4 de Septiembre de 1933. La verdad como promesa. Zoé Valdés
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4 de Septiembre de 1933. La verdad como promesa. Zoé Valdés
septiembre 4, 2011
por Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!
4 de Septiembre de 1933. La verdad como promesa.
Una vez más, mi estimado amigo Roberto Torricella me invitó este año a hacer uno de los discursos conmemorativos del 4 de Septiembre de 1934, que cada año se recuerda y celebra en Miami, desafortunadamente no podré asistir tampoco en esta ocasión, porque como saben, el mes de septiembre es el más importante para los escritores en Francia, a nivel de trabajo, y como prácticamente acabo de editar una novela, pues no podré asistir a Miami, lo que sinceramente siento mucho, debido a mis numerosos compromisos con la editorial y las ferias y salones del libro.
No obstante, no quería dejar pasar la ocasión para enviarles un abrazo a todos los participantes, y una muestra más de afecto a los familiares cercanos y a los amigos del presidente Fulgencio Batista y Zaldívar, así como a los que han comprendido, a través del estudio riguroso de la historia de Cuba, la importancia de esta fecha, como tantas otras, escamoteadas por la dictadura castrista a las nuevas generaciones de cubanos surgidas a partir de 1959, el Año del Error.
Como algunos de ustedes conocen, llevo años intentando terminar una obra suicida, no tengo otra frase mejor para definirla, que es lo que yo llamo hasta ahora: La novela de Batista, que es un proyecto literario, ambicioso, con el que no me interesa hacer una biografía a pie juntillas del presidente cubano, sino recrear su personalidad de forma literaria, dibujar el momento histórico en el que le tocó desempeñar sus responsabilidades, en relación a la debacle que vino después, con la aparición e imposición del castrismo, como una dictadura de más de medio siglo, que por ser –dicen ellos que de izquierda- ha recaudado simpatías en el mundo entero, pese a la crueldad y el terror que no solo alcanzaron a implantar en la isla de Cuba, sino también en el resto de América Latina, en África, y en todo el mundo, a través del terrorismo de las guerras de guerrillas, y el terrorismo de izquierda, abrazado hoy también por los extremistas del islam.
Para escribir esa novela, que no entrará en lo absoluto dentro de los esquemas clásicos de la novela del dictador latinoamericano tocada por tantos autores de la región, me acerqué a la familia Batista, a los hijos y esposas, a Rubén Batista, a Roberto Fernández Miranda, y a Roberto Batista, entrevisté brevemente a Elisa Batista, a la nieta Esther Batista, y conservo, con mucho cariño, cada una de las palabras dichas, escritas, grabadas, de las horas que pude compartir con ellos. Agradezco la profunda afabilidad y el respeto con los que me recibieron y trataron, así como los ejemplares de los libros que me obsequiaron, y aquella medalla de la Milagrosa que Adelita me regaló, una tarde en que nos encontramos en casa de Rubén y Carmen.
La literatura es un misterio, como lo es la creación artística, es un misterio milagroso, porque no sólo a través del trabajo y de la creación literaria el escritor aprehende de la vida, sustrae escenas inconcebibles de la imaginación, además, la historia real, en casos como estos, aportan muchísimo al conocimiento y al acerbo cultural e histórico que la sociedad en la que nos tocó vivir nos entregó, y que el escritor a través de su búsqueda, necesariamente, convierte en fuente inagotable de inspiración. Esa sociedad, la castrista, en cuanto a enseñanzas, a mí me dio bien poco, y me arrebató una gran parte de la verdad histórica de mi país, censurando el quehacer literario y artístico de por lo menos cuatro generaciones. Uno de esos ejemplos de censura es la propia historia de Fulgencio Batista y Zaldívar, y de su familia, llevada a lo más bajo e inmundo que se puede llevar la historia de unos seres humanos que formaron parte de la historia. Creo que fue esa la razón por la que me interesó investigar sobre Batista, porque allá por el año 1990, me dije, que no podía ser posible que Batista fuera un hombre tan extraordinariamente malo, como lo pintaba el castrismo, cuando su legado, aun cuando habían querido borrarlo de la historia, se alzaba por encima de los escombros del castro-comunismo, y resplandecía más que nunca en la arquitectura de la ciudad, en ciertas publicaciones prohibidas, en la memoria de los mayores, que empezaban a hacer comparaciones peligrosas, muy a favor de la época batistiana y en contra de la actualidad castrista.
A finales de los años ochenta, apareció una pintada en el muro de una célebre calle del Vedado. Era un grafiti enorme que representaba a Fidel Castro cargando en brazos a un bebé con la cara de Fulgencio Batista, sin un solo texto explicativo que acompañara a la imagen, pero los habaneros sabíamos que eso quería decir que Batista era un niño de teta en relación a Castro, en relación a esa “supuesta destrucción de la sociedad cubana” achacada al primero exclusivamente por tantos años. Esa caricatura, que duró menos que un merengue en la puerta de un colegio, fue el último impulso que yo necesitaba para embarcarme -en el bueno y en el mal sentido-, en la novela de Batista, en la que, como supondrán, el 4 de septiembre de 1933, constituye uno de los momentos claves en la historia del hombre, y del país.
En medio de varias polémicas que yo considero menores, entre el exilio y los cubanos de la isla, y de intercambios culturales que hacen el papel de la curita que intenta tapar el triperío infeccioso desbordante, siempre me viene a la mente el joven sargento Batista, cuando decidió ir a hablar a los cuarteles y guarniciones, sabiendo que ya nada podía detenerlo, asumiendo totalmente el liderazgo de las fuerzas armadas, y uniéndolos a todos en la Proclama del 4 de septiembre, un documento histórico, cuya primera firma, de entre los 19 que firmaron, era la de Prío Socarrás, y la última correspondía a la de Fulgencio Batista. Una proclama de gran sentido libertario y democrático que recogía el pensamiento revolucionario de la época y demandaba justicia social, aspiración de todos los cubanos. Así fue, contado a grandes rasgos, cómo el presidente en funciones abandonó el poder, una vez presentada la proclama, y con anterioridad nombrada La Pentarquía.
¿Sería esto posible en la actualidad? No tenemos a unos Castro susceptibles de abandonar el poder, y mucho menos contamos con hombres como el joven Batista, o al menos no los conocemos, ni nombres como aquellos de los que lo acompañaron. El país ya no es el mismo: 52 años de dictadura han dejado secuelas profundamente perjudiciales para un cambio apacible y para una posible reconstrucción inmediata.
Por último, como ustedes sabrán, yo repelo la palabra revolución, pero en este caso, la llamada “revolución de los sargentos”, cumplió su cometido, ampliarle el horizonte a los cubanos y entregarle momentáneamente el poder –no absoluto, como se ha querido tergiversar-, al ejército, el poder que en cualquier parte del mundo el ejército debe tener para que un país no se vaya a la deriva, y se extravíe y hunda bajo el peso de los egos y sinrazones de algunos. Poco tiempo después se recuperó la vía democrática, y mientras en Europa se vivía el horror de la Segunda Guerra Mundial, en Cuba, el presidente Fulgencio Batista y Zaldívar, elegido democráticamente en dos ocasiones, situaba a Cuba entre los primeros rangos mundiales a nivel de importancia económica, política y social. Lo que sucedió después, ya forma parte de otra realidad, también muy discutible, de la historia del batistato y de Cuba, cuya responsabilidad no la tiene un solo hombre, como mismo el castrismo no es responsabilidad de los Castro únicamente.
Nací en 1959, y nadie podrá endilgarme el cartelito de batistiana, despectivamente, como en tantas ocasiones se ha acostumbrado a hacer para denigrar a alguien, formalismo poco educado y que prueba una incultura atroz que tendrá que cambiar más temprano que tarde, y que ya ha ido cambiando sorpresivamente. Es la razón por la me agradaría terminar este texto deseándoles salud, salud, salud. Salud a todos ustedes, salud a Cuba, y salud al mundo. Libertad y vida para los cubanos que queremos reconocer cada una de las partes de nuestra historia, y que nos merecemos esa ansia de salud, porque es muy saludable incorporar a nuestras vidas y a nuestras libertades nuestro pasado, que es el pasado de nuestros padres y abuelos, con sus triunfos y fracasos, con sus victorias y pérdidas, pero sin obviar, ni querer borrar, a aquellos que le dieron, aunque sea, un grano de gloria a la idea de prosperidad que fue posible en Aquella Isla, que un día volverá a ser posible: En Esta Isla.
Zoé Valdés.
Publicado en Libre.
http://zoevaldes.net/
por Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!
4 de Septiembre de 1933. La verdad como promesa.
Una vez más, mi estimado amigo Roberto Torricella me invitó este año a hacer uno de los discursos conmemorativos del 4 de Septiembre de 1934, que cada año se recuerda y celebra en Miami, desafortunadamente no podré asistir tampoco en esta ocasión, porque como saben, el mes de septiembre es el más importante para los escritores en Francia, a nivel de trabajo, y como prácticamente acabo de editar una novela, pues no podré asistir a Miami, lo que sinceramente siento mucho, debido a mis numerosos compromisos con la editorial y las ferias y salones del libro.
No obstante, no quería dejar pasar la ocasión para enviarles un abrazo a todos los participantes, y una muestra más de afecto a los familiares cercanos y a los amigos del presidente Fulgencio Batista y Zaldívar, así como a los que han comprendido, a través del estudio riguroso de la historia de Cuba, la importancia de esta fecha, como tantas otras, escamoteadas por la dictadura castrista a las nuevas generaciones de cubanos surgidas a partir de 1959, el Año del Error.
Como algunos de ustedes conocen, llevo años intentando terminar una obra suicida, no tengo otra frase mejor para definirla, que es lo que yo llamo hasta ahora: La novela de Batista, que es un proyecto literario, ambicioso, con el que no me interesa hacer una biografía a pie juntillas del presidente cubano, sino recrear su personalidad de forma literaria, dibujar el momento histórico en el que le tocó desempeñar sus responsabilidades, en relación a la debacle que vino después, con la aparición e imposición del castrismo, como una dictadura de más de medio siglo, que por ser –dicen ellos que de izquierda- ha recaudado simpatías en el mundo entero, pese a la crueldad y el terror que no solo alcanzaron a implantar en la isla de Cuba, sino también en el resto de América Latina, en África, y en todo el mundo, a través del terrorismo de las guerras de guerrillas, y el terrorismo de izquierda, abrazado hoy también por los extremistas del islam.
Para escribir esa novela, que no entrará en lo absoluto dentro de los esquemas clásicos de la novela del dictador latinoamericano tocada por tantos autores de la región, me acerqué a la familia Batista, a los hijos y esposas, a Rubén Batista, a Roberto Fernández Miranda, y a Roberto Batista, entrevisté brevemente a Elisa Batista, a la nieta Esther Batista, y conservo, con mucho cariño, cada una de las palabras dichas, escritas, grabadas, de las horas que pude compartir con ellos. Agradezco la profunda afabilidad y el respeto con los que me recibieron y trataron, así como los ejemplares de los libros que me obsequiaron, y aquella medalla de la Milagrosa que Adelita me regaló, una tarde en que nos encontramos en casa de Rubén y Carmen.
La literatura es un misterio, como lo es la creación artística, es un misterio milagroso, porque no sólo a través del trabajo y de la creación literaria el escritor aprehende de la vida, sustrae escenas inconcebibles de la imaginación, además, la historia real, en casos como estos, aportan muchísimo al conocimiento y al acerbo cultural e histórico que la sociedad en la que nos tocó vivir nos entregó, y que el escritor a través de su búsqueda, necesariamente, convierte en fuente inagotable de inspiración. Esa sociedad, la castrista, en cuanto a enseñanzas, a mí me dio bien poco, y me arrebató una gran parte de la verdad histórica de mi país, censurando el quehacer literario y artístico de por lo menos cuatro generaciones. Uno de esos ejemplos de censura es la propia historia de Fulgencio Batista y Zaldívar, y de su familia, llevada a lo más bajo e inmundo que se puede llevar la historia de unos seres humanos que formaron parte de la historia. Creo que fue esa la razón por la que me interesó investigar sobre Batista, porque allá por el año 1990, me dije, que no podía ser posible que Batista fuera un hombre tan extraordinariamente malo, como lo pintaba el castrismo, cuando su legado, aun cuando habían querido borrarlo de la historia, se alzaba por encima de los escombros del castro-comunismo, y resplandecía más que nunca en la arquitectura de la ciudad, en ciertas publicaciones prohibidas, en la memoria de los mayores, que empezaban a hacer comparaciones peligrosas, muy a favor de la época batistiana y en contra de la actualidad castrista.
A finales de los años ochenta, apareció una pintada en el muro de una célebre calle del Vedado. Era un grafiti enorme que representaba a Fidel Castro cargando en brazos a un bebé con la cara de Fulgencio Batista, sin un solo texto explicativo que acompañara a la imagen, pero los habaneros sabíamos que eso quería decir que Batista era un niño de teta en relación a Castro, en relación a esa “supuesta destrucción de la sociedad cubana” achacada al primero exclusivamente por tantos años. Esa caricatura, que duró menos que un merengue en la puerta de un colegio, fue el último impulso que yo necesitaba para embarcarme -en el bueno y en el mal sentido-, en la novela de Batista, en la que, como supondrán, el 4 de septiembre de 1933, constituye uno de los momentos claves en la historia del hombre, y del país.
En medio de varias polémicas que yo considero menores, entre el exilio y los cubanos de la isla, y de intercambios culturales que hacen el papel de la curita que intenta tapar el triperío infeccioso desbordante, siempre me viene a la mente el joven sargento Batista, cuando decidió ir a hablar a los cuarteles y guarniciones, sabiendo que ya nada podía detenerlo, asumiendo totalmente el liderazgo de las fuerzas armadas, y uniéndolos a todos en la Proclama del 4 de septiembre, un documento histórico, cuya primera firma, de entre los 19 que firmaron, era la de Prío Socarrás, y la última correspondía a la de Fulgencio Batista. Una proclama de gran sentido libertario y democrático que recogía el pensamiento revolucionario de la época y demandaba justicia social, aspiración de todos los cubanos. Así fue, contado a grandes rasgos, cómo el presidente en funciones abandonó el poder, una vez presentada la proclama, y con anterioridad nombrada La Pentarquía.
¿Sería esto posible en la actualidad? No tenemos a unos Castro susceptibles de abandonar el poder, y mucho menos contamos con hombres como el joven Batista, o al menos no los conocemos, ni nombres como aquellos de los que lo acompañaron. El país ya no es el mismo: 52 años de dictadura han dejado secuelas profundamente perjudiciales para un cambio apacible y para una posible reconstrucción inmediata.
Por último, como ustedes sabrán, yo repelo la palabra revolución, pero en este caso, la llamada “revolución de los sargentos”, cumplió su cometido, ampliarle el horizonte a los cubanos y entregarle momentáneamente el poder –no absoluto, como se ha querido tergiversar-, al ejército, el poder que en cualquier parte del mundo el ejército debe tener para que un país no se vaya a la deriva, y se extravíe y hunda bajo el peso de los egos y sinrazones de algunos. Poco tiempo después se recuperó la vía democrática, y mientras en Europa se vivía el horror de la Segunda Guerra Mundial, en Cuba, el presidente Fulgencio Batista y Zaldívar, elegido democráticamente en dos ocasiones, situaba a Cuba entre los primeros rangos mundiales a nivel de importancia económica, política y social. Lo que sucedió después, ya forma parte de otra realidad, también muy discutible, de la historia del batistato y de Cuba, cuya responsabilidad no la tiene un solo hombre, como mismo el castrismo no es responsabilidad de los Castro únicamente.
Nací en 1959, y nadie podrá endilgarme el cartelito de batistiana, despectivamente, como en tantas ocasiones se ha acostumbrado a hacer para denigrar a alguien, formalismo poco educado y que prueba una incultura atroz que tendrá que cambiar más temprano que tarde, y que ya ha ido cambiando sorpresivamente. Es la razón por la me agradaría terminar este texto deseándoles salud, salud, salud. Salud a todos ustedes, salud a Cuba, y salud al mundo. Libertad y vida para los cubanos que queremos reconocer cada una de las partes de nuestra historia, y que nos merecemos esa ansia de salud, porque es muy saludable incorporar a nuestras vidas y a nuestras libertades nuestro pasado, que es el pasado de nuestros padres y abuelos, con sus triunfos y fracasos, con sus victorias y pérdidas, pero sin obviar, ni querer borrar, a aquellos que le dieron, aunque sea, un grano de gloria a la idea de prosperidad que fue posible en Aquella Isla, que un día volverá a ser posible: En Esta Isla.
Zoé Valdés.
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