paciencia, serenidad, capacidad de razonamiento. Las pendejadas y temores no deben tener espacio en situaciones como esas, debes actuar y estar muy relajado. Salí a fumarme un cigarrillo al alerón del puente y fui recorriendo cada una de las clases recibidas buscando el método apropiado a las circunstancias, los más sencillos que me sacaran de aquel atolladero. Arranqué con marcaciones y distancias a tierra por radar, yo sabía que dos líneas isométricas no me daban una posición segura, algo era algo, una idea. Rompí con tres y siempre aparecía ese molesto triángulo de errores, tenía que ser más rápido y memorizar bien los valores obtenidos. Las cosas fueron mejorando y decidí salir hasta el repetidor de giro, las marcaciones visuales son más confiables, ¿eran los faros realmente?, hay que identificarlos. Una guardia muy ocupada, posiciones cada cinco minutos y hasta menos, cambios de rumbo en los puntos planificados, entrega de la primera guardia con el buque pisando la línea de rumbo trazada en la carta. Miyares fue mi relevo a las doce de la noche, preguntó más de lo debido y se detuvo mucho tiempo en las anotaciones realizadas en el diario de bitácora.
Se me acabó la tierra al siguiente día, solo unas palabras a la hora de la entrega, ¡calcula la hora del paso del sol por el meridiano!, es muy importante. Ya había subido al puente con mi libreta de astronomía y cuando estuve solo busqué el método adecuado. Declinación y latitud de diferentes nombres, todo deseaba tenerlo en cuenta, la calculé y me sentí contento, era la primera vez. Voy a esperar que el sol gane en altura para tomar rectas, durante ese tiempo revisaba mis anotaciones, pero algo me falló en infinidad de intentos y todas las rectas obtenidas daban en casa del carajo. Salía por cualquier área del puente y bajaba el sol por la aleta, popa, banda contraria, me desesperaba. Encendí otro cigarrillo en el alerón y no le decía nada al timonel, tampoco me comprendería, ya había pasado por su lugar. El sol sale por el este y se pone por el oeste, llevamos tal rumbo y nuestra latitud es mas cual, ¿qué carajo ando bajando el sol por cualquier lado? Debo hacerlo por la aleta, ¡bingo!, adiviné y continué. No sé si esa primera guardia realicé más de treinta cálculos para plotear unas cinco rectas, las hice simultáneas y vi que se cruzaban en un punto, no deseaba dejar una basura que le diera oportunidad a Miyares para hablar mierda.
En el Pacífico se declaró la guerra, ya les dije que conocía al dedillo aquella nave. En los horarios de la tarde me ponía ropa de faena y salía con el libro de armamento del buque a comprobar si lo que Miyares había reflejado en su acta de entrega era cierto. La premura durante la salida del buque no permitió detenerme mucho tiempo en esas exquisiteces, pero la tranquilidad de ese océano y tiempo restante hasta el próximo puerto, me ofrecían la posibilidad de conocer a profundidad qué tenía en mis manos. Extintores vencidos, mangueras contra incendio podridas, palancas de disparo del cuarto de CO2 calcinadas, sistema de espuma de la caldera fuera de servicio, botes salvavidas con los alimentos vencidos, balsas salvavidas inflables vencidas también. ¿Qué carajo hacía este militante en su cargo? Fue mi primera pregunta y le pedí explicaciones, solo obtuve falsas justificaciones y evasivas, tampoco estaba dispuesto a cargar con las responsabilidades por todo lo encontrado. Le hice una solicitud de materiales y reparaciones que entregué al Primer Oficial. El capitán me llamó y lo puse al corriente de la situación, tocaron los tambores de guerra.
No solo dominé perfectamente las rectas del sol y cálculos de las meridianas, ya estaba en condiciones de seguir adelante y practiqué todo lo que el sol ofrece a los navegantes. Cuando la Luna se ponía a disparo la combinaba con el astro rey, no necesitaba esperar a la hora de la meridiana para obtener una posición fija. Pensé entonces que muy bien podía descubrir dónde se escondía Venus y le metí manos al uso del Star Finder. Actualizaba las posiciones de los planetas sin que Del Valle lo solicitara, luego le explicaba. Pasaba minutos, muchos, buscando a Venus y un día lo encontré como un diminuto punto, posición fija.
Mis ambiciones de conocimientos nunca se detuvieron y me ayudo demasiado en los imprevistos que ocurrían en esta profesión. Gustaba andar como los bueyes, delante de la carreta. Ese mismo viaje dediqué mi tiempo libre a practicar las estrellas con Del Valle, subía casi todas las tardes despejadas, renuncié a los placeres que ofrecían aquellas tertulias tan populares de los salones del barco.
Miyares hizo todo lo posible por bloquearme, subía al puente cuando la hora del paso del sol por el meridiano coincidía en mi guardia, pero eso le fue permitido hasta un día, uno de esos que el capitán se dio cuenta que yo había bajado a almorzar antes de tiempo.
-¿Por qué estás aquí? Preguntó delante de toda la oficialidad.
-Porque Miyares subió a tomar la meridiana.
-¿Y tú no sabes hacerlo?
-Yo, sí, pero como él es el Segundo Oficial…
-Sí, pero la meridiana cayó en tu guardia.
-¿Y qué quiere que haga si él sube y me pide que baje?
-¿Qué quiero? Que no bajes más, deja el plato de comida y vamos para el puente… Miyares, ¡retírate, yo voy a tomar la meridiana con el Tercer Oficial! El enano indeseable soltó el sextante y cronógrafo, los tomé a la señal del capitán y salimos al alerón.
-¿Cuánto tienes de altura?
-Sesenta y cinco grados.
-¿Qué observas?
-Que continúa subiendo.
-¿Cuánto tiene ahora?
-Sesenta y cinco con seis minutos.
-¿Qué observas?
-Se detuvo, comienza a morder el horizonte, ¡listos!, arranco el cronógrafo.
-¡Listo! Calcula la posición y luego subo a comprobarla. No quiero que vuelvas a bajar, ahora mismo voy a hablar con él. Dicen que le echó tremenda descarga cuando se encontraron en el comedor, los tambores de guerra sonaron más fuerte.
Estuvimos cerca de un mes en Hong Kong y luego partimos para China, el ambiente en el barco no era el mismo, Arsenio tenía revuelto el panal y como es de suponer, contaba con el apoyo de elementos como Miyares. Por fortuna fue relevado a nuestra llegada a La Habana, su lugar fue ocupado por Carlos Palacios, un gordito conocido en la flota como “El Caguamo”, muy buena gente y torpe, algo infantil y con algunas lagunas técnicas. Venía del remolcador Caribe y me cayó muy mal durante su presentación en la lancha que nos conducía al fondeadero.
-¿De cuál promoción eres? Preguntó con malicia y pude percatarme de que había sido envenenado por Miyares, trató de humillarme, sabía perfectamente que yo no era egresado de la academia naval.
-Compadre, yo soy “F1”, ¿no te lo dijo Miyares? Se quedó callado y salimos a navegar esa noche con destino a Venezuela. Los cronómetros se encontraban parados y no le dije nada, esa era parte de su responsabilidad.
Cuando superamos el último pedazo de costa cubana y no aparecía nada en el radar, le recordé al caguamo que los relojes se encontraban parados. Fue cuando decidió deponer su postura arrogante y se transformó en un buen muchacho. Yo mismo le enseñé a sintonizar la emisora que transmitía la hora GMT por el gonio y le arranqué los aparaticos. El problema siguiente ocurrió el día posterior, Carlitos se había olvidado de todas las fórmulas utilizadas para determinar la posición del buque con ayuda del sol. Continué en su guardia hasta determinar la posición del buque por la meridiana y a partir de ese instante nos convertimos en buenos compañeros de trabajo.
Esteban Casañas en la popa del Jiguaní
El buque “Jiguaní” fue el primero en arribar a Puerto Cabello después de varios años de aislamiento, el último contacto naval entre los dos países fue el encontronazo producido por el pesquero Alecrín, detenido en ese país bajo la acusación de estar introduciendo armamento a las guerrillas de Douglas Bravo. Comenzaría un proceso de acercamiento que culminaría en una dulce Luna de Miel con el régimen de Castro, oportunidad muy bien aprovechada por este bicho para irle introduciendo a Venezuela las bacterias que actuarían e infestarían ese país a largo plazo, solo era necesario un poco de paciencia para llegar hasta la situación actual.
Utilizaron el mismo truco, brindar una imagen edulcorada de nuestro país y no puede negarse que eran exitosos en esas maniobras. Los idiotas caían como moscas y salían de nuestro buque hablando maravillas, éramos el ejemplo a seguir por esa América india y mestiza que los yanquis no se cansaban de templar y dejar preñada.
El departamento de cámara fue reforzado con la presencia de uno de los mejores mayordomos de la flota, el negro “Baró”, quien su experiencia en estos menesteres lo obligó a prepararse para lo que venía en camino, una pachanga de celebraciones que se extendería por alrededor de un mes. Constantes banquetes, brindis, cócteles, fiestas, protocolos muy amenizados de esos discursos revolucionarios tan necesitados en esta parte del mundo. Borracheras en nombre de la paz y solidaridad entre los pueblos, pura fiesta. Fuimos abastecidos por CUBALSE cuando todavía Navegación Mambisa era la proveedora de sus buques, claro, servidos con productos de pésima calidad. En esa oportunidad hasta los cigarrillos consumidos por la tripulación eran de calidad exportable, nada, que a la hora de engañar a cualquiera no hay quien supere a estos comunistas de mierda.
La situación del país había mejorado algo, muchos ilusos se arriesgaron a pronosticar la desaparición de la libreta de racionamiento, al menos la dedicada a productos industriales. Las vidrieras comenzaron a llenarse de artículos ausentes durante varios años. Tuvo que ser una maniobra dedicada a silenciar el fracaso de aquella locura de la zafra de los diez millones, batalla perdida y donde se invirtió todos los recursos disponibles. Ropa elegante y de buena calidad se importó desde Panamá, aparecieron los blúmers de mujer y no era necesario apagar la luz cuando entrabas a una posada, la gente se llenó de esperanzas y creyó todavía más en el “socialismo”.
Venezuela me regaló una de las historias de amor más hermosa de mi vida y salí de esas tierras con el corazón dividido en dos. Gratos recuerdos de Puerto Cabello, Valencia, Caraballeda, Yaracuy y ese deslumbrante Caracas que te hipnotiza desde la Cota Mil. Gente alegre y dicharachera como nosotros iba quedando por la estela del buque mientras nos dirigíamos a Paramaribo con el propósito de completar nuestra carga.
El equipo que trabajaba en el departamento de máquinas era espectacular, todos empíricos, magníficos mecánicos que hicieron carrera a golpe de cambiar pistones. Orlando del Río era el Jefe de Máquinas, salió de Cuba cuando el Mariel y según me contaron, este excelente ser humano tuvo que soportar “actos de repudios” encabezados por esa chusma conocida por pueblo. Le seguía en el cargo Raúl Romero, otro flaco que valía oro, todos eran muy unidos.
A nuestro regreso a La Habana fui sometido a un intenso interrogatorio por parte de tres agentes de la inteligencia cubana, todas sus preguntas estuvieron dirigidas a saber cada uno de mis pasos por Venezuela. Aquella muchachita perteneciente a la clase media alta de ese país podía ser un agente de la CIA, no podíamos divorciarnos de ese fantasma tan molesto, el amor entre dos jóvenes no se encontraba comprendido en la agenda de estos segurazos. Pude escapar, la historia de ese evento se encuentra en mi trabajo titulado “Venezuela un amor”, muy extenso y con lujo de detalles.
Partimos para Europa, pero esta vez bajo el mando de Raúl Hernández Sayas, un verdadero capitanazo. Carlitos Palacios fue relevado por Fernando Miyares nuevamente, se reanuda la guerra y comienzan a sonar los tambores. Recorrimos lugares conocidos por mí con esa ansiada escala en España, Cádiz es una bendición para el que desee divertirse, algunas de sus calles y el carácter alegre de su gente hace que te sientas en La Habana. ¡Claro! Con pintura y comida.
Otro viaje a Montreal y la mente fija en unas merecidas vacaciones. Reservación para el hotel Los Jazmines, desenrolo, entrega de documentos en la empresa y, ¡sorpresa!, se jodieron las vacaciones.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-03-28
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