BARCO MALO, BARCO BUENO
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BARCO MALO, BARCO BUENO
BARCO MALO, BARCO BUENO
El tiempo de los barcos buenos fue muy corto, yo solo agarré un pedacito. Llegabas en la lancha cuando el buque se encontraba fondeado y allí estaba esperándote un buen desayuno. Trabajabas con fuerzas, deseos, interés, te preocupabas por mantener lindo al barco que siempre consideraste como tuyo. Poco importaba que arribaran el día anterior del extranjero ni que el viaje durara seis meses, después de aquel fuerte desayuno te preparabas para bajar en la balsa y darle mantenimiento al casco. Los de máquinas continuaban con su plan, limpieza de cámaras de barrido, sustitución de camisas o pistones, etc. La vida continuaba como si nada hubiera ocurrido, luego, te dabas un bañito y pasabas al comedor donde te esperaba un no menos agradable almuerzo. ¡Qué tiempos aquellos! Aquellos donde daba gusto sentarse a la mesa porque los mayordomos eran mayordomos leídos y escribidos. ¡Hasta los camareros! Estos personajes pasaban sus cursillos en el hotel Sevilla, no eran improvisados tampoco, como ocurrió cuando los barcos se convirtieron en malos.
Fue bastante corta aquella racha de bonanza, la gente la apodó como el de las vacas gordas, tampoco fueron muy gordas que digamos ni todos disfrutaron esa saludable obesidad.
No podíamos quejarnos, buena alimentación, un salario algo bajo que se compensaba con la venta de cualquier articulillo, cigarros a bemba suelta, pagos de horas extras. ¡Y pocos chivas a bordo! No puedo dejar pasar por alto este importantísimo detalle de nuestras vidas y la de aquellos barcos. ¡Qué tranquilidad se respiraba! Hasta se dormía con las puertas de los camarotes abiertas, no se hacía por capricho tampoco, aquellos viejos marinos nos decían que en caso de varaduras o colisión, las puertas y mamparos se podían desajustar y quedar atrapados. ¡Nada! A dormir con ellas abiertas de par en par, sin susto.
Nadie se tenía que romper la cabeza, ni el mayordomo para confeccionar el menú, ni el contramaestre para mandarnos a trabajar, ni el Primer Oficial para confeccionar su plan de trabajo, ni el Jefe de Máquinas tampoco. Todo era felicidad, bueno, casi, porque hablando en plata, eso nunca se logrará totalmente dentro de un grupo integrado por cubanos, es como una terrible maldición, una especie de mota negra. ¿Y el Capitán? ¡Ahhhh! A darse buena vida y a disfrutar las comisiones recibidas, que en aquellos tiempos eran aceptables, no mucho, pero no estaba tan disparado el costo de la vida. Asignación para gastos de representación ilimitados, de vez en cuando una noche con una geisha durante los viajes a Japón. ¡Qué rico lo hacen las japonesas!, eran capaces de alardear ante nosotros, ¡lo tienen chiquitito! Entonces, lograban despertar aún más nuestro apetito y curiosidad. Les pedíamos, infantilmente, ingenuamente, cándidamente, sanamente que, profundizara en los detalles. ¡Apenas tienen pelitos! Pero cuando iban a continuar casi siempre eran interrumpidos por la campana del comedor. ¡Qué tiempos más buenos, entrañables! Hasta la campana del comedor fue sustituida por una marimba algo cara, pero de un sonido más dulce y relajante que se trasmitía por los intercomunicadores del barco.
Pero bueno, no todo era perfecto, como había plata se botaba a diestra y siniestra. Vengan camiones de pintura para pintar al buque en cada viaje, balsas y guindolas colgaban eternamente como guirnaldas humanas de los cascos y superestructuras, nunca se paraba. Un poquito más tarde fue peor, se enrolaron unos bichitos que a cada rato convocaban a trabajo voluntario para pintar en cubierta, cámara, máquina y ni el ancla escapaba de esa invasión de rolos y brochas. ¡Venga pintura! Estamos ganando. ¡Ojo! La banda de estribor era sagrada, ésa era la que se mostraba al malecón cuando se entraba a La Habana. No sé por qué, pero pienso que algunos capitanes, los que entraron después de los buenos tiempos o agarraron el final de las vacas gordas, siempre pensaron que el director de la empresa los podía observar desde su oficina. Tampoco me explico cómo, nuestra empresa se encontraba a cuatro cuadras del malecón y bloqueada su mirada por varios edificios. ¡Miren que se gastó pintura! Pero no fue de esa manera que un día convirtieron a la pobre vaca en una tísica tuberculosa, hubo de todo, pero resultaría agotador contarles la historia. Los barcos se convirtieron en malos.
El tiempo de los barcos malos fue muy largo, yo agarré un largo tramo de esa carrera hasta que me cansé y solté los cabos en Canadá. La marimba sonaba con mucha dificultad, tanta, que muchas veces llegábamos a puerto y no aparecía el dinero para pagarnos o comprar alimentos. El costo de la vida se disparó en el mundo y solo nos habían aumentado veinticinco centavos, algo era algo, no es lo mismo ganar cinco dólares a la semana que siete, solo que ahora no conseguías con diez lo que antes comprabas con uno solamente. Entonces se formó el desparpajo y nos invadió la corrupción, ¡claro!, también se multiplicaron los chivatos. Las comisiones fueron prohibidas y los gastos por concepto de representación muy limitados, se acabaron las noches con las geishas en los viajes a Japón y nos quedamos sin aquellos cuentos fantásticos. Los mayordomos fueron eliminados de nuestras listas de enrolos, los cocineros y camareros eran improvisados, cualquiera podía serlo sin pasar por el hotel Sevilla, solo era necesario un carnecito rojo que en Cuba abre muchas puertas. Las vísceras de las vacas, que siempre se ofrecían en el almuerzo, fueron sustituidas por latería que nos enviaban los hermanitos del Este. Nadie puede imaginar cuántas latas consumimos en nuestras vidas, tantas, pienso yo, que de haberlas fundido se podían fabricar varios tanques de guerra. ¿Consignas? Quién pudiera recordarlas todas, y lo más lindo, nos llegaban por telegrafía. Viajaban medio mundo antes de llegar a esas reuniones tan solemnes y aburridas donde eran leídas por el “secre” de los “secre”, porque eso si abundó después, muchos “secre” a bordo de nuestros buques. ¿Se imaginan ustedes? Un barco fuera del alcance de transmisión y recepción, varios días o semanas sin comunicaciones hasta que el telegrafista se empataba con un socio que le hiciera un puente a La Habana y entre todas las porquerías que viajaban en ambos sentidos, allí se encontraba ese kilométrico mensaje cargado de discursos y llamados al sacrificio. ¡Coño! Como si fuera poco todo el que hacíamos. ¡Señores! El hambre en el mar se multiplica, es psicológico cuando miras a todos lados y no encuentras una cafetería, solo azul. Los barcos se pusieron malos, no digo yo.
¡Ta bien! Se jodió la geisha, la comisión y la representación, pensaron los más pícaros, pero yo los saco de cualquier lado, volvieron a pensar. ¡Malo, malo, muy malo! El pícaro inventó mucho y comprobó que obtenía buenos resultados, si no me lo dan por las buenas, lo obtengo por las malas. No puedo detenerme en esta parte de la historia, es muy extensa, pero detrás de cada fechoría veo un carnecito rojo.
La indolencia, saqueo, indiferencia, apatía, incompetencia, mala fe, cobardía y todos los vicios que invadieron a nuestra tierra, se expandieron hasta nuestras naves como un virus cualquiera, esa maldición de la que nunca pudimos escapar y nos trajo hasta aquí. Existieron ideas deslumbrantes que se aplicaron con la finalidad de salvar a la flota, yo creo que se trataba de salvar al país. Recuerdo que en una asamblea uno de los “secre” propuso apagar varios bombillos de los pasillos y salones para ahorrar electricidad. No vayan a pensar que el tipo era un improvisado, era un oficial graduado de la academia naval. Muy serio, porque para lanzar cualquier tipo de propuesta debe realizarse con toda la solemnidad del mundo. Así, muy serio, el tipo habló del consumo de cada bombillo en watts, lo multiplicó por horas, luego por la cantidad de bombillos que proponía eliminar, y por último, la cantidad de diesel oil necesario para generar esa electricidad que, multiplicado por los trescientos sesenta y cinco días del año, daban la astronómica cantidad de 0.75 Tm. de combustible. ¡Asombroso! ¿No? Todo un año en penumbras para ahorrar ese combustible que un “dirigente” de la isla se mete en menos de una semana con su Lada. ¡Aplausos, aplausos, aplausos! Hasta yo aplaudí y me reí por dentro, y pensé; “Si a este comemierda lo hubieran dejado pasar una noche con una geisha, no pasaría tanto tiempo de su descanso sacando numeritos y tratando de arreglar al mundo”. No solo me reía de aquella “brillantísima exposición” de uno de nuestros “secres”, me reía también porque en aquella mesa, la que siempre preside una reunión donde se arregla al mundo, allí se encontraba sentado el “Capirucho”, muy serio y atento a las proposiciones de todos los “compañeros”. Cuando le observé el rostro tuve deseos de sonar una trompetilla, pero ya deben imaginarse, no estuviera aquí haciéndoles el cuento. Tenía que reírme, no digo yo, el viaje anterior al narrado, el mencionado “Capirucho” se había dado el lujo de consumir más de doscientas toneladas de combustibles por conceptos de malas derrotas desarrolladas. ¡Qué levanten la mano los que están de acuerdo! Todos la levantamos. ¡Aprobado por votación unánime! El que hacía de “secre” de la asamblea hizo unas anotaciones en un papel, después se reflejarían en un mensaje que el telegrafista transmitiría a un socio, éste le haría puente, el otro lo pasaría a la C.L.A., de allí saldría por fax a la oficina de correos, el cartero lo entregaría de mala gana en el seccional del partido y ¡Voilá! Tal vez se tenga presente al compañero de la idea para vanguardia nacional. ¡Atiendan acá! El departamento vanguardia de este mes es “Máquinas”, la comisión ha tenido presente los esfuerzos de los compañeros, quienes entre otras cosas, han colocado laticas de leche vacías donde existen salideros de aceite para recuperarlo. ¡Aplausos, aplausos, aplausos! ¡Ven acá! ¿No será mejor reparar todos esos salideros? Tuve deseos de preguntar, pero temí que me acusaran de gusano.
A partir de un tiempo nos hicieron creer que los barcos eran malos, la flota era mala, no solo eso, nunca fue rentable. Entonces, los marinos, comenzaban a recordar con cierta nostalgia aquellas viejas naves que soportaron varias décadas, unas más viejas que otras. Nos pasaba lo mismo que a la gente de la calle cuando se referían a los autos, vieron desfilar varios modernos que solo duraron lo mismo que un merengue en la puerta de un colegio. Sin embargo, los viejos estaban allí, aún están, los barcos no, toda la flota ha desaparecido.
Hoy, dieciocho años posterior a mi deserción, leo a varios amigos manifestando lo mismo. ¡Qué barco más malo! Busco información sobre aquellas naves perdidas y para asombro mío, algunas de ellas se encuentran activas en varias partes del mundo. ¡No eran los barcos, coño! Pienso y continúo con mi enfermiza persecución. ¡No fueron los barcos, fuimos nosotros! Pienso y me detengo nuevamente. ¡No fuimos nosotros, fue el gobierno y los bichitos con carnecitos rojos! Me calmo un poco.
Hay que dormir con la puerta del camarote cerrada con llave, si el barco se vara o colisiona poco importa que se desajusten. Es preferible morir ahogado antes de que te dejen desnudo.
Galeria de fotos de la marina cubana
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-11-16
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