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Mensaje por Admin Vie Ago 22, 2014 4:34 pm

[size=32]La Palabra Perdida[/size]

La Palabra Perdida  ***  Por Ralph M. Lewis, F.R.C. 3604_110

Por : Ralph M. Lewis, F.R.C.



La doctrina de la Palabra Perdida existe como un arcano en las liturgias de nuestras religiones actuales y en los ritos de ciertas sociedades secretas y filosóficas todavía existentes. Cada cual tiene su respectiva explicación teológica o filosófica de esta idea, pero todas se relacionan con una concepción fundamental que se arraiga profundamente en las primeras creencias del hombre.

La mayor parte de estas explicaciones sobre la Palabra Perdida tienen por base la frase bíblica: “En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”. (San Juan 1:1-3) Cosmológicamente esto quiere decir que la creación del universo fue acompañada de una idea vocativa -un pensamiento expresado en Palabra. De esta manera, Dios y la Palabra se han hecho sinónimos. Dios o la Mente, como razón creadora, se ha manifestado solamente con la emisión de una Palabra. Por consiguiente, el poder creador de Dios adquiere fuerza solamente al ser hablado. La fuerza de Dios se ha hecho su voz o una entonación. Según esta concepción, no ha sido suficiente que Dios haya existido para que el universo y todas las cosas surgieran de su naturaleza, sino que ha sido necesario también que la causa activa de Su ser, la ley o la decisión de Su mente se manifestase en una expresión hablada.

Los hombres han observado que todas las cosas naturales tienen una ley en sí mismas. Es decir, hay una causa particular de las cuales dependen, y hay millares de tales cosas y leyes. Por lo tanto, hay la creencia entre los hombres, de que la palabra que fue pronunciada ha debido ser la síntesis de todas las leyes Cósmicas y naturales. La palabra, en este sentido, no formó de otras substancias los elementos del universo. No fue un agente o fuerza Divina que actuó sobre una substancia indeterminada,como por ejemplo, las manos del escultor que hacen una forma de yeso, sino que más bien, todas las cosas, desde los planetas hasta el grano de arena fueron elementos incoados de la Palabra. Así pues, la Palabra puede concebirse como una energía vibratoria y ondulante en la cual existe la esencia básica de todas las cosas. Por analogía podríamos compararla a un sonido único que pudiera incluir simultáneamente todas las octavas y todos los tonos. Por consiguiente cada sonido individual que el oído pudiera distinguir dependería para poder existir, de la causa original, es decir del sonido único. Así como todo color es un componente de la luz blanca, de la misma manera toda creación es la ley compuesta que encierra la Palabra. Por consiguiente, esa Palabra tiene la importancia de ser la clave del universo. Quien llegue a conocerla y a entonarla dominará la creación.

Según este razonamiento existe la idea de que la ley de la creación o Logos, una vez hecho vocativo en la Palabra, nunca ha dejado de existir, nunca muere ni disminuye. En su continuo estrecimiento o índole vibratoria tienen origen todas las cosas. Así como la luz de una lámpara eléctrica depende de una causa constante, el efecto de la corriente eléctrica sobre el filamento metálico que está dentro del bombillo, así todas las manifestaciones deben su existencia a las reverberaciones continuas de la Palabra a través del universo.

La naturaleza vibratoria de cada cosa se acomoda en una escala o teclado gigantesco. Cada realidad tiene cierta relación con una nota o una combinación de notas que forma parte integral de la palabra. De esta manera ciertas vocales pueden contener en su combinación la escala creadora completa de energía Cósmica, según esta concepción.

Muchas de las organizaciones filosóficas y religiosas que conservan la tradición de la Palabra, exponen que en una época el hombre tenía conocimiento de ella como una herencia Divina y legítima que le proporcionaba el dominio de su reino, la tierra. Cómo fue que al hombre llegó a faltarle ese gran tesoro, a perder la Palabra, es una tradición de la cual diferentes grupos ofrecen diversas explicaciones. Pero todos creen, cada uno a su modo, que el hombre puede redimirse y recobrar la Palabra Perdida, o por lo menos, ciertas sílabas eficaces de ella. Esto, según se admite generalmente, puede conseguirse por medio de una síntesis de conocimiento exotérico-esotérico, es decir, con el estudio de las ciencias naturales básicas y el culto de Dios o la comunión con lo Absoluto. En efecto, en algunos ritos y ceremonias sagradas, se han perpetuado ciertas sílabas o vocales que se dicen ser la Palabra Perdida y cuando se pronuncian producen poderes y manifestaciones beneficiosas y creadoras. Otros místicos dicen que la Palabra Perdida completa es inefable para el hombre; que él nunca podrá pronunciarla ni aún si llegase a conocer su contenido, pero que puede pronunciar ciertas sílabas de las cuales adquirirá un poder personal enorme.

Hemos dicho que esta creencia tuvo su origen en el pensamiento primitivo del hombre. Revisar su historia contribuirá a la comprensión de este misterio que se ha convertido en una doctrina respetada. Según antiguos textos litúrgicos, en súmero “palabra” se dice “Inim”. De esta palabra el súmero desarrolló el sentido del encantamiento. Para los súmeros el encantamiento eran las palabras formales del mago o sacerdote. Su fórmula de encantamiento era “min-inim-ma”, lo cual es una duplicación de “Inin”. Para ellos Inim o “palabra” significaba “pronunciar una decisión”. Los antiguos semitas consideraban una palabra formalmente pronunciada y que contuviera la fuerza de una orden o una promesa, como una cosa definida y real, es decir, una entidad lo mismo que una substancia cualquiera. Por lo tanto, de las palabras de una deidad, sacerdote o ser humano en circunstancias solemnes, salía un poder mágico y terrible. Las palabras de los grandes dioses eran una apoteosis para los súmeros, es decir, eran consideradas como una entidad Divina equivalente al Dios.

Por su semejanza con este concepto vamos a recordar en parte nuestra cita bíblica, “... y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”. Antes del año 2900 A.C. encontramos esta inscripción, “Enem-Ma-Ni-Zid”, traducida literalmente: “Su palabra es verdadera”. Del mismo modo, en los tiempos pre-sargónicos, cerca de 2800 años A.C., en los anales de un templo de Lugalanda, está la frase, “Enem-Dug-Dug-Ga-Ni-An-Dub”, lo cual quiere decir, “La palabra que él pronunció conmueve los cielos”. “La palabra, abajo, hace temblar la tierra”.

Aquí vemos el primer concepto del poder dinámico de la Palabra Divina expresado hace cerca de 5000 años.

Un desarrollo posterior de los súmeros fue el identificar la Palabra del Dios Enlil con su espíritu. La palabra del Dios fue considerada como un atributo de su naturaleza que todo lo abarca, saliendo de él hacia el mundo caótico. Otra liturgia súmera, por ejemplo, dice así: “La pronunciación de tu boca es viento benéfico, el aliento de vida de los campos”. De nuevo con esto recordamos al Antiguo Testamento, pues en el libro del Génesis encontramos, 1:3, “Y el espíritu de Dios flotaba sobre las aguas”. Siguiendo más adelante nos dicen que Dios dijo: “Hágase la Luz”. Para los súmeros el aliento de Dios era un cálido torrente de luz. La influencia de las religiones de los súmeros y los babilonios sobre los esclavos hebreos es muy clara en los libros del Antiguo Testamento.

Los súmeros y los babilonios invariablemente consideraban el agua como el principio fundamental, la substancia primordial de donde salieron todas las cosas. El agua para ellos no era una fuerza creadora sino más bien el primer elemento de donde evolucionaron y se desarrollaron otras substancias. Por lo tanto, si todas las cosas surgieron del agua, se deducía que la razón o sabiduría moraba en ella. La palabra que los súmeros daban a este principio creador del agua era “mummu”. El historiador griego Damascius decía que esta palabra significaba “razón creadora” -la sabiduría que creó todas las cosas. En el libro del Génesis encontramos otra cosa igual a ésta. Que el agua fue la primera substancia en la cual "...el espíritu de Dios se movía...." Esta doctrina del agua como primera substancia halló cabida en una escuela primitiva de filosofía de la antigua Grecia. Thales de Mileto aparentemente la sacó de los babilonios. Anaximandro y Anaxímenes fueron, en apariencia, influenciados por su contacto con los escolares hebreos y sus tradiciones y así recurrieron también al sincretismo. Declararon que la substancia Cósmica era en sí misma razón, sabiduría, armonía o Nous. Esto, como vemos, corresponde al Logos babilonio o Mummu, la razón creadora que es inmanente al agua. Heráclito, año 500 antes de Cristo, quién expuso una teoría de evolución y relatividad, en que toda materia estaba siempre cambiando a través de un proceso de desarrollo del fuego al aire y viceversa, sostuvo que la única realidad era la ley de la transformación, una ley Cósmica: la Palabra.

Una transición ocurrió gradualmente, y la Palabra, como una expresión Divina, fue reemplazada por el Logos (ley). Este Logos era la voluntad de Dios expresada en el universo como una ley inmutable y activa. Los antiguos estoicos sostuvieron que el principio Divino o causa primera era el pneuma, el aliento de Dios que atravesaba todas las cosas. Este aliento se manifestaba en materia por medio de una serie de leyes creadoras y se convirtió en las leyes físicas que la ciencia conoce y estudia. En el hombre, este aliento o Logos se convirtió en un espíritu menor y lo hizo un alma.

Filón, el filósofo ecléctico judío, a principios de la era cristiana, desarrolló el concepto del Logos, en la doctrina central de una filosofía que se abrió paso en las dogmas teológicos de algunas de nuestras religiones actuales más importantes. Según Filón, el Logos era, por una parte, la Sabiduría Divina, el poder racional del Ser Supremo. En otras palabras el Logos era la Mente Divina. Por otra parte, el Logos no era la naturaleza absoluta de Dios, no era la substancia de la deidad sino más bien un atributo de su naturaleza. Era la razón que salía de él como una emanación. Se suponía que era la “razón pronunciada". Así pues, aquí tenemos de nuevo al Logos que toma su significado de la Palabra, es decir, la voluntad expresada, o la “pronunciación” de Dios. El Logos o Verbo, según Filón, moraba dentro del mundo. Lo trascendía. Pero el Logos, su Palabra, descendía al mundo como un mediador entre Dios y el hombre.

Como resumen de este tema podemos decir que la mayor parte de los hombres han creído siempre que un deseo no tiene eficacia si no se hace vocativo. Ellos creen que un pensamiento en sí mismo no es suficiente a menos que vaya acompañado de algún agente activo como la palabra. Por lo tanto, se ha atribuido como fuente de las fuerzas cósmicas naturales o leyes físicas del universo, una Palabra pronunciada una vez, la cual continúa reverberando a través del universo y la cual ya no puede ser captada por éste, por lo menos, en su totalidad.


( NOTA.- Se conserva el término "súmero" tal como fue usado en la primera publicación de este artículo, cuarto escrito contenido en el primer número de esta Revista "El Rosacruz", Vol. I, No. 1 Editado en Septiembre de 1947. )
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