MI BARCO ( IV ) EL PRIMER MATRIMONIO
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MI BARCO ( IV ) EL PRIMER MATRIMONIO
MI BARCO ( IV )
EL PRIMER MATRIMONIO
Era extremadamente feliz, viajaba repartiendo sonrisas por toda la avenida del puerto con mi documentación en regla. Cuando ascendí los escalones de la Alameda de Paula, pude divisar un pedazo de la proa de la motonave “Habana” sobresaliendo del almacén de los muelles Margarito Iglesias. Podía distinguirla a varias millas de distancia como a cualquier mujer, vivía enamorado de ella y nadie detendría la culminación de una boda formal. La hoja de enrolos hablaba claramente de mi nuevo salario, $150.00 pesos cubanos triplicaban la suma a la que fui castigado por más de un año injustamente. Tendría derecho también a los $5.00 dólares semanales que nos pagaban en el extranjero, nunca llegué a comprender esa división de siete días entre cinco. Muy poco para satisfacer nuestras crecientes necesidades, pero superior a los dos dólares recibidos durante mi prueba de fuego.
Encontré caras nuevas, los documentos se los entregué a un mulato claro con espejuelos de nombre Cabrera, tenía entradas muy pronunciadas que pronosticaban una inevitable calvicie, ya nos conocíamos, había relevado a Correa. El Capitán era Remigio Coya Prats, disfrutaba de una loable antipatía entre los tripulantes que lo habían bautizado como “La Lechona”. Después comprobé que los muchachos no mentían, era muy déspota en su trato con la marinería, vulgar y de bastante asqueroso comportamiento. Donde quiera y frente a cualquiera se sonaba un pedo o largaba un ruidoso eructo. Como Primer Oficial iba Cosme (El Cabezón}, un santiaguero enano y de abultado cuerpo que gustaba también de las canciones líricas, tenía muy buena voz y malas pulgas de vez en cuando, pero se podía soportar. Años más tarde fue separado de la marina y lo encontré manejando un taxi pirata en Santiago de Cuba. El Segundo Oficial era Francisco Otero, alias “Panchín”, muy rebelde y jodedor con inclinaciones al trago, buena gente. Continuaba de Tercer Oficial Ricardo Puig Alcalde y como agregado de cubierta el eterno cantante Leiva. Iba como agregado de telegrafía un muchacho llamado Humberto Seguí, quien por su edad y gustos entabló pronta amistad conmigo, pero no fue muy duradera. El Bicho continuaba de contramaestre y Miguelito de pañolero. Manso había tomado vacaciones y fue relevado por Abelardo Aguirre, un negrito vecino mío de Juanelo, lo apodamos “El Chichiricú”. Muy complejista e introvertido, misterioso y de hablar con un tono extremadamente bajo. Solterón y con un aliento deplorable, tuvimos que compartir el mismo camarote ese viaje. Por cubierta continuaban los mismos de siempre y las relaciones entre todos continuaron muy familiares, solo con la excepción del contramaestre, muy inclinado a lamerle el fondillo al capitán.
La nota sobresaliente de ese viaje correspondía a la presencia de un nuevo Jefe de Máquinas, Terrero fue relevado por Roberto Arche Flores, ya lo he mencionado en otras oportunidades. Fue el inventor del extremismo, austeridad, ahorro incontrolado, reuniones de emulación donde siempre se le arrancaba la cabeza a alguien o, brillaban esos actos de harakiri donde el protagonista se sometía a la más cruel autocrítica tratando de salvarse. El ambiente a bordo sufrió un cambio terrible de ciento ochenta grados, aumentó la presencia de los militantes partidistas y muy pronto, la chivatería formaría parte del comportamiento de los nuevos marinos. Arche tenía la suerte de contar con varios incondicionales dentro de su equipo de máquina, se destacaba Fabelo, un gordo trigueño de ojos claros que era arrastrado por Arche en cuanto barco se enrolara. Como agradecimiento a su ascenso desde engrasador a maquinista, Fabelo respondía fielmente a las demandas y órdenes de su jefe.
Nocedo hijo relevó a Vicent como mayordomo y la comida fue de una calidad terriblemente pésima a partir de su presencia a bordo. Tacaño como nadie, ruin y de olor rancio, trataba de reciclar los platos que eran rechazados por la tripulación y la única manera de evadirlo era lanzando la comida por la portilla del comedor. Un guajirito oriental de nombre Eudis sería su segundo cocinero y muy poco podía aportar al arte culinario, fue una desgracia tenerlos en el lugar más importante de cualquier buque.
El telegrafista Ríos o Rigo fue relevado por otro viejo que no recuerdo su nombre y posteriormente por Carlos Collazo, extremista partidista quien años más tarde fuera acreedor de dos balazos que le costó la vida en Angola por esa razón.
Ese segundo viaje fue realizado desde La Habana a St. John en Canadá, nos encontrábamos en invierno y los novatos no pueden imaginar lo que significa poseer toda la jarcia y cabos de amarre confeccionadas de henequén, éramos los últimos en el mundo que aún los utilizaba. Todos se encontraban congelados y su manipulación requería de esfuerzos físicos extraordinarios, debe sumarse a esa penosa situación el hecho de que vestíamos ropa de invierno confeccionada en la isla. Siempre aparecen oportunistas ávidos de méritos que proponen sus innovaciones o inventivas en nombre de la patria o la revolución, que para el fin son la misma cosa. Burócratas con total desconocimiento del clima en esos países, aprobaban con el golpe de un cuño y firma la fabricación en grandes cantidades de esos productos que, más tarde serían usados por unos marinos convertidos en conejillos de indias. No sé a quién se le ocurrió la brillante idea de confeccionar aquellas botas de frío criollas, estaban forradas con piel de conejo en su interior y la suela era esponjosa. Pocos minutos después de calzadas sentías los síntomas de congelación en los dedos y los dolores eran terribles.
El viaje siguiente sería con destino a Santa Cruz de Tenerife con continuación a otros puertos europeos, allí viví el primer susto. Salí de compras con Humberto Seguí y unas horas antes de la salida del buque nos quedamos en un bar a beber unas cervezas. Seguí no compró nada y tampoco le pregunté, muy bien pudo tener la intención de guardar el dinero para otros puertos, algo prohibido, pero se hacía. Una hora antes del tiempo programado para la partida y encontrándome un poco mareado por las cervezas consumidas, le pedí regresar a bordo para darme un baño antes de la maniobra. Una vez en el barco y cuando me disponía entrar al baño, Seguí me pide prestadas las gafas oscuras que yo usaba y un sweter. Sin dudas que se los dí inmediatamente, pero hasta el sol de hoy, aún continúo esperando su devolución. ¿Qué les cuento? Una comisión de individuos con actitud policiaca entró a mi camarote y comenzó a interrogarme, ese grupo estaba encabezado por Arche, Fabelo y dos o tres tracatanes con deseos de ganar méritos.
-¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
-¿Te propuso algo durante la salida?
-¿Viste que utilizó el teléfono alguna vez?
-¿Dónde estuvieron?
-¿Te mostró poseer dinero?
-¿Tiene algún pariente en Canarias?
-¿No se les acercó ningún individuo sospechoso?
-¡Tienes que vestirte inmediatamente para salir a buscar a ese traidor!
-¿Sabes una cosa? Puedes ser considerado cómplice.
-¡Él vino conmigo hasta el barco! ¡Deben preguntarle al guardia de portalón! Fue mi temblorosa respuesta
-¡Ya lo hicimos! Le dijo que iba a buscar cigarros.
-Entonces debe estar al regresar.
-No lo hará, hemos retrasado la salida dos horas por su ausencia. ¡Vístete! Después del baño me quedé dormido y no tenía noción del tiempo transcurrido. Me vestí asustado y partí en el auto del agente canario escoltado por tres tripulantes más, siempre recuerdo a Fabelo como cabecilla de aquella escuadra. Muchos años después, me llamó la atención de que el mencionado interrogatorio se realizara en presencia de una persona de origen español. Siendo oficial no tenía la menor duda de que la mayoría de esos personajes trabajaban para el gobierno cubano, no solo como agentes marítimos o proveedores, eran colaboradores de los servicios de inteligencia también.
Pasamos por las tiendas, calles, cafeterías y cuanto lugar anduve con Seguí hasta que llegamos al último bar y me pidieron le preguntara al propietario sobre mi socio. Regresamos y partimos de viaje con la latente incertidumbre sobre mi futuro, así andaban las cosas en esos tiempos, sin comerla, ni beberla, podías pagar por carambola.
El próximo viaje lo realicé ocupando la plaza de pañolero en nombre de la revolución, esa plaza le pertenecía por antigüedad y experiencia a Manso, pero la revolución entendió que no era el adecuado por pertenecer a una generación viciada con los prejuicios del pasado. Yo, aunque no militaba en nada, era un buen representante del hombre nuevo que sustituiría a esos viejos contrabandistas, eso me hicieron saber muchas veces. El encabronamiento de aquel blanco no se hizo esperar, tenía toda su razón para actuar así, tampoco comprendía muy bien los mecanismos que se imponían en nuestras vidas. Yo no podía rechazar una oferta u orden de la “patria o la revolución”, estábamos en situaciones bien difíciles, aunque diametralmente opuestas en intereses. Él deseaba y le pertenecía ascender un escaño, yo era indiferente a todo tipo de ambiciones, era sumamente feliz con el “progreso” experimentado, me encontraba muy por encima de la media nacional, era un verdadero “privilegiado” y me lo recordaban frecuentemente. Esos temores a que la “paria o la revolución” te privara de esos privilegios, te obligaban a asumir posiciones deplorables cuando las medías en las escalas correctas para evaluar a los hombres. No olviden que ya había pasado el susto de “Seguí” y su fantasma viajaba conmigo. No se demoró mucho en sus reacciones que perjudicaban mis labores, Manso provocó cuanta avería era posible durante sus guardias. Tuve que resolverlas todas en horarios extras y donarlas como trabajo voluntario para no delatarlo. Viradores de las tapas de las bodegas partidas con demasiada frecuencia, drizas de banderas que se caían sin explicación y te obligaban subir hasta la cruceta del mástil, brochas endurecidas por dejarse fuera del agua. Muchas, demasiadas fueron las averías producidas por él y en ningún caso salió una palabra de protesta de mi boca. Increíblemente pudo sobrevivir a esa limpieza de lo viejo y me lo encontré varios años después como contramaestre. Manso fue mi primer profesor de marinería en el terreno, su hijo fue el último inspector que recibí a bordo del refrigerado “Viñales” pocos días antes de mi deserción, ambos eran buenas personas.
Motonave "Habana" hundido por hombres ranas sudafricanos en Angola.
El panorama empeoraba paulatinamente en la isla o, se jodía con las mierdas que Paulina tenía en su mente. La pachanga de los “10 millones’ se encontraba en pleno apogeo y todo recurso fue desviado hacia ese loco propósito de la “patria o la revolución”. Hasta las putas tuvieron que bajarle el precio a las paradas, un pañuelito de brillo que se compraba por docenas a ciento cincuenta pesetas, era un pago extraordinario para un orgasmo. Las abuelas de las actuales “jineteras”, llamadas en su tiempo “cufleteras”, porque se vendían a tripulantes de buques arrendados o fletados por la empresa CUFLET, fueron las pioneras de ese amargo sabor sentido al vender su cuerpo por cosas tan baratas y simples como un simple jaboncito de baño. Sin embargo, ese castigo continuó como una maldición hasta nuestros días por el silencio tan mesquino y cobarde de los nuestros en su diaria lucha por sobrevivir. Las putas bajaron sus precios en la medida que aumentaba el nuestro, los marinos mercantes se convirtieron en una presa muy preciada por suegros y suegras, éramos unos “privilegiados” que todos deseaban tener en el seno de su familia. Las putillas de Nicaro tuvieron que rendirse cuando el tiempo empeoró, sin embargo, puedo decir con toda franqueza que nunca tuvimos necesidad de acudir a la prostitución en los puertos nacionales. La juventud de toda la isla andaba desesperada y atacada por la desilusión de no encontrar futuro en sus tierras, todos querían emigrar hacia la capital al precio que fuera, aún casándote con un tarado que no te gustara, fue una triste realidad aunque hoy se alcen voces a desmentirla. La pachanga era ruidosa: ¡De que Van, Van! Se escuchaba y leía en cada valla existente en la isla. Al final no fueron, nunca lo serían.
Miguelito regresó al barco y volví a mi plaza de timonel tranquilamente, sabía que era algo transitorio y usurpaba un camarote que no era mío. El Bicho fue relevado por Ottón Basulto, resultó muy bueno el cambio para nosotros, pero aquel hombre no volvió a probar el gusto de salir por la boca de El Morro. Sin otra razón que haber pertenecido a una generación condenada por su origen anterior a la “revolución”, El Bicho terminó sus días como pañolero en los muelles Aracelio Iglesias. De vez en cuando venía a mendigarme algo y yo olvidaba todos los disgustos producidos en su tiempo de contramaestre de nuestro barco, le resolví lo que pude. Continuaba tanto o más sucio que antes y no podía darse el lujo de masticar un mocho de tabaco constantemente, sus escupitajos dejaron de tener color ámbar.
Fuimos a Casablanca y continuamos viaje a Europa, nuevamente Amberes, Hamburgo, Rótterdam y reparación de las tapas de bodegas en Bilbao. Cargamos a full el Italia, llevamos en los planes de bodegas acero que embarcamos en Piombino y como relleno autos Alfa Romeo. Pescamos una fuerte galerna en el Golfo de León y estuvimos a punto de dar una vuelta de campana por una impericia de La Lechona. Trató de realizar un giro de ciento ochenta grados de noche sin medir el sincronismo de las olas, esto lo comprendí cuando me hice oficial. Pasamos el gran susto de la vida y tengo esa fecha para celebrar otro cumpleaños. Ya andaba yo en relaciones amorosas con una vecina de la novia de Miguelito, dos años después me llevó hasta el Palacio de los Matrimonios de El Prado.
motonave "Habana" después de reflotado y antes de ser hundido definitivamente.
La permuta, ante la imposibilidad de vender lo que pudiera considerarse una propiedad particular, se puso de moda entre las personas que deseaban cambiar de viviendas, y algunos, sacar algunos dividendos económicos con ese cambio de casa o apartamento. Eso que llegó a convertirse en un vicio entre los cubanos, se trasladó también a nuestra flota, se impusieron las permutas de barcos.
Fuimos destinados a reparar en los astilleros de Casablanca, esta vez en La Habana, cuando una mañana se aparece un timonel gordo de apellido Marichal a proponerme una permuta. Vale destacar que los barcos como el “Habana” eran altamente cotizados por los marinos, la duración máxima de los viajes era de dos meses y medio. Aquel gordo me propone a la motonave “Jiguaní” para realizar la permuta, me invita a verlo cuando regresara en la lancha hacia La Habana. No puedo negar que me encandiló la imagen de aquel hermoso buque y sin llegar al muelle Sierra Maestra Nr. 3 Sur, que era el sitio donde embarcábamos y desembarcábamos de las lanchas, acepté.
Solo hacía falta una carta del capitán de mi buque, la que debía presentar al capitán del Jiguaní para que aceptara con su firma y viceversa con la de Marichal. Después la presentaríamos en la Empresa y se procedería al cambio de buques. “Caballo grande, ande o no ande”, me dije mientras realizaba los trámites, ya estaba aburrido de Europa y deseaba conocer un poco del continente asiático. Tilbury, Hamburgo, Rótterdam, Amberes, Le Havre, La Coruña, Bilbao, Santander, Ceuta, Génova, Nápoles, Piombino, Montreal, St. John, Santa Cruz de Tenerife, Casablanca, Las Palmas de Gran Canarias y muchos puertos nacionales, fue el regalo de bodas de esa nave. Fui muy feliz en ese matrimonio, pero nosotros los marinos no respetamos mucho la palabra fidelidad, me cansé de ella y sus constantes meneos.
Muchas veces me encontré con el buque “Habana”, un tiempo después dejó de formar parte de la flota de travesía e integraría la flotilla dedicada al cabotaje alrededor de la isla. Me dolió mucho cuando hombres ranas sudafricanos lo minaron y hundieron en el puerto de Moçámedes, Angola. Sufrí como se hace cuando pierdes al primer amor, en el fondo del Atlántico sur descansa como pecio parte de mi historia.
Esteban Casañas Lostal.
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2010-03-16.
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