Mi barco (VIII) Una misión misteriosa.
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Mi barco (VIII) Una misión misteriosa.
MI BARCO ( VIII )
UNA MISIÓN MISTERIOSA A BORDO DEL VIET NAM HEROICO
-¡Regrese a su barco, lo están esperando en su camarote para una entrevista! No recuerdo quién era el funcionario de turno, todavía el acceso del personal se encontraba por la calle Obispo y no había que solicitar un “pase” para entrar. Me sentí verdaderamente sorprendido con aquellas palabras disparadas antes de entregar mis documentos.
-Yo no tengo barco, acabo de desenrolarme. Respondí con cierta timidez, considerando también que pudiera existir alguna confusión.
-¡Vaya, vaya a su barco, unos compañeros lo están esperando! No quiso dar más información y partí por Obispo en demanda de la Avenida del Puerto. Por suerte el viaje no sería tan largo, el “Jiguaní” se encontraba atracado en el muelle Sierra Maestra Nr.1 norte. Cuando pasé por la acera del Ministerio de Marina Mercante, pude observar que habían atracado al “Viet Nam Heroico” en el muelle que correspondía a la marina de guerra, justo frente a la edificación. Varios autos y un camión descargando mercancías se hallaban junto a la escala real, curiosos habaneros pasaban y se detenían en la acera para observarlo de cerca. ¡Coño! ¿Qué habré hecho ahora, dónde metí la pata esta vez? Ese pensamiento me acompañaba durante todo el recorrido, caminaba muy preocupado.
-Hay una gente esperándote en el camarote. Dijo Miyares en el portalón cuando embarqué, sus palabras estuvieron cargadas de intriga y no puedo negar que mi nerviosismo aumentó.
-¡Siéntese, Casañas! Fue el negro alto al que ya conocía como uno de los jefes de la seguridad cubana, no digo yo si lo conocía muy bien, había dirigido aquel intenso interrogatorio al que fui sometido cuando regresé del viaje a Venezuela.
-Bueno, ¿y ahora qué hice? Fue todo lo que se me ocurrió decir.
-No ha hecho nada, Casañas. El asunto que nos trae es bien diferente, tenemos información fidedigna de que usted se conoce al dedillo la ciudad de Caracas, ¿es verdad? Preguntó el Negrón mientras los otros dos acompañantes observaban cada una de mis reacciones y gestos, traté de serenarme.
-Bueno, pude conocerla y me atrevo a andar por ella sin perderme.
-Eso es lo que necesitamos precisamente, una persona que se pueda desplazar por esa ciudad sin muchos problemas.
-Realmente no comprendo mucho lo que desea decirme.
-¡Vamos al grano! La “revolución” necesita de sus servicios. Se detuvo y tomó un poco de agua del vaso que se encontraba encima del que fuera mi escritorio.
-Sigo sin entender que tiene que ver esto, yo y Caracas.
-Muy sencillo, vamos a enviar un pequeño grupo de compañeros a Venezuela y necesitamos a una persona de confianza que nos sirva de guía.
-¡Coño! Si hace solo unos meses desconfiaban de mí y me interrogaban como si se tratara de un contrarrevolucionario.
-Son métodos del oficio, ya lo hemos investigado a profundidad y confiamos en usted. ¿Cuál es su respuesta?
-¿Respuesta? No me has propuesto nada.
-Para ser más claro, necesitamos que parta con ese grupo.
-¿Por cuál vía?
-Saldría mañana a bordo del Viet Nam Heroico.
-¿Mañana? ¡Ño! Tengo una reservación en Viñales, lo había planificado desde hace mucho tiempo.
-Va a tener que cancelarlo.
-¿Y cuándo me enrolaría?
-Tiene que ser inmediatamente, el barco sale en horas de la tarde.
-Tú sabes que esos trámites se llevan una pila de horas en la empresa y ayer estuve de guardia. Yo debo ir a la casa y preparar mentalmente a mi esposa, tienen que ayudarme en esos trajines.
-No hay problemas con eso, déjame todos los documentos y pasa mañana al mediodía a recogerlos. A las dos de la tarde te espero en el Viet Nam Heroico para presentarte ante el capitán y explicarle cuáles son las reglas del juego.
Emilio Prieto
Viajaba en una ruta 24 mientras mi mente recorría cada rincón de Caracas, buscaba cada calle recorrida, bar, restaurante, garajes, estacionamientos, entradas y salidas a la ciudad. Iba confeccionando un mapa que tal vez utilizaría en mis desplazamientos. Me detuve en un hermoso penthouse visitado con la madre de mi novia, tenía escolta militar. Pasamos parte de la tarde acompañados de una hermosa mujer y almorzamos con ella. En la sala un cuadro monumental donde aparecía el matrimonio junto a Castro, su marido era tan alto como él y usaba barba. Para satisfacer aún más mi curiosidad, ella sacó del cuarto un álbum de fotos, decenas de ellas eran testimonio de aquel encuentro con el líder cubano. Para rematar, trajo una gorra de campaña verde olivo y me pidió que observara por debajo de la visera, tenía aquella indiscutible e inigualable firma del comandante con su letra de primaria. Después nos fue explicando que su esposo trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela y era la persona encargada de restablecer las relaciones con nuestro país. Algo tarde llegó su marido y nos invitó a cenar en un restaurante que anunciaban por la televisión, se llamaba “El Rincón Criollo”.
Estaba totalmente confundido, no podía comprender los objetivos de aquella misión, hacía escasamente dos o tres meses que se habían reanudado aquellas relaciones diplomáticas y ya les iban a infiltrar gente en su territorio. Carlos Andrés Pérez tendría que pagar bien cara su novatada o ingenuidad, Venezuela lo sufriría a largo plazo, ya estaba demostrada la paciencia de esta gente para minar los cimientos de cualquier país. ¿Cuántos agentes infiltrarían? No lo puedo asegurar, el Viet Nam Heroico llevaba a bordo más de trescientas personas y nadie se daría cuenta de la ausencia de alguien que nunca vio o existió. Muy bien podían viajar sin salir del camarote hasta que les llegara el momento de partir. ¿Mi conciencia? Yo sabía que colaboraría con una traición al pueblo venezolano y a esa gente que “tal vez”, habían actuado de buena fe por acercar nuestros pueblos.
Fui a casa de mi amigo Eduardo Ríos y le expliqué la situación. Le pedí me acompañara hasta la casa y me ayudara a preparar mentalmente a mi esposa. Compramos dos cajas de cerveza y entre bromas le expliqué a ella que saldría de viaje al día siguiente. Esa noche nos fuimos todos para el cabaret del hotel Capri a celebrar mi desgracia.
Recogí todos mis documentos y comprobé que estaban en regla, eran muy eficientes cuando se lo proponían, pensé y marché cargando mi maleta para el Viet Nam Heroico. Me embarcaría nuevamente en él, pero esta vez en calidad de Tercer Oficial. Un guardiamarina que se encontraba de guardia en el portalón me acompañó hasta el lobby y sugirió que esperara por el Primer Oficial.
-Por falta de uno tenemos dos terceros oficiales, así que regresa a la empresa y diles que se equivocaron. Ese fue el saludo de Lozada, un enano de ojos claros que cargaba sobre sus hombros las charreteras de primero.
-Yo creo que debes averiguar con el capitán y si él lo decide, yo regreso inmediatamente a la empresa.
-No hace falta, puedes regresar sin problemas, te lo digo yo que soy el primero a bordo.
-Y yo le repito que se llegue hasta el camarote del capitán, no voy a bajar con esta maleta hasta que usted no le pregunte. No le gustó mucho el tono de mi respuesta y se perdió nuevamente por la escala. Minutos después apareció y con una seña pidió lo siguiera. El capitán le solicitó que se retirara y nos dejara solo, allí se encontraba el negro de la seguridad, pero esta vez vestido de verde olivo y mostrando sus grados de capitán, tres barritas con forma de V de color platino. Me saludó e invitó a sentar como si fuera el que comandara la nave, Medina se encontraba al frente del buque, un blanco de aspecto aburguesado que vestía también de militar.
-¡Muy sencillo, Capitán! Casañas irá montando guardias de navegación para cubrir la forma, pero en cuanto el buque llegue a puerto será excluido de las guardias de carga. ¿Continúo? Existirán oportunidades en las cuales él llegará acompañado al barco y traerá esa visita directamente a su camarote. Usted debe atenderlo y brindarle todo lo que tenga a mano sin preguntar quién o quiénes son, ¿entendido? Medina no quedó muy complacido con el pie que acababa de meterle aquel agente de la seguridad cubana, tragó en seco y se escuchó un sí bastante inconforme. Nos retiramos y el negrón me condujo hasta el camarote de uno de sus agentones a bordo. Me presentó ante un gallito que ostentaba también el cargo de capitán del MININT, pero se encontraba vestido de civil. Pocos minutos después llegó Cabrera, el mulato claro medio calvo que había navegado conmigo en la motonave “Habana”. Fue presentado también como uno de los agentes a bordo y después del protocolo se inició la lectura de las reglas del juego. Yo no podía, no estaba autorizado a salir solo a la calle en Venezuela. Todas mis salidas serían con la compañía de Cabrera y en su defecto con la de Remigio Aras Jinalte. Por supuesto que debía aceptar las condiciones, ¿a quién se le ocurriría oponerse en aquellas circunstancias? En el camino hacia Venezuela conocí a otros agentes que iban desarrollando sus funciones a bordo del buque.
Para las guardias de navegación me asignaron la del Segundo Oficial, que en aquellos instantes era desempeñada por Israel Sirú, un negro que estudió conmigo en ese mismo barco. Sirú había llegado a la marina como licenciado de la fuerza aérea, fue piloto de MIG. Se extrañó con mi presencia a bordo y realizó todas las preguntas que se le ocurrió para satisfacer su curiosidad, no obtuvo nada, la discreción es un arma muy valiosa en esas situaciones. ¡Grata sorpresa!, la plaza de Segundo Oficial era ocupada por Carlitos Palacios, el mismo “Caguamo” que navegó conmigo en el buque “Jiguaní”. Iba también de Tercer Oficial el mulato Víctor Serrano, desde el ochenta y cinco vive en Miami y tenemos comunicación, mantiene muy fresca su memoria sobre aquel viaje.
El rencor de Remigio Aras Jinalte hacia mi persona y con su más alto valor demostrado posteriormente en el buque “Otto Parellada”, debió tener su origen en el Viet Nam Heroico. Remigio y Cabrera iban realizando ese viaje con el objetivo de obtener el título de Piloto de Altura. Ese segundo viaje la nave se encontraba subordinada directamente a la Academia Naval del Mariel y el profesorado le pertenecía totalmente. Los exámenes y calificaciones tendrían carácter oficial, no así los fraudes que pudieran cometerse en el camino. Casi todas las tardes y durante las guardias comprendidas de 12:00 a 16:00 PM, ambos subían al puente a realizar algunas prácticas con el sextante y procedían a plotear los resultados obtenidos de sus observaciones. Como es de suponer, les sucedía lo mismo que a mí en el primer intento cuando viajaba a bordo del “Jiguaní”, todas sus rectas daban en casa del carajo o para el siguiente día. Además de subir ellos, pasaban por allí algunos profesores y alumnos que al observar las rectas del sol ploteadas en la carta de navegación indagaban demasiado. Les saqué un plotting sheet de la latitud correspondiente y les prohibí trabajar en la carta. Remigio se sintió incómodo, pero no tuvo otra alternativa que aceptar mi ofrecimiento, el desquite vino años posteriores.
Emilio Prieto y Bernardo Ceballos (Alias "Sapiche")
Por fortuna no tuve que acompañar a nadie en su infiltración a Venezuela, esa labor la confiaron al individuo que trabajaba como agente periodístico de la agencia PL (Prensa Latina}, el mismo tipo que supongo les dio toda la información sobre mi aventura amorosa en Caracas. Sin embargo, la cantidad de amigos que yo tenía en Puerto Cabello era numerosa y lograron despertar el interés de los agentes de la seguridad a bordo. Con frecuencia casi diaria nos aparecíamos acompañados, hablo en plural porque deben suponer que Cabrera era mi guardián en cada salida. Medina no tenía otra alternativa que recibirnos en su camarote y movilizar a sus subordinados de cámara en la elaboración de saladitos y otros platos.
Viajaba también como profesor mi amigo Bernardo Ceballos, el mismo “Sapiche” que me impartió las clases de Control de Averías y Meteorología, intrigado por mi presencia innecesaria a bordo, no pudo contenerse y también preguntó con insistencia. No fue muy sencillo desprenderme de todos los conocidos a la hora de salir a la calle, solo estaba autorizado a salir con Cabrera, quien por cierto, disfrutó todas las bondades de mis amigos venezolanos, entre quienes se encontraba el director del puerto en esas fechas y de apellido Melgarejo. Imagino haya grabado mentalmente todas mis conversaciones para luego rendir informe a sus superiores, años posteriores llegó a Capitán, nunca navegué con él.
En el equipo de profesores viajaban algunos con los cuales tuve alguna relación varios años después por asunto de trabajo, vecindad o simplemente porque coincidimos en algún barco o puerto. Recuerdo a Silvio, Gary, Marcelo Canela, Vivanco y otros muchachos que debieron permanecer cumpliendo su tiempo de “servicio social” perteneciendo como miembros activos de las fuerzas armadas. El caso más sonado y hasta “mimado” por el Capitán Medina correspondió a “Gary”. Hijo de una persona que había desviado un avión desde los EU hacia Cuba, podía ser considerado un “privilegiado” del sistema y sobreprotegido por los de abajo. Varios años después, Gary era el secretario del municipio del partido en la ocasión donde se me pidió la expulsión de la marina mercante a bordo del buque “Bahía de Cienfuegos”. Gané aquella pelea contra los demonios, lo hice solo, pero cuando me había considerado vencedor amparado por la razón, solo había logrado la firma de mi condena a muerte por parte del partido. “Los hombres mueren, el partido es inmortal”, dice el lema de ellos. Gary era el secretario general cuando me mandaron a matar, espero no tenga mala memoria cuando exista un cambio.
Una noche, se me ocurrió la brillante idea de fugarme a la calle junto al flaco telegrafista Enriquito, uno de los dos existentes a bordo. Me estaban esperando al regreso y no fui conducido detenido de puro milagro. Ya les había contado en el capítulo de la motonave “Jiguaní en su viaje a Venezuela, que había escrito una de las páginas amorosas más bellas de mi vida. Pues entre otras cosas, tuve en mente desertar en ese país, lo hubiera hecho por amor, estaba totalmente enamorado de aquella chica. Quiso Dios que esa acción no se culminara y no sabe cuánto se lo debo agradecer, hoy estaría tratando de escapar de la segunda parte de una película vista y vivida. Por mucho que intenté comunicarme con ella, únicamente lo logré unos minutos antes de mi salida de Puerto Cabello hacia Paramaribo, se repetía el recorrido anterior.
Aquel puerto firmó la condena de Medina y su estilo burgués de gobernar. Su arrogancia se derrumbó cuando entramos al puerto de Cárdenas, recuerdo la ridiculez del atraque aquella tarde mientras la banda de música de una escuela u organismo del estado entonaba desafinada uno que otra marcha. En Paramaribo y mientras suponían que celebraban una “actividad” política a bordo, el agente de ese puerto, y tuvo que ser ante la solicitud del mando del buque, llevó a varias decenas de muchachas para alegrar el ambiente. Fueron precisamente los guardiamarinas quienes descubrieron que se trataba de prostitutas y desde allí tuvo que salir la información luego trabajada por la contrainteligencia militar. Medina fue separado del mando del buque en Cárdenas y relevado por el Capitán Dubrocq, días de pachanga continuaron con parte del alumnado y tripulación de franco. El nuevo y transitorio Capitán era un furibundo amante de las fiestas y el alcohol. Fui designado para mantener abastecido el refrigerador de su camarote y con libre acceso a su pañol privado de bebidas fuertes para desempeñar mis labores. Es de suponer que en mi trasiego de cajas de cerveza desde la nevera de la gambuza se perderían algunas por el camino para mantener felices a guardiamarinas y tripulantes. Solo puedo afirmar que de esos interminables días de fiestas y pachangas, no existió uno solo de ellos donde Lozada estuviera sobrio.
Se me ocurrió la idea de solicitar un permiso para traer a mi esposa a bordo y realicé todos los trámites exigidos en su momento. Además de los cuños correspondientes a cada nivel de responsabilidad, la carta mostraba la firma de unos seis responsables en asuntos sin importancia en aquel puerto. Mi esposa pudo pasar al buque y una noche nos pusimos de acuerdo varias parejas para salir a la ciudad y compartir en cualquier centro nocturno. Hoy, unos treinta y seis años después, me escribe por Internet Víctor Serrano (Tercer Oficial del buque) y utiliza los recuerdos de aquella noche como carta de presentación. De madrugada y cuando ya todos los locales de diversión habían cerrado sus puertas, decidimos regresar al barco. Cual no sería la sorpresa cuando el aduanero de guardia nos dijo que faltaba una firma en la carta presentada. De muy poco sirvieron todas las explicaciones que le dimos, el guajiro no entendía y era más terco que una mula, no pudimos entrar a nuestras esposas. Lo que hicieron los demás lo desconozco, yo entré al barco y le tumbé la puerta del camarote a Lozada.
-¡Compadre, voy quemando para La Habana! Así que asume las responsabilidades de mi guardia mañana. El hombre no comprendió muy bien, creo haberlo despertado de una de sus borracheras.
-¿Qué pasó?
-¡Nada! No ha pasado absolutamente nada. Mañana estás de guardia por mí. Le di la espalda y me dirigí hasta el camarote para recoger algunas pertenencias. Esa madrugada viajaba tranquilamente hacia La Habana en un ómnibus que venía de Isabela de Sagua.
-Bueno, creo que ya cumplí con ustedes. Ahora quiero que no exista ningún contratiempo para que se proceda a mi desenrolo. El Negrón capitán de la seguridad me escuchaba con atención.
-¡Firma estos papeles! El Caguamo se encontraba concentrado en un programa de televisión, tenía un vaso de cerveza sobre la mesa, todas las mesas tenían botellas encima, la pachanga no se había detenido. Para que no lo distrajera o sacara de la concentración mantenida sobre la programación del momento, firmó sin leer cada uno de los papeles que puse en sus manos. Carlitos había firmado su sentencia sin darse cuenta, yo era el relevo de su guardia al día siguiente, fui hasta el camarote y recogí lo poco que me quedaba. ¡Coño, al fin de vacaciones!
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-03-28
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